Impresionismo,
dos exposiciones simultáneas
en Madrid
En la Fundación Mapfre
El impresionismo fue un movimiento artístico de
ocho exposiciones. Pero, más que en el grupo, se desarrolla y hace tangible en
el individuo. Es la trayectoria personal de estos artistas, las derivas
posteriores que siguieron todos ellos, lo que estudia «Impresionistas y postimpre- sionistas», la exposición que ha abierto
la Fundación Mapfre en Madrid.
Si en un anterior evento la sala se había
centrado en el nacimiento de esta escuela de pintores irreverentes que
desafiaron la norma y apostaron por ellos mismos, ahora se centra en la carrera
que desarrollaron después, cuando se disolvieron como grupo. Lo hace, además, a
través de las obras maestras del Museo d'Orsay.
Un
conjunto de 78 piezas a las que resulta difícil ver fuera de sus salas
originales y que enseñan la evolución de los pintores que adaptaron, cada uno
por su cuenta, diferentes lenguajes. «Nuestro propósito –comenta Pablo Jiménez
Burillo, comisario de la exposición junto a Guy Cogeval– es mostrar qué pasa al
final del impresionismo. En otra exhibición anterior, analizábamos su
nacimiento. Aquí empezamos con los impresionistas después del impresionismo.
Vemos sus caminos personales.
Touluse-Lautrec |
Renoir acaba en sí mismo. Cézanne se abre al arte
del siglo XX. Gauguin también irá por esa senda. El postimpresionismo es una
sucesión de pintores inclasificables, como Van Gogh y Tolouse-Lautrec, los
puntillistas o los Nabis. Todas estas corrientes avanzan hasta llegar a los
Nabis, que se verán sorprendidos por la Primera Guerra Mundial. Es ese momento
en el que muere una idea de la pintura».
Las aportaciones plásticas que ofrecieron durante
este periodo influyeron en las generaciones que vinieron después. Esto sucede
con Renoir y sus bañistas, el ciclo de estilo «agrio» tan alejado del
impresionismo; con Anquetin, que dio pie al Cloisonismo (que se caracteriza por
utilizar colores planos contorneados por un trazo oscuro), o con Paul Sérusier
y su famosa obra «El talismán», que influyó de manera determinante en los
Nabis.
Dos
caminos diferentes
«Hay distintas corrientes –explica Jiménez
Burillo–. Uno es el de Cézanne, que va creando estructuras y composiciones, y
pone las bases del cubismo. En sus cuadros se ven ya las cosas simultáneamente,
desde diferentes partes. También está Gauguin, que persigue con su simplificación
contar que también existe en la naturaleza una verdad espiritual. Ésas son las
apuestas que llegan al siglo XX. Por un lado, una que es muy formal y, la otra,
espiritual. La primera conducirá al cubismo y la abstracción; la otra, hacia el
surrealismo, hasta Bois. Esas posibilidades nacen aquí».
Degas |
La exposición arranca con una impresionante
pintura de Dégas, «Bailarinas subiendo una escalera» (1886-1890). A partir de
ahí se abre un verdadero catálogo de obras maestras. No han traído un ejemplo
de maestro representado. Lo que hay es un conjunto de piezas que forman un
retablo adecuado para apreciar su evolución (se pueden ver, así, las famosas
catedrales de Monet) y poder cotejar las diferencias existentes entre sus
estilos. Sólo hay que comparar los retratos, en la misma sala, de Renoir con
«Retrato de Madame Cézanne», de Cézanne; o los paisajes de este último con los
de Gauguin (del que se puede contemplar el famoso óleo «Campesinas bretonas»,
«Marina con vaca» y «Los Alyscamps»). También está presente el intento de
intelectualización de esta pintura a través de las propuestas de Georges Seurat
(con el magnífico «El pequeño campesino de azul»), varios paisajes de Paul
Signac, Charles Angrand, del que se exhibe «Pareja de calle», o Maximilian
Luce.
«El impresionismo fue la cumbre del siglo XIX, un
nuevo renacimiento. Creo que conecta con la gente porque es muy positivo. Es
brillante, es colorista, no aburre. Por eso seduce tanto al público. Es una
gran fiesta de la pintura. Uno de los momentos de gracia de la historia del
arte», comenta Jiménez Burillo.
