Crímenes de la revolución castrista:
La causa 829 de 1960
Por Pedro Corzo
La lucha contra el castrismo tiene una cosecha de mártires aterradora.
Muchos cayeron en combates, otros miles fueron ejecutados ante el paredón sin
haber sido sometidos a un proceso judicial que garantizara sus derechos,
murieron en las prisiones o simplemente se cuentan como desaparecidos.
Sin embargo hubo un juicio, que aunque en cierta medida era similar a
procesos anteriores, marcó la pauta de cómo el régimen procesaría en el futuro
a sus enemigos. Fue un enjuiciamiento masivo por la gran cantidad de encausados,
también porque el gobierno difundió ampliamente el juicio, como parte de una
extensa e intensa campaña de terror que se inició desde los primeros días que
los Castro accedieron al poder.
La causa 829 de 1960, involucró a mas de cien personas, en su mayoría
campesinos. Algunas de los indiciados habían sido figuras notables en el
proceso insurreccional. Las autoridades le dieron al juicio una proyección
nacional, fue trasmitido por radio, y el público que presenció el proceso, eran
en su mayoría miembros del ejército rebelde y antiguos compañeros de lucha de
algunos de los procesados. La sede del espectáculo fue el teatro del regimiento
Leoncio Vidal de Santa Clara.
Héctor Caraballo, recuerda que la mayoría de los familiares de los presos
se aglomeraron en las proximidades del inmueble y que cercanos a ellos, estaban
los partidarios del régimen que gritaban desaforadamente paredón. Señala
Caraballo que las madres y esposas de los procesados, en su mayoría campesinos
de apariencia muy humildes, le pedían a los oficiales que custodiaban la
entrada del teatro que les permitieran pasar para ver a sus deudos, derecho que
le fue otorgado a muy pocas personas.
En varios lugares de la isla hubo protestas, pero las más fuertes fueron en
Santa Clara, el estudiante Luis Salvador Albertini cuenta que cientos de sus
compañeros se concentraron en la iglesia del Buen Viaje con el fin de marchar
por las calles de la ciudad para reclamar que la vida de los enjuiciados fuera
respetada, pero que como la convocatoria había sido pública, el gobierno
organizó a sus partidarios que armados de cabillas de hierro y bates de pelota,
golpearon brutalmente a los que se manifestaban.
Los acusados no contaron con una defensa apropiada. La mayoría de los
familiares de los incriminados no fueron informados de la fecha del juicio,
como tampoco de las sentencias, porque aquella noche no se dictó veredicto
alguno, aunque cinco hombres fueron fusilados.
El sacerdote Olegario Cifuentes los acompañó en el autobús en el que fueron
trasladados hasta el paredón de la finca La Campana, fertilizado, antes y
después, con la sangre de muchos cubanos. El padre Olegario habló con ellos,
les pidió que se confesaran y se ofreció para llevar un mensaje a sus
familiares. Una carta, minutos antes de caer ante la descarga, le fue entregada
por el comandante del ejército rebelde Plinio Prieto, quien antes de morir
dijo, “Tengo fe en Dios y en los Hombres”.
Porfirio R. Ramírez, Presidente de la Federación de Estudiantes Universitario
de la Universidad Central de Las Villas, FEU, también capitán del ejército
rebelde, fue uno de los fusilados. Su asesinato pasó desapercibido para las
organizaciones estudiantiles extranjeras y para la propia FEU cubana, ya que en
ese momento estaba integrada a la maquinaria opresora del castrismo. Los
ejecutores ya contaban con cómplices, en Cuba, y fuera de la isla.
Otros ejecutados fueron el capitán Sinesio Wahs Ríos, campesino que se
había alzado en armas contra el régimen anterior y que había confiado en la
Revolución, junto a él cayeron José A. Palomino Colon y Ángel Rodríguez del
Sol, hombres de la zona que solo conocían del trabajo, pero que sabían defender
sus derechos.
