25 de junio de 2016

¿Por qué los bailarines cubanos siguen escapando?


"La magia de la danza" del Ballet Nacional de Cuba
representada en el Teatro Albeniz de Madrid en 2002
 
¿Por qué los bailarines cubanos
siguen escapando?

Roger Salas, El País, España

Según algunas fuentes del exilio cubano de Miami, en los últimos 18 meses han dejado la isla 83 artistas de ballet entre miembros de Ballet Nacional de Cuba, egresados de la Escuela Nacional de Ballet y miembros de otros conjuntos estatales, como el Ballet de Camagüey. Y todo ello, a pesar de la repercusión global del deshielo de las relaciones con los Estados Unidos, de la visita al Caribe del Papa y otros gestos de alta diplomacia. Desde algunos sectores de la ortodoxia castrista se pide paciencia.

Pero a un artista de ballet no se le puede pedir paciencia aunque sea parte de su disciplina; la ambición profesional de superación, cuando hay talento, es la urgencia de cabecera; la ambición doma la paciencia para que no se convierta en frustración. Para un bailarín o bailarina el tiempo es oro.

Las últimas y sonadas deserciones de una primera bailarina del BNC, Amaya Rodríguez, y tres jóvenes solistas (que se consideraban promesas seguras por su calidad y virtuosismo) que cruzaron la frontera de Canada   tras un viaje oficial del conjunto cubano y entre las que se encuentran Massiel Alonso y Mayrel Martínez, ponen otra vez la atención sobre un goteo que nunca ha cesado y que ha poblado el planeta de artistas de la danza cubanos, desde Holanda, Suecia, Noruega, Italia, Reino Unido y España a varios países de Latinoamérica, con Estados Unidos a la cabeza.

Amaya Rodríguez había salido legalmente a México con un permiso y cruzó por su cuenta y riesgo la frontera con Estados Unidos, una espalda mojada más en busca de su oportunidad. Pero estos jóvenes bailarines aún en tierra norteamericana hablan con temor. La mayoría de ellos ha dejado atrás a sus familias en la isla. Los que están en Europa, con menos presión política, y mediática, eluden el compromiso declarado con la oposición o cualquier actitud contestataria, algo que en la isla sigue siendo delito.

La euforia turística, las remesas de dólares que envían los familiares cubanos emigrados desde el extranjero, la promesa de la entrada de grandes capitales occidentales para reindustrializar la isla y las promesas de apertura en el terreno político no son capaces de tapar una realidad ruinosa y amarga cuya mejor metáfora es, en el terreno de la danza, el hecho de que las bailarinas se vean obligadas a remendar imperturbables sus gastadas zapatillas de ballet.

El ballet ha servido recientemente, como lo fue el pimpón para las relaciones entre China y Estados Unidos en tiempos de Nixon, para desbloquear las conversaciones entre Cuba y los estadounidenses, y todo empezó con una visita oficial del American Ballet Theatre [ABT] a La Habana después de más de 50 años, de modo que se puede hablar con propiedad en este caso de “diplomacia del ballet”. El ABT fue a La Habana con el plácet de Washington y así empezó esta parte de la fiesta... o del drama, según se mire. Hay quien dice que ya no tiene sentido emigrar o pedir asilo político al pisar suelo norteamericano. Que se lo expliquen a los bailarines, ellos tienen una respuesta.

Pedro Pablo Peña, director del Cuban Classical Ballet of Miami y del Miami Arts Center, como viene haciendo desde hace más de 30 años, ha acogido a estos artistas y preparó para ellos una función especial el sábado 18 en el Miami Dade County Auditorium. Un programa enteramente clásico que terminó con el segundo acto de Giselle”, protagonizado por Amaya Rodríguez acompañada por otro cubano invitado, Carlos Guerra, primer bailarín del Miami City Ballet y artista adorado por el público de La Florida. También bailaron otros cubanos como Marifé Fumero (Reina de las Willis) y Arionel Vargas (Hilarión), este último exprimer bailarín del English National Ballet de Londres. Alonso y Martínez hicieron también papeles solistas.

