Detrás del encuentro del Papa y Raúl Castro
Mary
Anastasia O’Grady
Wall
Street JournalLunes, 18 de mayo de 2015
La calidez y hospitalidad
que el papa Francisco le mostró a Raúl Castro en el Vaticano hace unos días dejó
atónitos a muchos católicos, y con razón. El dictador fue a Roma para pulir su
imagen y el pontífice le ayudó.
Durante el encuentro,
Castro se burló de la fe al bromear que si el Papa se portaba bien, él podría
regresar a la Iglesia Católica. También se burló de todos los refugiados
cubanos, vivos o muertos, al obsequiarle al Papa una pieza de arte que mostraba
a un migrante rezando.
El papa Francisco le dio
al dictador una copia de su exhortación apostólica de 2013 titulada La
alegría del Evangelio, en la que critica duramente la libertad económica.
Es como predicarle a los devotos. Como dijo Raúl, “Él es jesuita y yo también
fui a una escuela jesuita”. En serio.
Siempre es posible que el
papa Francisco busque acercarse al régimen para cambiarlo. Tal vez tenga en
mente una versión espiritual del Caballo de Troya, que una vez que cruce las
puertas del infierno cubano despliegue un ejército de ángeles.
Con Dios todas las cosas
son posibles, pero sospecho que esta reconciliación con Castro tiene raíces más
mundanas.
El Santo Padre es un hijo
de la Argentina del Siglo XX, definida ideológicamente por el nacionalismo, el
socialismo, el corporativismo y el sentimiento antiestadounidense. No me
extrañaría descubrir que estas tendencias influyen en sus opiniones sobre
Estados Unidos y la isla a 144 kilómetros de sus costas.
Cuando la dictadura
cubana perdió a su mecenas soviético a principios de la década de los 90, casi
colapsó. El año pasado, los profundos problemas económicos volvieron a dar la
apariencia de que obligarían a un cambio. A medida que disminuyeron los
subsidios petroleros venezolanos a La Habana, el podrido sistema de la isla
quedó al borde del colapso.
Era una oportunidad para
que la Iglesia mostrara solidaridad con el indefenso pueblo cubano, o al menos
no tomar partido. En cambio, el Vaticano intervino para ayudar a los Castro. En
diciembre nos enteramos que el Papa Francisco negoció el descongelamiento de
las relaciones entre Obama y Castro, que aunque es improbable que genere
mejoras en los derechos humanos, ya está generando un renovado interés en
invertir con el gobierno militar.
Algunos católicos han
tratado de excusar la hostilidad del Papa hacia la libertad económica en La
alegría del Evangelio al argumentar que creció en una economía corrupta
dirigida por el Estado y, probablemente, la confundió con un sistema
capitalista. Es un disparate. El estatismo argentino explícitamente denuncia la
economía de mercado.
Hay otra explicación más
factible sobre por qué el Papa muestra su desdén en su exhortación por una
“cruda e ingenua confianza en la bondad de aquellos que poseen poder económico
y en el funcionamiento sacralizado del actual sistema económico”. Esta se
encuentra en la convicción argentina de superioridad cultural sobre los capitalistas
acaparadores de dinero del norte y su fe en el Estado para protegerla.
El historiador mexicano
Enrique Krauze rastrea su origen en un rechazo intelectual a EE.UU. después de
la derrota española en la guerra hispano-estadounidense de finales del siglo
XIX. Los ejemplos que cita en Redentores, su libro de 2011, incluyen al
poeta nicaragüense Rubén Darío y el historiador franco-argentino Paul Groussac,
quienes caracterizaron a los estadounidenses como bestias incivilizadas. Al
mismo tiempo, según Krauze, el Cono Sur, y Argentina en particular, importaron
la idea de un “socialismo que lucha para mejorar el nivel económico cultural y
educativo de los pobres, a la vez que genera un estado nacionalista”.
En 1900 el uruguayo José
Enrique Rodó publicó Ariel, en el que enfatiza la “superioridad de la
cultura latina sobre el mero utilitarismo patrocinado” por el norte. Rodó fue
“el primer ideólogo del nacionalismo latinoamericano” y su influencia se
extendió por toda la región. “El latinoamericanismo, especialmente en el sur,
también fue anti-yankeeismo”, escribe Krauze.
Cuba vuelve a ser, 115
años después, símbolo de la lucha entre el norte y el sur. A muchos
intelectuales latinoamericanos no les gusta la dictadura, pero detestan la
riqueza y el poder de EE.UU. Saben que un colapso completo de Cuba
probablemente traerá de regreso a los estadounidenses. Es por eso que toleran
el statu quo.
Sólo puedo especular
sobre las opiniones del Santo Padre sobre Cuba, pero se está ganando una dudosa
reputación política. En agosto de 2014 levantó la prohibición al padre Miguel
d’Escoto Brockmann, de la comunidad Maryknoll, para celebrar misa. El clérigo
comunista, que se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores del
sandinismo marxista, fue degradado por el papa Juan Pablo II por rehusarse a
alejarse de la política.
Después de levantar la
prohibición, el padre d’Escoto se apresuró a denunciar al querido pontífice
polaco por “abuso de autoridad”. También declaró a Fidel Castro mensajero del
Espíritu Santo en “la necesidad de luchar” para establecer “el reino de Dios en
esta tierra, que es su alternativa al imperio”.
La semana pasada, el
reverendo Gustavo Gutiérrez, el peruano que lanzó la teología de la liberación,
regresó al Vaticano. Le dijo a los periodistas que la Iglesia nunca condenó su
pensamiento y elogió las ideas del papa Francisco sobre la pobreza. No mencionó
la pronunciada caída de la pobreza en Perú desde que las autoridades tiraron
por la borda sus ideas. Tal vez el Papa hable de ello durante su viaje a Cuba
en septiembre.
Escriba a O’Grady@wsj.com
Remitido por Joe Noda
Sera el Papa tan ingenuo como para creer que Raul Castro volvera no solo a ser Catolico sino a considerar rezar?
ResponderEliminarSera el Papa tan ingenuo como para creer que Raul Castro no solo volvera a ser Catolico sino que considerara rezar?
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