SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO
(7ª Entrega)
Por José Ignacio Rasco
LA ESTRATEGIA CASTRO-COMUNISTA,
¿ES CASTRO COMUNISTA?
Esta es una eterna discusión entre los
adictos al tema de la Revolución castrista. No es fácil dar una respuesta de sí
o no. Los que por privilegio -o infortunio de las circunstancias- pudimos
penetrar un tanto en el laberíntico proceso mental del “líder máximo”, y de
algunos de sus acólitos, podemos concluir nuestra tesis.
Respeto, pues, las
opiniones contrarias, pero para mí ya no cabe la menor duda de que Castro es,
fue y será, marxista-leninista como él mismo terminó por decir -y desde
entonces nunca se desdijo-. Ahora mismo, cuando se ha quedado prácticamente
solo, con un país en ascuas, el testarudo gerifalte del único gobierno
comunista en América, sigue izando la bandera roja.
Hubiera sido muy fácil, por
justificaciones económicas, haber dado el viraje, lo que le habría ganado la
simpatía y la ayuda de los Estados Unidos y de casi todos los países de Europa
y de América Latina. Incluso de la desvencijada Unión Soviética a la que
hubiera podido servir hasta de modelo. Acaso así Castro podría recuperar parte
de su carisma hoy tan arrugado por sus fracasos e impotencias.
Si por los frutos los conoceréis ahí
tenemos a Castro dueño y señor de la revolución marxista, quizás más ortodoxa
de todas las que se conocen. Creo que nadie -ni siquiera los rusos- alcanzaron
la velocidad y aceleración de los primeros tiempos de la revolución totalitaria
en que resultó el trágico ensayo cubano.
Las drásticas reformas en Cuba, en
1959, 60 y 61 no tienen que envidiar nada de lo que se hizo en Checoslovaquia,
Hungría, Polonia o en la misma Unión Soviética en los primeros años de
imposición marxista. La comunización
de Cuba dejó pequeños otros procesos similares. Si Castro siempre decidía todo
y la revolución resultó marxista, fue justamente porque el máximo líder lo
quería. De lo contrario la revolución hubiera seguido el curso democrático que
el pueblo buscaba.
Desde el principio, siguiendo el
patrón comunista, se concentró en montar su sistema de propaganda y su aparato
represivo de inteligencia y terrorismo. La efectividad mayor de este régimen ha
recaído en su capacidad publicitaria -Castro tiene mucho de Goebbel- y en su
poderoso instrumento policiaco-militar de seguridad. -Castro tiene mucho de
Stalin-. Esos han sido sus dos grandes éxitos: la propaganda y la represión y
siempre en íntima dependencia del culto a la personalidad del “líder máximo”.
FIDELO-COMUNISTA
El argumento esgrimido por algunos de
que Fidel es fidelista antes que todo, olvida que Stalin fue stalinista primero
que comunista como Kruschev fue kruchevista, Lenin leninista, o Ramiz Alia,
ramizista. El comunismo ha sido un medio más que un fin para buscar el poder
absoluto de sus líderes y mantenerse en él, ha sido un ropaje para vestir la
dictadura del proletariado lo mismo en Cuba que en otros países. Y en ningún
caso se ha seguido al pie de la letra el recetario marxista-leninista para
alcanzar el poder o mantenerlo. El individualismo de los jefes ha primado sobre
el colectivismo socialista, es decir el capitalismo de estado.
FIDELO-OPORTUNISTA
Tampoco el hecho de que Castro sea un
oportunista -que lo es- es razón suficiente para conceder que no es comunista.
No conozco un solo capitoste del comunismo internacional que no sea
oportunista. El terrible Honecker también lo fue como todos sus sucesores, como
Jaruzelski o Gomulka en Polonia, como Zhivkovo en Bulgaria. Que Castro pudo
haber sido nazista tampoco lo exime de su totalitarismo marxista.
Cualquiera -o
al menos algunos- de los líderes marxistas pudieron haber cambiado la hoz y el
martillo por la misma swástica si el nazismo estuviera de moda o se hubiera
impuesto. Después de todo el nacional-socialismo y el socialismo marxista son
primos hermanos bien llevados. Por ello supieron firmar pactos de no agresión
cuando las conveniencias así lo aconsejaron.
Que Castro tiene mucho de nazista es
cierto. Lo cual sólo refuerza su condición de comunista manipulador y si
hubiera habido vientos favorables a su ascensión por la escalera nazi-fascista
lo hubiera hecho. Pero su sentido estratégico le dijo que no era el momento
para ser nazista ni siquiera para ser un dictador tropical. Por eso no quiso
ser tampoco un mero autócrata al estilo de Batista, Somoza, Strossner, Pérez
Jiménez o cualquier otro al uso.
