Morir en Kilo 8
Miguel Cosío
Flota la duda de si haber empujado a Orlando Zapata Tamayo al patíbulo de la inanición fue un acto ex profeso de cálculo político o un error de Castro. ¿Una acción deliberada o un "descuido'' criminal, motivado por la soberbia?
Descifrar cuál de estas posibilidades primó ante la disyuntiva de aflojar o apretar la soga al cuello nacional, personificado en estos días en Zapata, arrojará ciertos indicios sobre las sumas y las restas políticas que estarían sacando los verdugos oficiales.
Después de todo han acumulado cinco décadas de experiencia a la hora de sofocar problemas internos, sin que les preocupen mucho las consecuencias internacionales. Dejar morir a presos políticos en huelga de hambre se ha convertido en una tradición gubernamental.
Una mirada a la historia apuntalaría la hipótesis de que se trató de un acto criminal más, calculado y ejecutado: dejar morir a Zapata y con ello apagar la pipa de una eventual reconciliación internacional, ofrecida, entre otros, por Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero. Cada uno en su estilo y con sus demandas.
El hecho es que cada mano extendida termina siendo mordida. A Jimmy Carter con el Mariel y a Bill Clinton con cuatro muertos, resultado del derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate. En el caso de Bush, la historia fue otra. De manera "preventiva'', y ante el amparo de la cobertura mediática mundial de la invasión a Irak en marzo-abril del 2003, 76 opositores, contando a Zapata, fueron enviados a prisión y tres jóvenes de la raza negra terminaron fusilados.
Ahora con una sola muerte, de "bajo costo'', según la estadística oficial (un negro albañil oriental), el régimen ha desarticulado cualquier posibilidad de acercamiento. ¿Qué dirá Zapatero a sus pares de la Unión Europea? ¿Con qué argumentos pedirá el flamante presidente [temporal] de la UE el levantamiento de la Posición Común? ¿A qué concierto en La Habana, sea de Juanes, Arjona u otro artista de la misma pluma, querrá asistir la subsecretaria asistente del Departamento de Estado, Bisa Williams?
Aunque parezca contradictorio frente a la presencia de Raúl Castro en la Cumbre de Cancún, donde nació en el papel la idea de una OEA paralela (comunidad de estados latinoamericanos, sin Estados Unidos y Canadá), la muerte de Zapata, el arresto arbitrario del norteamericano Alan P. Gross y la ausencia de Cuba de los Juegos Centroamericanos de Mayagüez ratifican la política aislacionista del gobierno cubano. Es decir, ambos movimientos forman parte de una misma jugada, tendiente a reforzar la posición de aislamiento en la que el régimen se siente a sus anchas.
En sentido contrario, flota también la hipótesis de que el fallecimiento de Zapata fue un "descuido'', motivado por la soberbia histórica de los verdugos. Ella se soportaría en las torpes e inusuales explicaciones ofrecidas por el régimen: lo dicho por Raúl Castro a la prensa brasileña; el asqueroso artículo del plumífero Enrique Ubieta en Granma; el galimatías de Fidel Castro sobre la visita de Lula a Cuba; y el extenso reportaje del noticiero de la televisión cubana con su versión de los hechos.
Si de veras fue una pifia de cálculo, el resultado es el mismo: el crimen de Estado que sedimenta la voluntad de aislamiento de los cancerberos de ese inmenso gulag natural en que se ha convertido Cuba y en el que Orlando Zapata Tamayo decidió morir el día que inició su huelga en Kilo 8.
Pero Fidel Castro (y su hermano el general) no es insensible a las muertes por huelgas de hambre.
Lo demostró con estas palabras cuando, según él, «en el más emocionante gesto de sacrificio, desinterés personal y valentía que pueda imaginarse», diez miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA) apelaron a esta medida extrema frente al gobierno de Margaret Thatcher.
«Los patriotas irlandeses están escribiendo en estos días una de las páginas más heroicas de la historia humana. Para cesar en su huelga, estos jóvenes luchadores no piden la independencia, no exigen demandas inasequibles; reclaman únicamente el reconocimiento de lo que son: presos políticos» (La Habana, 15 de septiembre de 1981, clausura de la 68 Conferencia de la Unión Interparlamentaria).