La diáspora de los artistas cubanos de ballet, desde los años sesenta del siglo XX con la histórica deserción de los 10 de París en 1966, es la más importante de la historia moderna junto a la de los rusos, que empezó en los días de la revolución de octubre, se extendió todo el estalinismo y terminó con la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque socialista. Ambas historias tienen sus héroes, sus luces y sus sombras y están por escribirse; los rusos quizás han tenido más suerte y mejor fama pues los ayudaba su propia tradición. Los cubanos siguen navegando en una tierra de nadie, luchando por su arte distintivo y su briosa calidad característica

24 de junio de 2016

Los Sanjuanes del Siglo XX en Camagüey

Los Sanjuanes 
del Siglo XX
Ana Dolores García
 

Las volantas y quitrines fueron desapareciendo paulatinamente de nuestras adoquinadas calles con la llegada del siglo XX y el progreso. 

Surgieron entonces los “autos” coches Victoria, capaces de moverse sin necesidad de caballos y luego aparecieron los Ford, con sus fuelles plegables que los hacían  vehículos idóneos para los desfiles sanjuaneros de comienzos de siglo.
 
En los años de vacas gordas la alegría sanjuanera se multiplicaba al compás de los sonidos de las monedas que tintineaban en bolsillos y faltriqueras. En aquellos paseos de entonces las damiselas camagüeyanas, estrenando serpentinas y confetis, comenzaban a lanzarlas y recibirlas de sus admiradores callejeros. Todo un derroche de colores y del buen disfrute, en unos desfiles en los que la presencia femenina era lo que más se celebraba. 

Las carrozas empezaron a incorporarse a la festiva caravana -generalmente nocturna-, patrocinadas   principalmente por industrias, ya fueran locales o nacionales, en las que entre cisnes o flores de cartón y bombillas de colores paseaban su belleza la elegida reina del carnaval, (como ya también se oía nombrar a los festejos sanjuaneros), las damas de su corte, la reina infantil (que también la había) y otras reinas de sociedades o barrios. Estos desfiles se celebraban los sábados y domingos o en las señaladas fechas del propio día de San Juan o el de San Pedro, que marcaba el cierre de los festejos.
 

La longitud del “paseo” se fue alargando y se extendió hasta incluir las dos grandes avenidas que enmarcan la ciudad, las llamadas de la Caridad y de Los Mártires. Las carrozas empezaron a verse acompañadas por camiones que cubrían su aspecto proletario con hojas de palma y otros adornos, y a los que se subían indistintamente muchachas y jóvenes en franca camaradería, exteriorizando su alegría con sus cantos.   

No faltaban tampoco las rudimentarias “planchas”, tan comunes en nuestro pasado, que tiradas por un caballo servían para el transporte rústico de mercancías dentro del pueblo, y en estas noches se veían también adornadas de ramaje verde y cargadas de juventud.  A carrozas, camiones y planchas se fueron incorporando las comparsas, genuinas réplicas de las comparsas habaneras, compuestas por parejas de jóvenes que avanzaban danzando elegantemente al ritmo de su música, y que eran patrocinadas por distintas sociedades de la comunidad. 

Nuestro sanjuan-siglo-veinte no quiso renunciar a dos genuinos modos  de diversión que provenían de los siglos anteriores: los clásicos ensabanados descritos por El Lugareño y que son ya característicos de nuestros carnavales, y las populares congas, reminiscencia de esa herencia omnipresente de cultura africana que permea nuestra sociedad.  Ensabanarse y “meterse” en una conga fue algo muy practicado, divertido y "conveniente" en las noches de entresemana.  

Las congas se comenzaban a calentar los tambores desde semanas antes, en las que su ritmo acompasado y monótono se escuchaba noche a noche en los barrios periféricos, el más afamado de todos, el de Bedoya.  Cada año se repetían los mismos sones: “Somos los comandos, lo que sea…”  o “Tú que me decías que Yayabo no salía más…
 

Poco antes de mediar el siglo comenzaron a decorarse calles y barriadas, tal como en los años del primitivo sanjuan. Se engalanaban con papeles satinados de todos colores, hojas de arecas o palmas de coco, se sacaban las radios a las aceras, se elegía una reina de la cuadra y se hacía fiesta. 

