Los Palmarés del
Festival de San Sebastián
Oti Rodríguez Marchante
abc.es
El presidente del Jurado de esta edición del Festival de San Sebastián
era Bille August, pero uno se imagina a Jia Zhang-ke, cineasta de tanto
prestigio y miembro de ese jurado, mirándole con sus ojillos malevolillos y uno
entiende que la Concha de Oro haya sido para la película china “Yo no soy
Madame Bovary”, e incluso que el premio a la mejor actriz lo ganara su
protagonista, la increíble y “cool” Fan Bingbing. Naturalmente, seguro que han
influido otros detalles, aparte de esa mirada inquietante de Zhang-ke, como el
hecho de que contenga una historia llena de ironía, arañazos y dentelladas al
paraíso burocrático de la gran China y que tenga grandeza su personaje
femenino, una mujer terca e irreductible que pretende divorciarse bien de su
marido, a pesar de que ya se han divorciado. Y también de que cuente el drama
con enormes dosis de coña marinera, que someta a la “oficialidad” a unos test
de infantilismo brutales, y de que convierta la pantalla en un perfecto círculo, y apenas
salga de él. Es una película estimable, quizá algo justa para encabezar el
Palmarés, pero indudablemente no está a la altura de los grandes desastres que
tradicionalmente ha cometido el jurado de este Festival.
El cine español, nuestro favorito, ha conseguido varios
premios merecidos, y ha dejado de conseguir algunos otros también merecidos. El de
Eduard Fernández como mejor actor es también un clásico: siempre está bien,
salvo cuando está insuperable, y aquí, en “El hombre de las mil caras”, la
película de Alberto Rodríguez, es imposible que ni el propio Paesa estuviera
mejor, tan exacto, tan turbio e inaccesible.
Y de Rodrigo Sorogoyen y su excelente “thriller”, “Que
Dios nos perdone”, han decidido premiar el guión del propio Sorogoyen y de
Isabel Peña, un cromático alfombrado del Madrid apoteósico de 2011, una
intriga policial y unas descripciones de personajes tremendos, acomplejados y
armados hasta los dientes de ira incontenible. La cosa es que hay otros
premios que no ha ganado la otra película española, la de Jonás Trueba, “La
reconquista”, una de las pocas en la que no había jóvenes
crueles, asesinatos horrorosos, tarados impresentables ni adolescentes
enloquecidos. Igual Jonás Trueba tendría que haber metido un par de hachazos en
su película.
Y llegamos al premio al mejor director, para el coreano
Hong Sang-soo y su miniatura sentimental titulada “Tú y lo tuyo”, un par de
anécdotas entre una pareja joven, con un sentido del humor no muy fácil de
detectar y una narración pródiga en planos secuencias, que, aunque al espectador eso
le traiga al fresco, es algo que sube mucho la nota, como saber
euskera, pongamos por caso. Y un premio especial del jurado para dos títulos,
la argentina “El invierno”, de Emiliano Torres, y a la sueca “El gigante”, de
Johannes Nyholm, realidad terrible en ambas, con la aportación poética del
paisaje patagónico (que también le dio el premio a la mejor fotografía)
en una y de la fantasía del “monstruo” de la petanca en la otra.
De los premios no oficiales, siempre hay uno al que no
suele dársele importancia precisamente porque es básico, sustancial y habla por los codos
de las virtudes de la película que lo logra: el premio del
público, que aquí ha recaído con absoluta rotundidad y con notas de niño
empollón en “Yo, Daniel Blake”, de Ken Loach, que ya tuvo la desfachatez de
ganar el pasado Festival de Cannes.
Para despedir esta edición se eligió una película
francesa muy apropiada para acompañar el pescado de la cena, una biografía del
comandante Jacques Cousteau titulada “La Odisea”, y en ella se puede apreciar
el entusiasmo, la fuerza y la sed de aventura de quien tantas
sobremesas buenas nos ha dado con sus series televisivas a bordo del Calypso.
Aunque el protagonista absoluto es Cousteau y su “chapeau” rojo, la historia
está impregnada de su ambiente familiar, la relación con sus hijos (la tragedia
del menor, Philippe) y con su escamada mujer, pues la película sugiere un
Cousteau infiel, algo merluzo, obsesionado y ególatra,
aunque se consigue redimir (como tantos otros) por el camino de lo ecológico.
Es una película entretenida, albo básica en sus planteamientos y que tiene una
buena interpretación de Lambert Wilson, que sabe llevar la gorra
roja, y de Audrey Tautou, aunque su personaje mira la historia
como un espectador o como un pez en su pecera…