Madres Cubanas
Ninoska Pérez Castellón
Ser periodista es un privilegio extraordinario. Casi siempre nos sitúa en el centro de la historia, mientras los hechos se desarrollan ante nuestros ojos. No conocí a un líder estudiantil llamado Pedro Luís Boitel, quien murió en una huelga de hambre en prisión en Cuba en 1972 pero pude entrevistar a su madre años después.
Nunca he olvidado el profundo dolor de aquella mujer que dormía en las afueras de la prisión del Castillo del Príncipe, en La Habana, mientras su hijo se encontraba en huelga de hambre y la crueldad del régimen fue de tal extremo que le avisaron de su muerte solo después que lo habían sepultado. De ahí sus palabras: “¿Y tengo que perdonar?”
El llanto y el dolor de las madres cubanas han sido algo constante desde el comienzo de la maldita revolución cubana. ¿A cuántas madres se les partió el corazón con los disparos que cercenaron las vidas de sus hijos ante el paredón de fusilamiento? ¿A cuántas madres se les apagó lentamente el latido de sus corazones con los años que pasaron sus hijas e hijos en las terribles prisiones castristas?
En el año 1993, en el pequeño poblado de Regla, un joven de 23 años, José Luis Quevedo Remolina fue asesinado por intentar huir del país. El crimen fue reportado por el régimen como un “disparo accidental”. A su madre, Esther, le entregaron el ataúd sellado, cuando lo abrió, se desmayó. Estas fueron sus declaraciones cuando la entrevisté: “Era un niño…lo mataron a culatazos, le rompieron la mandíbula, le destrozaron la boca, le dieron culatazos en el estómago…le reventaron los testículos.”
Cuando en marzo de 2003 entrevisté a la madre de Bárbaro Ledón Sevilla, su reclamo no tenía respuesta: “¿Por qué fusilaron a mi hijito?” En un intento por abandonar el país, Bárbaro, junto a otros dos jóvenes, desviaron la lancha de Regla. No hubo muertos, ni heridos, no le hicieron daño a nadie, pero Fidel Castro quería dar una lección ejemplarizante. Fueron arrestados, juzgados, sentenciados y fusilados en 72 horas. ¿Qué consuelo había para esa madre?
Eva Barbas se encontraba en Cuba cuando su hijo, Pablo Morales, fue pulverizado en espacio aéreo internacional por los MiGs castristas mientras realizaba una misión humanitaria de rescate de balseros. Era difícil para ella concebir lo que había sucedido a Pablo y a sus compañeros Carlos Costa, Mario de la Peña y Armando Alejandre. Pero lo que sí fue claro para aquella frágil mujer en aquel momento era que quienes habían disparado contra su hijo eran asesinos. Así lo dijo una y otra vez dentro de Cuba, denunciando sin tregua la crueldad de aquel crimen en el que habían ejecutado en los cielos a quienes viajaban armados de la buena voluntad de salvar vidas en el Estrecho de la Florida.
Recientemente, entrevisté en múltiples ocasiones a Reyna Luisa Tamayo, madre de Orlando Zapata Tamayo. Sentí a través del hilo telefónico la desesperación por tratar de salvar a su hijo de una prolongada huelga de hambre, donde el régimen castrista se ensañó negándole hasta el agua. Sus denuncias telefónicas nos llevaron paso a paso por el calvario de esa madre que llevaba años denunciando las brutales golpizas de las que su hijo era víctima.
Dos meses antes de su muerte, en este mismo espacio, publicamos la foto de Reyna Luisa con una camiseta ensangrentada que vestía su hijo durante una de las salvajes golpizas recibidas y que había sido sacada clandestinamente de prisión. Desafortunadamente, tuvo que morir Orlando Zapata Tamayo para que algunos quisieran escuchar. Después de su muerte, los golpes continuaron con su madre. Mujeres de distintas generaciones y creencias se unen en el infortunio, las une el dolor de perder a sus hijos, de llorar sin consuelo sus inmerecidas muertes.