El recorrido termina con algunos autores menos
conocidos por el gran público, como son Maurice Denis, Féliz Valloton (que se
medirá precisamente a Bonnard a partir de unos lienzos con atrevidas luces interiores)
o Édouard Vuillard, del que se exponen los paneles de una de sus obras más
famosas y que es difícil que vuelva a prestarse en otra ocasión: «Jardines
públicos».
En el Museo
Thyssen:
De Corot a
Monet,
la
conquista de la luz a través de la pintura al aire libre
Seurat |
Los impresionistas salieron del taller para
reencontrar la espontaneidad del arte y limpiar la mirada de academicismos. Los
pintores habían comenzado a trabajar al aire libre cien años antes, con
Pierre-Henri de Valenciennes, en un intento de enclaustrar la naturaleza en las
dimensiones de un lienzo. Pero fueron ellos los que pasaron del realismo al
paisaje personal; del respeto a las formas al estilo personal, que es la
fidelidad hacia uno mismo.
Sus apuntes resultaron un viaje inesperado hacia
esa vanguardia interior que llevaban con ellos y que desafiaba las rigideces
que sobrevenían impuestas. La montaña, el río, la nube eran la excusa para
apelar al talento, como ocurre con «Marea baja» (1883), de Renoir, y «Mar
agitado» (1883), de Monet, donde el mar, en ambos casos, está dentro de ellos
mismos más que fuera.
Por su parte, el Museo Thyssen inauguró ayer,
miércoles 5 de febrero, una exposición que muestra la aventura artística que
emprendieron estos creadores por ver de nuevo la luz. A través de 113 obras se
enseña la sinuosa trayectoria que llevó desde los planteamientos de Corot,
Courbet o Constable hasta los Monet, Cézanne o Van Gogh para conquistar el
exterior.
El recorrido muestra esa evolución, no siempre
lineal, y las soluciones que se propusieron para superar la obra precedente, el
óleo ya hecho. «Ellos se jactaban de trabajar así. Formaba parte de su
identidad», explicó Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la muestra.
Nuevos
desafíos
En su búsqueda, liberaron al paisaje de ese
protagonismo secundario que le había reducido a ser una comparsa de una
narración mayor, un decorado bonito para las pinturas heroicas. Lo convirtieron
así en un motivo principal, desprendiéndolo del aliño histórico. Encontraron en
esa exploración nuevos desafíos técnicos, que en esta exhibición pueden
distinguirse, y la confirmación de que las sombras son azulencas, no negras, lo
que supuso un avance en lo visual.
«Todos los cuadros hechos en el taller no valdrán
nunca lo que valen los óleos realizados al aire libre. Al representar escenas
desde fuera, las oposiciones de las figuras sobre los terrenos son asombrosas»,
aseguró en una carta Cézanne, el hombre que comenzó a entender que un objeto es
una suma de ángulos diferentes.
La exposición arranca con las primeras
aproximaciones a la naturaleza a partir de Valenciennes, Constantin, y esa
enseñanza primera que mantuvieron después generaciones de creadores de que un
óleo al aire libre «debe durar dos horas como máximo» y «si es un amanecer o
una puesta de sol, media hora». A través de siete secciones se puede observar
cómo trataron distintos temas: las ruinas, los árboles, cascadas... Cada uno
parte de una fascinación propia por un determinado rincón, cielo o valle, que
sólo es una preferencia que proviene de su sensibilidad, de sus fascinaciones.
Van Gogh |
La grandiosidad, como en «El valle de las
angustias» (1857), de Courdouan, va abriendo paso al intento por capturar el
instante, el momento, que fue la principal preocupación de los impresionistas,
llevando así de «Sauces junto a un riachuelo» (1805), de Turner, donde la figura
pierde el contorno hasta convertirse únicamente en luz, a «El deshielo de
Vétheuil» (1880), de Monet. En estas obras pueden encontrarse analogías, como
se ve en «Cardo» (1880), de Manet, y «Estudio de accederas y hierbas» (1828).
Pero, sobre todo, puede observarse cómo van formándose visiones tan singulares
y diferentes como las que van de Van Gogh a Seurat o Cézanne.
Reproducido de La Razón, Madrid
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