Cuba: ceguera omnisciente
Abel Veiga Copo
No hay más ciego que el que ve y se empeña en no ver, también el que desde el arte del disimulo mira con descaro hacia otro lado, el de la arrogancia y el de la veleidad. El que calla y otrora aplaudía, el que se obnubilaba ante la farsa de una dictadura y una revolución traicionada e ignominiosa, el que veía en ellas halos de misticismo y utopías iconoclastas.
El régimen decrépito, implacable y hermético, sigue instalado en su férrea ortodoxia de la nada, cincuenta y un años después de una revolución fracasada, que ha llenado al pueblo de miseria humana y moral, social y económica, que ha robado su dignidad humana, sus derechos y su libertad.
El que ha vaciado y desnudado de valores y principios a un pueblo y una sociedad racionada e irracionalizada a la fuerza como toda dictadura totalitaria que se precie. Cuba sigue atrapada en una anodina espiral de inepcia e impasse. No se avanza, antes lo contrario. No hay relevos. La vieja guardia controla todas las estructuras del poder. Las engrasa, desoxida principios y arengas de otros tiempos. Tiempos difíciles para la población. Ya no caben más ambigüedades ni mentiras.
Todo el régimen es una mentira, una coraza de barro y miedo, de espionaje e infiltración que tarde o temprano se desmoronará. No hay dictadura que sobreviva al dictador. Pero esta regla se cumple sobre todo en las dictaduras de derechas y militares. Las de izquierda son más populistas y misteriosamente desde una siempre falsamente y progresista Europa vistas con cierta simpatía y misticismo utópico.
Los Castro, ambos, saben que el invento morirá con ellos. De la utopía idealista y aventurera, al fracaso real. Del sueño de una libertad a una dictadura cruel, atroz, perversa y totalitaria. Más de cinco décadas de fracaso, de negación del ser humano, de su dignidad, de mentiras y más mentiras. Cientos de miles de exiliados, miles de balseros ahogados, diez mil fusilados, miles de presos políticos en la enorme cárcel en que se ha convertido la isla desde el comienzo de la revolución. Hoy apenas dos centenares, pero suficientes para medir la deriva megalómana de un régimen histriónico, cerril, sin futuro.
Del golpe del mediocre Batista en 1952 a cincuenta años de sombras, de candados, de oscurantismo. Confiscaciones, nacionalizaciones, expulsiones, industrialización masiva de la producción con estrepitosos fracasos. Soñadores de mediocridad para el pueblo. Revolucionarios convertidos en místicos de la palabra, de la utopía trasnochada, exportadores de revoluciones, santuarios de todo tipo de terroristas. Colonizadores de una revolución permanente pero ahogando al pueblo. Guerras en Angola, en Somalia.
Sojuzgamiento a la Unión Soviética, economía subsidiada por éstos, arrogante en la política, despreciativa en lo humano. Es la Cuba de los Castro, la Cuba que cerraron sobre sí mismos y su implacable y férrea dictadura. ¿Qué ha logrado la revolución cubana en estas cinco décadas? Nada, miseria y pobreza material, miseria moral y enorme cobardía intelectual. Ni educación ni sanidad pueden jalonar ni convertirse en hitos. El debe es enorme por todos lados. En lo económico, en lo social, en lo estructural, en las miles de familias divididas y partidas por la dictadura.
Subsistió al socaire de la guerra fría y la supeditación absoluta a Moscú, valedor y muñidor del títere que no le importó serlo con tal de serlo. Hambre de poder, voraz, contumaz. Tras el derrumbe en los noventa del fracaso comunista, la isla, el país, ha retrocedido a niveles de vida prácticamente desconocidos en ese continente, quizás solo por delante de Haití.
El idealismo y el aventurerismo de los primeros años han desembocado en el fracaso, la negación, la disidencia, la cárcel o la muerte. Todo en nombre del pueblo, pero sin éste. No habrá dictadura sin los Castro, sin Fidel, quien todavía mueve los hilos desde la sombra y recibe el interesado y oportunista tributo de dictadorzuelos de pacotilla en América Latina.
La conciencia de un pueblo se ha adormecido lentamente igual que las esperanzas de 1959. Cinco décadas de fracaso, de miseria y pobreza, de esperanzas y sueños rotos. Cuba debe transitar hacia su verdadera libertad y los protagonistas solo pueden ser los propios cubanos, lejos de adoctrinamientos y tutelas paternalistas.
