Las campanas
Ana Dolores García
Las campanas ya eran conocidas y usadas en los
tiempos de apogeo de los pueblos
egipcios y asiáticos y por griegos y
romanos. Estos últimos las llamaban “tintinábulas”.
Cuando los cristianos comenzaron a construir sus
templos en Roma y luego en todo el imperio, las empezaron a usar algo
tardíamente, porque en los primeros siglos del cristianismo los anuncios los
realizaban diáconos llamados “cursores” de puerta en puerta, hasta que comenzaron a usar palillos de
madera o metal, y bocinas para provocar ruido y llamar la atención a sus
anuncios. Cuando comenzaron a usar campanas, los cristianos les dieron por
nombre “signum”, o sea, signo, señal, porque su tañido avisaba las liturgias o
reuniones próximas a celebrarse.
En el siglo VII, tal vez
incluso antes, habían crecido en número y tamaño y ya se les conocía con el
nombre de “campanas” porque fue
precisamente en la región italiana de “Campania” donde se intensificó la
fundición de metales para su elaboración.
Aunque en
sus primeros siglos las campanas fueran de pequeño tamaño, ya en el
siglo XIII comenzaron a adquirir grandes dimensiones, hechas siempre de bronce,
elemento básico combinado con otros metales. Más elegantes y refinadas, las
pequeñas campanillas de uso casero se hacían generalmente de oro, plata o cerámica.
A medida que fueron cambiando de tamaño, las
campanas también lo han ido haciendo en su forma. Las mas antiguas entre los
irlandeses eran cuadradas, algo así como
una esquila de gran tamaño. Ya en los primeros siglos de la Edad Media
prevaleció la forma de dedal en toda la región del Lacio, forma que evolucionó
haciéndose mas alargada a partir del
románico. Definitivamente y desde
el siglo XVI tomaron la forma que
aún hoy mantienen.
Las grandes campanas de
las iglesias dieron lugar a las altas torres. Colocarlas a una buena altura era
imprescindible para que su tañido pudiera ser escuchado a grandes distancias. Su
uso se amplió y ya no solo servían para anunciar los cultos, el ángelus o los
duelos, sino también de prudente aviso a
las poblaciones de peligros tales como fuegos, práctica todavía hoy común en
las pequeñas aldeas.
Se ha señalado que las torres de las iglesias
cristianas equivalen a los minaretes de las mezquitas y que las campanas
remedan a los almuédanos que anuncian la hora de la oración. El caso es que los
musulmanes consideran que el fuerte tañido de las campanas “asusta” a los espíritus,
por lo que nunca han sido partidarios de
su uso.
Por ello, cuando a medida que invadían territorios de
la Hispania visigoda y convertían las iglesias en mezquitas, bajaban las
campanas y las empleaban como objetos de adorno en sus palacios.
Como referencia queda el hecho histórico de lo
sucedido a las campanas de la catedral de Santiago de Compostela en el extremo
noroccidental, al llegar hasta allí en 997 las huestes sarracenas del temible
Almanzor, que ordenó fueran llevadas por esclavos cristianos hasta su feudo en Córdoba, territorio del Al-Ándalus en el sur
de la península. Poco mas de doscientos años después, Fernando III logró
recuperarlas y regresarlas a Compostela. Naturalmente, esta vez fueron a
hombros de musulmanes.
Entre las campanas mas antiguas que aún se conservan
en el mundo están algunas irlandesas de hierro (verdaderamente se trata de
campanillas), como la de San Patricio, del siglo V, que se halla en el Museo de
Dublín. Del siglo VII existe todavía una campana de bronce en Noyón, Francia. Y
España cuenta con la del abad Sansón en el Museo de Córdoba, con una inscripción
de finales del siglo X.
La campana
catedralicia mas antigua en funcionamiento en España es la de la catedral de
Oviedo, del año 1219. Lleva por nombre “Wamba” en honor al rey visigodo de
igual nombre.
Le sigue en
orden de antigüedad la de la torre del Minarete en la catedral de Valencia,
llamada “María Caterina” (1305).
La catedral de Málaga posee nada menos que 37
campanas, entre ellas la
mayor campana de volteo en funcionamiento, con un peso de 4,000 kg.
Pero la mas grande de todas es “La Gorda”, de la
catedral de Toledo, fundida a mediados del siglo XVIII. De ella
se decía que cuando la tocaban hacía abortar a las embarazadas, y que hasta se
podía oír en Madrid en algunos días. No en vano de ella se cantaba:
«Para campana grande, la de Toledo,
que caben siete sastres y un zapatero
y tocando los maitines, el campanero»
Aún mayor que esta es “La
Zarina”, en el Kremlin de Moscu, aunque nunca llegó a sonar porque se rompió
mientras la fundían. (1737).
La Historia nos muestra anécdotas increíbles sobre
algunas campanas. “Honorata”, la campana de la catedral de Barcelona, fue
sentenciada a muerte por Felipe V en el año 1714. ¿Motivo? Haber tocado a rebato contra el ejército del
rey durante el sitio de la ciudad. En cumplimiento de la sentencia real, la
bajaron de la torre, la destrozaron en medio de una plaza y la fundieron para
hacer cañones.
Suerte similar -aunque saliera con vida-, corrió la
campana de la iglesia de san Demetrio en Uglish, Rusia, por haber llamado a la
insurrección ante el asesinato del zarevich Demetrio por Boris Godunov,
pretendiente al trono, hecho ocurrido a finales del siglo XVII. El asesino
ordenó que la campana fuera azotada públicamente, se le cortara una oreja, (que
no era sino una de sus asas), y además la lengua, que por supuesto era el badajo.
Después de todo esto la mandó desterrada
a Siberia. De vuelta a Uglish al cabo de los siglos, la campana hoy en día es
objeto de veneración por parte del pueblo.
Se ha dicho que las campanas despiertan a los
dormidos, convocan a los vivos y lloran a los muertos. Indudablemente hacen más
que eso y, aunque rajadas, siguen tañendo simbólicamente en la historia de los
pueblos. Tal es la campana que se conserva y venera en Filadelfia, Estados Unidos, que
es la misma que convocó a la lectura de la Declaración de Independencia el 4 de
julio de 1776.
Y en Japón, en el Parque de la Paz de Nagasaki, se
realiza cada 9 de agosto una oración colectiva en memoria de las víctimas del
bombardeo atómico de 1945, mientras solo se escucha el toque de las campanas de
toda la ciudad.
Fuentes:
Antxon Aguirre Sorondo, diario Vasco.
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