¿Quiénes fueron tus paradigmas?
El primer y más importante paradigma para mí fue el padre Barbarin, mi párroco de San Luís. Otro sacerdote que a mí me sirvió de inspiración y que fue determinante en mi vida fue el padre Pedro Pablo Casterín Agüero, que nació en Santiago de Cuba y que era un hombre verdaderamente extraordinario, gran misionero, gran catequista y ha sido para mí un modelo de vida muy inspirador. Debo mencionar a dos obispos, que han estado presentes en toda mi vida: Enrique Pérez Serrantes, que siempre me tuvo un gran cariño y yo a él; una persona de una ternura, de una bondad y de una fuerza tremenda, era un fenómeno de la naturaleza. Y el otro fue mi obispo, el que me ordenó sacerdote, que hasta hace un año fue el arzobispo de Santiago de Cuba monseñor Pedro Maurice, que además era de mi pueblo, su padre fue muy amigo de mi abuelo. Mi relación con él era más que la que puede haber de un subordinado a un superior, era más que eso, una inspiración, una persona que me ha ayudado a ser mejor y que me ha exigido ser mejor y no porque me lo impusiera directamente, sino porque su vida era un ejemplo.
¿Crees que los seminarios ahora forman y tienen el ambiente de entonces? ¿Qué mantendrías y qué cambiarías?
Son circunstancias distintas. La formación de la gente que entró conmigo al seminario podía ser intelectualmente mayor o menor, pero yo diría que había un background humano, una formación cristiana mucho más sólida de la que normalmente hoy tienen los jóvenes que ingresan al seminario. El peso del ambiente parroquial y familiar entonces era muy fuerte, también era más masiva la entrada, había muchos más jóvenes interesados. Los seminarios se consideraban más como un tiempo de formación, incluso de apartar un poco al joven de la realidad que lo rodeaba, yo diría que más centrado en la formación sacerdotal. Después, a partir del Concilio Vaticano segundo, la iglesia tenía otras perspectivas, aspiraba a un seminarista formándose en los ambientes sociales.
La solidez del cuerpo profesoral, la total dedicación de aquellos jesuitas, que fueron mis profesores en el seminario, a la formación fue para mí muy importante. Quizás habría que lograr hoy en los seminarios por lo menos en parte de los formadores, esa dedicación, esa identificación por los jóvenes que están en el seminario, eso sería muy importante. Yo creo que sería un objetivo a tratar de lograr. Por otra parte el contacto mayor con las realidades de la vida pastoral, quizás ahora se logra más que antes, pero lo esencial es la formación del espíritu. Hay un slogan de un sacerdote que yo quería mucho que decía “Un hombre vale lo que vale su corazón” y yo creo que ahí está la clave. Hay que formar el corazón, formar el carácter, hay que formar hombres fuertes de corazón y de entrega, que estén cercanos al pueblo y al dolor de la gente, porque eso es lo que da la clave de un verdadero sacerdote, de un seguidor de Jesús.
¿Qué buscabas con ser sacerdote en Cuba? ¿Cuáles eran tus sueños más acariciados al acercarse el día de comenzar tu misión como sacerdote? ¿Cuántos y cuáles de esos sueños has podido realizar? ¿Cuáles aún siguen esperando el día?
Lo que yo he querido toda la vida es ser cura de pueblo y no tanto de una gran ciudad como Santiago de Cuba. Para mí lo ideal sería ser el cura de San Luís, el pueblo donde nací, que en mi niñez tenía 30 ó 40 mil habitantes pero que ahora supera los 50 mil. San Luís es, digamos muy pueblerino, con bastante campo y muchas pequeñas comunidades, pueblecitos como Palmarito, Dos caminos, Villalta, dos centrales azucareros, es decir una parroquia rodeada de comunidades más bien rurales donde la labor del sacerdote es predicar el evangelio, evangelizar y sacramentar y donde yo sentía que, como lo había sido para nosotros el padre Barbarin que el sacerdote era un promotor de humanidad , una persona que predicaba la palabra de Dios, pero al mismo tiempo formaba el corazón de las personas para amar que es en fin de cuentas la clave del evangelio, en un ambiente de mucha cercanía, con la gente y su realidad. Ese es mi sueño, ese siempre fue mi sueño.