Desde Miami, Eva Barbas dirigió una carta abierta a Reyna Luisa Tamayo en Cuba. Le dice: “Usted y yo hemos sido bendecidas. Pablito, como Orlando, era una excelente persona, un devoto cristiano y un buen cubano. Sé que usted, dentro de su infinito dolor, tiene el inmenso orgullo de haberle dado a Cuba un hijo íntegro, un hijo bueno. Su amor, su coraje, dignidad y firmeza, que le inculcó a su hijo, son el ejemplo a seguir por todos. Son los símbolos y la esperanza de la verdadera Cuba. ¡Qué Dios la bendiga y la proteja! Cuba la necesita. Zapata vive.”
Para que Reyna conociera de la carta, uní a Eva y a Reyna a través del teléfono en el estudio de Radio Mambí. Sus palabras y sus experiencias resumen el vía crucis de las madres cubanas. Dos heroínas de nuestros tiempos, un diálogo para la historia. Eva le decía a Reyna: “Lo único que te pido es que te mantengas firme, fuerte como me estoy manteniendo yo con mis 85 años que me siento con fuerzas para seguir luchando contra los hermanos Castro porque son unos asesinos. Firme frente al enemigo, no te detengas. “ Reina le respondía: “Así mismo, hermana, sepa que la lucha la continuaremos, buscando la libertad por la que mi hijo se entregó por completo. No abandonaré la iglesia, si quieren que me maten, pero seguiré desde ahí, domingo tras domingo desfilando hasta la tumba de mi hijo repitiendo una y otra vez ‘Zapata vive, Zapata, vive’.”
¡Qué privilegio escuchar a estas dos mujeres! Sus palabras son una condena final para sus verdugos. Una reafirmación de que las víctimas no pueden ser olvidadas. Un recordatorio para los cubanos, que la libertad sin justicia, nunca será una verdadera libertad. Zapata vive y junto a Zapata viven la esperanza y el compromiso que la justicia llegará a Cuba y con ella, finalmente, la libertad.
Ninoska Pérez Castellón
Diario Las Américas
Ilustración: Google
Ser periodista es un privilegio extraordinario. Casi siempre nos sitúa en el centro de la historia, mientras los hechos se desarrollan ante nuestros ojos. No conocí a un líder estudiantil llamado Pedro Luís Boitel, quien murió en una huelga de hambre en prisión en Cuba en 1972 pero pude entrevistar a su madre años después.
Nunca he olvidado el profundo dolor de aquella mujer que dormía en las afueras de la prisión del Castillo del Príncipe, en La Habana, mientras su hijo se encontraba en huelga de hambre y la crueldad del régimen fue de tal extremo que le avisaron de su muerte solo después que lo habían sepultado. De ahí sus palabras: “¿Y tengo que perdonar?”
El llanto y el dolor de las madres cubanas han sido algo constante desde el comienzo de la maldita revolución cubana. ¿A cuántas madres se les partió el corazón con los disparos que cercenaron las vidas de sus hijos ante el paredón de fusilamiento? ¿A cuántas madres se les apagó lentamente el latido de sus corazones con los años que pasaron sus hijas e hijos en las terribles prisiones castristas?
En el año 1993, en el pequeño poblado de Regla, un joven de 23 años, José Luis Quevedo Remolina fue asesinado por intentar huir del país. El crimen fue reportado por el régimen como un “disparo accidental”. A su madre, Esther, le entregaron el ataúd sellado, cuando lo abrió, se desmayó. Estas fueron sus declaraciones cuando la entrevisté: “Era un niño…lo mataron a culatazos, le rompieron la mandíbula, le destrozaron la boca, le dieron culatazos en el estómago…le reventaron los testículos.”
Cuando en marzo de 2003 entrevisté a la madre de Bárbaro Ledón Sevilla, su reclamo no tenía respuesta: “¿Por qué fusilaron a mi hijito?” En un intento por abandonar el país, Bárbaro, junto a otros dos jóvenes, desviaron la lancha de Regla. No hubo muertos, ni heridos, no le hicieron daño a nadie, pero Fidel Castro quería dar una lección ejemplarizante. Fueron arrestados, juzgados, sentenciados y fusilados en 72 horas. ¿Qué consuelo había para esa madre?