A esto mucho contribuyó la animación prestada por un periodista y locutor, Juan B. Castrillón, conocido cariñosamente como Don Pancho, a través de la emisora CMJK y su programa “La Hora Selecta Social” trasmitida al mediodía. El propio Don Pancho se personaba en las noches en distintas cuadras y prestaba su colaboración para la coronación de las reinas electas, y sostenía un concurso para premiar  la cuadra mejor engalanada. 
 
Realmente no sé cuando empezaría esta tradición, pero en el sanjuan camagüeyano del siglo veinte no faltaron las “sogas”. Mayormente esto sucedía cuando la mayoría de sus calles eran de tierra, porque ello dificultaba el tránsito rápido de vehículos. Las “sogas” eran precisamente eso, sogas sostenidas por muchachos (y a veces hasta mayores) de un lado a otro de la calle que impedían el paso a los vehículos para pedir alguna contribución (aunque ésta fuera de “quilos”) para la “olla”. Y la “olla” era donde hacían el ajiaco en plena calle para despedir el sanjuan y enterrar y llorar a San Pedro.  
 
Se disfrutaba también en las sociedades, en todas. En las exclusivas y en las más modestas, en todas. Tennis Club, La Popular, el Ferroviario, el Atlético, La Colonia Española, Maceo, Victoria…. en todos esos locales había bailes para que sus socios celebraran  el sanjuan
 
En la segunda mitad del siglo, con el arribo del gobierno castrista se han querido mantener las mismas tradiciones y las fiestas sanjuaneras se celebran con carácter oficial “para el pueblo”, como si en las de años anteriores no hubiera habido participación popular. 

Las múltiples escaseces  que han caracterizado estas décadas han difumado el esplendor que tuvieron en épocas anteriores. El ajiaco se ha convertido en caldosa, las rumberas con traje de cola bailan ahora en bikinis...

El pueblo se divierte de todos modos. Es natural, aunque no se trate de un circo, porque a falta de pan, hay mucha cerveza mientras duren estas dos semanas de fiesta. 

23 de junio de 2016

Cuentan las leyendas...


 
Leyendas españolas
en la Noche de San Juan
Mónica Arrizabalaga

Cuentan que la Encantada (ya sea mora o cristiana, según el lugar) lleva todo el año esperando a esta noche de San Juan para aparecerse en numerosas localidades españolas, peinándose su larga cabellera junto a alguna fuente, arroyo o castillo y que en las profundidades del lago de Sanabria voltea una campana de la mítica Valverde de Lucerna aunque solo quienes están «en gracia de Dios» la escuchan. Hoy es noche de hogueras y de leyendas que han pervivido durante siglos.

La Encantada
Dulciades se llama la joven y bellísima princesa que despierta cada Noche de San Juan en Villarrobledo (Albacete). Hija del señor de un castillo, fue raptada por el depravado Drakolín y al morir éste por la maldición del aya, su padre Hastrano ordenó que la encerraran en una mazmorra y la mataran con un veneno. Cuando se lo suministran, se aparece el aya, que empareda a la bruja Nasanta y consigue que la princesa no muera, sino que duerma en un estado letárgico del que solo despierta por San Juan. «Esa noche aparece La Encantada, una delicada y bellísima joven de tez clara, peinando su larga y hermosa cabellera con un peine de oro, para regar y cuidar unas flores extrañas que sólo crecen allí. Otras versiones de leyenda añaden que, si la ves y te mira fijamente a los ojos, ocuparás su lugar», recogen Elvira Menéndez Pidal y José María Álvarez en sus «Leyendas de España» (SM).

En la Cueva de la Camareta, en la zona del embalse de Camarillas (Hellín, Albacete) cuentan que la dama se peina con un peine de oro y pregunta a quien pasa por allí qué le gusta más si el peine o ella. En cierta ocasión cuentan que un pastor le respondió que el peine y ella le respondió airada: «¡Maldito seas, que por tu culpa seguiré encantada!».