Miguel Cosío
Tomado de El Nuevo Herald, Miami, FL
Flota la duda de si haber empujado a Orlando Zapata Tamayo al patíbulo de la inanición fue un acto ex profeso de cálculo político o un error de Castro. ¿Una acción deliberada o un "descuido'' criminal, motivado por la soberbia?
Descifrar cuál de estas posibilidades primó ante la disyuntiva de aflojar o apretar la soga al cuello nacional, personificado en estos días en Zapata, arrojará ciertos indicios sobre las sumas y las restas políticas que estarían sacando los verdugos oficiales.
Después de todo han acumulado cinco décadas de experiencia a la hora de sofocar problemas internos, sin que les preocupen mucho las consecuencias internacionales. Dejar morir a presos políticos en huelga de hambre se ha convertido en una tradición gubernamental.
Una mirada a la historia apuntalaría la hipótesis de que se trató de un acto criminal más, calculado y ejecutado: dejar morir a Zapata y con ello apagar la pipa de una eventual reconciliación internacional, ofrecida, entre otros, por Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero. Cada uno en su estilo y con sus demandas.
El hecho es que cada mano extendida termina siendo mordida. A Jimmy Carter con el Mariel y a Bill Clinton con cuatro muertos, resultado del derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate. En el caso de Bush, la historia fue otra. De manera "preventiva'', y ante el amparo de la cobertura mediática mundial de la invasión a Irak en marzo-abril del 2003, 76 opositores, contando a Zapata, fueron enviados a prisión y tres jóvenes de la raza negra terminaron fusilados.
Ahora con una sola muerte, de "bajo costo'', según la estadística oficial (un negro albañil oriental), el régimen ha desarticulado cualquier posibilidad de acercamiento. ¿Qué dirá Zapatero a sus pares de la Unión Europea? ¿Con qué argumentos pedirá el flamante presidente [temporal] de la UE el levantamiento de la Posición Común? ¿A qué concierto en La Habana, sea de Juanes, Arjona u otro artista de la misma pluma, querrá asistir la subsecretaria asistente del Departamento de Estado, Bisa Williams?
Aunque parezca contradictorio frente a la presencia de Raúl Castro en la Cumbre de Cancún, donde nació en el papel la idea de una OEA paralela (comunidad de estados latinoamericanos, sin Estados Unidos y Canadá), la muerte de Zapata, el arresto arbitrario del norteamericano Alan P. Gross y la ausencia de Cuba de los Juegos Centroamericanos de Mayagüez ratifican la política aislacionista del gobierno cubano. Es decir, ambos movimientos forman parte de una misma jugada, tendiente a reforzar la posición de aislamiento en la que el régimen se siente a sus anchas.
En sentido contrario, flota también la hipótesis de que el fallecimiento de Zapata fue un "descuido'', motivado por la soberbia histórica de los verdugos. Ella se soportaría en las torpes e inusuales explicaciones ofrecidas por el régimen: lo dicho por Raúl Castro a la prensa brasileña; el asqueroso artículo del plumífero Enrique Ubieta en Granma; el galimatías de Fidel Castro sobre la visita de Lula a Cuba; y el extenso reportaje del noticiero de la televisión cubana con su versión de los hechos.
Si de veras fue una pifia de cálculo, el resultado es el mismo: el crimen de Estado que sedimenta la voluntad de aislamiento de los cancerberos de ese inmenso gulag natural en que se ha convertido Cuba y en el que Orlando Zapata Tamayo decidió morir el día que inició su huelga en Kilo 8.
Pero Fidel Castro (y su hermano el general) no es insensible a las muertes por huelgas de hambre.
Lo demostró con estas palabras cuando, según él, «en el más emocionante gesto de sacrificio, desinterés personal y valentía que pueda imaginarse», diez miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA) apelaron a esta medida extrema frente al gobierno de Margaret Thatcher.
«Los patriotas irlandeses están escribiendo en estos días una de las páginas más heroicas de la historia humana. Para cesar en su huelga, estos jóvenes luchadores no piden la independencia, no exigen demandas inasequibles; reclaman únicamente el reconocimiento de lo que son: presos políticos» (La Habana, 15 de septiembre de 1981, clausura de la 68 Conferencia de la Unión Interparlamentaria).
Miguel Cosío
Tomado de El Nuevo Herald, Miami, FL
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