16 de septiembre de 2014

Quién fue la maricastaña?

¿Quién fue la Maricastaña
de aquellos remotos tiempos del dicho?

Mónica Arrizabalaga   
ABC, Madrid

«¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas (...)!», decía el licenciado de “El casamiento engañoso” de Miguel de Cervantes. Ya a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando el autor de El Quijote escribió sus “Novelas ejemplares”, los tiempos de Maricastaña   era una frase hecha con la que remontarse a una antiquísima época diluida en el recuerdo que quizá nunca existió... ¿O quizá sí?

El diccionario de la Lengua Española la presentaba hasta hace unos años como «personaje proverbial, símbolo de antigüedad muy remota», pero cada vez son más los investigadores que sostienen que “María Castana” o “María Castiñeira” fue real y vivió en Galicia hace seis siglos, concretamente en el coto de Cereixa, en lo que sería el actual concejo de Puebla del Brollón (Lugo).

La “España Sagrada” del padre Manuel Risco la menciona en el tratado 77 (Cap. I, pág.126) por un documento del siglo XIV que se conserva en la catedral de Lugo: «El 18 de junio de 1386 María Castaña, mujer de Martín Cego, Gonzalo Cego y Alfonso Cego, confiesan haber hecho muchas injurias a la Iglesia de Lugo, y haber matado a Francisco Fernández, mayordomo del Obispo. Para satisfacción de estos delitos, hicieron donación a la Catedral de todas las heredades que tenían en el coto de Cereixa y se obligaron a pagar mil maravedíes de la moneda usual».

María Castaña «tomó parte activa en las luchas que los plebeyos libraban contra los señores feudales que querían despojarlos de sus tierras», según el autor argentino Héctor Zimmerman (“Tres mil historias”),  y «en una de esas guerras fue acusada de intentar dar muerte al mayordomo de un obispo -otros afirman que al propio obispo de Lugo-, con la ayuda de su marido y de sus dos cuñados».

También el «Episcopologio Lucense», de Amador López Valcárcel menciona a comerciantes, artesanos y hacendados de la parroquia de Lugo «enfrentados al señorío episcopal, provocando episodios de especial violencia como los ocurridos en los siglos XIV y XV y que han pasado a la leyenda local a través de figuras como la popular María Castaña».

Una calle en Lugo

A mediados de los años 80, el entonces alcalde de Lugo Vicente Quiroga bautizó una calle con el nombre de esta brava gallega que se enfrentó al obispo Pedro López de Aguiar, pero se encontró con el rechazo de los vecinos. «Fueron a protestar diciendo que la suya era una calle muy digna», recuerda Isidoro Rodríguez Pérez, que se encontraba entonces en el Ayuntamiento y que, intrigado, comenzó a indagar en la historia de María Castaña. «Me parecía increíble que los lucenses no conociéramos la historia de esta mujer», dice a ABC este investigador de cultura popular lucense.

En 1993 formó un grupo junto a otros interesados en el folklore popular llamado «María Castaña» para reivindicar esta figura  histórica y descubrió cómo el dicho llegó a Latinoamérica ya con los primeros españoles. «Debió de ser un acontecimiento muy importante este levantamiento que se produjo en Lugo para que ya en la colonización traspasase las fronteras», considera.

Recientes investigaciones sobre María Castaña apuntan la posibilidad de no fueran los abusivos tributos del obispo los que motivaran su levantamiento. «Parece ser que era una cuestión territorial», indica Rodríguez. María Castaña apoyaba, según esta teoría, las aspiraciones portuguesas sobre esas tierras frente a Juan I de Castilla, a quien apoyaba López de Aguiar. «Cuando el obispo llegó a un acuerdo con el rey portugués, María Castaña quedó desamparada y la revuelta fracasó», continúa el investigador.

Lugo cuenta desde el año 2000 con una calle dedicada a María Castaña aunque el Diccionario de Seres Míticos Gallegos aún sostiene que es un personaje ficiticio basado en la leyenda celta “The Battle of the Birds”  (La batalla de los pájaros) que protagoniza Auburn Mary (María de color castaño, en su traducción literal).

«También es posible que ese nombre sea tan genérico como el de Maritornes, Marizápalos, Marisabidilla, Marimacho y por supuesto como el de «María Sarmiento, tan delgaducha y desmembrada que fue a mear y se la llevó el viento», señalaba Jaime Campmany en 1993 en ABC.

Sea como fuere, lo que no cabe duda es que desde los tiempos de Maricastaña ha llovido... y mucho.

Ilustración: María Castaña en un retrato de María Presas para el “Álbum de Mujeres del Concejo de Cultura Gallega”.  

El olor de la sangre

El olor de la sangre

Carlos Alberto Montaner

Me refiero a las crueles decapitaciones de los periodistas norteamericanos Steven Sotloff y James Foley, presumiblemente a manos de educados árabes de cultura y formación inglesas, y las filmaciones de las matanzas masivas de prisioneros que son ejecutados con disparos en la cabeza, administrados sin el menor dramatismo por asesinos vinculados al califato islámico.

Estas imágenes estremecedoras suelen provocar dos preguntas entre los espectadores.

La primera: ¿por qué estos grupos violentos filman y exhiben estas salvajadas que demuestran el grado de depravación moral en el que viven y matan?

