De
comandante a presidente
Por Javier Otazu
Agencia EFE
LIMA.-- Dice que no es de
derechas ni de izquierdas, sino nacionalista. Dice que no quiere estatizar la
economía, pero sí dar más poder al Estado. Y dice que no está contra las
empresas extranjeras, sino a favor de las peruanas.
Ollanta Humala se ha pasado la campaña electoral disipando los miedos de quienes han visto en él a un peligroso “anti-sistema”, a un acólito de Hugo Chávez que iba a tirar por la borda el excepcional crecimiento económico peruano.
Ollanta Humala ya no es el que era en 2006, cuando se enfrentó con Alan García por la presidencia del país; ha moderado su discurso y sus gestos y ha renovado su guardarropía para ponerse un terno azul en lugar del polo rojo.
No le fue tan mal en 2006, pues en la segunda vuelta obtuvo el apoyo de algo más del 47% de los peruanos, pero lo cierto es que optó por el camino de la moderación y se trajo de Brasil a los asesores del expresidente Lula da Silva, cuyo modelo político y económico admira.
Ollanta Humala se ha pasado la campaña electoral disipando los miedos de quienes han visto en él a un peligroso “anti-sistema”, a un acólito de Hugo Chávez que iba a tirar por la borda el excepcional crecimiento económico peruano.
Ollanta Humala ya no es el que era en 2006, cuando se enfrentó con Alan García por la presidencia del país; ha moderado su discurso y sus gestos y ha renovado su guardarropía para ponerse un terno azul en lugar del polo rojo.
No le fue tan mal en 2006, pues en la segunda vuelta obtuvo el apoyo de algo más del 47% de los peruanos, pero lo cierto es que optó por el camino de la moderación y se trajo de Brasil a los asesores del expresidente Lula da Silva, cuyo modelo político y económico admira.
Sea o no obra de los asesores, lo cierto es que Humala ha pulido la rigidez militar que lo caracterizaba (no en vano pasó casi 25 años en los cuarteles) y ha perdido de paso el apelativo de “comandante” con el que le llamaban hasta casi anteayer sus propios allegados.
Sus enemigos políticos y el enorme aparato mediático que se puso contra él durante la campaña sostienen que es una cuestión de estrategia y que en realidad la piel de cordero no puede encubrir el lobo que se encuentra agazapado y manejado cual marioneta desde Caracas.
Si Ollanta no es en lo personal un izquierdista, se ha rodeado de toda la izquierda peruana, con las banderas clásicas del progresismo: sindicalistas, grupos pro derechos humanos, ecologistas, feministas y hasta la denostada “izquierda caviar”, la que discursea contra la pobreza con una copa de champán.
Sabiendo que tiene ganada a toda la izquierda, el nacionalista se ha preocupado de labrarse un rostro que pueda complacer también a la derecha: además de abundantes imágenes de “familia feliz” con su joven esposa Nadine y sus tres hijos, Ollanta no se ha privado ni de una fotografía con el ultraconservador Arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani (miembro del Opus Dei), con rosario en mano.
Ha suavizado los gestos, ha escondido el puño y las chalinas rojas, ha matizado su programa izquierdista y ha callado las palabras más combativas, pero los poderes fácticos -mediáticos, empresariales- no le han perdonado su pasado ni las dudas del presente cuando ha ido cambiando sus planes de gobierno para moderarse.
El mensaje de moderación sí ha convencido, al menos en parte, a personalidades como Mario Vargas Llosa o Alejandro Toledo, que han pedido públicamente el voto por “el guerrero que todo lo mira”, que es el significado del nombre incaico de Ollanta.
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