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Vuelo 6620
Adonis G.B.,
de nacionalidad cubana y de unos 23 años, podría haber muerto por aplastamiento, ya que su
cadáver presentaba heridas en el tórax y en la cabeza, según
informaron a EFE fuentes aeroportuarias. El
cuerpo sin vida de un joven apareció en el tren de aterrizaje de una
aeronave de Iberia que partió de La Habana y aterrizó
en el aeropuerto madrileño de Barajas. El cuerpo fue
localizado en el tren trasero de aterrizaje cuando el vuelo de Iberia 6620 llegó al aeropuerto de
Barajas a las 13:50, hora local
Por Gina Montaner
Hay viajes que uno nunca quisiera emprender. El cuerpo sin vida del cubano
Adonis G. B. será repatriado de Madrid a La Habana cuando la embajada del país
del que huyó lo devuelva a Cuba. Así de cruel y caprichosa es la vida. El deseo
de este joven de 23 años era escapar del encierro de aquella isla maldita. Y ni
siquiera se cumplirá su última voluntad.
En un primer momento la instantánea resultó confusa: una masa alargada
sobresale del tren de aterrizaje de un avión de Iberia recién llegado al
aeropuerto de Barajas. El ojo humano tarda unos segundos en descifrar el
contorno hasta reconocer las líneas de un torso desnudo que se ha deslizado del
estrecho recoveco de la aeronave. Y luego la cabeza, los brazos entumecidos, la
espalda amoratada. Una dura imagen extrañamente armoniosa en la composición
perfecta de una foto tomada al azar. Es el cuerpo inerte de Adonis G. B., pero
bien pudiera ser una escultura fetal de Henry Moore, uno de los tortuosos
bustos que el pintor cubano Servando Cabrera dibujó en rojo y negro. O uno de
los talles heridos y amordazados que otro compatriota de Servando, el gran
Rolando Dirube, pintó en el exilio evocando el presidio político cubano.
En su locura por fugarse a cualquier precio de esa cárcel que es Cuba,
Adonis G. B. fantaseó con rozar la libertad aferrado como un pájaro indefenso a
un monstruoso aparato de hierro. Nunca sabremos en qué instante del fatídico
viaje se durmió para siempre arrullado por el silencio y el frío. Aterido,
violeta y finalmente libre. Ajeno al tintineo de las copas de cristal en clase
Business. Nadie le dedicó un brindis al polizón y sus quimeras.
No conocemos el rostro de Adonis G. B. Si acaso murió con la mueca de una
triste sonrisa en su desesperada y juvenil ilusión de creerse liberado al fin. Sin
más bultos que el suicida coraje de quien está convencido de que podrá
sobrevivir al periplo improbable colgado de un hilo entre nubes y hielos. Un
torso diminuto y frágil que navega en el cielo. Insubordinado y dormido.
Si hubiese justicia en este puerco mundo, a nadie se le ocurriría devolver
a Adonis G. B. al infierno del que se evadió a costa de su propia vida. Su
torso inmortalizado debería descansar a salvo de cadenas y servidumbres. El
regreso de la mortaja en la abrigada panza de un avión es demasiado agravio
para su corta existencia. Ahora sí tiene el billete que no pudo comprar en
vida. El brindis. Las risas livianas en la cabina. En su delirio de altura
Adonis siente que toca tierra firme en una ciudad con primaveras. Percibe un
débil aleteo. Es su corazón antes de apagarse. Hace frío y todo es azul.
Nadie esperaba a Adonis G. B. en Barajas. El suyo era un viaje solitario. Sin
maletas ni pasaporte. Un ave extraviada buscando refugio en el ala de otra
gigante y metálica. No basta una ensoñación ni el brío de un torso varonil para
aferrarse a la alucinación de que la vida está en otra parte. El avión de
Iberia 6620 se elevó sobre La Habana y el polizón divisó la inmensidad del mar.
Fue lo último que vieron sus ojos de muchacho loco que se atrevió a soñar.
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Reproducido de El Nuevo Herald
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