Le provocaba más la figura de un Tito -que fue
también profundamente titoista- o el chino Mao que jugó todo tipo de cartas
para mantenerse en el poder. En su oportunismo la carta marxista-leninista fue
la escogida. La motivación se aprovechó de la oportunidad.
Creo que si no hubiera habido toda una
concepción ideológico-estratégica definida, Castro no se hubiera lanzado en
busca de un socialismo marxista, a 90 millas del Tío Sam, que en un principio
estuvo feliz y presto para encauzar a Cuba por la vía democrática y capitalista
como correspondía a sus mejores intereses. Pero Castro aspiraba a ser algo más
que un dictador títere de los Estados Unidos.
Y prefirió escoger su carta marxista,
en una etapa de guerra fría, a pesar de que su triunfo se debió, en gran parte,
a la actitud final de los Estados Unidos contra Batista, al cual abandonaron y
le decretaron un embargo de armas que sirvió de jaque mate para acorralar al
entreguista ejército batistiano. Así se dio luego la paradoja de que los dos
grandes poderes del mundo, a partir de Kennedy y Kruschev, se convirtieron en
los mejores guardaespaldas de la tiranía castrista o castro-comunista.
DE LA NEGACIÓN A LA AFIRMACIÓN
Que Castro negara reiteradamente su
condición de comunista en una Cuba, donde la simpatía hacia esa ideología era
realmente muy pobre, es explicable. Castro, que, de tonto no tiene un pelo, lo
sabía perfectamente y, por eso, reiteradamente, en público y en privado, negaba
su posición y su mentalidad comunista. El uso de la mentira, así como cualquier
medio que sirva en un momento dado a la revolución, es un principio muy
leninista, tal vez aprendido de Maquiavelo.
La dialéctica marxista, por otra
parte, hace de las contradicciones toda una teoría para su desarrollo. Sólo
cuando las condiciones objetivas y subjetivas son propicias para la definición
se reconoce el hecho. Mao-Tse-Tung, en la China, al principio se presentaba
como un mero reformador agrario.
El Partido Comunista de Cuba, dominado
por la vieja guardia, no quiso apostar inicialmente por este joven
revolucionario que surgía. Castro pretendía dominar y por eso prefirió no
pertenecer a sus huestes, como sí lo hizo Raúl en 1953. Prefirió prepararse
para manipular el viejo esquema cuando lo creyera oportuno. Para ello, desde la
Universidad, ya empezó, como hemos visto, a codearse con todos los elementos
filo-comunistas y comunistas, buscando aliados para acaparar el control.
Lo mismo trató de hacer en el Partido
Ortodoxo que, paradójicamente, tenía como dirigente a Chibás, bien
anticomunista, pero la organización estaba minada por comunistas más o menos
confesos en aquella época. Hay que recordar que aunque el comunismo cubano no
tenía fuerza electoral de primera potencia sí poseía disciplina, organización y
afanes de infiltración y de conquista del poder, desde que Fabio Grobart
comenzó su diligente labor de zapa. Antes de salir el Granma de Méjico, el
caldo comunista ya hervía. El Che no se incorporó de ingenuo en la partida.
Pero la CIA dormía mientras la KGB actuaba. Las guerrillas calientes entibiaban
la guerra fría.
CONTRADICCIONES DIALÉCTICAS
En el Moncada combatieron sólo dos
comunistas reconocidos. Según Melba Hernández, entre los moncadistas estaba prohibido mencionar las tesis marxistas. Pero
tampoco hubo críticas al comunismo por parte de Fidel en su etapa
insurreccional. Sin embargo, la propia Melba Hernández sostuvo que Abel
Santamaría -muerto en el Moncada- siempre insistió en la necesidad de que Fidel
se hiciera comunista. En el famoso discurso «La Historia me Absolverá» -que
tiene un buen tramo de plagio a Hitler- entre líneas, en interpretación de
Gastón Baquero, se podía sospechar un espíritu marxista larvado.
Debray ha insistido, que en la técnica
cubana, Castro sustituyó el Partido por el Ejército. Acaso por eso el Che decía
que el ejército de las sierras ya podía contar con un programa mínimo de
acción, puesto que en sus tropas el adoctrinamiento no era escaso. Nunca se
olvide que para Castro todos los métodos y medios son buenos siempre y cuando
sean útiles para sus planes, independientemente de que resulten ortodoxos o
heterodoxos desde el punto de vista marxista-leninista.
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