Una vez el Obispo me mandó por tres meses a San Luís mientras llegaba el nuevo cura que era un Paules, que es la congregación que se encargan de mi pueblo hace casi cien años. Esa ha sido la etapa más feliz de mi vida sacerdotal. También me sentí muy realizado cuando estaba en Palma Soriano y Contramaestre, lo que no quiere decir que no me sienta realizado ahora cuando estoy en una parroquia de ciudad, que desgraciadamente ya no tiene tanto campo a su alrededor. Pero esta labor de visitar a la gente, de estar en contacto con los problemas y realidades de la gente; responder a esos problemas de enfermedades, de sufrimientos de alegría, de esperanzas; los nacimientos, las bodas, todo lo que son los momentos que hacen la vida de la gente, y estar allí, al lado de ellos durante ese proceso que es la vida, era para mí lo esencial.
En los primeros diez años que estuve aquí en Santiago, que fue mi primera etapa antes de ir a estudiar a España, fui párroco de la parroquia de Trinidad, de la parroquia de Sueño, estuve en la Catedral, pero siempre estuve trabajando en pequeñas comunidades de barrio San Pedrito, o el distrito José Martí, pero en todo ese tiempo además fui profesor del seminario y responsable de los jóvenes universitarios de lo que fue la antigua provincia de Oriente, que ahora son cinco, así que tenía la atención de los universitarios que era un trabajo muy exigente en muchos sentidos, profesor del seminario, de no sé cuántas asignaturas, desgraciadamente fueron demasiadas y me quitaron el gusto de ser profesor, y claro, el trabajo de la parroquia, al mismo tiempo yo era el cura más joven de la ciudad y me sentía con la responsabilidad de visitar los hospitales y como no tenía automóvil todo lo hacía a pie.
¿Crees que los seminarios ahora forman y tienen el ambiente de entonces? ¿Qué mantendrías y qué cambiarías?
Son circunstancias distintas. La formación de la gente que entró conmigo al seminario podía ser intelectualmente mayor o menor, pero yo diría que había un background humano, una formación cristiana mucho más sólida de la que normalmente hoy tienen los jóvenes que ingresan al seminario. El peso del ambiente parroquial y familiar entonces era muy fuerte, también era más masiva la entrada, había muchos más jóvenes interesados. Los seminarios se consideraban más como un tiempo de formación, incluso de apartar un poco al joven de la realidad que lo rodeaba, yo diría que más centrado en la formación sacerdotal. Después, a partir del Concilio Vaticano segundo, la iglesia tenía otras perspectivas, aspiraba a un seminarista formándose en los ambientes sociales.
La solidez del cuerpo profesoral, la total dedicación de aquellos jesuitas, que fueron mis profesores en el seminario, a la formación fue para mí muy importante. Quizás habría que lograr hoy en los seminarios por lo menos en parte de los formadores, esa dedicación, esa identificación por los jóvenes que están en el seminario, eso sería muy importante. Yo creo que sería un objetivo a tratar de lograr. Por otra parte el contacto mayor con las realidades de la vida pastoral, quizás ahora se logra más que antes, pero lo esencial es la formación del espíritu. Hay un slogan de un sacerdote que yo quería mucho que decía “Un hombre vale lo que vale su corazón” y yo creo que ahí está la clave. Hay que formar el corazón, formar el carácter, hay que formar hombres fuertes de corazón y de entrega, que estén cercanos al pueblo y al dolor de la gente, porque eso es lo que da la clave de un verdadero sacerdote, de un seguidor de Jesús.
¿Qué buscabas con ser sacerdote en Cuba? ¿Cuáles eran tus sueños más acariciados al acercarse el día de comenzar tu misión como sacerdote? ¿Cuántos y cuáles de esos sueños has podido realizar? ¿Cuáles aún siguen esperando el día?
