Historia del Himno Invasor
El 15 de noviembre de 1895 por primera vez se toca en el campamento de la finca «La Matilde», en la zona de Najasa, provincia de Camagüey, el Himno Invasor, de Enrique Loynaz del Castillo. Se dice que cuando Loynaz del Castillo recorría su casa con algunos amigos, ellos observaron unos versos escritos en la hoja de una ventana. Entonces Loynaz del Castillo pintó la bandera cubana sobre la otra hoja de la ventana y escribió unos versos. Estos versos más tarde pasaron a ser el Himno Invasor.
Robeto Leiva
Diario Las Américas
Una página de señalada significación histórica de nuestra epopeya redentora, cargada de emotivos recuerdos, revela a la posterioridad que en aquel memorable día, bajo patriótica emoción, rebeldía e inspiración, un joven de 25 años de edad, Enrique Loynaz del Castillo, convertido más tarde en General del Ejército Libertador Cubano, le dio a las fuerzas mambisas y a su patria la vibrante música, así como su letra, de nuestro glorioso Himno Invasor, llamado también "Himno del Pueblo".
En las paredes de la casa de la finca "La Matilde", en la región de Camagüey, que había pertenecido al Dr. Simoni, padre de dos admirables cubanas: Matilde, esposa del General Eduardo Agramonte, y Amalia, la romántica y adorable compañera del General Ignacio Agramonte Loynaz, las fuerzas españolas que la habían ocupado dejaron escritas en las citadas paredes frases groseras e insultos desagradables contra los sublevados. En una ventana blanca y azul, bajo una pirámide coronada por una bandera española, aparecieron unos bellos versos. Alguien trató de borrarlos pero el propio joven Loynaz se opuso.
Procedió entonces a pintar una bandera cubana sobre la otra ventana abierta, y sobre el glorioso palio escribió unos versos que al mismo tiempo tarareaba. Así, de esta forma salió su famoso Himno Invasor, cuyo definitivo traslado al pentagrama musical quedó a cargo del Capitán Dositeo Aguilera, patriota esclarecido que en unión de otros músicos y profesores, formaba y dirigía abnegadamente la pequeña Banda de la Revolución que acompañó al General Antonio Maceo durante la Invasión.
La letra de las distintas estrofas del citado Himno, reza así:
En las paredes de la casa de la finca "La Matilde", en la región de Camagüey, que había pertenecido al Dr. Simoni, padre de dos admirables cubanas: Matilde, esposa del General Eduardo Agramonte, y Amalia, la romántica y adorable compañera del General Ignacio Agramonte Loynaz, las fuerzas españolas que la habían ocupado dejaron escritas en las citadas paredes frases groseras e insultos desagradables contra los sublevados. En una ventana blanca y azul, bajo una pirámide coronada por una bandera española, aparecieron unos bellos versos. Alguien trató de borrarlos pero el propio joven Loynaz se opuso.
Procedió entonces a pintar una bandera cubana sobre la otra ventana abierta, y sobre el glorioso palio escribió unos versos que al mismo tiempo tarareaba. Así, de esta forma salió su famoso Himno Invasor, cuyo definitivo traslado al pentagrama musical quedó a cargo del Capitán Dositeo Aguilera, patriota esclarecido que en unión de otros músicos y profesores, formaba y dirigía abnegadamente la pequeña Banda de la Revolución que acompañó al General Antonio Maceo durante la Invasión.
La letra de las distintas estrofas del citado Himno, reza así:
¡A Las Villas valientes cubanos!
A Occidente nos manda el deber.
De la patria arrojad los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!
De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor,
y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el Caudillo Invasor.
Alza Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del bien sobre el mal.
¡Orientales heroicos, al frente!
Camagüey legendario, avanzad:
villareños de honor, a Occidente,
¡Por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
que a degüello el clarín ordenó.
Los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!
A Occidente nos manda el deber.
De la patria arrojad los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!
De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor,
y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el Caudillo Invasor.
Alza Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del bien sobre el mal.
¡Orientales heroicos, al frente!
Camagüey legendario, avanzad:
villareños de honor, a Occidente,
¡Por la Patria, por la Libertad!
De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.
A la carga escuadrones volemos,
que a degüello el clarín ordenó.
Los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!
Por versión personal del propio autor, sabemos cómo este himno llegó a conocimiento del General Antonio:
"En aquel ambiente patrio, caldeado al rojo, los versos de la Invasión fueron como un reguero de pólvora... La casa se colmó de oficiales y soldados que sacaban copias. El Presidente Cisneros decidió mudarse: -"No podemos trabajar con este gentío, tu himno nos desaloja". ¡El himno estaba consagrado!
Aquel éxito inesperado me animó a buscarle melodía apropiada a los versos. Horas y horas de solitarios ensayos, fijaron en mi memoria la melodía, altiva y enaltecedora.
Enseguida me dirigí al General Maceo: -"General, aquí le traigo su himno de guerra, que merecerá el gran nombre de usted; déjemelo tararear…"
-"Pues bien", me respondió el General. Y a medida que yo canturreaba los versos, la mirada se le animaba. Al terminar, en la estrofa evocadora de las trompetas de carga, puso sobre mi cabeza su mano mutilada por la gloria. –"Magnífico -dijo-, yo no sé nada de música, para mí es un ruido, pero ésta me gusta. Será el Himno Invasor, sí, quítele mi nombre, y recorrerá en triunfo la República..."
