ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL SERMÓN DE LAS SIETE
PALABRAS
Primero,
hagamos distinción entre las devociones y las supersticiones que a través de los años o
siglos han marcado la conmemoración del día en que Nuestro Señor Jesucristo
murió en la cruz.
Muchas supersticiones provienen de leyendas o milagros verdaderos que
el boca a boca fue deformando. Otras, como la de no barrer los pisos en Viernes
Santo deriva del llamado de la Iglesia a conmemorar esta fecha en absoluto
recogimiento y oración. ¿Por qué precisamente el “no barrer”? La respuesta
queda en el misterio de los tiempos idos.
Hoy en día todo ha cambiado incluso en países donde el cristianismo es
mayoritario. Los comercios abren y el Viernes Santo es un día normal como otro
cualquiera. El día de asueto se aprovecha para alguna excursión a la playa o a
pescar en un río, aunque muchos van a sus iglesias y participan de la liturgia
propia del día.
Mayormente en España y algunos países de Hispanoamérica como México y
Guatemala toda esta Semana Santa o Mayor, como también se le llama, se
revive la Pasión de Cristo en incontables procesiones en las que se mezclan
devoción y turismo. Se trata precisamente de una de las devociones más
importantes, no sólo del Viernes Santo sino de toda esta semana que
enmarca los hechos más notables de la fe cristiana.
Hay otras dos devociones que nos llegan de siglos atrás y que, aunque
no son tan pintorescas como las procesiones con sus pasos o carrozas, sus
hermandades, sus costaleros encapuchados y los penitentes que se auto flagelan,
subsisten bien arraigadas en la expresión de la fe de los pueblos. Estas
dos devociones son el Vía Crucis y el Sermón de las Siete Palabras. Sobre el
Vía Crucis nos referimos ayer. Hoy nos toca buscar en los orígenes y la
evolución del Sermón de las Siete Palabras.
El
Sermón de las Siete Palabras
Se conoce como Las Siete Palabras a las siete frases
que Jesús pronunció antes de morir, recogidas por los evangelistas.
Las siete palabras de Cristo en la cruz fueron recopiladas y
analizadas en detalle por vez primera por el monje cisterciense Arnaud de
Bonneval (+1156) en el siglo XII. A partir de ese momento las consideraciones
teológicas o piadosas de esas palabras se multiplican. Pero fue san Roberto
Berlarmino (Doctor de la Iglesia, 1542-1621) quién más impulsó su difusión y
práctica al escribir el tratado Sobre las siete palabras pronunciadas por
Cristo en la cruz.
Desde entonces se propagó la costumbre de predicar el tradicional
"sermón de las siete palabras" en la mañana o mediodía del Viernes
Santo.
Los dos primeros evangelios,
Mateo y Marcos, mencionan solamente una de esas frases: la cuarta. Lucas relata
tres, la primera, segunda y séptima. Juan recoge las tres restantes, la
tercera, quinta y sexta. Con certeza absoluta no puede determinarse el orden
con que las pronunció Jesús. Las
Siete Palabras suelen enumerarse del siguiente modo:
«Padre,
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen » (Lucas
23,34).
La oración se ofreció para
quienes eran culpables de darle muerte. No es seguro si se refirió a los
"judíos" o a "los soldados romanos." Tal vez se refirió a
ambos. La verdad es que la Biblia posteriormente hace referencia a los soldados
romanos jugando dados.
«En verdad te
digo que hoy estarás conmigo en el paraíso"» (Lucas 23,43)
Es la respuesta de Cristo a la súplica
"acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino" del ladrón arrepentido.
El ladrón a pesar de ver a Jesucristo con una imagen deteriorada y grotesca
pudo distinguir en Él al Rey, al Salvador ya resucitado. Jesús le asegura su
lugar en el paraíso, no le hace reclamo alguno de su vida pasada, es la
aceptación total con toda su integridad de la persona, porque Dios solo espera
la acción de buen ladrón de poner su confianza en el Señor.
« Mujer he ahí tu hijo, hijo he ahí tu madre..»
Juan 19;26-27).
Una primera interpretación
ve este pasaje en sentido ético o social: Cristo entregó el cuidado de su madre
al discípulo amado, cumpliendo un elemental deber filial. Debe verse aquí una
instrucción de ver a María como madre de todos los cristianos, pues eso
equivale a acudir a la efectividad del sacrificio de Cristo Jesús.
«Dios mío,
Dios mío por qué me has desamparado» (Mt 27,46).
Es una oración tomada del
salmo 22, que probablemente recitó completo y en arameo (Eli Eli lama
sabachthani), lo cual explica la confusión de los presentes que creyeron
ver en esta súplica una llamada de auxilio a Elías. Este es un acto de profunda
soledad y sentido de alejamiento de su Padre. Esta palabra pronunciada por el
hombre crucificado es, mas que un reproche hacia Dios, la oración del justo que
sufre y espera en Dios.
«Tengo sed» (Jn 19,28).
Es la expresión de un ansia
de Cristo en la cruz. Se trata, en primer término, de la sed fisiológica, uno
de los mayores tormentos de los crucificados. Se interpreta en sentido
alegórico: la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la
salvación de todos. Cuadra con la estructura del cuarto evangelio, y nos evoca
la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la Samaritana.
«Todo está
consumado» (Juan 19,30)
Se puede interpretar como la
proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura
en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era consciente de que
había cumplido hasta el último detalle su misión redentora. Es el broche de oro
que corona el programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la
voluntad del Padre.
«Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23, 46)
Es la última palabra de Cristo en la Cruz. En el momento del último suspiro,
el último grito en su vía crucis doloroso: «Padre, en tus manos encomiendo Mi
Espíritu».