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El escándalo
en torno a las "Madres de Mayo"
- El escándalo por el millonario fraude en el grupo de defensa de los derechos humanos más conocido de América Latina sacude a la sociedad argentina y a su Gobierno
Soledad
Gallego-Díaz –
Buenos Aires - 19/06/2011
Mucha gente sabía en Buenos Aires que el apoderado
de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Sergio Schoklender, de 53 años, el
hombre con gafas oscuras, siempre al lado de Hebe de Bonafini, andaba en avión
privado, tenia un Ferrari e, incluso, paseaba en yate por el río de la Plata. También
que el dinero que manejaba podía estar saliendo de los cuantiosos fondos
públicos que entregaba el Gobierno a la asociación para realizar obras
sociales. Mucha gente lo sabía, pero nadie hizo nada, hasta que el escándalo
estalló con toda su fuerza y en pocos días alcanzó a la propia Hebe, presidenta
de la asociación y el mejor exponente de los problemas que existen en Argentina
con grupos de defensa de los derechos humanos, a los que el Gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner, y buena parte de la sociedad, han considerado,
hasta ahora, ajenos a cualquier control o crítica.
En el caso de las Madres, la organización más famosa y
activa, dos diputadas de Coalición Cívica presentaron hace ya un año una
solicitud para investigar el destino que se estaba dando a los cuantiosos
fondos públicos que recibía, pero nadie se sintió con ánimo para abrir el caso
y enfrentar a Hebe. Según ella, eran "pelotudeces". Hoy, esta mujer
de 82 años, que encarnó como nadie la resistencia a la dictadura, tiene que
explicar que no conocía los manejos corruptos de sus protegidos y defenderse
alegando que es una mujer anciana, engañada y estafada. Arrastrada por el
tumulto, De Bonafini reclama ahora que Sergio Schoklender y su hermano Pablo,
que también trabaja en la fundación, sean castigados duramente. "Esos
malditos tienen que ir a la cárcel para siempre", se despachó el viernes. Nadie
le acusa a ella de haberse beneficiado del dinero sustraído, pero sí de haber
permitido tanto descontrol. Claro que la acusación alcanza también, de lleno, a
los ministerios de donde salió el dinero, incapaces de seguirle el rastro.
El escándalo Schoklender tiene todos los elementos para
pasar por un folletín, pero es una tragedia. Una historia triste que sucede en
una sociedad herida, que todavía no termina de arreglar sus cuentas con la
brutal dictadura cívico-militar que padeció de 1976 a 1983. Treinta y cinco
años después, el tema de los derechos humanos sigue siendo en Argentina, mucho
más que en otro país latinoamericano, objeto de disputas y, lo peor, sigue
formando parte de la lucha partidaria cotidiana. Para la oposición, gran parte
de la responsabilidad recae en el fallecido presidente Néstor Kirchner, que
reclamó la defensa de los derechos humanos como si fuera patrimonio exclusivo
de su Gobierno, en lugar de un empeño nacional, y en algunos grupos sociales e
intelectuales conformes con ese estado de cosas.
Hebe de Bonafini es un caso paradigmático. En febrero de
1977 fue secuestrado su hijo mayor, Jorge. Diez meses después desapareció su
otro hijo, Raúl. Al año siguiente fue su nuera, la esposa de Jorge, la que fue
capturada. "Yo era una mujer del montón, un ama de casa más. No sabía
muchas cosas, no me interesaban. La cuestión económica, la situación política,
me eran totalmente ajenas", explicó ella misma. Pero tuvo el suficiente
coraje como para ayudar a fundar el grupo de madres de desaparecidos que rompió
el silencio manifestándose, día tras día, ante la Casa Rosada, con pañuelos
blancos que las identificaron para siempre. Con la llegada de la democracia, y
a diferencia de algunas de sus compañeras, Hebe decidió asumir la ideología
revolucionaria de sus hijos y acompañar sus reclamaciones por los derechos
humanos con una activa propaganda antinorteamericana y anticapitalista. La
batalla interna dentro de la organización finalizó con la salida de un grupo
que pasó a llamarse "Línea Fundadora" y la creación de las Abuelas de
Plaza de Mayo, que preside Estela de Carlotto, y que se concentra en la
localización de los bebés secuestrados por la dictadura y dados ilegalmente en
adopción.
Poco a poco, De Bonafini fue aumentando su participación
en la vida pública y su agresividad: defendió a ETA, se alegró sinceramente por
el atentado de las Torres Gemelas y arremetió con vehemencia contra quienes
criticaran a Néstor y Cristina Kirchner, sus grandes protectores. Todo quedaba
disculpado en la izquierda argentina. "Dura, exagerada, inclemente,
extrema, caprichosa, injuriosa como solo sabe injuriar quien fue brutalmente
dañado, todo eso ha sido la voz de Hebe", escribe el filósofo Ricardo
Foster, cercano al oficialismo. "Pero también ha sido una voz de la
memoria, de la recuperación de valores que fueron pisoteados por el odio de los
poderosos", agrega.
En ese ambiente, y sin que nadie le ayudara a ponerse
límites, Hebe de Bonafini fue creciendo y, con ella, la Asociación de Madres de
Plaza de Mayo, que pasó a desarrollar diversas obras sociales, entre ellas la
construcción de viviendas de bajo coste, y a disponer de una radio y una
universidad. Por cosas misteriosas de la vida, esta madre despojada de sus
hijos fue a caer en manos de los hermanos Sergio y Pablo Schoklender, que,
cuando tenían 23 y 20 años respectivamente, asesinaron a golpes a sus padres,
Mauricio, ingeniero y empresario, y Silvia, una mujer que se movía en la alta
burguesía porteña. Hebe conoció a Sergio en la cárcel y rápidamente le ofreció
trabajo para que pudieran disfrutar de libertad condicional. Nunca quedaron
claros los motivos del doble parricidio. Se sabe que Sergio quiso asumir toda
la responsabilidad y que su hermano Pablo, huido y finalmente condenado
también, le escribió una carta conmovedora en la que expresaba su afecto y
admiración.
El caso Schoklender, famosísimo en Argentina, tuvo
un final feliz, se dijo, porque Sergio se hizo abogado y psicólogo en sus años
de cárcel, y porque tanto él como su hermano decían haber encontrado la paz
trabajando con De Bonafini, con quien mantenían una relación casi filial. Sergio
se convirtió en un eficiente apoderado, empeñado aparentemente en desarrollar
la Misión Sueños Imposibles y construir centenares de viviendas sociales. Tras
las bambalinas, la realidad era mucho más amarga y los hermanos Schoklender
pueden haber estado creando un entramado de empresas paralelas que actuaban de
intermediario y cobraban de los fondos, unos 300 millones de dólares (210
millones de euros), que proporcionaba el Gobierno y cuyo rastro intentan seguir
ahora jueces, fiscales y auditores. El final, en definitiva, no ha podido ser
menos edificante: policías y funcionarios judiciales allanaron esta semana la
sede de Madres de Plaza de Mayo, un lugar que hasta hace unos días inspiraba un
respeto reverencial, en busca de documentos que den pistas sobre un posible lavado
de dinero.
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