Elizabeth Edwards
UNA MUJER DISCRETA, DIGNA
Y, SOBRE TODO, INTELIGENTE
** Elizabeth Edwards volvió a saltar a la palestra nacional este lunes, sólo unas horas antes de su muerte, cuando se anunció que los médicos le habían aconsejado dejar de tratarse el cáncer que padecía, porque ya no había nada que hacer.
El cáncer de mama con el que sorprendió al país en noviembre de 2004 justo cuando su esposo, John Edwards, candidato a la vicepresidencia demócrata con John Kerry, acababa de aceptar su derrota frente a George W. Bush, acabó con su vida hoy, siete de diciembre, apenas seis años después.
Entre entonces y ahora, Elizabeth Edwards dio un gran ejemplo de dignidad ante las dificultades, de coraje y, sobre todo, de fortaleza ante el adulterio de su marido, el dos veces aspirante a la candidatura presidencial demócrata, John Edwards.
El engaño puso punto final a la "gran historia de amor" de la que ambos presumieron siempre y que empezó en un Wendys.
Y es que, cuando ambos eran estudiantes de derecho en Carolina del Norte, eran pobres y, ante la falta de medios, se comprometieron en este restaurante de comida rápida donde ella recibió un anillo de once dólares.
Desde entonces, durante más de 30 años, volvieron cada año a celebrar su aniversario en este restaurante que hace competencia a los McDonalds en EE.UU.
Juntos sobrevivieron el duro trance de la muerte en accidente de tráfico de su hijo Wade, a los 16 años y juntos decidieron tener posteriormente a sus dos pequeños, para recuperar la alegría en su hogar.
Ella se sometió a brutales tratamientos de fertilización artificial y llegó Emma Claire, que tiene 12 años y nació cuando su madre tenía 48. El benjamín, Jack, llegó dos años después.
Su vida, al menos de cara a la galería, fue perfecta y Elizabeth, con su apariencia hogareña, su mente aguda y analítica y su gran sentido común, se convirtió en uno de los grandes activos políticos de su marido.
Se definía a sí misma como una mujer "anti Barbie": bajita, regordeta y con cara de vecina amable. Cultivaba sin esfuerzo una imagen de persona accesible, cálida y optimista.
Hija de militar, se crió en parte en Estados Unidos y en Japón antes de ingresar en la Universidad de Carolina del Norte para estudiar Literatura, que acabó dejando por la Facultad de Derecho, una carrera por la que se inclinaban entonces pocas mujeres. Allí conoció a su esposo, cuatro años más joven que ella.
Y tras el entrañable episodio de Wendys, se casaron y se hicieron millonarios gracias a la habilidad de John Edwards en los tribunales. Y todo iba bien.
Tras la muerte de Wade, Elizabeth padeció una gran depresión que el matrimonio superó con ayuda de su hija mayor Catherine y la posterior llegada de sus dos hijos menores.
John entró en política, como tributo a la memoria del hijo fallecido, que siempre le animaba a hacerlo. Y se convirtió en senador y luego en aspirante a la Presidencia.
Todo iba bien hasta que el cáncer golpeó a los Edwards en el 2004. Pero aún así, se volvieron a sobreponer a pesar de que, de nuevo, en el 2007, la enfermedad volvió a recordar a Elizabeth que estaba allí y que era "tratable" pero no "curable".
Por esas fechas, aparece en el radar de John Rielle Hunter, una empresaria que producía vídeos para su campaña y que se convirtió en la mujer con la que John tuvo un romance, una hija a la que le costó reconocer y por la que terminó por abandonar a su mujer, en medio de las críticas y el desdén de los estadounidenses.
Dolida pero entera y sabedora de su próximo final, la esposa de John Edwards presentó en mayo de este año su biografía, en la que hablaba sin tapujos del adulterio de su esposo.
En "Resilience" (Resistencia), Elizabeth relataba cómo Hunter, a quien no se refiere por su nombre, abordó en un hotel de Nueva York a su esposo, quien sucumbió a frases como "eres muy sexy!".
Y recordaba también cómo el ex senador de 56 años, que protagonizó uno de los ascensos y caídas más abruptos de la reciente historia política estadounidense, confesó a nivel privado la aventura a su esposa en diciembre del 2006, aunque mantuvo el secreto y la confesión quedó dentro de casa.
"Después de llorar y gritar, fui al baño y vomité", cuenta Elizabeth antes de indicar que luego supo que lo de Hunter "no había sido cuestión de una sola noche".
En opinión de Elizabeth, ninguno de los dos lo tenía superado. Ahora ya, no import
Efe / Diario Las Américas, Miami