29 de marzo de 2014

Qué se hicieron los óleos del magnate Julio Lobo?



¿Qué se hicieron los óleos
del magnate Julio Lobo?


David Canela Piña

LA HABANA, Cuba. – Un escándalo internacional sobre el tráfico de obras de arte, que pertenecían al Museo Nacional de Bellas Artes, se destapó cuando un coleccionista privado de Miami compró en 15 mil dólares una pintura de Eduardo Abela, titulada Carnaval infantil, robada de un almacén de esa institución.

Recientemente, la Unesco publicó el listado de los 70 cuadros desaparecidos, que en su mayoría pertenecían a los fondos de “Arte Cubano, al período conocido como cambio de siglo (tránsito entre la academia y la vanguardia)”, según declaró una nota del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural, publicada en el sitio web Cubarte, el 28 de febrero.

El aviso explicó que “no puede precisarse la fecha exacta en que la sustracción tuvo lugar”, ya que “el acceso al local no había sido violentado”, y “los malhechores cortaron las obras recolocando los marcos, por lo que a simple vista no se podía detectar”. Actualmente está abierta una investigación policial, y las autoridades cubanas han solicitado la ayuda de cualquier persona o institución, que ayude a recuperar las piezas perdidas.

La Unesco se suma a la búsqueda
De las 70 obras ausentes, 10 han sido catalogadas como de “valor 1” (el máximo), 30 se ubican en un segundo orden, y 29 corresponden al grado 3, que es el más bajo. La obra Cabeza de mujer con collares y argollas, de Víctor Manuel, aparece sin clasificar.

Por un amplio margen, el autor más codiciado fue Leopoldo Romañach, con 23 pinturas robadas, de las cuales son de valor principal Estudio masculino, Marina, Rincón de Cayo Francés y Campesino rezando. Le siguen Armando García Menocal (con 6 cuadros), Juan Gil García (4), Aurelio Melero y Fernández de Castro (4), y Víctor Manuel García, José Mijares, y René Portocarrero, con 2 obras cada uno. El grupo abarca a 29 autores conocidos, y 5 anónimos.

En el listado que divulgara la Oficina de Cultura de la Unesco para América Latina y el Caribe, se incluyen los siguientes datos: número de inventario, autor, título, soporte, técnica, dimensiones, y se adjunta una foto de la obra.

Muchas sombras y pocas luces
Al parecer, es la primera vez que una institución del Estado cubano declara que ha sido víctima de un robo masivo de obras de arte, lo que ha hecho suponer –ante la evidencia de cuadros del patrimonio cubano que han sido vendidos en el exterior– que el gobierno comunista ha utilizado esta vía como una forma de recaudación de divisas.

Una persona, vinculada a la restauración de cuadros y documentos, me comentó una vez que el Museo Nacional había subastado en los años 90 tres cuadros del pintor español Joaquín Sorolla, con el objetivo de financiar la restauración del Edificio de Arte Universal (antiguo Centro Asturiano de La Habana). Quizás haya sido un rumor. Sin embargo, recuerdo haber visto una vieja serigrafía del Museo Nacional, que era la copia de una marina pintada por Sorolla, y que no está expuesta en la Sala de España del Museo de Arte Universal.

Pero esa historia de obras de arte perdidas viene de más atrás, y se pierde en la nebulosa de aquellas confiscaciones que hizo el gobierno revolucionario en 1959. Cuando los guerrilleros de la Sierra Maestra ocuparon las mansiones de Miramar, se apropiaron –como un pirata ocupa un botín–, de todas las obras de arte que pertenecían a familias de la alta burguesía cubana. Y en algunos casos, fueron destruidas, por simple vandalismo, ignorancia y revancha de clase.

Recuperación de Bienes
En enero de 1959, se creó el Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, un organismo central del Estado, que supuestamente debía devolverle al pueblo la potestad sobre esos bienes (como obras de arte, y artículos de lujo), que en teoría habían sido adquiridos “ilegalmente” por la burguesía, a través de la explotación del pueblo. Luego, el gobierno se ha encargado de vender obras del patrimonio cubano, sin consultar con nadie, sino tan sólo con sus intereses privados.