Y la inevitable segunda: ¿cómo es posible que unos jóvenes criados en las civilizadas ciudades europeas, estadounidenses o australianas, se enrolen voluntaria y alegremente en unas bandas criminales que realizan esas repugnantes carnicerías?

La respuesta vincula las dos cuestiones: los filman porque el espectáculo de la violencia, aunque provoca el rechazo de un porcentaje de la sociedad, atrae a numerosos jóvenes, casi siempre varones, que se sienten seducidos por el espectáculo siniestro del cuchillo filoso que saja o punza profundamente la carne humana.

Así ha sido siempre. Los romanos acudían a los estadios para ver cómo los gladiadores se mataban sin compasión o las fieras se los devoraban. Los mayas se enfrentaban en un juego de pelota, parecido al balompié, que culminaba con el asesinato ritual de los perdedores ante el regocijo fanático del público.

Uno de los personajes más famosos y admirados de la Revolución Francesa fue el verdugo Charles-Henri Sanson, sexta generación de ejecutores. Por su guillotina (era suya y la fabricó un lutier que construía exquisitas violas) pasaron tres mil personas, desde el apocado rey Luis XVI hasta los vehementes Danton y Robespierre.

Mientras realizaba su sanguinario trabajo las mujeres cosían en la plaza, los chiquillos corrían y los hombres jugaban a los naipes. Sólo aplaudían entusiasmados cuando Sanson alzaba por los cabellos la cabeza recién cercenada de su última víctima y se la mostraba a la multitud.

¿Cosas de franceses? Falso: cosas de seres humanos. Uno de los espectáculos más exitosos de nuestros días en Estados Unidos son los combates de peleadores de la Ultimate Fighting. Se patean, se rompen la cara a golpes con los puños, las rodillas y los codos, se destrozan dentro de un hexágono rodeado por una alambrada alta e inexpugnable. El público, enardecido, suele alentar a su púgil favorito incitándolo al crimen: “mátalo”, “acábalo”. Es un mundo encharcado en sangre y adrenalina, carente de piedad. Y si eso no ocurre, si no muere el luchador derrotado, es porque el árbitro suele detener la pelea poco antes del desenlace fatal.

Se conserva una carta del Che Guevara a su primera mujer, la peruana Hilda Gadea, escrita en Cuba y fechada el 28 de enero de 1957, donde el médico argentino le cuenta que no ha muerto por medio de una frase reveladora: “Querida vieja: aquí en la selva cubana (peleaba en las guerrillas), vivo y sediento de sangre”. Poco después de escribirla pudo saciar copiosamente esa penosa urgencia.

En Centroamérica es frecuente que los mareros prueben su lealtad a la mara a la que pertenecen asesinando a un inocente. La muerte ajena se convierte en una especie de rito de paso asociado a la masculinidad. El crimen transporta al criminal a un estadio nuevo de respeto, como sucede en tribus en las que se llega a la mayoría de edad cuando se mata a un animal peligroso o se sufre algún dolor terrible infligido por el chamán o el curandero.

Nada de esto me sorprende. Hace muchos años leí un par de textos que me alertaron sobre la terrible naturaleza humana. Ambos conservan su alarmante vigencia.

El experimento de Stanley Milgram (Los peligros de la obediencia), en el que demostraba cómo las personas “normales” podían torturar hasta la muerte a unos semejantes desconocidos e inocentes, sólo porque una autoridad se lo ordenaba.

Las “víctimas” del experimento, claro, fingían el dolor y las convulsiones, pero sus verdugos” pensaban que estaban sufriendo realmente mientras ellos aumentaban”el voltaje de la silla eléctrica en la que supuestamente agonizaba el torturado.

El segundo libro fue Sobre la Agresión, obra que le ganó un Premio Nobel al austriaco Konrad Lorenz, donde analizaba las secretas pulsiones que precipitaban a los hombres a atacar a otros miembros de su especie y el valor simbólico de esos actos terribles.

En esa época todavía no existía YouTube. Pero los seres humanos eran idénticos a los de ahora, a los de siempre. 

Carlos Alberto Montaner es escritor y periodista. Su último libro es la novela “Tiempo de canallas”.

Reproducido de CUBANET.

15 de septiembre de 2014

Festividad de Nuestra Señora de los Dolores

Festividad de Nuestra Señora de los Dolores

Por dos veces durante el año, la Iglesia católica conmemora los Dolores de la Santísima Virgen: la conmemoración en el que se llamó “Viernes de Dolores”, el viernes de la Semana de la Pasión que antecede a la Semana Santa, y la actual fecha de septiembre, que data  de 1688, cuando se autorizó a los frailes servitas que   celebraran cada año la advocación de Nuestra Señora de los Dolores el tercer domingo de dicho mes.

La primera fecha de la conmemoración fue la que la agrupaba estrechamente  a la celebración de la Semana Santa.   El arzobispo de Colonia, Teodorico de Neurs, la instituyó en 1423 y el papa Benedicto XIII la propagó grandemente por Europa en 1727.   Ya por entonces era también muy popular la devoción a los “cinco gozos” de la Santísima Virgen, pero poco a poco fue prevaleciendo la conmemoración de los dolores por ella sufridos.  El hecho de que se celebre también el 15 de septiembre se debe a los religiosos de la Orden de los Servitas.  En 1814, Pío VII extendió la celebración a todo el mundo cristiano.
 
