Oswaldo Payá…
Otro accidente en el que descarrila
la libertad de Cuba
Por
Pepe Forte
El
ataúd, tan grotescamente cuadrado como para hacerle honor a su otro
nombre de “caja de muerto”, era justo más que nunca eso mismo, porque se
trataba de uno made in Cuba después de 50 años de
aniquilante tiranía castrista. Tan magro, que ni tiraderas tenía para asirle, y
tan carente de molduras y relieves que, si no fuese lo que es, hasta habría
resultado hermoso por minimalista.
Que de las escaceses no escapa en La Isla
del Desencanto ni el traje final de la muerte… y vaya usted a saber si acaso no
era siquiera ni de madera aquél que aún en su patética simpleza iba cargado de
la gloria que sí no cabe en un grano de arroz, porque llevaba dentro a la
figura ya convertida en ícono de la disidencia cubana, el cadáver de Oswaldo
Payá Sardiñas.
Así se le vio rodeado de una multitud que a
duras penas podía manipular y desplazar al burdo embalaje, mientras en torno a
él se escuchaban gritos repetidos de ¡libertad, libertad!
Según la prensa oficialista cubana —la única
prevalente en el país por más de cinco décadas—, el fundador del Movimiento
Cristiano de Liberación en Cuba, murió alrededor de las 2:00 pm el domingo 22
de julio del 2012 a consecuencia de un accidente de tránsito en la carretera de
Bayamo a Las Tunas, a unos 800 kilómetros al Este de la capital, cuando el
conductor del vehículo rentado, un ciudadano español, Ángel Carromero Barrios,
perdió su control y terminó estrellándose contra un árbol a un costado de la
vía. En el asiento del pasajero delantero viajaba otro extranjero, el sueco Aron
Modig; ambos supervivieron al impacto, pero no Payá ni Harold Cepero, en la
banca trasera, quienes aparentemente ignoraron ponerse el cinturón de
seguridad.
En el Hospital Carlos Manuel de Céspedes de
Bayamo los dos fueron declarados muertos, aunque algunas fuentes señalan que
Payá falleció en la propia escena del choque.
La hija del célebre opositor y su hoy viuda
citan que no se trató de un “lamentable accidente de tránsito” en que perdieron
la vida dos ciudadanos sin nombre ni relieve social como reseñó secamente el
periódico Granma en un intento por desvestir de prominencia al hecho y a sus
protagonistas, sino que el auto en que viajaban los cuatro hombres fue
perseguido, acosado y embestido por otro hasta hacerle perder el rumbo y
conseguir el resultado de la noticia.
Huelgan las opiniones de las dos mujeres y las
sospechas de testigos o no, porque la eliminación física de sus adversarios ha
sido un patrón constante de conducta de Fidel Castro desde sus tiempos de
gángster-estudiante en la universidad de La Habana, hasta este instante a mucho
más de medio siglo de distancia. La coloratura diversa de sus víctimas enviadas
expeditamente por él al otro mundo va desde Manolo Castro hasta Oswaldo Payá,
pasando por Rolando Masferrer, Humberto Sorí Marín y Arnaldo Ochoa, por sólo
citar unos nombres de una lista que en realidad se desborda en un tétrico etc.
Y los “accidentes”, en los casos en que la
impunidad no le ha sido concedida, son el arma predilecta de su estalinista modus
operandis, que como práctica consustancial de su maquinaria cual
batón ahora traspasa al heredero de tal filosofía, su hermano Raúl. Mas Castro
afirma que el exilio cubano es la mafia…
Orbe y medio más que medio orbe, como ocurrió
con Laura Pollán, está convencido de que a Oswaldo Payá Sardiñas
lo asesinaron… que no se trató de una colisión automovilística, sino de un
operativo de la Seguridad del Estado cubana; aún si Payá hubiese supervivido al
choque, los tenebrosos miembros de la entidad más temida y odiada de Cuba,
disfrazados de médicos habrían puesto final a su vida al llegar al hospital. Y
aún falta el último acto de la opereta: los dos supervivientes del episodio, el
sueco y el español —ambos harán del segundo—, chantajeados a costa de su
integridad física y la de sus respectivas familias aún a miles de kilómetros de
Cuba, dirán a los medios que sí, que se trató de un accidente, no de un
asesinato político y de estado. No importa que exista un registro de video en
el que se aprecia que al auto de la Pollán le hicieron lo mismo, que tal cual
le ocurrió hace semanas al propio Payá en La Habana y que, mucho antes, el lado
del autobús de ruta en que se desplazaba el fundador del movimiento por los
Derechos Humanos en Cuba, Ricardo Boffil, fue acometido por un camión.
La pérdida de Payá no sólo es irremediable, sino
grave. Como la luz del único faro que ya iba quedando, la cabeza más visible y
de más prominencia en el esquema de la oposición y disidencia cubana era él.
Mas no fue su brillo internacional en tanto que recipiente del Premio Sajárov,
sus múltiples nominaciones al Premio Nobel de la Paz, ni su paralelismo con
Václav Havel sino su condición de caballo de Frisia para los planes de
supervivencia del castrismo lo que firmó su sentencia de muerte. Eliminar su
presencia física era asunto capital para la tiranía de frente a una probable
reelección de Barack Obama y por tanto de una distensión hacia el caso cubano
como una de las movidas clave para completar la estrategia final para alcanzar
por desgaste la aceptación del regímen lavado con el detergente del modelo
chino. Y, de paso, la venganza —coincidentemente también china por paciente—,
de castigar con el castigo supremo al hombre que más daño le hizo.
A diferencia del resto de la valiosa disidencia
y oposición cubana, fue Oswaldo Payá Sardiñas quien subrayó más que nadie el
carácter enfermizamente totalitario y antidemocrático por antonomasia del
castrismo, al utilizar sus propias herramientas para desenmascararlo. Inicialmente,
Payá intentó la nominación a las capas del llamado Poder Popular desde su
conocida pose de ciudadano desafecto al sistema, lo cual, desde todo punto
aunque era inviable bajo la “moralidad” socialista, sin embargo no era
inconstitucional a la sombra del amañado documento rector de la sociedad cubana
de 1976, que derogó la famosa Constitución de 1940. Luego, Payá obligó a
hermetizar más aún la constitución del 76 cuando, al amparo de lo que ella
misma predica, logró más de 11 mil firmas para el establecimiento de un
proyecto político no marxista. Once mil rúbricas contestatarias, una cantidad
monstruosa para lograr en un país en que el terror de la maquinaria política
estatal deja inerme por miedo a miles de personas en una plaza pública en torno
a un ciudadano que reclama libertad a voz en cuello…
Demasiadas afrentas como para que los Castro
las pasaran por alto.
Qué tragedia la muerte de Payá. Y cuán indecente
el modo en que un gobierno que no lo es, un poder tan omnímodo como ilegítimo,
pareciera que celebra con regocijo con esta acción, otro aniversario más en el
mismo mes del hundimiento del remolcador "13 de marzo" que fue, hmmm…
¿un accidente?
Pero de algo podrán estar seguros los
castristas: que cuando mañana la justicia caiga sobre ellos, será cualquier
cosa menos accidental.
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