Voy a dar un ejemplo de obras que han desaparecido, sin dejar rastro. En el libro de Guillermo Jiménez, Los propietarios de Cuba 1958 (Editorial Ciencias Sociales, 3era ed., La Habana, 2008), el autor escribe un párrafo revelador, acerca de las propiedades de Julio Lobo, quien era la persona que poseía la fortuna individual más grande de Cuba, antes de 1959: “Su pinacoteca ostentaba cuadros de Leonardo da Vinci, Rafael, Miguel Ángel, Goya y otros grandes maestros internacionales, varias de cuyas obras estaban en el Museo Nacional” (p. 327). Mi desconcierto fue grande cuando lo leí por primera vez. ¿Qué obras eran esas, y sobre todo, dónde están ahora? ¿Cómo se perdieron? Con suerte, quizás algún día lo sepamos.

Reproducido de Cubanet.org

28 de marzo de 2014

Las fosas abiertas de América Latina


 
Las fosas abiertas 
de América latina

Por Néstor Díaz de Villegas

Imagino que si no existieran los Estados Unidos, mi única salida sería Australia, o el suicidio. América Latina me produce horror. Leo las noticias que llegan de allá abajo y siento vergüenza, rabia y un gran desasosiego. De noche tengo pesadillas: me veo en la Venezuela chavista, en la Argentina de los Kirchner, en la Bolivia de Evo Morales.

Jamás me identifiqué con el colorido, el encanto o la mística, y mucho menos con la "magia" de esa bruja de la escoba. Soy un espíritu libre que abjuró de la patria en la cárcel, y de toda una cultura en el exilio. He vivido en la América de Jefferson y Madison, de Warhol y John Travolta la mayor parte de mi vida.

Nací en la Cuba socialista, pero pertenezco a Miami, a un viejo apartamento de Coral Gables, a un trozo de arena en South Beach; estoy en casa en Los Ángeles, ciudadano de la República de California. Mi español cayó en desgracia, tuve que inventarme otro idioma. Me gusta tratar en inglés macarrónico con coreanos, armenios y filipinos. Me siento cada vez más perdido entre hispanohablantes, esos que todavía rezan a Maradona y creen en Che Guevara.

No estoy solo; soy parte de uno de los más grandes desplazamientos de pueblos en la historia del mundo: decenas de millones de seres humanos que, como yo, decidieron abandonar Latinoamérica y largarse al Norte. Somos los desamparados, los apabullados, los desafectos, los desengañados de América Latina. Somos los apátridas, los indeseables, los trashumantes, los balseros, los "latinos", los parias de sociedades basura que no ofrecen otra alternativa que el exilio.

Somos refugiados por razones políticas, nunca económicas, independientemente de si venimos de Colombia, Bolivia o Uruguay. Hay una Ley de Ajuste Latinoamericana no decretada, una ley de cuotas que evita el colapso de nuestras naciones fallidas. Huimos del mismo cataclismo: el derrumbe de la América hispana, la debacle final del Imperio español, la explosión en cámara lenta de la catedral barroca. El castrismo es la forma definitiva del desastre hispanoamericano.

La Reconquista
En Latinoamérica, las instituciones democráticas han sido reacondicionadas, como un carro viejo en un taller ilegal, para servir los intereses de la Izquierda fascistoide y antidemocrática. El sufragio es ahora la excusa del reeleccionismo, y equivale a un putsch. Las alianzas políticas entre canallas del mismo pelambre han creado una especie de Partido único, un Politburó de gorilas.

No quedan gobiernos libres que saquen la cara por la resistencia, ni organismos regionales que pongan en su sitio a los tiranos. Hasta México y Brasil, esos gigantes pusilánimes, se rebajan a ser meros lacayos, y ceden al chantaje de Cuba. No hay grandes héroes, ni estadistas originales, ni hombres providenciales en la insufrible América Latina, solo oportunistas, cobardes y una masa engañada e indecisa de casi 600 millones, descontando honrosas y esporádicas excepciones.

Entretanto, los intelectuales callan, enmarañados en sus viejas teorías, ajenos al peligro presente e impávidos ante la vulgaridad del futuro. Los trovadores, las vedettes, los novelistas y los académicos saben que una opinión errónea podría costarles la carrera. Hay una censura tácitamente admitida, una inquisición y una hipocresía que son el nuevo catequismo de Latinoamérica. Por eso los bibliotecarios argentinos se declaran enemigos de la cultura y los homosexuales puertorriqueños ensalzan un régimen homofóbico que creó los campos de trabajo para maricas.