España conservó las dos fechas y aún hoy se celebran allí ambas, al igual que  en  muchos de los países de América por ella colonizados que aunque prefirieron la fecha del 15 de septiembre, el “Viernes de Dolores” a las puertas de la Semana Santa continúa teniendo vigencia.   

A mediados del siglo XX, el Concilio Vaticano II determinó, dentro de diversas modificaciones al calendario litúrgico, suprimir las fiestas consideradas duplicadas,   esto es, que se celebren dos veces en un mismo año; por ello la fiesta primigenia de los Dolores de Nuestra Señora el viernes antes del Domingo de Ramos fue suprimida, siendo reemplazada por la moderna fiesta de Nuestra Señora de los Dolores el 15 de septiembre. Aún así, en la tercera edición del Misal Romano (2000) hay un recuerdo especial a los Dolores de la Santísima Virgen en la celebración ferial de ese día, introducida por San Juan Pablo II.

La Santa Sede y las normas del Calendario Litúrgico contemplan que en los lugares donde se halle fervorosamente fecunda la devoción a los Dolores de María y en sus calendarios propios sea tenida como fiesta o solemnidad, este día, Viernes de Dolores o de Pasión, puede celebrarse sin ningún inconveniente con todas las prerrogativas que le son propias. (Cf. Tabla de los Días Litúrgicos, Misal Romano).

La imaginería española ha presentado usualmente a Nuestra Señora de los Dolores con capa de tela negra bordada en oro y el corazón traspasado por siete espadas o puñales que simbolizan los tradicionales siete dolores de la devoción popular y representan el sufrimiento de María como Madre de Cristo:

Los siete dolores: 

La Profecía de Simeón
La huida a Egipto
El Niño Jesús perdido en el templo
Encuentro de Jesús y María camino del Calvario
La crucifixión
El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz
El entierro de Jesús

14 de septiembre de 2014

La Cruz, ¡qué ocurrencia la de Dios!

La CRUZ:
¡QUÉ OCURRENCIA LA DE DIOS!
 
Por Pedrojosé Ynaraja

Lamentablemente, estos días han sido noticia unos crueles asesinatos. Todos lo son, pero estos han tenido la particularidad de que, en principio, fueron difundidos mediante YouTube. La familia solicitó que por delicadeza y piedad, se eliminaran de este medio, y así se hizo. Se ha degollado a un hombre por odio a su condición y como maniobra política…. [ya van tres]

Ambientados en estos acontecimientos, mis queridos jóvenes lectores, quisiera que os detuvieseis a meditar la fiesta que se incluye en este domingo. A nadie se le podía ocurrir, si estuviera en sus manos, inventar una religión cuyo líder fuera un ajusticiado. A Dios, sí.
 
Una de las primeras reacciones históricas sociales, iniciada la Iglesia, fue la supresión de cualquier imagen que hiciera referencia a la cruz. Criterio semejante al que ha movido a suprimir el citado YouTube. (A este respecto diré que un maleducado chiquillo de Roma, quiso ofender a un compañero cristiano, dibujando con un punzón en un muro del monte Palatino, un blasfemo garabato, es el llamado grafito de Alexamenos, pero esto fue una excepción). Prohibir representaciones del Jesús crucificado, fue decisión comprensible.

Tímidamente empieza a aparecer por Siria el signo de la Cruz. Le había ya precedido la “cruz cósmica”, la veían en paredes de la Nazaret los primeros peregrinos, relacionados con la Casa de la Sagrada Familia (se trata de la que se acostumbra a llamar Cruz de Tierra Santa o de Jerusalén, en realidad es una gran cruz que ampara a cuatro más pequeñas, señalando los cuatro puntos cardinales, para expresar la universalidad de la redención).

En Occidente el arte románico se atreve a poner, en la espalda del Cristo-Majestad, una simbólica cruz. Gracias al gótico, se extiende en tallas y pinturas la imagen del Señor crucificado.

Desde entonces las conmovedoras imágenes evolucionan piadosamente y una de las vergonzosas realidades de nuestro tiempo es la banalización de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, convertida a veces en simple adorno que acompaña a actitudes o desvestidos eróticos.

Os he explicado todo esto para que ahora os situéis, mis queridos jóvenes lectores, en el significado que tiene para el cristiano la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y comprendáis porqué su fiesta la celebremos este 14 de septiembre, interponiéndose a la solemnidad del domingo XXIV.

Que la cruz pudiera haberla encontrado Santa Elena y esté hoy en día repartida por múltiples lugares, podéis creéroslo o no. Dos maderos, dos troncos o dos tablas, pueden ser evocadora imagen de lo que celebramos. Autentica imagen, sin que sea reliquia. Mirando este objeto y recordando imágenes de otras maneras de ajusticiar, podremos recordar y reconocer que mediante una cruz semejante, Cristo nos salvó.

