“El Mañana” o Sallinger en Cuba
Marlene María Pérez Mateo
Ahora estas en Estados Unidos, dijo.
Puedes olvidar el pasado y comenzar de nuevo.
Gracias, le dije, pero prefiero conservar el mío.
No le dije que mi nombre era todo lo que tenía.
Mi nombre y mis recuerdos.
Comencé a leer “El mañana” hace unos años atraída por el titulo, algo futurista, y la foto de la portada del libro. La segunda razón motivadora tiraba de mí al mostrar el rostro de una adolescente vestida con ropa de trabajo agrícola, cubriendo su pelo por un pañuelo frente a un campo cultivado y sonriendo con los ojos entreabiertos ante el resplandor del sol. Esa persona para mi anónima entonces hubiera podido ser yo misma.
En mi etapa escolar en Cuba asistí a labores agrícolas que conformaban parte del programa de estudio. Tenia para entonces y aun tengo, a Dios gracias, un apoyo incondicional y valedero de mi familia; cosa esta que, adicionado a los valores de casa, evitaron que cayera en las redes del colectivismo. Cosa esta muy frecuente entre otros alumnos que no disponían de tan necesario auxilio. Trabajar nunca es indigno, aunque lo que se nos asignaba no nos era propio. Viví junto a los de mi edad, aun en esas circunstancias, momentos de alegría. Amén de nadar contracorriente.
En mi etapa escolar en Cuba asistí a labores agrícolas que conformaban parte del programa de estudio. Tenia para entonces y aun tengo, a Dios gracias, un apoyo incondicional y valedero de mi familia; cosa esta que, adicionado a los valores de casa, evitaron que cayera en las redes del colectivismo. Cosa esta muy frecuente entre otros alumnos que no disponían de tan necesario auxilio. Trabajar nunca es indigno, aunque lo que se nos asignaba no nos era propio. Viví junto a los de mi edad, aun en esas circunstancias, momentos de alegría. Amén de nadar contracorriente.
Es decir que allí estaba encabezando un pequeño libro una jovencita y no demoré en saber que se trataba de su autora Mirta Ojito.
Mirta me aventaja en edad algunas décadas. Cabe pensar que muchos de los hechos narrados de los cuales fuimos testigos, ella los miraba con ojos de adolescente y joven; y yo con los de niña. Sus perspectivas geográficas cambiaron mucho antes que las mías y ello le llevó a contemplar la realidad poliédrica cubana desde otra perspectiva.
Comencé así a conocer la literatura de esta escritora cubana en el exilio. Su lenguaje me resultó claro, diáfano, corría como manso riachuelo ante mi. No existían expresiones altisonantes; todo llevaba el tono emotivo y franco. Era una historia de una familia cubana de bien. Mirta vive su infancia y parte de su juventud en La Habana, su ciudad natal. Nos lleva de la mano a sus clases escolares, al catecismo, a la visita a sus abuelos, a sus paseos con las amigas, sus trabajos agrícolas, su propio hogar y a conocer una abuela de una de sus amigas que fue para la escritora una meca de encuentro con la cultura y el buen arte. Mas adelante emigra por el Puerto del Mariel, inicia su vida en Estados Unidos, estudia, hace su hogar, se establece como periodista y regresa a Cuba en 1997 en ocasión de la visita del Papa.
Es factible preguntar y también responder, cuanto hay de común entre la familia Ojito y otras muchas familias cubanas.
Llamaré la atención sobre lo que considero la bisagra del libro y de esta historia narrada. Lo que reconcilia una parte de la vida de Mirta a uno u otro lado del mar. El ecuador de lo contado en este privilegiado y triste éxodo. Me refiero al capitulo 10 “La tempestad”. Mirta había dejado en Cuba a medio leer el libro de J.D. Salinger “The catcher of the rye” (“El guardián del centeno”) y eso fue lo primero que adquirió para si, pocas horas después de su llegada a Hialeah. Luego ante el oficial de emigración ante la increíble propuesta de cambiarse el nombre y enterrar su pasado, respondió un: no.
Ambos hechos aunque parezcan simples encierran un universo. No hay que dejar de ser para seguir adelante. No hay que mudarse para volver a empezar. No hay que negarse en pos de un futuro. El ser emigrante no nos exige ser exiliados de la condición humana. Mucho se ha hablado de las metas alcanzadas por los cubanos en el exilio, siglos atrás y ahora. Puede parecer algo un tanto alardoso, pero el verdadero logro del cubano en la diáspora es la continuidad, para lo cual no se ha negado a sí mismo.
Mirta siguió leyendo “El guardián del centeno”, ahora en inglés, siguió siendo Mirta Ojito y en “El mañana”, una lectura no futurista en el exacto sentido de la palabra, nos obsequió un elogio a la vida de los que hemos emigrado. Un elogio de esa nostalgia que no inmoviliza sino que promueve y concede la gracia de la templanza a simples mortales.
“El mañana” es también la historia de una gratitud. Erre que erre su autora buscó incansable hasta poder reencontrar al marinero que les sacó de Cuba cuando apenas era una chiquilla. Esto no es común, son pocos los que retroceden a decir gracias, muy en especial a alguien a quien no le unía nada mas que un hecho pasado con una inmensa carga emotiva.
Lei “El Mañana” en el 2007, casi salido del horno, y cada vez me tienta mas volver a leerlo. Fue mi primera adquisición en un Club de libros al que me suscribí. A todos los que he invitado a su lectura comparten el gozo de tan entrañable pieza de literatura. Enhorabuena a Mirta Ojito, a quien no conozco personalmente, veo en sus ojos y sus líneas el lejano atardecer de la luna cubana.
Marlene María Pérez Mateo
Octubre 7, 2011
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