La mole de la
catedral de la Almudena de Madrid, se levanta poderosa, encaramada sobre el promontorio
donde hace mil años nació la ciudad. Unos metros más abajo discurre el
humilde Manzanares, el aprendiz de río vilipendiado hasta la extenuación.
Cuentan que, en cierta ocasión, un regidor de la Villa invitó a Lope de Vega
a la inauguración de un puente. El dramaturgo se presentó en la ribera y, al
ver el contraste entre la magnificencia del puente y la miseria del río, le
dijo al regidor que Madrid tenía que elegir entre comprarse un río o
vender el puente.
Hoy, después varias obras hidráulicas que han estabilizado
su caudal y le han devuelto la limpieza al agua, la ciudad puede tener las
dos cosas: agua (aunque no mucha) y pequeños puentes como el de la reina
Victoria, construído en 1908.
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