Luego agregó: -"Véame a Dositeo para que mañana temprano lo ensaye la Banda".
–"General, -objeté-, tiene que ser ahora mismo, porque mañana se me habrá olvidado esta tonada, como me ha pasado con otras".
-"Pues bien, vaya ahora mismo y traiga a Dositeo". Era el Capitán Dositeo, el Jefe de la pequeña Banda del Ejército Invasor. Agradable, inteligente y acogedor.
-"Lo he llamado, -dijo el General-, para que la Banda toque un himno de guerra, que le va a cantar el Comandante Loynaz. Váyanse por ahí y siéntense en alguna piedra, donde nadie los moleste; trabajen hasta que la Banda toque exactamente el Himno Invasor. Apúrenme eso".
En dos taburetes, Dositeo y yo nos pusimos a trabajar. Apenas media hora había, a mi juicio, transcurrido, y ya estaba completa en el pen¬tagrama la melodía, que le fui tarareando en sus tres variaciones armónicas.
La volvió a tararear leyendo sus notas. La celebró, pero agregó: -"No se me contraríe si le hago una pequeña corrección".
Interrumpí: -"El General dijo exactamente". –"Sí, pero ni el General, ni usted saben nada de música. Con las notas de este primer compás no hay voz que llegue a los últimos compases. Y su himno es para el canto. Déjeme esto a mí, que necesito ahora mismo empezar el verdadero trabajo, instrumentar, y con la prisa que el General quiere".
Al día siguiente, el Ejército Invasor tenía un himno: Con él Iba a recorrer la República. Con la Invasión, llegó el himno a Mantua. Y tres años después, lo escuchó la Capital entre el estampido de los cañones que saludaban la llegada del Ejército Libertador. Desde entonces, fue costumbre en los actos oficiales abrir con el Himno de Bayamo, y finalizar con el Invasor.
El General Loynaz rechazó siempre las sugerencias de inscribir a su nombre el Himno Invasor en el Registro de la Propiedad Intelectual. Expresó que el Himno pertenecía al pueblo cubano.
"En aquel ambiente patrio, caldeado al rojo, los versos de la Invasión fueron como un reguero de pólvora... La casa se colmó de oficiales y soldados que sacaban copias. El Presidente Cisneros decidió mudarse: -"No podemos trabajar con este gentío, tu himno nos desaloja". ¡El himno estaba consagrado!
Aquel éxito inesperado me animó a buscarle melodía apropiada a los versos. Horas y horas de solitarios ensayos, fijaron en mi memoria la melodía, altiva y enaltecedora.
Enseguida me dirigí al General Maceo: -"General, aquí le traigo su himno de guerra, que merecerá el gran nombre de usted; déjemelo tararear…"
-"Pues bien", me respondió el General. Y a medida que yo canturreaba los versos, la mirada se le animaba. Al terminar, en la estrofa evocadora de las trompetas de carga, puso sobre mi cabeza su mano mutilada por la gloria. –"Magnífico -dijo-, yo no sé nada de música, para mí es un ruido, pero ésta me gusta. Será el Himno Invasor, sí, quítele mi nombre, y recorrerá en triunfo la República..."
Luego agregó: -"Véame a Dositeo para que mañana temprano lo ensaye la Banda".
–"General, -objeté-, tiene que ser ahora mismo, porque mañana se me habrá olvidado esta tonada, como me ha pasado con otras".
-"Pues bien, vaya ahora mismo y traiga a Dositeo". Era el Capitán Dositeo, el Jefe de la pequeña Banda del Ejército Invasor. Agradable, inteligente y acogedor.
-"Lo he llamado, -dijo el General-, para que la Banda toque un himno de guerra, que le va a cantar el Comandante Loynaz. Váyanse por ahí y siéntense en alguna piedra, donde nadie los moleste; trabajen hasta que la Banda toque exactamente el Himno Invasor. Apúrenme eso".
En dos taburetes, Dositeo y yo nos pusimos a trabajar. Apenas media hora había, a mi juicio, transcurrido, y ya estaba completa en el pen¬tagrama la melodía, que le fui tarareando en sus tres variaciones armónicas.
La volvió a tararear leyendo sus notas. La celebró, pero agregó: -"No se me contraríe si le hago una pequeña corrección".
Interrumpí: -"El General dijo exactamente". –"Sí, pero ni el General, ni usted saben nada de música. Con las notas de este primer compás no hay voz que llegue a los últimos compases. Y su himno es para el canto. Déjeme esto a mí, que necesito ahora mismo empezar el verdadero trabajo, instrumentar, y con la prisa que el General quiere".
Al día siguiente, el Ejército Invasor tenía un himno: Con él Iba a recorrer la República. Con la Invasión, llegó el himno a Mantua. Y tres años después, lo escuchó la Capital entre el estampido de los cañones que saludaban la llegada del Ejército Libertador. Desde entonces, fue costumbre en los actos oficiales abrir con el Himno de Bayamo, y finalizar con el Invasor.
El General Loynaz rechazó siempre las sugerencias de inscribir a su nombre el Himno Invasor en el Registro de la Propiedad Intelectual. Expresó que el Himno pertenecía al pueblo cubano.
Foto: Google.
Fuente: Roberto Leyva
Diario Las Américas
Miami, 10 de octubre de 1980
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