Lo que yo he querido toda la vida es ser cura de pueblo y no tanto de una gran ciudad como Santiago de Cuba. Para mí lo ideal sería ser el cura de San Luís, el pueblo donde nací, que en mi niñez tenía 30 ó 40 mil habitantes pero que ahora supera los 50 mil. San Luís es, digamos muy pueblerino, con bastante campo y muchas pequeñas comunidades, pueblecitos como Palmarito, Dos caminos, Villalta, dos centrales azucareros, es decir una parroquia rodeada de comunidades más bien rurales donde la labor del sacerdote es predicar el evangelio, evangelizar y sacramentar y donde yo sentía que, como lo había sido para nosotros el padre Barbarin que el sacerdote era un promotor de humanidad , una persona que predicaba la palabra de Dios, pero al mismo tiempo formaba el corazón de las personas para amar que es en fin de cuentas la clave del evangelio, en un ambiente de mucha cercanía, con la gente y su realidad. Ese es mi sueño, ese siempre fue mi sueño.
Una vez el Obispo me mandó por tres meses a San Luís mientras llegaba el nuevo cura que era un Paules, que es la congregación que se encargan de mi pueblo hace casi cien años. Esa ha sido la etapa más feliz de mi vida sacerdotal. También me sentí muy realizado cuando estaba en Palma Soriano y Contramaestre, lo que no quiere decir que no me sienta realizado ahora cuando estoy en una parroquia de ciudad, que desgraciadamente ya no tiene tanto campo a su alrededor. Pero esta labor de visitar a la gente, de estar en contacto con los problemas y realidades de la gente; responder a esos problemas de enfermedades, de sufrimientos de alegría, de esperanzas; los nacimientos, las bodas, todo lo que son los momentos que hacen la vida de la gente, y estar allí, al lado de ellos durante ese proceso que es la vida, era para mí lo esencial.
En los primeros diez años que estuve aquí en Santiago, que fue mi primera etapa antes de ir a estudiar a España, fui párroco de la parroquia de Trinidad, de la parroquia de Sueño, estuve en la Catedral, pero siempre estuve trabajando en pequeñas comunidades de barrio San Pedrito, o el distrito José Martí, pero en todo ese tiempo además fui profesor del seminario y responsable de los jóvenes universitarios de lo que fue la antigua provincia de Oriente, que ahora son cinco, así que tenía la atención de los universitarios que era un trabajo muy exigente en muchos sentidos, profesor del seminario, de no sé cuántas asignaturas, desgraciadamente fueron demasiadas y me quitaron el gusto de ser profesor, y claro, el trabajo de la parroquia, al mismo tiempo yo era el cura más joven de la ciudad y me sentía con la responsabilidad de visitar los hospitales y como no tenía automóvil todo lo hacía a pie.
(Esta entrevista con el P. José Conrado Rodríguez concluirá mañana)
Reconozco muy bien en sus palabras al P. José Conrado. Ambos coincidimos en el Seminario S. Basilio Magno cuando estaban los jesuitas. Tiene mucha razón en lo que dice. ¡Qué profesores eran aquellos, qué dedicación!
ResponderEliminarVíctor Mozo
ex seminarista
Gracias por su comentario, señor Mozo. He tenido la gran satisfacción de compartir con el P. José Conrado en varias oportunidades que ha visitado esta área de Wash. DC.y estamos al tanto de su gran labor en la Parroquia de Sta. Teresita en Stgo de Cuba, ayudando a los ancianos, a los discapacitados y a cuantos se acercan a su iglesia en busca de ayuda. Su valor cívico es indiscutible, haciendo frente de modo continuo a vejaciones y hasta amenazas, que no le impiden dirigirse directamente a los máximos responsables del gobierno para enterarlos -si no lo saben- de la calamitosa situación en que han hundido a Cuba.
ResponderEliminarDe nuevo gracias por su visita. Espero que siempre le resulte agradable la lectura de esta Gaceta.