Cuba ocupa territorios y se los anexa con el beneplácito de los parlamentos democráticamente elegidos. La mancomunidad castrista es otro Anschluss, como el de los Sudetes o Crimea. En los territorios anexados cualquier forma de disidencia u oposición es erradicada. Las tropas de choque cubanas infiltran los ejércitos, el senado, las aulas, los palacios de gobierno: estarán allí para poner una bala en el cerebro del presidente títere, si llegara el momento. Cuba campea por su respeto, invade, saquea y viola. Es una hazaña comparable a las proezas de Cortés y de Pizarro que un puñado de gallegos haya reconquistado el Imperio aborigen en tan corto tiempo.

¿Revolución o exilio?
No ha habido mejor momento para sentir vergüenza de ser latinoamericano. Sin embargo, los que llegan aquí olvidan enseguida por qué eligieron vivir en Connecticut y no en Tijuana. Prefieren creer —y hacernos creer— que la sociedad que los acoge es la culpable de los males de "Nuestra América".

La verdad es que somos entes anexados, no en la dirección del intervencionismo castrista, sino en el sentido contrario: injertados en el cuerpo social de una nación poderosa y libre. Conseguimos, a título personal y de forma individualista, lo que pretende la mayoría de nuestros congéneres. A los que quedaron detrás les recomendamos la revolución y el caos, mientras nosotros gozamos de las bondades del orden, la integración y la paz. La impracticabilidad de un Estado de derecho en América Latina nos obligó a buscar refugio allende las fronteras, no solo geográficas, sino morales y cívicas.

Sería el colmo de la hipocresía creer que el emigrante latinoamericano viene al Norte en busca de "mejores condiciones de vida", y reducir esas condiciones a un fajo de dólares y un plato de lentejas. Sería ridículo pensar que el país donde el latinoamericano experimenta la más profunda evolución social, es su peor enemigo. Desde el siglo XIX, los perseguidos cubanos encontraron, no solo un santuario, sino una segunda patria en Nueva York. Esa ciudad fue el laboratorio de la cubanidad: ahí están el Padre Varela y José Martí para recordárnoslo.

La revolución martiana no prosperó, abortó antes de zarpar, pero los castristas favorecieron exclusivamente la parte fallida del ideario decimonónico, el aspecto fatal del revolucionarismo, la variante trasnochada del independentismo. Al mismo tiempo, el castrismo condenó el único aspecto del programa martiano que permanecería vigente, el modus vivendi que llegó a tener repercusión continental, el derrotero que tomarían millones de seguidores: el recurso del éxodo.

El Martí exiliado, y no el revolucionario, es el paradigma de las multitudes que se lanzan al Norte en busca de la misma experiencia postnacional. El desarraigo es el elemento positivo, en estado latente, del weltanschauung martiano: su "salida por España", su paso por Latinoamérica y su aplatanamiento newyorkino.

A pesar de haber sido un romántico y un modernista, la instrospección le fue ajena: se vio como un cubano cuando ya era otro "americano". La bandera que defendió había sido creada en Manhattan antes que él naciera, y llevaba en el triángulo la estrella de Texas. Así llegó Martí a Caracas, "sin sacudirse el polvo del camino", olvidando continuar viaje hacia Valencia; un olvido imperdonable si tenemos en cuenta la actual situación venezolana. Porque hoy Narciso López, y no Simón Bolívar, debería ser el gran Libertador de América.

Reproducido de Diario de Cuba
Remitido por José Alonso

27 de marzo de 2014

Delia Fiallo: Gloria al bravo pueblo venezolano



DELIA FIALLO:
Gloria al bravo pueblo venezolano

 Por Delia Fiallo

Con el alma en suspenso asisto diariamente a la trágica situación que vive Venezuela, rezando para que haya una salida rápida y no se repita la larga agonía sin fin que ha sufrido mi país. Todavía recuerdo tantas puertas cubanas con aquel cartelito de: "Fidel, ésta es tu casa", y el jubiloso estribillo que cantaban las multitudes de mi islita: "Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista".

Quizás aún me lastima la indiferencia con que gente de Venezuela, muy querida, recibió nuestras advertencias cuando les dijimos: "Cuidado, les puede ocurrir lo mismo que a nosotros." Y nos respondieron: "No, a nosotros no nos va a pasar, sabemos lo que queremos." Insistíamos: "Miren que esto puede desembocar en una dictadura". Y sonreían confiados: "¿Tú crees? No, vale". La triste realidad es que dos pueblos prósperos y felices, quisimos "un cambio". Bueno, ya lo tuvimos.  Cuba no ha podido sacudírselo, ojalá Venezuela lo consiga.

