Rebeca Montero,
La Habana | 25/09/2012
Lugar: explanada frente al Palacio Nacional. Día:
28 de septiembre de 1960. Fidel Castro se dirige al pueblo para informar sobre
su reciente viaje a los Estados Unidos. Se lamenta por la suerte de los cubanos
que allí encontró, aquellos que abandonaron la Isla huyendo de la dictadura: «¡Y qué triste que una parte de nuestro pueblo haya tenido que arrancarse del
suelo de la Patria! (…) ¡que esa parte de nuestro pueblo tenga que vivir en el
extranjero y qué suerte tan dura la de esos cubanos!». Los llama los “verdaderos
héroes de la revolución (…) esos cubanos que allá gritan: ¡Malanga sí, chicle
no!”
Explota un petardo. «¡Fíjate bien… Fíjate bien,
en el mismo momento en que estaba hablando del imperialismo sonó el petardo».
Se vuelve hacia los que lo acompañan: «¿Lo cogieron, no hay noticias?»
Gira al
frente y, casi ronco, anuncia a la multitud enfebrecida que grita “¡Paredón!”: «Vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva, que todo
el mundo sepa quién vive en la manzana y qué hace el que vive en la manzana y
qué relaciones tuvo con la tiranía, y a qué se dedica, con quién se junta, en
qué actividades anda…»
Se escucha una segunda y oportuna explosión: «¡Déjenlas, déjenlas que suenen, que con eso están entrenando al pueblo en toda clase de ruidos!». Así nacieron los Comités de Defensa de la Revolución.
En rigor, desde varios días antes, los vecinos
interesados en defender la revolución se comenzaron a inscribir en comités de
barrios para la vigilancia, pero fue aquella escenografía dramática, en la
terraza del Palacio, la que marcó la fundación de los CDR. Los petardos sonaron
cuando tenían que sonar.
El logotipo para la identificación del nuevo
organismo se basaba en el grito espartano “con el escudo o sobre el escudo” que
no todos entendieron, pero en esos tiempos Fidel Castro aún exhibía rezagos de
sus lecturas humanistas.
Comenzamos a hacer guardias nocturnas. Al
principio eran solo cinco o seis cederistas
por cuadra, los más entusiastas, quienes creían que un marine pudiera aparecer
a la vuelta a la esquina en cualquier momento. Los CDR se constituyeron no solo
en las cuadras, también en los centros de trabajo, incluyendo un prostíbulo en
la calle Marina.
Primero fue la vigilancia, luego derivó a los
permisos hasta para sacar un mueble de su casa, los trabajos voluntarios, las
células de vigilancia o informantes de confianza del MININT (no eran todos), la
búsqueda de los estados de opinión, los registros para el racionamiento, el
reciclaje de materias primas, la supervisión en bodegas y carnicerías, las
campañas de vacunación, los círculos políticos, la limpieza de calles, la
invención de la caldosa…
En las zonas, distritos, municipios, provincias,
militaban cederistas sinceros en un
inicio. Hoy, en la mayoría de las cuadras, los cargos están ocupados por
personas que solo tratan de sobrevivir, de mirar hacia otro lado y no darse por
enterados de lo que sucede, las que buscan esconder lo que hacen en la
privacidad de sus casas, las que perjudican a otros por competencia o por
envidia, muy pocos por convicción; cualquiera puede ser el Presidente o el
Responsable de Vigilancia del CDR. No tiene sentido que el anciano Machado
Ventura confíe “en la madurez, fortaleza, fidelidad y compromiso de los
cederistas”, como hace poco dijo.
La malanga amarilla se perdió. La malanga blanca,
la de verdad, apenas se ve y, cuando hay, es cara. Un poco más barato es el
chopo (que no es malanga) y hay que saberlo encontrar. Por lo tanto, los
cubanos no tenemos opción: malanga, no, y chicle, tampoco.
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cubaencuentro.com
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