Entre lobos
Rogelio Zelada
Las palabras
del Maestro no encontraron esta vez un buen eco en el corazón de sus
discípulos, tanto que de repente todos pensaron o quisieron pensar haber oído
mal. La mayoría no ha podido entender
todo el alcance del anuncio de Jesús, pero ha tenido miedo de preguntar su
significado. Solo Pedro, que no ha podido soportar que Jesús hable de rechazo,
de padecer, de ser asesinado por la
conspiración de los sacerdotes y los maestros de la ley, y que, en privado, lo
ha increpado por la imprudencia de lo que considera una locura sin sentido. Al momento, Jesús, enérgicamente, rechaza la
propuesta de Pedro y lo compara nada
menos que con el mismo Satanás: «Pedro, tus pensamientos vienen del mundo y no
de Dios».
Una y otra
vez Jesús anuncia su dolorosa muerte y el posible destino de martirio de los
que deben compartir con él su cáliz. Un camino difícil que, por fidelidad a su
maestro crucificado, deberá afrontar la Iglesia a través de los siglos. La vida
gloriosa de la resurrección es el final de muchas historias dolorosas que
tocará vivir desde el comienzo miso de la fe cristiana creyente.
A Esteban
apenas le queda tiempo para perdonar a sus asesinos que lo aplastan tras una
lluvia de piedras. Pedro, crucificado con los pies hacia arriba, regará con su sangre
la arena de Roma, y Pablo, por ser ciudadano romano, tendrá el “privilegio” de
una rápida muerte cuando el verdugo, con un golpe de espada, cercene su cabeza. El martirio
será el signo que identifique el más alto honor de las comunidades cristianas
de los primeros siglos, y también de toda la historia de la Iglesia.
Visitaba yo
en París la iglesia del Convento de los Padres Carmelitas; un santuario que
guarda las reliquias de ciento noventa y un mártires del terror, que en nombre
de “la libertad, la igualdad y la fraternidad”, la revolución francesa asesinó en varios lugares de la
Ciudad Luz.
El templo
guarda en sus nivel inferior los cráneos
de los arzobispos, obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos que, por fidelidad
al Evangelio, se negaron a jurar la constitución civil del clero, por
considerarla fundamentalmente opuesta a la Fe de la Iglesia.
El templo
del Carmen, convertido en cárcel del clero, tenía, a ambos lados de la nave,
dos escaleras que conducían a la huerta de los frailes carmelitas: por una
debían bajar los que se negaban a firmar la constitución revolucionaria, y allí
mismo recibían un disparo en le la sien y sus cuerpos eran arrojados al jardín,
a una fosa común; por la otra puerta abandonaban el templo los que se plegaban
al miedo y firmaban el acta que disolvía sus vínculos con la Iglesia de Roma.
Bajar a la
cripta impresiona hondamente el ánimo del que la visita; cientos de cráneos
humanos, cada uno de ellos con la huella de un disparo en la cabeza, se
encuentran perfectamente colocados en
unos grandes relicarios encerrados en rejas de hierro.
Todas la
víctimas de este martirio colectivo, que sucedió a principios del mes de septiembre
de 1792, fueron beatificadas por Pío XI en 1926. Junto a estas reliquias de los mártires de Francia, por expreso deseo
personal, se encuentra la tumba de Federico Ozanam, un laico y político francés
que fundó la Sociedad de las
Conferencias de San Vicente de Paúl.
Dos años
después del crimen de los mártires de París, diez y seis Madres Carmelitas del
Monasterio de Compiégne fueron a la guillotina
por la misma razón que éstos. A las religiosas contemplativas, como a
todas las monjas de Francia, les confiscaros sus monasterios , ya que todos los
conventos, también en nombre de la “libertad”, fueron suprimidos. La terrible
persecución contra la Iglesia y las comunidades religiosas, amparada por una
ley del 13 de febrero de 1790, declaró que la vida conventual y claustral eran “enemigas de la
razón”. Las carmelitas descalzas fueron obligadas a dejar no sólo el monasterio,
sino también los hábitos religiosos, forzadas por una “revolución” ansiosa por
“liberarlas” de aquel “sometimiento contrario a la libertad que era la vida
religiosa” y de algo tan ”innecesario“ como el “dedicarse a la oración y a la
vida contemplativa”. Las religiosas, desde el más absoluto anonimato, siguieron
su vida de comunidad clandestinamente, en algunas casas de fieles católicos.
El culto fue
eliminado y sustituido por el “culto a la
diosa razón, con una prohibición que alcanzaba incluso el ámbito privado. Toda
expresión religiosa detectada y denunciada podía ser considerada como alta traición a la revolución, un delito
que conllevaba la pena de muerte.
Una denuncia
anónima al Comité de Salud Pública desató las iras de las autoridades que
detuvieron a las monjas acusadas de burlar la leyes al vivir en comunidad, y
fueron condenadas a muerte por “conspirar para restablecer la monarquía y la preponderancia católica”. Las trasladaron con las manos atadas a la
espalda la Conciergerie de Paris,
repleta de sacerdotes y religiosos condenados a muerte, acusadas de fanatismo,
de mantener los votos religiosos, vivir en comunidad y de “apego a esas
creencias infantiles y a sus tontas prácticas religiosas”, y de ocultar armas
en el convento.
La priora,
la M. de San Agustí, bandindo su crucifijo respondió al tribunal: «Esta es la
única arma que guardamos en el convento, y jamás hemos tenido otra».
El 17 de julio de 1794, junto a la guillotina, las
religiosas renovaron sus promesas bautismales y los votos que las unían al
Carmelo. Cantaron el “Te Deum” y subieron tranquilas al cadalso, y las diez y
seis Carmelitas fueron guillotinadas
mientrasiban cantando el “Veni Creator Spiritus”. El Papa San Pío X las
inscribió en la lista de los beatos mártires el 27 de mayo de 1906.
Como antes, y desde entonces, la lista de mártires de la
Iglesia Católica ha crecido y se ha extendido a todas partes del mundo, desde
las dictaduras comunistas del este de Europa, al Asía, al mundo árabe, a Latinoamérica,
África, India, etc.
Ya lo sabemos, los discípulos no podemos ser menos que el
Maestro, y el leño seco no podrá ser mejor tratado que el verde. En definitiva,
desde las palabras proféticas de Cristo, no podemos perder de vista que hemos sido enviados como ovejas en medio
de lobos.
Reproducido de la revista “La Voz Católica” de la
Arquidiócesis de Miami. Rogelio Zelada es Director Asociado de la Oficina de
Ministerios Laicos.
Ilustración: San Esteban conducido al martirio. Juan de
Juanes. (Óleo sobre tela, Museo del Prado, Madrid).
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