13 de diciembre de 2010



EL CORAZÓN QUE NO AGUANTÓ LA FAMA

Por Raúl Arce

Fue hace 25 años. Un corazón cubano cambiaba de dueño y no por los azares del amor, sino gracias a la culminación del primer trasplante que se practicaba en la isla.

Dado más a las efemérides que a las noticias, el periódico Granma recordó estos días el hito científico, prólogo de otra rocambolesca -y silenciada- intervención del Comandante en Jefe, omnipresente por aquellos tiempos (¿sólo en aquellos tiempos?) en cuanta esfera de la nación estuviera a su alcance… y también un poco más allá.

Poco después de la histórica operación quirúrgica, otro paciente de una sala de cardiología me hacía conocer, durante una helada noche de béisbol en el estadio Latinoamericano, cierto comentario del que fue testigo en un ambiente muy íntimo. El confidente era Verlio Victoria, a la sazón compañero mío de trabajo.

«Lo raro en Cuba -le dijo entonces a Victoria uno de los especialistas pioneros de aquella cirugía- es que aquí no se necesiten trasplantes por millares, porque a cada paso, y en el afán de resolver la gestión más simple, la gente es víctima de un berrinche tras otro».

Ahora me atrevo a hacer pública la anécdota porque quien la contó ya no está entre los vivos. Al médico, en cambio, prefiero no comprometerlo, así que no lo citaré por su nombre.

¿Y qué fue del receptor del miocardio ajeno en aquel ya lejano año de 1985?

Jorge Hernández Ocaña, el enfermo que volvía a la vida gracias a la ciencia, se había montado, sorpresiva e inmediatamente, al timón de un reluciente automóvil Lada de fabricación soviética, tocado por la varita mágica del hombre de verde olivo.

Convertido en celebridad, el paciente con órgano ajeno recibía cupones de gasolina del Consejo de Estado, era generosamente convidado a comer y a beber -por obra y gracia de directores de empresas que derrochaban recursos igualmente trasplantados- y comenzó a mostrarse solícito ante la curiosidad de un puñado de mujeres.

Aquello fue mucho para un solo corazón. Pocos años después, una escueta nota de la prensa oficial anunciaba el deceso de un cubano humilde cuya vida se había apagado, en buena medida, indefensa ante los excesos ajenos.

Remitido por Pedro A. Porro

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