Análogamente, a cada uno se nos ofrece una cruz, que no es excesivamente pesada, nos lo anticipó el Señor. Aceptarla humildemente, pese a que nos parezca inoportuna, pese a que no entendamos el porqué, es docilidad, confianza, señal de esperanza, salvación en fin…

Ante el desencanto y desorientación, ante la ausencia de alegre esperanza, es preciso afirmar y comunicar a los demás, que Cristo reina gracias a su cruz y que por ella nos salva y, por consiguiente, recobramos la ilusión de vivir y de servir a los demás. Es un reto, una paradoja, pero autentica arma de salvación.

                

LA CUBANA QUE PRIMERO PILOTEÓ EN EL MUNDO


La cubana que primero piloteó en el mundo:
Aida de Acosta
Marlene María Pérez Mateo

Mucho después que el comerciante en telas Matías Pérez se aventurara a viajar sin retorno en un globo, una cubana de sangre descendiente de los Duques de Alba hizo lo mismo en el Parque “Bois de Boulogne” en París. Por lo tanto la primera mujer piloto del mundo fue cubana.

Se trató de Aida de Acosta Root Breckinridge, nacida en Elberon, Nueva Jersey, Estados Unidos, un 18 de Julio de 1884. De padre y madre cubanos radicados en el Estado Jardín; Ricardo de  Acosta y Micaela Hernández de Alba. Su hermana Mercedes se destacó en el mundo de las letras.

Siendo estudiante del colegio Sagrado Corazón y con solo 19 años tomo tres clases amateur de aviación. Ayudada por su amigo y entrenador el brasileño Alberto Santos Dumont, voló un tele-dirigible sola por una hora y media sobre el ya mencionado parque francés, un 27 de junio de 1903.

Durante la Primera Guerra Mundial llego a vender 2 millones de bonos de la libertad. Dio soporte financiero a la naciente industria fílmica neoyorquina especialmente en la modalidad del documental, siendo productora del primero de ellos filmado en Manhattan en 1927. Encabezó el “Comité de estimulación artística” de Nueva York en 1935. Encabezó una organización a favor de la nutrición infantil “Children Milk Fund” en Nueva York. Dirigió por mucho tiempo la asociación de enfermeras “Frontier Nursing Society”. Debido a su padecimiento de glaucoma se acercó al mundo de la oftalmológica y la óptica fundando y dirigiendo el primer banco de ojos en el mundo dentro del “Eye Institute” del Hospital Johns Hodking en Maryland.

Aida además de intrépida era sumamente bella; testimonio dan de ello múltiples fotografías. Fue una filántropa de armas tomar e indiscutible mecenas. Se casó en dos ocasiones y tuvo dos hijos. Falleció a los 80 años el 26 de mayo de 1962.  

Marlene María Perez Mateo
Julio 5 2014
Secuencia Esas si son cubanas

12 de septiembre de 2014

Los cambios que pide Francisco

José Luis Restán,
director editorial de la Cadena Cope, Madrid  

Hace unos días, durante su homilía en la misa matutina en la capilla de la casa Santa Marta, el Papa Francisco hablaba de la novedad que significa siempre el Evangelio, y pedía no tener miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio. “La Iglesia nos pide, a todos nosotros, algunos cambios. Nos pide que dejemos de lado las estructuras caducas: ¡no sirven! Y que tomemos odres nuevos, los del Evangelio”.

En realidad Francisco estaba describiendo un dinamismo que ha estado siempre presente durante veinte siglos de historia de la Iglesia: ésta debe cambiar continuamente para ser fiel a su origen, debe purificarse de las gangas y adherencias de la historia para que reaparezca siempre el rostro de su Señor ante el mundo. En vísperas de la apertura del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, podemos evocar la gran epopeya de la reformadora del Carmelo para ilustrar todo esto, pero habría ejemplos para no acabar.

Lo curioso es que estas palabras del Papa hayan sembrado, a diestro y siniestro, inquietud e irritación en unos casos, y un sospechoso entusiasmo en otros. La inquietud y el enfado provienen de quienes esperan tras cada esquina una confirmación de que Francisco es un Papa de ruptura, dispuesto a malbaratar la Tradición de la Iglesia. Mientras, en otra orilla, se produce un entusiasmo fundado exactamente en la misma presunción, según la cual estaríamos en la antesala de una suerte de revolución, la que algunos llevan años pergeñando en sus sueños y en sus publicaciones. El asunto es serio, pero a veces es mejor esbozar una mueca irónica: a unos y otros habría que pedirles más atención a lo que hace y dice realmente un Papa forjado en el manantial de San Ignacio de Loyola, que suplica como Teresa de Jesús la gracia de morir en la Iglesia, que insiste en que ésta no es una ONG sino la presencia de la salvación de Cristo en la historia, y que se refiere a los mártires como la garantía de una fe que no se adapta a las modas de los tiempos y que acepta recorrer el necesario camino de la cruz. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Dejar de lado estructuras caducas no es, desde luego, un principio revolucionario en la vida de la Iglesia, sino un principio genético de su desarrollo en la historia, por decirlo con palabras que quizás hubiesen gustado al beato John Henry Newman. Pero si hay alguien que ha sostenido y explicado ese principio genialmente en los últimos tiempos, ese ha sido Benedicto XVI. Cuando todavía era un joven y prometedor teólogo, Joseph Ratzinger respondió a la pregunta sobre qué aspecto tendría la Iglesia en el año 2000. A los enfadados y a los interesadamente entusiasmados con la homilía de Francisco, les vendría bien releer estos pasajes escritos en la década de los 60 del pasado siglo.

