Fray Miguel Ángel Loredo, o.f.m.
Con el P. Miguel Ángel
Loredo desaparece un testimonio viviente del enfrentamiento de la Iglesia
Católica con el régimen de Fidel Castro, un promotor incansable de las
libertades democráticas en la isla y un pilar espiritual de la comunidad cubana
en el exilio.
«Fue un hombre muy valiente, firme en sus principios y en
su fe, que no dejó nunca de levantar su voz para denunciar los horrores que vivió
en carne propia en las cárceles de Cuba», recordó Abel Nieves Morales, quien
compartió años con Loredo en varias prisiones cubanas. «Todos sus compañeros del
presidio político lo vamos a necesitar y extrañar mucho».
Nieves se mantuvo visitando al sacerdote en su lecho de
enfermo hasta los últimos días. En una de sus recientes visitas lo escuchó
confesar que se apoyaría en su fuerza interior para despedirse, uno a uno, de
sus entrañables compañeros de presidio, que fueron “mi vida, mi amor y mi
alma”. Ambos se encontraron en el exilio en los años 80, reanudaron esfuerzos y
esperanzas por la democratización de Cuba, y viajaron a foros internacionales
para denunciar los abusos y las condiciones infrahumanas en el sistema
carcelario cubano.
Pasión por el arte
Nacido en La Habana en 1938, Loredo abrazó desde muy
joven dos pasiones que acompañarían para siempre su vida: la fe católica y el
amor por la pintura. Siendo un adolescente entabló amistad y recibió
influencias de prominentes figuras de la plástica cubana como René
Portocarrero, Raúl Milián, José María Mijares y Rolando López Dirube, quien por
estos años lo acogió en su estudio y fue su maestro.
Cuando triunfó la revolución de 1959, Loredo ya había
decidido que sería sacerdote. Su formación teológica se produjo en España,
entre 1960 y 1964.
Se ordenó el 19 de julio de 1964 y un mes después regresó
a Cuba, justamente en momentos de agrias relaciones entre la Iglesia Católica y
el gobierno comunista, que ya había enseñado sus verdaderas intenciones con la
expulsión de 131 sacerdotes en 1961.
A su regreso fue designado para asumir su labor pastoral
en la Iglesia de San Francisco, en La Habana, y se desempeñó también como
párroco de Guanabacoa. Carismático y joven, cautivó las simpatías de los
feligreses y provocó la ira gubernamental por sus desafiantes sermones contra
el ateísmo, impuesto como doctrina a los cubanos.
No tuvo que esperar mucho para verse en el vórtice de un
proceso judicial que lo inculpó por supuesta conspiración
contrarrevolucionaria.
En 1966 fue arrestado en la Iglesia de San Francisco. Se
le acusó de brindar protección a un prófugo de la justicia, esconder armas y
conspirar con la CIA. El sacerdote no admitió nunca su culpabilidad y mantuvo
siempre que el caso fue fabricado por la Seguridad del Estado, con la
colaboración de un seminarista bajo chantaje.
Un preso plantado
En NY en 1998 |
En el presidio organizó misas clandestinas para los
presos políticos y realizó numerosas huelgas de hambre en protesta por la
condiciones de su confinamiento. En una carta del 11 de junio de 1968, enviada
a Monseñor Cesar Sacchi, por entonces representante de la Nunciatura Apostólica
en La Habana, escribió: «Me siento orgulloso de participar en esta lucha con
miles de hombre de tanto valor y sentido patrio como hay en este presidio
cubano. (…) Y también quiero decirles qué siento al ver el olvido en que el
Occidente libre nos mantiene, en el silencio de todos, en la indiferencia,
mitigada únicamente por las quejas de los seres queridos impotentes».
Por gestiones del Vaticano, Loredo fue liberado el 2 de
febrero de 1976. Se le ordenó que no hablara públicamente ni ofreciera
entrevistas de prensa. Pero el gobierno no toleró que se le nombrara como
profesor de Teología en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana,
lo que forzó su salida del país con destino a Roma en 1984.
En el exilio no tardó en alzar su voz contra la carencia
de libertades en Cuba. En 1987 se radicó en Puerto Rico, donde continuó su
labor eclesiástica y comenzó su colaboración con la Comisión de Derechos
Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra. Ese año su vibrante testimonio figuró
en el documental Nadie
escuchaba, de Néstor Almendros y Jorge Ulla.
Prohibida la entrada a Cuba
En 1991, fue trasladado a la Iglesia de San Francisco en
Nueva York. A raíz de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, Loredo
fue incluido en la lista de clérigos y personalidades religiosas que viajarían
desde Estados Unidos. Sin embargo, el gobierno cubano le negó la entrada.
Loredo nunca dejó de pintar y escribir poesía,
actividades que consideraba en estrecha comunión con su misión espiritual. Sin
embargo, no fue hasta el 2002 que decidió exhibir sus pinturas a una audiencia
amplia. Una muestra de 30 óleos suyos fue presentada en la Carol LaPlante
Gallery de Nueva York, en conmemoración del primer aniversario de la tragedia
del 9/11.
«Para mí pintar es elegir una manera de arreglar una
visión personal de la realidad sobre una superficie plana donde se incorporan
diversas áreas del espíritu, así como de la memoria y de la profecía»,
consideraba el sacerdote.
Desde entonces sus cuadros se exhibieron con regularidad
en Miami, donde Loredo participó en el Festival Calle Ocho en varias ocasiones.
Su obra creativa incluye el libro de testimonios Después del Silencio, y
los poemarios De la
Necesidad y del Amor, Los Súbitos Quebrantos y Uno.
Lo sobrevive en Miami su hermana Silvia Loredo.
La Orden Franciscana en Estados Unidos tendrá a su cargo
la realización de las honras fúnebres.
Una misa en su memoria se efectuará hoy martes en St.
Petersburg antes de trasladar el cadáver hacia Nueva York, donde será
sepultado.
Reproducido de
El Nuevo Herald, Miami.
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Descanse en paz un gran hombre de Dios y luchador incansable por los Derechos Humanos en Cuba.
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