El crimen encerraba un mensaje. Un dirigente estudiantil que había estado
alzado en esa zona durante el régimen anterior, un líder sindical que había
sido comandante del ejército rebelde y que era muy querido en la región, y tres
hombres naturales de la comarca que disfrutaban del respeto y la simpatía de
los habitantes del territorio. Tanto el juicio como la ejecución tenían
implícito una amenaza para los campesinos que habían demostrado con su respaldo
a los alzados que no estaban de acuerdo con lo que estaba ocurriendo en el
país.
Un mensaje que no cumplió su objetivo, porque El Escambray se convirtió en
un reducto firme y heroico de la resistencia contra el comunismo. Cientos de
hombres en esas montañas y en otros lugares de la isla lucharon por años sin
armas, ni recursos, enfrentando a miles de efectivos militares de la dictadura
que contaban con todos los medios, incluyendo helicópteros, que desde el aire
masacraban a campesinos que simplemente querían ser dueños de sus tierras y de
sus vidas.
Plinio Prieto Ruiz
Laida A. Carro
El Veraz, Puerto Rico
El Veraz, Puerto Rico
En la Cuba de 1959 no tenía edad
para poder analizar la convulsión social, política, económica, cultural y
religiosa que estaba experimentando mi pais, ni tampoco tenia la capacidad de
poder ser interprete de sus protagonistas. Hoy, como activista por los derechos
humanos en Cuba y en honor a un triste acontecimiento al cual estoy vinculada
por lazos familiares debo pronunciarme acerca del periodista y politico cubano
Jose Pardo Llada, quien recientemente regreso a Cuba tras 43 años de ausencia y
ha hecho declaraciones publicas muy lamentables sobre la realidad de un país
que ha sufrido demasiado.
En 1960, mi abuela, María Caridad Ruiz, madre de PLINIO PRIETO RUIZ, maestro de inglés alzado en el Escambray con el
grado de Comandante, primero contra Batista y luego contra el régimen de Fidel
Castro, presenció en la ciudad de Santa Clara uno de los numerosos eventos que
inculpan a Pardo Llada de instigar el asesinato de sus propios compatriotas.
El 12 de octubre de 1960, mi tío
Plinio fue ejecutado diez días después de haber sido apresado junto a cuatro
patriotas cubanos mas: Porfirio Ramírez, Sinesio Walsh, José Palomino Y Ángel
Rodríguez Del Sol. El crimen ocurrió antes de dictarse sentencia en un juicio
donde mas de 200 cubanos fueron acusados de conspirar con el fin de
desestabilizar al gobierno comunista de la isla.
A continuación, reproduzco un
fragmento de la entrevista hecha a mi abuela María Caridad Ruiz Delgado en el
exilio, publicada por el periódico AVANCE el día 3 de marzo de 1961, solo cinco
meses después de sufrir lo que han padecido miles de madres cubanas durante
casi 46 años:
«El abogado que nosotros designamos
no pudo ver a Plinio antes del juicio, pues los tenían incomunicados. Solo lo vio
en el acto de la primera y única sesión. Plinio no declaró nada en el juicio,
que empezó a las 3 de la tarde. En Santa Clara había una gran tensión popular.
Era un espectáculo trágico lo que se veía en las calles. Habían llevado como
130 acusados, los cuales fueron detenidos -muchos de ellos- en sus propias
casas, acabados de bañar y de afeitarse. También sacaron de La Cabaña y de El
Morro a otros. Los familiares de todos esos presos, muchos de ellos guajiros
faltos de recursos hasta para lo mas necesario, deambulaban de un lado para
otro, llorando e implorando. En las iglesias del Carmen y del Cristo del Buen
Viaje se reunieron mujeres y hombres para orar por ellos, pero el alcalde sacó
camiones de Obras Publicas cargados de gentuza y apedrearon las iglesias,
mientras unos cuantos iban a la casa donde yo estaba hospedada y abrieron mis
maletas y me tiraron las ropas por dondequiera, preguntando sarcásticamente si
yo iba a pasear. En el parque las autoridades reunieron al pueblo y a traves de
los micrófonos gritaban "PAREDON y PICADILLO".