“…De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho; se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio… Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad… Conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. El proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como el voluntarismo envalentonado. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo”.

Ya en 1977, el cardenal Ratzinger volvía sobre este tema en su diálogo con Peter Seewald titulado “La sal de la tierra”, al afirmar que “en el cristianismo siempre nos hallamos ante un nuevo comienzo” y prevé que surgirán de la libertad del Espíritu “nuevas culturas de la fe”, que a su vez darán pie a nuevas estructuras. Así ha sido y así será mientras la Iglesia peregrine por este mundo. Si recordáramos que la Iglesia sólo es de Dios, que la guía a través de hombres que Él elige, nos ahorraríamos irritaciones destructivas y pretensiones de llevar el agua a nuestro Molino.

También hace pocos días, en su catequesis de los miércoles, Francisco hablaba de la Iglesia con su acento más original para decir que no se llega a ser cristianos por uno mismo ni tampoco en un laboratorio, sino que somos engendrados y alimentados en la fe en el seno de ese gran cuerpo que es la Iglesia, que es verdaderamente madre. Una madre que “sabe defender a sus propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de Satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús”, exhortándolos también a la vigilancia contra el engaño y la seducción del maligno. Y no lo digo yo, es el Papa quien dice llanamente que no seamos ingenuos, porque desde luego anda suelto.
Reproducido de ecclesia.org

11 de septiembre de 2014

Iglesia en Cuba pide reformas "más profundas y oportunas"

Iglesia católica en Cuba
pide “reformas mas profundas y oportunas”
 
La Iglesia Católica de Cuba ha criticado las reformas emprendidas por el Gobierno de la isla al considerar que no han logrado "reactivar" la economía y aunque reconoce que se ha producido algunos cambios aboga porque sean "más profundas y oportunas".
 
En su Plan Pastoral para el periodo 2014-2020, la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC) señala que estos cambios, relacionados con la eliminación de subsidios y la reestructuración de los empleos, son insuficientes.
 
Muchos cubanos "aspiran a un modelo de Estado menos burocrático y más participativo, menos paternalista y más promotor, menos autoritario y más democrático".
 
Aunque reconocen que la sociedad "ha recibido con agrado algunos cambios", la Iglesia ha percibido "la urgencia en muchos ciudadanos para que se realicen reformas más profundas y oportunas" que permitan solucionar "problemas acuciantes generadores de agobio, incertidumbre y desgaste", como el transporte, el vestido y la alimentación.
 
"Sectores amplios de población padecen pobreza material, producto de salarios que no alcanzan para sostener dignamente a la familia", precisan.
 
En el documento, los obispos señalan que muchos cubanos "aspiran a un modelo de Estado menos burocrático y más participativo, menos paternalista y más promotor, menos autoritario y más democrático".
 
Refiere que algunos ciudadanos apuestan por un modelo de nación basado en una "sociedad inclusiva, abierta al pluralismo, con instituciones que permitan procesar desacuerdos, en el que los ciudadanos y sus representantes cultiven la cultura del diálogo, del respeto al que disiente o piensa diferente".
 
La COCC se lamenta de que un cierto número de libertades en los medios de comunicación "se encuentra restringido", aunque reconoce que la existencia de "espacios incipientes de debate y discusión en torno al proyectos de país".
 
Considera "preocupante y poco constructivo" que se produzcan con frecuencia detenciones y hechos violentos "contra quienes se manifiestan divergentes con la ideología del único partido gobernante (el comunista)".
 
Los obispos también critican "el aislamiento" que sufre la población cubana por parte de Estados Unidos, en alusión al embargo económico, financiero y comercial que aplica el Gobierno de Washington contra la isla desde hace más de medio siglo.
 
En ese sentido, afirman que esa política "contribuye a acrecentar las dificultades de los más débiles; y se inclina porque en la relación entre los dos países se favorezca una política inclusiva mediante el respeto a las diferencias y el diálogo". En Cuba, un 60 % de la población (11,1 millones) se considera católica en referencia a la cifras de bautizados, pero la participación en la misa dominical no llega al 2 %.
 
El Plan Pastoral cita que actualmente hay en el país 305 parroquias, 357 sacerdotes, y 776 religiosos, y que el 62 % de las casas de misión surgidas para suplir la falta de templos se ubican en zonas rurales.
 
La Iglesia Católica cubana, que mantenía con el Estado una relación tensa marcada por altibajos desde el triunfo de la Revolución, abrió en 2010 un inédito diálogo con el gobierno de Raúl Castro, que propició la excarcelación de decenas de presos políticos y marcó una nueva etapa de distensión entre ambos.
 
El documento señala que "nuestro país vive un momento nuevo respecto a su situación demográfica; en los últimos años ha aparecido el fenómeno del decreciemiento y el envejeciemiento de la población. El decrecimeiento poblacional aunque apenas perceptible, es resultado de una tasa de natalidad baja y de una migración creciente hacia el exterior". Y añade: "Al no haber correspondencia entre el proyecto social de país y el proyecto personal se genera la frustación; este es uno de los factores que potencian el deseo de emigrar, sobre todo, entre los jóvenes".
 