Otras leyendas similares son las de La Encantada de Benamor (Moratalla), la de las Tosquillas (Caravaca), la de la Rambla de Nogalte (Puerto Lumbreras), la Dama de la Terrera de los Argálvez (Baza, Granada) o la Bruja de Aketegui (Guipúzcoa).

En Coy o Manzanares el Real la encantada es una princesa mora que se enamoró de un joven cristiano y fue encerrada por su familia en una cueva. Allí murió esperando ser rescatada por el caballero cristiano, que no regresó jamás. Cuentan que se aparece en la noche de San Juan, vestida de blanco junto a un manantial o una fuente.

También en Rojales (Alicante), la Encantá (Zulaida o Zoraida) busca en la noche de San Juan a algún valiente que la lleve en brazos hasta el río Segura para bañar sus pies en el agua y romper así el maleficio de su padre por haberse enamorado de un príncipe cristiano. Pero quien se presta a llevarla acaba cayendo desfallecido por el peso cada vez mayor de la joven, que queda encerrada en el monte. Sobre el pobre hombre cae entonces la maldición de la Encantá de morir con la lengua fuera.

En la noche de San Juan se dice que se escucha un canto irresistible de mujer desde la fuente de La Velasca, en Badajoz, aunque nadie ha vivido para contarlo. Atraídos por los espectros de tres princesas moras, los hombres se lanzaban al agua y morían ahogados. José María Merino recoge el relato en sus «Leyendas españolas de todos los tiempos» y la fórmula mágica con la que en una noche de San Juan fueron desencantadas las tres jóvenes.

En la noche de San Juan quedaban anulados los poderes de la temida Juáncana, que raptaba a los niños y los devoraba en su cueva en Cantabria. Era el momento que aprovechaba la gente para buscarla y acabar con su vida, aunque según Merino parece que nunca pudieron conseguirlo.

Fantasmas en el castillo
Entre los muros del Castillo de Loarre se cuenta que falleció el conde Don Julián y que enterraron al mayor traidor de la historia de España a la entrada de la iglesia, para que todos pisotearan sus restos por haber abierto las puertas de la Península a los musulmanes por el comportamiento de Don Rodrigo con su hija Florinda, más conocida como La Cava. Hay quien dice que su alma atormentada merodea por las torres del castillo lamentando el trágico fin de Florinda, que se habría suicidado arrojándose desde una torre. Otros creen ver (cómo no, en la misma noche de San Juan) a la abadesa doña Violante, sobrina del Papa Luna, cuya tumba tampoco ha sido aún hallada.

Campanadas bajo el agua
Hay quien asegura que en la noche de San Juan aún voltea una campana de la iglesia de Valverde de Lucerna desde las profundidades del Lago de Sanabria. No está claro si la que repica en esta noche mágica es la campana de Redondo o Bragado, los dos bueyes que corrieron asustados al lago y engancharon sin querer las campanas de la iglesia. Los animales arrastraron una de ellas al salir del agua, pero la otra quedó bajo el lago donde, según la leyenda, yace el mítico pueblo de Valverde, Villaverde o Villa Verde de Lucerna.

Cuenta la leyenda que hasta esta localidad zamorana llegó un día un pobre andrajoso pidiendo limosna, pero todos cerraban las puertas cuando se les acercaba. Solo en una casa apartada, el panadero le animó a pasar y sentarse junto al fuego mientras metía en el horno la última masa de pan que le quedaba. Cuando el buen hombre fue a sacar el bollo de pan, la masa había aumentado tanto de tamaño que casi no cabía por la boca del horno. El pobre le dijo entonces al panadero que guardara el pan «porque de él tendrán que comer usted y su familia hasta que alguna barca pueda venir a rescatarles», según relata Luis Díaz Viana en «Leyendas populares de España».

Otras versiones, como la que recoge la web de Turismo de Sanabria, sitúan el relato en una desapacible noche previa a la fiesta de San Juan. Son unas mujeres quienes acogieron al mendigo y se salvan de su castigo. Antes de abandonar el pueblo, el viejo, que era el mismísimo Jesucristo según la leyenda, cogió el cayado y dijo: «Donde clavo este bastón, que salga un borbollón». El agua inundó el lugar, sumergiendo por completo el pueblo. Hay quien cuenta que en noches oscuras se ven luces que parecen andas sobre las aguas, las almas de los desaparecidos que intentan huir del profundo lago, y que por eso se le llama Villa Verde de Lucerna.