Eva Barbas se encontraba en Cuba cuando su hijo, Pablo Morales, fue pulverizado en espacio aéreo internacional por los MiGs castristas mientras realizaba una misión humanitaria de rescate de balseros. Era difícil para ella concebir lo que había sucedido a Pablo y a sus compañeros Carlos Costa, Mario de la Peña y Armando Alejandre. Pero lo que sí fue claro para aquella frágil mujer en aquel momento era que quienes habían disparado contra su hijo eran asesinos. Así lo dijo una y otra vez dentro de Cuba, denunciando sin tregua la crueldad de aquel crimen en el que habían ejecutado en los cielos a quienes viajaban armados de la buena voluntad de salvar vidas en el Estrecho de la Florida.
Recientemente, entrevisté en múltiples ocasiones a Reyna Luisa Tamayo, madre de Orlando Zapata Tamayo. Sentí a través del hilo telefónico la desesperación por tratar de salvar a su hijo de una prolongada huelga de hambre, donde el régimen castrista se ensañó negándole hasta el agua. Sus denuncias telefónicas nos llevaron paso a paso por el calvario de esa madre que llevaba años denunciando las brutales golpizas de las que su hijo era víctima.
Dos meses antes de su muerte, en este mismo espacio, publicamos la foto de Reyna Luisa con una camiseta ensangrentada que vestía su hijo durante una de las salvajes golpizas recibidas y que había sido sacada clandestinamente de prisión. Desafortunadamente, tuvo que morir Orlando Zapata Tamayo para que algunos quisieran escuchar. Después de su muerte, los golpes continuaron con su madre. Mujeres de distintas generaciones y creencias se unen en el infortunio, las une el dolor de perder a sus hijos, de llorar sin consuelo sus inmerecidas muertes.
Desde Miami, Eva Barbas dirigió una carta abierta a Reyna Luisa Tamayo en Cuba. Le dice: “Usted y yo hemos sido bendecidas. Pablito, como Orlando, era una excelente persona, un devoto cristiano y un buen cubano. Sé que usted, dentro de su infinito dolor, tiene el inmenso orgullo de haberle dado a Cuba un hijo íntegro, un hijo bueno. Su amor, su coraje, dignidad y firmeza, que le inculcó a su hijo, son el ejemplo a seguir por todos. Son los símbolos y la esperanza de la verdadera Cuba. ¡Qué Dios la bendiga y la proteja! Cuba la necesita. Zapata vive.”
Para que Reyna conociera de la carta, uní a Eva y a Reyna a través del teléfono en el estudio de Radio Mambí. Sus palabras y sus experiencias resumen el vía crucis de las madres cubanas. Dos heroínas de nuestros tiempos, un diálogo para la historia. Eva le decía a Reyna: “Lo único que te pido es que te mantengas firme, fuerte como me estoy manteniendo yo con mis 85 años que me siento con fuerzas para seguir luchando contra los hermanos Castro porque son unos asesinos. Firme frente al enemigo, no te detengas. “ Reina le respondía: “Así mismo, hermana, sepa que la lucha la continuaremos, buscando la libertad por la que mi hijo se entregó por completo. No abandonaré la iglesia, si quieren que me maten, pero seguiré desde ahí, domingo tras domingo desfilando hasta la tumba de mi hijo repitiendo una y otra vez ‘Zapata vive, Zapata, vive’.”
¡Qué privilegio escuchar a estas dos mujeres! Sus palabras son una condena final para sus verdugos. Una reafirmación de que las víctimas no pueden ser olvidadas. Un recordatorio para los cubanos, que la libertad sin justicia, nunca será una verdadera libertad. Zapata vive y junto a Zapata viven la esperanza y el compromiso que la justicia llegará a Cuba y con ella, finalmente, la libertad.
Ninoska Pérez Castellón
Diario Las Américas
Ilustración: Google
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