En el aspecto económico, el plan pastoral resalta que muchos sectores de la población "padecen pobreza material, producto de salarios que no alcanzan para sostener dignamente a la familia".
 
Agencias/Martinoticias

Nunca lo olvidaremos


Plan Pastoral de la Iglesia Católica de Cuba 2014-2020

Por el camino de Emaús
Conferencia de Obispos Católicos de Cuba
 
Plan Pastoral de la Iglesia Católica en Cuba
2014-2020

Nuestro plan pastoral quiere animar el espíritu y la acción de la Iglesia en Cuba desde septiembre del 2014 hasta el año 2020. Y este sueño pastoral –que pretende ser fuego que avive, brisa que refresque y nube que guíe- se ha gestado al calor y como fruto de la celebración de los cuatrocientos años  del hallazgo y presencia de la imagen de la Virgen de la Caridad en tierra cubana.  En su redacción ha estado presente el magisterio de los Obispos latinoamericamos reunidos en Aparecida, las palabras del Papa Benedicto XVI en su visita a nuestro país, el ánimo que los Obispos cubanos nos ofrecen desde el documento “La Esperanza no defrauda”, y los gestos y palabras del Papa Francisco que nos invitan a compartir con todos la alegría del Evangelio desde una iglesia tierna y misericordiosa….

El texto completo del plan se puede descargar en PDF:

Reflexión


Había una vez cuatro individuos que se llamaban
Todo el mundo - Alguien - Cada uno - y Nadie....

Había un importante trabajo que hacer,
y se pidió a Todo el mundo hacerlo.

Todo el mundo estaba seguro que Alguien lo iba hacer.
Cada uno podía haberlo hecho, pero en realidad no lo hizo. 

Alguien se enojó porque el trabajo era de Todo el mundo.
Todo el mundo pensó que Cada uno podía hacerlo
Nadie no dudaba que Alguien lo haría. 

Al fin de cuentas, Todo el mundo hizo reproches a Cada uno
porque Nadie había hecho lo que Alguien podía hacer.

MORALEJA

Si se quiere hacer reproches a Todo el mundo,
sería muy bueno que Cada uno

haga lo que se debe hacer, sin tener la esperanza
que Alguien lo hará en su lugar,
porque la experiencia muestra que
cuando se espera a Alguien,
¡generalmente no se encuentra a Nadie!

CONCLUSIÓN 
Se transfiere ese mensaje a Todo el mundo con el fin que Cada uno pueda enviarlo a Alguien sin olvidar a Nadie...

Circula libremente por Internet sin nombre de autor.
Remitido por Joe Noda.

 

10 de septiembre de 2014


¿Dónde colocar los restos de Félix Varela?
 
La polémica sobre donde colocar los restos de Félix Varela, regresa ante la esperada beatificación del sacerdote, filósofo, profesor universitario, escritor y forjador de generaciones de cubanos, en base a testimonios de sus milagros.

El clero cubano no está de acuerdo con que los restos del también paladín independentista, descansen en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. La iglesia  insiste que los restos de uno de los suyos descansen en la Catedral, donde fue primeramente expuesto.

Monseñor Suárez Polcari, canciller de la Arquidióces de La Habana expone:  “El Padre. Varela pertenece por derecho irrenunciable a la Iglesia de la que fue humilde, fervoroso y obedientísimo ministro […] Debió ser enterrado en la Catedral, en la que tantas veces había resonado su sabia y evangélica palabra y desde la que podía sentir el Seminario [próximo] en que enseñó con tanta gloria, o en el Cementerio cubierto por tierra bendecida.”

Monseñor Suárez, agrega sobre la polémica de 1911, que finalizó con que los restos del educador de generaciones descansaran en la Universidad: “Con dolor pienso que al menos la indiferencia hacia lo cubano en una buena parte del clero [español] que trabajó en Cuba durante la primera mitad del siglo XX propició lo ocurrido con los restos del P. Varela y, después, una especie de negligencia en la gestión de introducir su causa de santidad hasta su iniciación en la penúltima década del siglo”.

El Papa Francisco autorizó a la Congregación para la Causa de los Santos que promulgara el decreto por el que se reconocen las “virtudes heroicas al sacerdote cubano nacido en La Habana el 20 de noviembre de 1788 y fallecido en San Agustín el 25 de febrero de 1853. Este decreto papal es un primer paso a la beatificación.

Varela fue fundador y creador del periódico El Habanero, reconocido como tribuna del independentismo y de la formación de una conciencia nacional en la Isla. Fue profesor de Filosofía en el Seminario de San Carlos y autor de un proyecto antiesclavista presentado en las Cortes Españolas en 1823, que le valiera la pena de muerte y el destierro perpetuo. En febrero de 1853, a los 64 años, fallecía en el exilio, negado a aceptar condiciones de arrepentimientos políticos para retornar a Cuba.

Los restos del primero de nuestros independentistas fueron llevados a Cuba en 1911 y depositados en el cenotafio del Aula Magna de la Universidad de La Habana. En la inscripción en latín, traducida al castellano, se lee: «Aquí descansa Félix Varela, sacerdote sin tacha, eximio filósofo, egregio educador de la juventud, progenitor y defensor de la libertad cubana, quien viviendo honró a la Patria y quien muerto sus conciudadanos honran en esta alma universidad en el día 19 de noviembre de 1911. La juventud estudiantil en memoria de tan grande hombre».

