El regreso del hijo pródigo
De mi vida, vacía e inquieta,
que vuelva, Señor.
De mi soberbia que me impide acoger tu bondad,
de mi mundo, que me distancia de tu reino,
de mis miserias, que estorban mi perfección,
que vuelva, Señor.
De aquello que me hace sentirme
seguro y dueño de mi destino,
de toda apariencia que me engaña
y me hace darte la espalda,
que vuelva, Señor.
De toda pretensión de malgastar
arruinar o desaprovechar mis días,
Que vuelva, Señor.
A tus brazos, que sé me echan en falta.
A tus caminos, para que no me pierda.
A tu presencia, para que goce
de la fiesta que me tienes preparada.
que vuelva, Señor.
De mi soberbia que me impide acoger tu bondad,
de mi mundo, que me distancia de tu reino,
de mis miserias, que estorban mi perfección,
que vuelva, Señor.
De aquello que me hace sentirme
seguro y dueño de mi destino,
de toda apariencia que me engaña
y me hace darte la espalda,
que vuelva, Señor.
De toda pretensión de malgastar
arruinar o desaprovechar mis días,
Que vuelva, Señor.
A tus brazos, que sé me echan en falta.
A tus caminos, para que no me pierda.
A tu presencia, para que goce
de la fiesta que me tienes preparada.
Javier Leoz, Betania.es
El regreso del hijo pródigo, c.1669
Óleo sobre lienzo, Rembrandt
Museo Hermitage, St. Petersburg, Rusia.
Óleo sobre lienzo, Rembrandt
Museo Hermitage, St. Petersburg, Rusia.
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