Abel Veiga Copo, Profesor de la Universidad de Comillas,
Cantabria, España
www.elcorreogallego.es
Foto: Balseros, Google
No hay más ciego que el que ve y se empeña en no ver, también el que desde el arte del disimulo mira con descaro hacia otro lado, el de la arrogancia y el de la veleidad. El que calla y otrora aplaudía, el que se obnubilaba ante la farsa de una dictadura y una revolución traicionada e ignominiosa, el que veía en ellas halos de misticismo y utopías iconoclastas.
El régimen decrépito, implacable y hermético, sigue instalado en su férrea ortodoxia de la nada, cincuenta y un años después de una revolución fracasada, que ha llenado al pueblo de miseria humana y moral, social y económica, que ha robado su dignidad humana, sus derechos y su libertad.
El que ha vaciado y desnudado de valores y principios a un pueblo y una sociedad racionada e irracionalizada a la fuerza como toda dictadura totalitaria que se precie. Cuba sigue atrapada en una anodina espiral de inepcia e impasse. No se avanza, antes lo contrario. No hay relevos. La vieja guardia controla todas las estructuras del poder. Las engrasa, desoxida principios y arengas de otros tiempos. Tiempos difíciles para la población. Ya no caben más ambigüedades ni mentiras.
Todo el régimen es una mentira, una coraza de barro y miedo, de espionaje e infiltración que tarde o temprano se desmoronará. No hay dictadura que sobreviva al dictador. Pero esta regla se cumple sobre todo en las dictaduras de derechas y militares. Las de izquierda son más populistas y misteriosamente desde una siempre falsamente y progresista Europa vistas con cierta simpatía y misticismo utópico.
Los Castro, ambos, saben que el invento morirá con ellos. De la utopía idealista y aventurera, al fracaso real. Del sueño de una libertad a una dictadura cruel, atroz, perversa y totalitaria. Más de cinco décadas de fracaso, de negación del ser humano, de su dignidad, de mentiras y más mentiras. Cientos de miles de exiliados, miles de balseros ahogados, diez mil fusilados, miles de presos políticos en la enorme cárcel en que se ha convertido la isla desde el comienzo de la revolución. Hoy apenas dos centenares, pero suficientes para medir la deriva megalómana de un régimen histriónico, cerril, sin futuro.
Del golpe del mediocre Batista en 1952 a cincuenta años de sombras, de candados, de oscurantismo. Confiscaciones, nacionalizaciones, expulsiones, industrialización masiva de la producción con estrepitosos fracasos. Soñadores de mediocridad para el pueblo. Revolucionarios convertidos en místicos de la palabra, de la utopía trasnochada, exportadores de revoluciones, santuarios de todo tipo de terroristas. Colonizadores de una revolución permanente pero ahogando al pueblo. Guerras en Angola, en Somalia.
Sojuzgamiento a la Unión Soviética, economía subsidiada por éstos, arrogante en la política, despreciativa en lo humano. Es la Cuba de los Castro, la Cuba que cerraron sobre sí mismos y su implacable y férrea dictadura. ¿Qué ha logrado la revolución cubana en estas cinco décadas? Nada, miseria y pobreza material, miseria moral y enorme cobardía intelectual. Ni educación ni sanidad pueden jalonar ni convertirse en hitos. El debe es enorme por todos lados. En lo económico, en lo social, en lo estructural, en las miles de familias divididas y partidas por la dictadura.
Subsistió al socaire de la guerra fría y la supeditación absoluta a Moscú, valedor y muñidor del títere que no le importó serlo con tal de serlo. Hambre de poder, voraz, contumaz. Tras el derrumbe en los noventa del fracaso comunista, la isla, el país, ha retrocedido a niveles de vida prácticamente desconocidos en ese continente, quizás solo por delante de Haití.
El idealismo y el aventurerismo de los primeros años han desembocado en el fracaso, la negación, la disidencia, la cárcel o la muerte. Todo en nombre del pueblo, pero sin éste. No habrá dictadura sin los Castro, sin Fidel, quien todavía mueve los hilos desde la sombra y recibe el interesado y oportunista tributo de dictadorzuelos de pacotilla en América Latina.
La conciencia de un pueblo se ha adormecido lentamente igual que las esperanzas de 1959. Cinco décadas de fracaso, de miseria y pobreza, de esperanzas y sueños rotos. Cuba debe transitar hacia su verdadera libertad y los protagonistas solo pueden ser los propios cubanos, lejos de adoctrinamientos y tutelas paternalistas.
Abel Veiga Copo, Profesor de la Universidad de Comillas,
Cantabria, España
www.elcorreogallego.es
Foto: Balseros, Google
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