De pionero
a joven comunista
Alejo3399, como siempre dibujando la realidad de Cuba
con su especial manera de narrar. El Timbeke reproduce este post publicado en
su blog. Las foto van por cuenta propia.
Hoy es 4 de abril y en Cuba se
celebra el Día de los Pioneros y de los militantes de la UJC (Unión de Jóvenes
Comunistas). Yo una vez fui las dos cosas, es decir, primero una y luego la
otra, y acumulo recuerdos bastante dicotómicos de ambos “perteneceres”.
A los Pioneros se entra de forma automática cuando uno tiene que abandonar su educación para comenzar a ir a la escuela… No dan allí “carneses” de ningún tipo ni hacen reuniones periódicas, de modo que lo divertido del asunto consiste en ser niños (as)…, y relacionarte casi exclusivamente con un grupo humano de intereses y experiencias más o menos similares a las tuyas.
A los Pioneros se entra de forma automática cuando uno tiene que abandonar su educación para comenzar a ir a la escuela… No dan allí “carneses” de ningún tipo ni hacen reuniones periódicas, de modo que lo divertido del asunto consiste en ser niños (as)…, y relacionarte casi exclusivamente con un grupo humano de intereses y experiencias más o menos similares a las tuyas.
De mi etapa como pionero— entre
1991 a 1998—, conservo los tatuajes del famelismo
del Período Especial. ¡Cómo olvidar las sopas de letricas y el arroz pre-cocido
a la hora del almuerzo!: jugábamos a hallar las letricas necesarias para componer
nuestros nombres… pero ni para eso alcanzaba la ración y había que hurgar en la
sopa de los demás…
El arroz lo hacíamos bolitas pegajosas y las lanzábamos de
una mesa de bagazo a otra, buscando impactar en el pelo de las niñas, o en los
cuadros de las paredes del comedor, que paradójicamente contenían mejores
comidas que nuestras bandejas de aluminio. En mi escuela se cocinaba con leña,
y todo tenía un sabor a humo que llegó a parecerme sabroso.
Las meriendas eran otro
problema; no había de nada pero compartíamos los panes. A través la cerca del
patio una señora gorda vendía durofríos
de Toki (refresco instantáneo) que ni estaban duros ni estaban fríos porque
hacía tremendo calor, pero lo importante era mover las mandíbulas. Algunos
niños llegaron a fabricar “refresco de tiza”: polvo de tiza disuelto en agua… y
le juro por mi madre que no exagero.
En pre-escolar, como había pocos juguetes, los niños hurtaban la plastilina “medio básico” de la escuela. La sacaban de gramo en gramo, escondida debajo de las uñas de las manos, hasta que al pasar de algunos meses ya uno podía sentirse dueño de una bolita de plastilina más o menos del tamaño de un garbanzo…Una vez pensé que cuando fuera grande y tuviera dinero iba a comprar una gran cantidad de plastilina. Eso no ha pasado: ya soy grande, pero ni tengo dinero ni venden plastilina en las tiendas…
En pre-escolar, como había pocos juguetes, los niños hurtaban la plastilina “medio básico” de la escuela. La sacaban de gramo en gramo, escondida debajo de las uñas de las manos, hasta que al pasar de algunos meses ya uno podía sentirse dueño de una bolita de plastilina más o menos del tamaño de un garbanzo…Una vez pensé que cuando fuera grande y tuviera dinero iba a comprar una gran cantidad de plastilina. Eso no ha pasado: ya soy grande, pero ni tengo dinero ni venden plastilina en las tiendas…
También hacíamos barquitos de papel y picúas con las hojas de las libretas, compulsivamente. Inventábamos parodias y canciones, trabalenguas. Recolectábamos porquerías del suelo como cristales, botones, piedras brillantes, etiquetas de productos, chapas de botellas; y echábamos a fajar hormigas bibijaguas a la hora del recreo. Algunos fuimos exploradores: aprendimos a hacer fogatas, a dormir en hamacas, y a comer verdolagas con sal o plátanos burros asados bajo las cenizas del carbón.
