19 de septiembre de 2009


Dos islas, dos amores, dos viejitos

Manuel Vázquez Portal

En una esquina de La Habana hay un hombre cansado. Sobre sus hombros pesa medio siglo de angustias. Ojos tristes. Piel sin brillo. Boca de pocos dientes. Su perfil sintetiza la agonía. Es la imagen del mito que se instaló en la isla. Sin mirada, sin sueños, sin plato ni esperanza puede llamarse Antonio, Jesús o Severino, ser pintor o poeta, mecánico, doctor o carpintero. Alguien robó su tiempo. La vida se le fue de una consigna en otra. No tiene más ayer que su edad escapada ni tiene más mañana que su hoy desgastado. Mira pasar los autos y ya no los anhela. Ve partir los aviones y no pretende viajes. Aspira los perfumes y los acepta ajenos. Sabe que los hoteles son lujos de extranjeros; los bares luminosos, predios para turistas. Es un hombre con las ansias podridas.

En una esquina de Miami hay un hombre cansado. Sobre sus hombros pesa medio siglo de angustias. Ojos tristes. Piel con brillo de afeites. Boca de algunos implantes. Su perfil simula la alegría. Es la imagen del mito que se instaló fuera de la isla. Tuvo mirada, sueños; tuvo plato, esperanza. Puede llamarse Antonio, Jesús o Severino, ser músico, escultor, camionero o celador. Alguien robó su tiempo. La vida se le fue de faena en faena. No tiene más ayer que su edad trabajada ni tiene más mañana que su hoy descansado. Corrió todos los autos. Partió con todos los aviones y pretende sólo un último viaje. Conoció los perfumes, los hoteles de lujo y los bares. Es un hombre con las ansias cumplidas.

Dos islas, dos amores, dos viejitos. Un saldo doloroso. El hombre cansado que dejé en una esquina de La Habana, si repasa su vida sólo encuentra sudores sin pagar, zafras azucareras fracasadas, noches de vigilancia junto a la costa, frías y de mosquitos, oteando una invasión que jamás llegaría. Disciplinado y mudo, obediente y sin dudas, por orden del partido, vilipendió a su hermano que partía en una balsa, y luego le ordenaron que fuera a recibirlo al aeropuerto con los mejores modos. Guarda como trofeos sus dos medallas y sus siete diplomas. Si no sobresalió fue porque la igualdad sólo necesitaba modestos compañeros.

El hombre cansado que encontré en una esquina de Miami, si repasa su vida sólo encuentra sudores bien pagados pero sin el Dorado que soñaba encontrar, negocios fracasados y vueltos a emprender, abrazos y regalos al hermano que una vez lo ofendiera. Tenaz y laborioso, sin callar qué pensaba, llegó hasta aquí sin deudas ni fortuna. Guarda como trofeos sus dos matas de mango en Hialeah y el último forcito que le compró a Lombardo. Si no sobresalió fue quizás el idioma o la patria prestada.

Dos islas, dos amores, dos viejitos. Un saldo doloroso. La isla que se quedó en la isla, una isla arruinada; la isla que se fue de la isla, una isla idealizada. El amor que se quedó en la isla, un amor traicionado desde siempre; el amor que se fue de la isla, un amor incubado para siempre. Los viejitos, ah viejitos legendarios --leyenderos-- que de tanto amar la isla la han convertido en dos y cada una más irreconocible. Si la isla tuviera todas las tierras expropiadas sería del tamaño del continente africano; si la isla fuera tan heroica no hubiera fracasado en el continente africano.

Islas de los ensueños, no dejan ver la isla verdadera. Agoniza la isla verdadera con todas sus islas ensoñadas, todos sus amores traicionados e incubados, todos sus viejitos legendarios y leyenderos. Agoniza la isla. Sólo una transfusión de sensatez puede salvarla de la actualidad y del futuro. Aléjense los duendes maledicentes y retorcidos. Apártense los gorilas furibundos. Lejos los demagogos y embaucadores. Fuera los parásitos profitantes y holgazanes. Escuchen otras voces los sabios de cátedra y de esquinas. Depongan los odios las almas vengativas. Desperecen su espíritu los desencantados. Dense otra oportunidad los amargados. Decrétense leyes nuevas y hágase justicia nueva. Suéltese el negocio y créese fortuna. A nadie le importará luego si nos empeñamos en seguir siendo pobres y esparcidos por nieves y desiertos. Libérense todas las voces y entónese el concierto de la pluralidad y la democracia. A nadie le importará después si nos encaprichamos en seguir despellejándonos como sabuesos famélicos. Nadie se sueñe dómine y gobiérnese en concilio. No hace falta un tirano sustituto. No hay tirano torpe ni tirano diestro, hay sólo tirano. Y de tiranos estamos hasta el buche.

Búsquese un estado de poderes legítimos, separados, transparentes, visibles. Incorporémonos a la época. La isla agoniza. Hay demasiadas angustias y demasiados héroes en las dos islas. Hay demasiados amores en las dos islas. Hay demasiados viejitos con la clepsidra rota, sin ayer y sin mañana; fueron lo que simplemente fueron y sin tiempo para ser otra cosa. Alguien les robó su tiempo, que es robarles su felicidad, a pesar de las medallas, los diplomas en Sibanicú o las matas de mango y los forcitos en Hialeah.

Pensemos. La isla agoniza. En La Habana hay un hombre cansado. En Miami hay un hombre cansado. Pensemos.

Manuel Vázquez Portal
Ilustración: Google

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