También en la laguna de Antela decían que los muertos de la legendaria ciudad de Antioquía pedían perdón volteando las campanas la noche de San Juan «pero ni les llega ni les llegará nunca porque están condenados por toda la eternidad», según escribía Camilo José Cela en «Mazurca para dos muertos».

De las legendarias ciudades sumergidas en Galicia, quizá la de Antioquía era más conocida. Decían que su idolatría al gallo y sus pecados llegaron hasta tal extremo que Dios decidió castigar a la ciudad. Jesucristo quiso salvar a los justos y bajo el aspecto de un mendigo, recorrió las calles pidiendo limosna sin dar con nadie que se conmoviese de sus súplicas. Solo una pobre vieja le acogió en su casa, le dio algo de comer y le dejó su propia cama para que descansara. Al amanecer, un lago había cubierto por completo la ciudad. Solo la anciana se había salvado.

Para decepción de los más crédulos, en la década de los 50 se desecó la laguna de Antela sin que apareciera rastro alguno de Antioquía.

21 de junio de 2016

Triunfal presentación en Miami de bailarines cubanos


Primera Ballerina Amaya Rodríguez en Giselle
Foto: Roberto Koltún, El Nuevo Herald

Triunfal Presentación en Miami de
bailarines cubanos disidentes:
 
Una fiesta reivindicativa de bailar en libertad

 Roger Salas,
El País, Madrid

El pasado sábado 18 de junio el Miami Dade County Auditorium se llenó casi hasta la bandera. Esa tarde, se abatieron sobre Miami tres tormentas de esas que el clima subtropical propicia y donde parece que se acaba el mundo en diez minutos con viento, aparato eléctrico y mucha agua. Después hasta se atreve a salir el sol otra vez.

Era una función única y ya habitual en la temporada de fin de primavera del Cuban Classical ballet of Miami en la ciudad (el festival anual, sin embargo, se desplaza a otros municipios y hasta los teatros de la playa), dependiente del Miami Hispanic Arts Center, ambos bajo la dirección artística del cubano Pedro Pablo Peña, su fundador y la persona que se ha convertido en un emblema en el estado de la Florida y en toda Norteamérica acogiendo a todos los bailarines que desertan de Cuba, por cualquier vía.

Esta vez la velada tenía un verdadero formato de gala de ballet clásico. La prensa internacional se había hecho eco estos días pasados de la deserción y cruce de la frontera mexicana de la primera bailarina del Ballet nacional de Cuba Amaya Rodríguez casi contemporáneamente, tres talentosas y muy jóvenes solistas abandonaban una gira del BNC en Canadá y también cruzaban por su cuenta y riesgo la frontera norte de los Estados Unidos.

La ley de ajuste cubano, al pisar suelo norteamericano, los protege inmediatamente. El 2014 se asilaron 8 artistas en una gira a Puerto Rico y el goteo de deserciones de artistas cubanos de la danza en 2015 y 2016 sumaron hasta los 84 elementos. “Esto no se puede pasar por alto”, comenta a este diario Peña, “aunque se hable en la alta política de embajadas, viajes protocolares y mejoras económicas. Nada de eso llega hasta hoy al pueblo llano. Los bailarines, como todo el pueblo cubano, carecen de libertad, medios de vida y posibilidades de desarrollarse”.

La gala de ballet culminó con el segundo acto de Giselle bailado por Amaya Rodríguez y por Arionel Vargas, también cubano y ex primer bailarín del English National Ballet que sustituyó a Carlos Guerra, figura principal del Miami City Ballet que en su día también llegó a los Estados Unidos cruzando la frontera mexicana. Guerra se lesionó gravemente en el hombro durante el ensayo general apenas 12 horas antes de la función. El público acabó ovacionándolos en pie. Vargas, que debía bailar otras piezas en la función, y que nunca había bailado con Amaya Rodríguez, asumió el reto y la función se pudo hacer.

