Hazme una cruz sencilla, carpintero
(1ª Parte)
Marlene María Pérez Mateo
León Felipe (1884-1968)
En una ocasión León Felipe, escritor español
exiliado en México, se encontraba sumamente
enfermo; su sobrino político y
torero Carlos Arruza le trajo para la cabecera del paciente una bellísima cruz
muy elaborada, una joya de orfebrería. La intención era excelente, pero Felipe pidió
fuera cambiada por otra, esta vez
de madera cuya confección encomendó a un simple carpintero vecino de los bajos
en la residencia, por entonces, del
artista. Y porqué no, la petición la hizo por medio de la poesía, su arma de
batalla por excelencia; y así quedó: “Hazme una cruz sencilla carpintero...”, que
a continuación reproduzco
“Hazme una cruz sencilla carpintero,
mas sencilla, mas
sencilla, mas sencilla,
sin barroquismos,
sin añadidos ni
ornamentos,
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos y
decididamente rectos.
Los brazos en abrazo
hacia la tierra,
el astil
disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto,
este equilibrio
humano
de los dos
mandamientos.
Sencilla, sencilla,
mas sencilla.
Hazme una cruz
sencilla, carpintero.
Las palabras huelgan
ante tal lírica, el poema es impecable. Es una obra
perfecta, y de esas
donde la simplicidad toma empinado vuelo.
Quisiera en esta
reseña en las alas de la poesía de Don Felipe, hacer un periplo añorado desde
hace varios años. Su verdadera autora es mi abuela, quien ayudó a sembrar y
hacer crecer como solo las viejecitas
saben hacer, la semilla de la inquietud en la tradición religiosa
de antaño. Ella dejó para mi y para todos los que le conocieron el
listón bien alto; y en ese su calidoscopio de hondas raíces me atrevo a tomar
uno de sus muchos espectros de colores para dar vida a estas páginas: La cruz, y con ella, las múltiples
expresiones que con el devenir de los
tiempos se ha ido enriqueciendo el acerbo del pueblo cristiano.
Los altares de Cruz
Una de las
variopintas historias con que se meció
mi cuna, de esas cuyo deleite aun resuena en
zigzagueante armonía: los altares de Cruz. En vísperas del 3 de mayo, a inicios del siglo
XX, fácil resultaba echar andar el
proyecto de tal festividad en la Cuba de entonces en un medio donde la
“españolicidad” y la cristiandad estaban a flor de piel. Era en honor a la
Santa Cruz de Caravaca de la Reina; cuyo arraigo popular se manifestaba en la
velada. El centro de la fiesta era un altar improvisado construido con una amplia mesa como base, una estructura en posición escalonada a manera de
pirámide, luego cubierta por manteles y engalanada a su vez con flores, helechos
y arecas. En la cima de tan improvisado montículo una cruz coronaba y
encabezaba la celebración. Luego frutas, dulces
y golosinas se sumaron al decorado y a agasajo al paladar de los
asistentes. Un padrino y madrina servían de anfitriones, puesto dado por
razones de respeto a los de mayor edad. Por base musical un gramófono y discos del momento, el danzón por excelencia.
Las cruces y su historia:
La
Cruz de Calatrava
Es una cruz
emblemática de los gules (heráldica de color rojo en la antigua Francia). Se
caracteriza por flores de lis en los extremos. Formas parte de los emblemas de
La Orden de Calatrava, la Universidad de Santo Tomas en Bogotá, Colombia y del
escudo de Buenos Aires, Argentina.
Su mayor distinción
es la de un círculo rodeando la intercepción de los dos brazos. Es muy típica
de Irlanda y del mundo celta. Se le conoce desde el siglo VII. A la forma
circular se le ha dado distintas interpretaciones: la de simbolizar al sol, a la luna, de ser
coronas de flores o de hojas, utilizada para espantar al diablo o para
garantizar la estabilidad del objeto.
Muy unida con la figura de San Patricio.
Es una cruz muy
relacionada con los protestantes del sur de Francia conocidos como hugonotes,
siendo en cierta manera una imitación de la cruz de la Orden del Espíritu
Santo. Existe una leyenda atribuyendo su confección a un orfebre de Nime,
llamado Maystre, hacia 1688. Es una cruz patada, es decir sus cuatro brazos tienen
igual dimensión. Cada extremo se abotona doblemente, simbolizando las ocho
bienaventuranzas y en las cuatro intercepciones hay una flor de lis,
significando la trinidad y a su vez delineando cuatro corazones. En el extremo
inferior cuelga una paloma representando el Espíritu Santo y a veces un
colgante a su vez en forma de pequeña lámpara de aceite.
Es una cruz con
iguales dimensiones en sus cuatro extremos, lo cual le identifica como patada,
pero cuyos brazos se ensanchan al final. Asociada a los caballeros templarios
cuando su color es rojo datándose desde 1147 y de los Caballeros teutónicos de
color negra originarios de Prusia. Se usa en la actualidad en los mapas para la
localización de de templos cristianos; en la escritura delante de los nombres
del Obispo y aun en la actualidad en las regiones al noreste de Francia.
Data desde 1120,
cuando los frailes de la Orden
Hospitalaria de San Juan de Jerusalén ya la usaban quizás a sugerencia del
Beato Gerardo por ser símbolo de su
ciudad natal Amalfi. Es una cruz ensanchada en los extremos con los
brazos hendidos por una escotadura y terminación en dos puntas, coincidiendo
con el ocho de las bienaventuranzas, las ocho obligaciones de los caballeros y
las ocho leguas del perímetro de naciones permitidos en la Orden hasta 1462. Se
utilizó en la primera cruzada.