Teresa, sol
de España
y luz del
mundo,
siempre
Teresa
Por
Jesús de las Heras Muela
El
gran Fénix de los Ingenios, Félix Lope de Vega y Carpio, haciendo memoria de la
no menos gran Teresa de Jesús, al evocar su muerte en el otoño de 1582, en Alba
de Tormes (Salamanca), escribió
“con asombro del profundo, Teresa ilustre mujer, nace en Alba para ser sol de
España y luz de mundo”.
Adelantada
a su tiempo, mujer de una pieza, cristiana cabal y admirable, mística y
andariega, fémina e inquieta, Teresa de Cepeda y Ahumada, Teresa de Ávila,
quinientos años después, no ha pasado de moda y su ejemplo sigue siendo válido
y necesario para los creyentes de hoy y de todos los tiempos como orgullo de lo
mejor de nuestra tierra y de nuestra Iglesia, como fuente inagotable de virtud
y crisol luminoso de verdadera sabiduría.
Fue
un 4 de octubre de 1582.”Quedó su rostro hermosísimo cuando murió y sin ninguna
arruga, aunque solía tener tantas… De todo el cuerpo salía un olor muy suave”.
Moría, en fin, hija de la Iglesia, como siempre había vivido y anhelado. Moría,
mientras en otoño el almendro, florecía. Moría o, mejor aún, emprendía un nuevo
y definitivo camino, pues, no en vano, “¡ea!, es tiempo de caminar” fueron sus
últimas palabras, mientras la beata Ana de San Bartolomé sostenía su cuerpo
lacerado y agonizante y el dardo último y certero del Amor atravesaba su
corazón, de nuevo y ya para siempre en una definitiva transverberación. Eran
las nueve de la noche del 4 de octubre de 1582.
Aquel
día la reforma gregoriana del calendario daba un salto de once días, de modo
que ya no sería el 4 de octubre sino el 15. Era al atardecer, en Alba, en Alba
de Tormes (Salamanca). Y allí, entonces y en aquella hora de sombras y
crepúsculos, allí, “en Alba, se puso el sol” -que escribiera Lope de Vega- y
amaneció para siempre su resplandor, siempre resplandor de Cristo, su esposo,
su amado: el Jesús de Teresa, de Teresa de Jesús.
Eran tiempos recios
En
tiempos recios y turbulentos transcurrió su vida entre 1515 y 1582. Dos años
después de nacer Teresa, la cristiandad se desangraría, de nuevo, ahora en el
corazón de Europa, con la irrupción de la llamada reforma luterana. Mientras
tanto tampoco la sede romana hilaba fino y era incapaz de contener la sangría.
La Iglesia necesitaba autenticidad, reciedumbre, vigor y savia nueva. Con
Teresa amanecía una generación, una pléyade de cristianos que hicieron la
verdadera reforma de la Iglesia y de cuyo herencia y legado seguimos y
seguiremos viviendo, bebiendo y nutriéndonos: Juan de Dios, Pedro de Alcántara,
Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Francisco de Borja, Juan de Ávila, Teresa
de Jesús, Juan de la Cruz, Carlos Borromeo, Tomás de Villanueva, Juan de
Ribera, José de Calasanz…
La
historia, maestra de la vida, nos enseña con fehaciente y esperanzadora certeza
que solo los santos son capaces de superar las crisis, que cuando los vientos
azotan la barquilla de su Iglesia surgen hombres y mujeres extraordinarios, que
enderezan su rumbo, cosen sus velas rotas y toman el timón con energías y bríos
renovados. Y reforman a la Iglesia como la Iglesia debe ser reformada.
Así
aconteció en la cristiandad primera con los mártires que fueron semilla de vida
cristiana; así sucedió también en el medievo con las reformas cistercienses y
el nacimiento de las órdenes mendicantes; así ocurrió igualmente en el
Renacimiento que nos ocupa; así sucedió en el siglo XIX; así pasó asimismo en
el desolador siglo XX, cuando al odio a la fe de los totalitarismos, los
cristianos respondieron con el martirio; ¿y así también -siquiera me pregunto y
espero y deseo…- nos estará ocurriendo ahora cuando, junto a la apostasía
silenciosa de unos y el neototalitarismo laicista de otros, vemos florecer
cristianos de nuestros tiempo contemporáneo, santos tan excepcionales, como
Juan XXIII, Pío de Pietrelcina, Josemaría Escrivá, madre Purísima de la Cruz,
fray Leopoldo de Alpandeire, Teresa de Calcuta o Juan Pablo II?
La humanísima
humanidad de Jesucristo
Monja,
por obligación paterna, desde los 18 años, primero con las Agustinas del
convento de Nuestra Señora de Gracia, donde conoció a doña María Briceño, de
quien aprendió a empezar a gustar las cosas de Dios, y después con las
carmelitas calzadas del monasterio también abulense de la Encarnación, habrían
de pasar otros 21 años, intentando sacar agua del pozo del brocal de la
oración, hasta que, ante una minúscula imagen de un Cristo muy llagado, Teresa
de Jesús comenzara el tiempo de su definitiva conversión.