Querían que los descuartizaran. Yo pude
ver a mi hijo por última vez con alguna familia, eran las 11 de la mañana del
día 11 (1960). Pero antes había estado haciendo gestiones inútiles con esa
finalidad. Muchos me decían que los iban a matar, pero otros me inyectaban
esperanzas. Al juicio no dejaron entrar a los periodistas americanos, pero si
entraron los rusos y Pardo Llada. Pardo Llada, en una trasmisión por radio de
ese día, y mucho antes del juicio, anunció que serían condenados a muerte
cuatro acusados; tanto es así que solo tenían preparados cuatro ataúdes en el
lugar de la ejecución.
Fui a ver a Cardet, Presidente del
Tribunal, pero solo me recibió una hermana suya, la que llorando me dijo que
Cardet nada podía hacer porque Juan Escalona, ayudante de Raul Castro, había
traído la sentencia ya hecha desde La Habana.
Mi entrevista con Plinio fue
terrible. Él me preguntó por su esposa y por sus hijos. Me dijo que en
Cumanayagua, cuando lo detuvieron, le quitaron su reloj pulsera y su cadena, y
me recomendó las recogiera porque eso pertenecía a sus hijos. Un tipo alto
venía cada rato para decir que cortaran la entrevista. Así, fue la última vez que
vi a mi hijo Plinio.
Permitieron que un padre de la
Iglesia La Pastora los acompañara, Plinio se confesó y los demás lo imitaron.
El Padre me dijo que había tenido mucho valor. Nosotros supimos la noche del
fusilamiento cuando fuimos al Escuadrón 31, porque en ninguna parte nos daban
noticias. Pensamos que nos entregarían los cadáveres, pero no. Los llevaron al
cementerio y los metieron en unas fosas abiertas a la entrada del mismo. Les
pusieron una tarjeta con los nombres, pero no dejaron entrar a nadie. El
cementerio estaba lleno de milicianos y milicianas. Al otro día logramos entrar
y arreglar la sepultura de Plinio poniéndole una cruz. El pueblo, sin embargo,
trepó por las tapias y cubrió de flores las cinco tumbas. Sobre la de Ramírez
había una corona que figuraba una mano en actitud acusadora».
La señora Ruiz no puede contener el
llanto, y nosotros respetamos su silencio, Pero reponiéndose, nos pide que
hagamos constar que, en su desesperación, acudió a muchas personas, pero que
nadie pudo servirla en sus demandas a favor de su hijo, porque todos temen al
terror y a las represalias del régimen imperante.
Agrega la señora Ruiz Delgado que
también Gutiérrez Menoyo trató de eliminar físicamente a Plinio, para lo cual
quiso utilizar a dos guajiros que habían llegado a ser oficiales en la
guerrilla de Plinio, pero que al hacer la reorganización de las fuerzas,
después de la victoria, habían sido relegados y quedaron como soldados de fila.
Menoyo les ofreció restituirles los grados si asesinaban a Plinio, pero ellos
rehusaron la encomienda.
Muchos detalles más nos ofreció la
madre de Plinio Prieto en su nerviosa y prolija conversación, pero es imposible
recogerlos todos en un reportaje, como el que hacemos. Para ella no existe otro
tema sobre el cual versar que no sea el martirio de su pobre hijo. La tratan de
consolar los que le quedan vivos, pero ellos también están transidos de dolor y
son incapaces para contener el llanto, que los une a los tres en una comunión
de amarguras.
Tras la lectura de esta patética
narración el lector podrá darse cuenta cómo se juega con la vida de los hombres
y cómo se asesinan sin piedad tras juicios
simulados con sentencias dictadas a priori, las cuales son conocidas y
anunciadas por los comentaristas radiales que lamen las botas del dictador, con
muchas horas de anticipación a la comparecencia de los acusados ante sus
titulados jueces.
Algún día, no muy lejano por
cierto, la Justicia de los Hombres caerá implacable sobre estos desalmados y la
Historia tendrá para ellos el calificativo terrible que les corresponde como
causantes de tanto dolor, de tanta sangre derramada, y de tanto luto en la
familia cubana
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