Timbiriches estatales
Oscar Mario González
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) -
Cuando en el año 2004 el gobierno arremetió contra la actividad por cuenta propia, retirando más de 100 mil licencias, los timbiriches particulares dedicados a la elaboración y venta de alimentos fueron el blanco principal de la medida.
Actualmente es difícil ver una cafetería o una pizzería particular. En cambio, en las calles principales de La Habana pululan los timbiriches estatales, dedicados al expendio de alimentos ligeros, aunque los mismos son escasos en los barrios y repartos donde se dificulta sobremanera calmar los reclamos del estómago.
Entre los productos más famosos y de mayor demanda que se venden en estos timbiriches estatales se encuentran los panes con lechón y jamón.
En el primer caso, el lechón parece estar ausente del mendrugo de 80 gramos, idéntico al que venden por la libreta de racionamiento, la mayoría de las veces duro y zocato. El producto, generalmente entregado al cliente en la mano, sin servilleta ni cosa que se le parezca, cuesta 5 pesos, moneda nacional.
El vendedor del pan con lechón es un verdadero artista con el cuchillo, que corta en trocitos de un centímetro cúbico (equivalente a la yema del dedo meñique), todo cuanto se interpone al movimiento del acero reluciente. En la tonga del producto previamente cortado entra todo lo que contiene el puerco, excepto el hueso y las pezuñas: cartílagos, testículos, masa, pellejo, gordo. El contenido de una cuchara y media de esa masa troceada y de tan heterogénea composición es depositado sobre la mitad del mendrugo, acompañado a veces de pedazo de hoja de lechuga.
Algunos vendedores más avispados le rocían, a manera de “ñapa”, un “tin” de mojo que fluye a través de la tapa de una botella grasienta. Es algo así como un “obsequio” de la casa para contentar, o más bien para disipar en el cliente un posible disgusto. Muchos se abstienen del “mojito” con desconfiada precaución.
El que vende pan con jamón es un verdadero maestro del ilusionismo. Un tipo “traqueteao” que te hace ver pan con jamón donde sólo hay pan con ná, del mismo modo que el mago de circo parece sacar un conejo de un sombrero de copa.
Hay dos tipos de pan con jamón, uno que cuesta 3,50 y otro que se vende por 10 pesos. Con el que cuesta 3 pesos 50 centavos, moneda nacional, no es necesario tanto invento, porque tan poco dinero nadie espera mucho. Entonces, el mendrugo que venden por la libreta sale con una lasquita de jamón, tan fina como una hoja de papel.
Si se trata del pan con jamón de 10 pesos, el vendedor afina la puntería y exhibe y hace gala de su destreza gastronómica. El pan picado diagonalmente concentra el escaso jamón en la parte visible, en el punto medio, en un alarde de equilibrio que da la impresión de abundancia proteica sobre la superficie. La decepción llega con la primera mordida, cuando el poco jamón se desprende y tiende a caerse.
La administración del centro gastronómico, le proporciona al empleado una cantidad de productos en base a la norma o contenido de cada unidad. Si el empleado echa menos jamón o lechón, preparará más panes.
La gente en la calle extraña al timbiriche particular, no sólo porque allí recibía mejor trato y mejores productos, sino porque los clientes no eran engañados de forma tan grosera, ni se sentían estafados por un Estado, ante el cual las quejas y denuncias resultan inútiles. Las quejas son escuchadas, aunque no atendidas, siempre que estén encaminadas a “perfeccionar el socialismo” y la culpa de lo malo siempre sea del dependiente, nunca del Estado.
Oscar Mario González,
Cubanet.org
Foto: Google
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LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) -
Cuando en el año 2004 el gobierno arremetió contra la actividad por cuenta propia, retirando más de 100 mil licencias, los timbiriches particulares dedicados a la elaboración y venta de alimentos fueron el blanco principal de la medida.
Actualmente es difícil ver una cafetería o una pizzería particular. En cambio, en las calles principales de La Habana pululan los timbiriches estatales, dedicados al expendio de alimentos ligeros, aunque los mismos son escasos en los barrios y repartos donde se dificulta sobremanera calmar los reclamos del estómago.
Entre los productos más famosos y de mayor demanda que se venden en estos timbiriches estatales se encuentran los panes con lechón y jamón.
En el primer caso, el lechón parece estar ausente del mendrugo de 80 gramos, idéntico al que venden por la libreta de racionamiento, la mayoría de las veces duro y zocato. El producto, generalmente entregado al cliente en la mano, sin servilleta ni cosa que se le parezca, cuesta 5 pesos, moneda nacional.
El vendedor del pan con lechón es un verdadero artista con el cuchillo, que corta en trocitos de un centímetro cúbico (equivalente a la yema del dedo meñique), todo cuanto se interpone al movimiento del acero reluciente. En la tonga del producto previamente cortado entra todo lo que contiene el puerco, excepto el hueso y las pezuñas: cartílagos, testículos, masa, pellejo, gordo. El contenido de una cuchara y media de esa masa troceada y de tan heterogénea composición es depositado sobre la mitad del mendrugo, acompañado a veces de pedazo de hoja de lechuga.
Algunos vendedores más avispados le rocían, a manera de “ñapa”, un “tin” de mojo que fluye a través de la tapa de una botella grasienta. Es algo así como un “obsequio” de la casa para contentar, o más bien para disipar en el cliente un posible disgusto. Muchos se abstienen del “mojito” con desconfiada precaución.
El que vende pan con jamón es un verdadero maestro del ilusionismo. Un tipo “traqueteao” que te hace ver pan con jamón donde sólo hay pan con ná, del mismo modo que el mago de circo parece sacar un conejo de un sombrero de copa.
Hay dos tipos de pan con jamón, uno que cuesta 3,50 y otro que se vende por 10 pesos. Con el que cuesta 3 pesos 50 centavos, moneda nacional, no es necesario tanto invento, porque tan poco dinero nadie espera mucho. Entonces, el mendrugo que venden por la libreta sale con una lasquita de jamón, tan fina como una hoja de papel.
Si se trata del pan con jamón de 10 pesos, el vendedor afina la puntería y exhibe y hace gala de su destreza gastronómica. El pan picado diagonalmente concentra el escaso jamón en la parte visible, en el punto medio, en un alarde de equilibrio que da la impresión de abundancia proteica sobre la superficie. La decepción llega con la primera mordida, cuando el poco jamón se desprende y tiende a caerse.
La administración del centro gastronómico, le proporciona al empleado una cantidad de productos en base a la norma o contenido de cada unidad. Si el empleado echa menos jamón o lechón, preparará más panes.
La gente en la calle extraña al timbiriche particular, no sólo porque allí recibía mejor trato y mejores productos, sino porque los clientes no eran engañados de forma tan grosera, ni se sentían estafados por un Estado, ante el cual las quejas y denuncias resultan inútiles. Las quejas son escuchadas, aunque no atendidas, siempre que estén encaminadas a “perfeccionar el socialismo” y la culpa de lo malo siempre sea del dependiente, nunca del Estado.
Oscar Mario González,
Cubanet.org
Foto: Google
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