Ahora, con la inminente beatificación de Félix Varela, la Iglesia cubana pide que sus restos descansen en  la Catedral de La Habana.

SACERDOTE Y SANTO

Por Mons. Antonio Rodríguez Díaz
Canciller de la Arquidiócesis de La Habana

En Cuba ponían el énfasis en los aspectos políticos, filosóficos, científicos, literarios y educativos de la vida de este hombre a quien nuestro Martí llamo “patriota entero”. Varios factores contribuyeron a que la condición sacerdotal de Varela fuera desconocida. Junto a la educación impartida en nuestro país entre 1962 y 1998, hay que responsabilizar también a la propia Iglesia, la cual tuvo una cuota no menor de culpa en lo tocante a la vida del padre Varela.

Este silencio muchas veces voluntariamente directo, correspondió al clero opuesto a la independencia de Cuba durante toda la segunda mitad del siglo XIX, cuyo influjo duró hasta bien entrado el siglo XX cubano. Al no destacar la figura de Varela no se resaltaba su sacerdocio. Los que lo conocieron en vida estaban convencidos de que se hallaban ante un santo, ante un hombre que inspiraba admiración más por su vida santa, que por su inteligencia o sus labores políticas. Después de muerto, los que hemos leído los diversos aspectos de su vida sacerdotal, nos percatamos de que estamos ante un santo.

Existe un dato muy significativo respecto a lo anterior, que es la inscripción en latín del cenotafio de la urna que guarda sus restos en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. A continuación la transcribo no solo porque apoya lo anteriormente expuesto, sino, además por la hermosa síntesis de la vida del padre Varela:

"Aquí descansa Félix Varela. Sacerdote sin tacha, Eximio Filósofo, Egregio Educador de la Juventud, Progenitor y defensor de la Libertad Cubana. Quien viviendo honró a la Patria y a quien muerto sus conciudadanos Honran en esta Alma Universidad en el Día 19 de Noviembre del Año 1911. La juventud estudiantil en memoria de tan gran hombre.”

Dije que lo expresado en esta inscripción es muy significativo, porque ella es la expresión de los que la redactaron. Estos no fueron obispos, tampoco sacerdotes, ni siquiera laicos católicos fervientes. La redacción de la inscripción proviene del ambiente profesoral y estudiantil de la Universidad de La Habana de principios del siglo XX caracterizado, en general, por su distanciamiento de la Iglesia católica y hasta por su anticlericalismo.

Los redactores ponen en primer lugar su condición de sacerdote, y, no solo se limitaron a esto sino que la califican de “sin tacha”, esto es inmaculado, sin mancha. El dato dice mucho. En él quiero fundamentarme para explicar que la primera y gran vocación de toda su vida fue la sacerdotal, desde que ingresó en el Seminario San Carlos y San Ambrosio en 1801 hasta que murió en San Agustín de la Florida el 18 de febrero de 1853.

A los trece años, respondió a su abuelo materno, que esperaba del adolescente un futuro militar, como él y su propio padre: “Mi vocación no es matar hombres, sino salvar almas”.

Su etapa de profesor científico, periodista, renovador de la enseñanza, animador de actividades culturales, político (elegido diputado a Cortes) en La Habana estuvieron injertadas en su ser sacerdotal, y articuladas desde este. Ahí encuentran su inspiración y su luz. Después, en su vida en los Estados Unidos llegarían algunas a desaparecer, y otras a disminuir; sin embargo, el sacerdocio siempre quedó; pero además, bien vivido, heroicamente vivido, santamente vivido “hasta el último aliento”; así, dicho literalmente; hasta el último aliento vivió –contando los diez años de seminarista–, como sacerdote, 51 años de los 64 años de su vida.

Fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1811 en la Catedral de La Habana. Murió haciendo profesión de fe en la presencia real y verdadera de Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía, y en la Iglesia católica. No existe ningún escrito, ni alguna referencia de algún dicho del padre Varela contra la Iglesia, ni queja alguna hacia ella, aun cuando sabemos que esta no siempre lo trató con justicia.

Algunos han pensado que al padre Varela, cuando vivió los primeros años de su ministerio sacerdotal en La Habana, como profesor del Seminario y entregado a otras actividades, no se le puede ver como sacerdote. Esto es falso, y solo puede ser afirmado por personas que no conocen lo que es el ministerio sacerdotal.

El padre Varela no fue párroco, ni sacerdote asignado en una parroquia, como colaborador de esta. Su trabajo como profesor del Seminario –como el de los sacerdotes profesores de universidades, seminarios y colegios de ayer y hoy–, no significa que no ejerciera el ministerio sacerdotal en la celebración frecuente de la Santa Misa, de los Sacramentos y en la predicación. Además, a diferencia del presente, el número de sacerdotes en La Habana de aquel tiempo era cuantioso. Prácticamente sobraban con respecto a una población pequeña.

Cuando llegó a Estados Unidos en la diócesis de Nueva York solo existían el obispo y nueve sacerdotes más. Allí cayó como pan caliente; y ¡qué buen pan!: Varela fue el décimo sacerdote.