El rol de Hilarión lo asumió otro cubano escapado en 2014 y que ahora hace una carrera brillante en el Washington Ballet: Jorge Oscar Sánchez, un nombre a retener y una carrera que debe ser seguida con atención. En la velada también bailaron las solistas Masiel Alonso y Mayrel Martínez, dos de las artistas que habían cruzado hace apenas semanas por Canadá, acompañadas en pas de trois de El lago de los cisnes por Ignacio Galíndez (de los quedados en 2014), un joven con mucho que decir, una figura perfecta de danzarín noble en sus proporciones y una elegancia natural que lo precede al salir al escenario y que es su principal baza junto al virtuosismo a que nos tienen acostumbrado los jóvenes bailarines cubanos de hoy.

Hay que destacar a Marizel Fumero (que en 2012 fue invitada a Londres y después optó por aceptar pasar a las filas del Milwaukee Ballet para así no volver a Cuba), artista delicada y de técnica segura que hizo el pas de deux de Romeo y Julieta con Vargas y asumió el papel de Reina de las Willis en Giselle donde se mostró con autoridad, salto poderoso y buena presencia.

Peña armó un programa exigente y complejo, resaltando la importancia de los maestros rusos en la escuela cubana (como Azari Plisetski) junto a loa égida didáctica que tuvo el puertorriqueño José Parés y sobre todo, el gran maestro Fernando Alonso. “Los jóvenes deben saber, se les debe explicar de dónde han salido, qué se les ha enseñado y por qué son capaces de arrancar aplausos y entusiasmo en todas partes. No es un milagro sobrenatural, es la unión del talento y del trabajo, en este caso, del arrojo y la decisión de empezar de nuevo mientras se está a tiempo”.
 
Algunos de los artistas del Cuban Classical Ballet of Miami estarán presentes el 20 de agosto en el importante Festival de Ravello (Italia) en una función sin precedentes que reunirá por primera vez tras el deshielo de las relaciones cubano-norteamericanas a bailarines criollos de dentro y de fuera de la isla.
Enviado por Leonor Agüero

20 de junio de 2016

Del dicho al hecho no va mucho trecho -IV-

Francisco de Chinchilla, alcalde de Madrid
IV
Del dicho al hecho,
no va mucho trecho
 Marlene María Pérez Mateo                       

    La literatura sapiencial saturada de historias, mitos, personajes y sobretodo gran saber es parte de todo pueblo. En el saber popular se crece: “Vox populus, vox Deus”. Es esta sencilla, pero para mi entrañable reseña,  un viaje por su razón y origen en la patria cubana, y en las muchas patrias que a ella dieron origen. “La sabiduría viene llamando por las calles y levanta su voz en las plazas”, nos recuerda un versículo bíblico (Pro 1, 20). Así sea.

“Lo conocen hasta los perros”

      El ser reconocido hasta por los canes recuerda a Francisco de Chinchilla, un alcalde de Madrid, la capital española, a finales del siglo XVIII; además de Ministro del Santo Oficio.

      De Chinchilla era inflexible, severo y para nada analítico. Las medidas puestas en práctica por el y su administración rayaban en el extremismo. Por lógica la reacción airada de los vecinos no se hizo esperar y la animadversión a su persona era sobrada.  

       Como parte de su estrategia estuvo la de mandar a matar a pedradas y a palazos limpios a todos los perros que al paso de cualquier transeúnte se encontraran. Su objetivo era la sanidad pública. Los pobladores atribuían a los canes cierto sentido de presagio por lo que al verles salir corriendo o huir, o al escuchar sus aullidos, tenían por seguro que el tal De Chinchilla andaba cerca.

        La casa de dicho alcalde se ubicaba en la intercepción de las calles Gran Vía y Adaba. Hasta allí muchas veces llegaron muestras de los incómodos pobladores  en no pocas ocasiones.

          El ser conocido hasta por los perros, se entiende por tener gran popularidad y gran arraigo entre la gente, aunque no necesariamente negativo.