LA HABANA
(De la que
no se enterará Obama)
(Advertimos del lenguaje crudo en el
contenido)
IVÁN
GARCÍA
Especial
/ EFE / 02 de Marzo de 2016
La Habana se convierte en un baño público
por falta de servicios. Tras 57 años de involución
y supervivencia, los capitalinos tratan de vivir el día a día, mientras optan por
mirar al otro lado para ignorar la realidad
Mientras
hace la cola para pagar la factura del teléfono, Yordanka, una mulata
regordeta que fuma sin cesar, le cuenta a una amiga que su familia hace
las necesidades en bolsas de nailon y luego las botan en un contenedor de
basura.
-“Mi’ja,
el baño hay que descargarlo a cubos y el agua no nos alcanza”. Y sin
un ápice de vergüenza abunda en detalles: -“Todas las semanas mi marido o yo
compramos 20 o 30 bolsas de nailon. Hacemos nuestras necesidades y luego, pum,
las tiramos al latón de basura de la esquina. Estábamos pensando comprar
un tibor, pues de verdad que es incómodo ensuciar dentro
de un nailon, tienes que tener tremenda puntería”, cuenta
jovial, como si fuese un chiste en un festival del humor.
Su
amiga, lejos de reprocharla, aporta más leña al fuego. -“Niña, si yo se lo
digo a mis dos hijos varones. Después de las 9 de la noche orinen por el balcón
de la casa p’afuera, porque hay que ahorrar agua”.
Y no
son historias aisladas. Después que terminan los conciertos bailables
organizados por instituciones culturales, a golpe de cerveza y reguetón,
es habitual observar a mujeres y hombres orinando en cualquier recodo.
-“Cuando
terminan las pachangas en la Plaza Roja, en el barrio de La Víbora,
al día siguiente tengo que limpiar el portal y la escalera. Amanece llena de
orine y mierda”, apunta Rafael, quien reside en la planta baja de un edificio
de apartamento cercano al lugar.
El
café Pain de Paris, situado en la ruidosa Calzada de 10 de Octubre, y donde antaño
ofertaban dulces y panes franceses, se ha transformado en un bar. La
administración habilitó un baño, pero después que se robaran piezas y
herrajes, lo cerraron al público. Ahora los parroquianos orinan a un
costado del café, en plena vía pública. -“Es que la cerveza da muchas ganas de
orinar”.
-“Pura,
mire para otro lado”, le dice un joven a una señora que camina por
la Calzada. Según las normas de las empresas gastronómicas estatales, las
cafeterías y bares que expenden cervezas deben tener baños para los
clientes. Pero eso es letra muerta.
-“Ellos
(el Gobierno) exigen mucho, pero pagan poco y no nos dan recursos
para poder reparar el baño. Si no vendemos cerveza no cumplimos el
plan de venta mensual y dejamos de ganar dinero”, confiesa un administrador de
una mugrienta pizzería estatal.
Después
de que en 2010 el régimen de Raúl Castro ampliara las licencias del trabajo por
cuenta propia, varios locales clausurados han sido rescatados como baños
públicos regentados por privados. Pero son insuficientes y la higiene es
espantosa. Son atendidos por mujeres y hombres jubilados, que
reciben lo justo para comprar viandas, carne de cerdo y pan de
corteza dura.
-“Los
cuidadores de baños cobramos un peso por orinar y tres por ensuciar (defecar).
Es que luego tenemos que acarrear más cubos de agua para descargar. Nos
buscamos de 40 a 60 pesos diarios. Yo pago 100 pesos mensuales
de impuestos”, expone Celia, una anciana delgada y encorvada que
cuida un baño público en la calle Monte.
En
restaurantes y cafeterías de primera, los encargados de cuidar baños
tienen aromatizantes y muestras de perfumes. En una pequeña cesta a la
entrada, las personas depositan monedas en pesos convertibles.
-“He
tenido noches de reunir hasta 15 chavitos (alrededor de 17
dólares). Pero tengo que estar alerta, pues los clientes, aunque parezcan
educados y decentes, si pueden, cargan con la taza del inodoro y el
lavamanos”, acota Elsa, empleada en el Barrio Chino, en el
corazón de la capital.
En un
retrete plástico de azul desteñido en la Avenida del Puerto, al octogenario
Osvaldo le fue bien mientras estuvieron abiertos tres bares aledaños. -“Pero
con la jodedera de hacer un puerto para ferries y cruceros, quitaron los bares y ya nadie viene a
mear aquí. Descargaba con una lata grande vacía de mermelada de guayaba,
que tenía amarrada a una soga, la tiraba al mar y con el agua de la
bahía mantenía el retrete descargado y limpio. Pero como la cosa se puso mala y
tengo artrosis, me fui pa’l carajo”.
Desde
el pasado lunes 22 de febrero la autocracia verde olivo de Raúl
Castro desplegó un intenso operativo para combatir al mosquito Aedes Aegypty,
los salideros de agua y la mugre que invade La Habana. En San
Lázaro y Vista Alegre, detrás de la Iglesia de los Padres
Pasionistas, en 10 de Octubre, a las dos horas de haber
recogido escombros y desechos sólidos, los vecinos volvieron a
llenar de tarecos el solar yermo.
-“Es que
ya la gente está acostumbrada a vivir rodeada de basura y se pasan por el
fondillo las normas de convivencia. Y no les digas nada, porque
entonces te quieren comer vivo”, señala Marta, residente del lugar.
Tampoco
las instituciones del Estado ayudan. En las avenidas y calles concurridas
apenas existen cestos donde echar papeles, cucuruchos de
maní vacíos o latas vacías de refrescos y cervezas.
El
respeto por las normas de urbanidad es algo que los cubanos no se toman muy en
serio. En cualquier esquina hay grupos de personas bebiendo como corsarios y
los conductores de vehículos en cualquier lugar se detienen y
se toman un par de cervezas antes de seguir su camino.
Ciudadanos indolentes
rompen teléfonos públicos, rayan los ómnibus o escriben en las paredes citas
amorosas de mal gusto. En su estrambótica guerrilla urbana, a su paso,
desbaratan objetos situados en parques y calles, incluidos monumentos.
-“Quizás
sea una manera inconsciente de demostrar su apatía hacia el gobierno. Nunca
levantan la voz o convocan una huelga por ganar bajos salarios. Lo suyo es
disparar ráfagas de vulgaridades. Donde quiera y contra cualquiera”, alega
Carlos, sociólogo. Y La Habana paga las culpas.