Abundando en "los cambios", cabe citar lo que últimamente han hecho los Castro para ganarse voces a su favor y cierto reconocimiento conveniente. Algunas de esas concesiones son darle al ciudadano el derecho a comerciar por su cuenta, a la propiedad privada, a viajar al exterior. Y uno se pregunta, ¿con tales cambios no están devolviendo el país a la Cuba que era antes de que ellos tomaran el poder? Pero entonces, ¿para qué se hizo la revolución, qué justifica el inmenso costo que tuvo, material y humano? El hecho de que el cubano de ahora pueda volver a vender malanga, ser dueño de su casa y moverse libremente no puede borrar la infinita lista de crímenes e injusticias cometidas. ¿Quiénes y cómo van a responder por todo el irreparable daño que causaron?
 
 Cuba debió ser la vitrina para exponer al mundo el enorme fracaso de su revolución socialista, pero el mundo no ha querido verlo. Causa asombro y pena saber que hace poco todos los presidentes elegidos libremente por sus pueblos fueron a Cuba a rendirle pleitesía a una dictadura que durante 55 años ha destrozado a un país orgulloso de sus privilegios, hundiéndolo en la miseria y la indignidad. ¿Cómo puede explicarse la simpatía y el apoyo mundial hacia la revolución cubana? Solo como una reacción al rechazo que despierta la grande y poderosa nación norteamericana, que los hace convertirse en amigos de sus enemigos. 
 
Yo admiro la valiente rebeldía del pueblo de Venezuela, que se ha lanzado a las calles reclamando sus derechos y libertades con una determinación ya demostrada de vencer o morir en el intento. Su capacidad de lucha y sacrificio se han ganado mi respeto, porque en mi dolida Cuba solo las muy  honrosas excepciones de un puñado de hombres y mujeres están salvando nuestra dignidad. Aunque haya que compadecer a quienes se levantan por la mañana con la única inquietud de pensar en si van a comer ese día, a mí me da vergüenza la mansedumbre de mi pueblo cubano, de los que se quedaron allá, y de los que se fueron por miedo.

Como esto puede ofender a algunos, aclaro que me siento con derecho a decirlo, porque el miedo que también sentimos nosotros no nos impidió cometer lo que en un estado represivo es muy grave, el delito de disentir. Mi esposo Bernardo estuvo detenido en Seguridad del Estado, acusado de ser el responsable de la contra-revolución en su centro de trabajo; yo estuve a punto de caer presa acusada de hacer contra-revolución en mis telenovelas, fuimos vigilados, castigados, presionados, nos pusieron a cargo de un G-2 que se aparecía en nuestra casa cada vez que quería, con la misión de lavarnos el cerebro y que funcionáramos dentro del sistema. Pero lo que nos impulsó al exilio fueron nuestros cinco hijos pequeños, porque no quisimos condenarlos al futuro que les esperaba en un país donde nadie era dueño de su destino ni de su vida. 

 Me sobrecoge pensar que los venezolanos puedan seguir rodando por el mismo despeñadero por donde rodó Cuba, hasta caer al fondo de ese abismo del que nunca ha salido. Porque los tiranos no escuchan, no dialogan, no pactan, no ceden. Se aferran al poder con el poder que tienen.

 Mi angustia y mi amor están con ustedes, mis hermanos venezolanos, ruego a Dios para que los ayude a librarse del martirio y la muerte. Aprendí a querer a su tierra como mi segunda patria, en estos momentos sufro por ella lo mismo que sufrí por la mía.  Con todo mi corazón deseo que sea cierto aquello que me decían: "No, a nosotros no nos va a pasar, sabemos lo que queremos". Pero no agregaban algo que ahora están demostrando heroicamente: "Y también sabemos luchar para defenderlo".
  
¡Gloria al bravo pueblo venezolano!
 

Delia Fiallo es autora de numerosas novelas llevadas posteriormente a la televisión,   entre ellas: Esmeralda, Leonela, Kassandra y Cristal.

Reproducido de El Nuevo Herald
Enviado por María del Carmen Expósito