Sacando
fuerzas de flaquezas, Teresa se unirá esponsalmente a Jesucristo, reformará la
orden carmelitana, fundará nuevos conventos, describirá como nadie las etapas y
los estadios del alma y de su camino de perfección, alcanzará la séptima morada
del castillo interior y será para siempre maestra de vida y de oración.
La clave de Teresa
La
clave de Teresa no fue ni el feminismo, ni la rebeldía, ni la enajenación. Fue
su amor apasionado por Jesucristo, cuya humanísima y sacratísima humanidad
adoraba en la Encarnación, en el huerto de los olivos, en la flagelación y en
la cruz. Y hasta tal punto llegó su amor por Jesús -magníficamente representado
por el gran Bernini en la escultura sin par de la Transverberación- que Él, que
Jesucristo le otorgó gracias y visiones tan extraordinarias que ella misma, en
sus soliloquios de amor con su Amado y su Esposo, ya no sabía si ella misma era
Teresa de Jesús o Jesús de Teresa.
Y
es que estar con Jesús, hablar con Jesús, tratar de amistad con El, que sabemos
nos ama, aun estando muchas veces a solas, eso es oración. De este modo, Teresa
de Jesús nos muestra además del camino de la oración y de la perseverancia en
él -suceda lo que sucediere, murmure quien murmurare-, el camino de la humildad
-la humildad es andar en la verdad-, el camino de la cruz –“en la cruz está la
vida y el consuelo y ella sola es el camino hacia el cielo”; “poned los ojos en
el Crucificado y todo lo demás se os hará pequeño y poco”- y el camino de la
alegría.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Fiel
hija de la Iglesia, en cuyo anhelaba vivir y morir, inflamada desde la infancia
por ardores misioneros, Teresa de Jesús es un testimonio admirable de la
sublime grandeza e inefable consuelo de Dios -“Solo Dios basta”- y de la verdad
de la fe desde el enamoramiento y la contemplación: “Veisme aquí, mi dulce
Amor; amor dulce, veisme aquí, ¿qué mandáis hacer de mí? Yo lo pongo en vuestra
palma mi cuerpo, mi vida, mi alma, mis entrañas y aflicción, pues por vuestra
me ofrecí, ¿qué mandáis hacer de mí? Dame muerte, dame vida, dad salud o
enfermedad, honra o deshonra me da, dadme guerra o paz cumplida, flaqueza o
fuerza a mi vida, que todo diré que sí. ¿Qué mandáis hacer de mí? Si queréis que
esté holgando, quiero por amor holgar, si me mandáis trabajar, morir quiero
trabajando. ¿Qué mandáis hacer de mí?”.
Cantábamos
en 1982, año del IV centenario de su muerte: El hogar se nos apaga. Vacía está
nuestra mesa. Nuestra Iglesia te necesita, vuelve Teresa. Ahóndanos la fe,
contágianos tu amor, consérvanos la paz, devuélvenos la alegría. Vuele, Teresa,
y con tu brío, con tu humanidad y con tu transverberado amor a Jesucristo y a
su Iglesia muéstranos que Solo Dios basta y enséñanos a cantar eternamente las
misericordias del Señor. Y todos los podemos lograr con ese “poquito que hay en
mí y yo puedo”.
CRONOLOGÍA
BÁSICA DE SU VIDA Y OBRA
1515:
El 28 de marzo, miércoles de pasión, nace en Ávila.
1522:
Con su hermano Rodrigo huye de casa para ir a misiones. En las puertas de la
ciudad amurallada de Ávila se ve obligada a regresar a su hogar.
1531:
Ingresa en el monasterio de Santa María de Gracia.
1534:
Huye al convento abulense de la Encarnación hace la profesión carmelitana.
1554:
El miércoles de ceniza, orando ante una imagen de Cristo muy llagado, recibe el
don de la conversión.
1556:
Comienzan los fenómenos místicos.
1562:
Termina el “Libro de la vida” e inaugura el convento de San José, del que es
elegida priora en 1563.
1567:
Recibe la autorización para fundar conventos de la reforma carmelitana. Lo hará
en Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca,
Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Villanueva de la Jara Sevilla y
Burgos.
1573:
Firma “Camino de Perfección” y comienza “Las Fundaciones”.
1577:
Firma “Las Moradas”.
1582:
Muere en Alba de Tormes.
1614:
El 14 de abril es beatificada por el Papa Paulo V.
1622:
El 12 de marzo de 1622 es canonizada por el Papa Gregorio XV.
1970:
El 27 de septiembre es proclamada por el Papa Pablo VI doctora de la Iglesia.
1982:
Con ocasión del IV Centenario de su muerte, el Papa Juan Pablo II visita, el 1
de noviembre, Ávila y Alba de Tormes.
2014-2015:
V Centenario de su nacimiento.