Pero el plato fuerte de mi
mundo pioneril era “dar cuero”: las listas y escalas de guapería no se basaban
allí en empujones o piñazos, sino en la capacidad expresiva que tuviera cada
cual para “berrear” (poner bravo o hacer llorar) a otro niño. Algo cruel: no
había reglas, se podía hablar de defectos físicos, de enfermedades, de la
familia, todo se valía…todo menos apartarte del duelo con los ojos aguados,
porque entonces perdías e ibas a parar al fondo de la lista.
Los días 4 de cada abril
hacíamos una fiesta sincera en la que cada niño traía un plato de su casa:
casquitos de guayaba, frutabombas en
almíbar, kakes, pudines…, y había
cadenetas de periódicos Granma guindando del techo del aula, y música grabada y
relajito autorizado.
Eso fue para mí ser pionero, y
debo confesar que todo me pareció muy divertido. Entre la escuela primaria y mi
proyector soviético, fui feliz. Solo sufrí un poquito aquella vez en que no
aguantaron más mis pies, que se negaban a dejar de crecer y mantenerse
ajustados al tamaño impuesto por mis primeras zapatillas. Ese día la maestra
tuvo que llamar a mi casa para que me trajeran otros zapatos… y cuando me
quitaron las zapatillas tenía los dedos cianóticos, que inmediatamente
regresaron a su lugar y se acabaron los dolores…
La UJC, por otra parte, no fue
una etapa feliz. Ser de la UJC, para mí, no fue ni remotamente sinónimo de ser
joven. En la secundaria le dijeron un día al grupito de los inteligentes y los
disciplinados: “el 14 de junio hay que ir por la mañana a la Plaza a un acto y
a recoger el carné de la Juventud…” y eso fue todo: el 15 ya era militante, y
hubo reuniones y sanciones y cotizaciones y marchas de reafirmaciones y muelas
bizcas de secretarios generales. Incluso los que no pertenecían a la UJC eran
designados como integrantes de una cosa que se llama el “Universo Juvenil”…
Las fiestas del 4 de abril
fueron fiestas poco creíbles, sin entusiasmo: obligatoriedades, seriedades,
tareas, compromisos, cumplimientos de planes de diversión. Hasta lo más
creativo me pareció enrarecido, esta frase por ejemplo: “¡caballero, aquí lo
que hay es que darle play al combativimómetro!”…. La combatividad es
una de las cualidades morales exigidas por la UJC, y por más que leo y releo el
diccionario no entiendo exactamente a qué se refiere.
Los jóvenes, por naturaleza,
festejarían de corazón el florecimiento de sus proyectos de vida, el avance en
sus expectativas profesionales, el logro de independencia económica o las
condiciones necesarias para formar una familia propia, los viajes de
vacaciones, una vida culturalmente plena: no restringida al reguetón de moda, a lo que aparezca en
una memoria flash o a las rimbombantes Ferias del Libro sin novelas de Padura;
festejarían acaso la sintonía con los avances tecnológicos… o incluso la
esperanza viva de que sucediera lo anterior en plazos racionales, y determinado
por el esfuerzo y la capacidad de cada cual. Pero no creo que sea el caso ahora
mismo.
Según lo veo yo, desde mi
subjetiva ventana, ni las posibilidades legales para comprar carros y casas, ni un pasaporte azul engavetado, ni
una ley para atraer dinero extranjero, ni los discursos más optimistas, han
logrado deshacer tantas robustas ganas de irse del país en busca de vidas
mejores. Ahora mismo muchísimos jóvenes están revueltos con la noticia de la
supresión de la carta de invitación para viajar a Ecuador, y tengo socios
vendiendo hasta la córnea del ojo para enrolarse en la merca pacotillera…
Los
que quedemos aquí, por las razones que sea, tendremos que asumir
combativamente, no solo la falta de amigos y el desabastecimiento de
preservativos, sino también una futura asignación de seis o siete hogares de
ancianos para cada uno…
Reproducido de El timbeke
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