En la Iglesia norteamericana ejerció como párroco, vicario general de la diócesis (primero después del obispo), consultor en los Sínodos de Baltimore; trabajó con los inmigrantes irlandeses, con los pobres, en polémicas dialogantes con los protestantes, defendiendo la fe católica. A los protestantes los llamaba con expresión respetuosa y delicada: “nuestros hermanos que disienten”.

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes en su biografía del padre Varela, titulada “Pasión por Cuba y por la Iglesia” llama a los caritativos gestos del presbítero en Nueva York “florecillas”. Así sabemos de cuando, ante un fuerte frío neoyorquino, se quita el abrigo para regalarlo a una pobre mujer que tiritaba en la calle; o da la última cuchara de plata, perteneciente a un juego de cubiertos, regalo de sus alumnos habaneros; o despliega sus habilidades para convencer a los guardias del puerto, a fin de que lo dejasen pasar a los barcos para poder atender y asistir espiritualmente a los tripulantes que se hallaban en cuarentena debido a la epidemia que adolecían, a riesgo incluso de su salud corporal y de su vida.

Quiero concluir este artículo subrayando ahora la santidad de la vida del padre Varela. Deseo insistir en la inscripción del cenotafio del Aula Magna de la Universidad de La Habana: “Sacerdote sin tacha”. Me valdré para ello, del testimonio de un antiguo laico, alumno suyo en el Seminario de La Habana, Lorenzo de Allo, quien lo visitó en San Agustín de la Florida el 25 de diciembre de 1852, casi dos meses antes de que el santo sacerdote muriera. Desde 1850 el padre Félix Varela se había trasladado de Nueva York a San Agustín, pues el clima neoyorquino no le sentaba. El asma y la artritis aguda que padecía le impedían continuar viviendo en un clima tan poco benigno para su quebrantada salud.

En San Agustín había vivido Félix Varela durante su niñez, cuando el abuelo fue destinado, como militar que era, a esa ciudad, en aquella época territorio español dependiente de Cuba, pues su colonización fue dirigida desde La Habana; también su evangelización. Ahora Varela, enfermo y viejo, volvía en busca de mejor clima. Desde hacía años, ya San Agustín pertenecía a los Estados Unidos.

Copio íntegramente la carta del señor Lorenzo de Allo, dirigida al padre Francisco Ruiz, no solo por su valor testimonial, sino, además, por su expresión conmovedora, a la cual le sobran mis comentarios. El texto habla por sí mismo:

“Muy respetable amigo y señor:

«Hoy he llegado a esta ciudad y uno de mis primeros deseos fue visitar a nuestro amigo y virtuoso maestro el señor Varela, a las diez de la mañana me dirigí a la iglesia de San Agustín. Se comenzaba en ella una misa cantada, y calculé que él oficiaría en ella; pero no fue así. Concluida la misa me dirigí hacia el patio de la iglesia, donde hallé una negra quien me guió a la morada de nuestro maestro.

A los pocos pasos hallé un cuarto pequeño de madera del tamaño igual o algo mayor que la celda de los colegiales. En esa celda no había más que una mesa con mantel, una chimenea, dos sillas de madera, un sofá ordinario, con asiento de colchón. No vi cama, ni libros, ni mapas ni avíos de escribir, ni nada más que lo dicho. Solo había en las paredes dos cuadros de santos, y una mala campanilla sobre la tabla de la chimenea. Sobre el sofá estaba acostado un hombre, viejo, flaco, venerable, de mirada mística y anunciadora de ciencia. Ese hombre era el padre Varela.

Le dije quién era y le pedí besarle la mano. Por lo pronto no me conoció; pero luego me recordó perfectamente, me preguntó por Vd., por Casal, por Bermúdez, por Luz, y por casi todos los colegiales y catedráticos de su tiempo y por algunos estudiantes seculares. Me causó admiración que, al cabo de 31 años pudiera conservar ideas tan frescas aun de las cosas más insignificantes.

”Cuando entré en su cuarto se hallaba el padre extendido sobre el sofá, manteniéndose con cierta inclinación por medio de tres almohadones. A instancias mías conservó la misma posición. Dijo que así debía estar constantemente, que tenía tres o cuatro enfermedades, que no podía leer ni escribir, no solo por razón de sus males, sino porque tampoco veía las letras, y que vivía en aquel cuarto porque se lo había destinado el padre Aubril, sacerdote francés y cura de la parroquia, quien lo tenía recogido y sin cuya bondad habría ya perecido.

Cuando me hablaba del Colegio, y de sus amigos y discípulos mostraba tal admiración que no parecía estar enfermo. Al pintarme su estado, había tanta conformidad en su fisonomía, palabras y ademanes que cualquiera lo hubiera creído un hombre muy dichoso.

”Vd. no puede figurarse las impresiones que yo experimentaba, viendo y oyendo a nuestro maestro, ni las alusiones que hacía en mi interior al mundo de los libros y al mundo de los hombres. No me parecía posible que un hombre de tanto saber y de tantas virtudes estuviera reducido a vivir en un país extranjero y a ser alimentado por la piedad de un hombre que también es de otra tierra. ¿No es verdad que es cosa extraña que entre tantos discípulos como ha tenido Varela, entre los cuales hay muchos que son ricos no haya uno siquiera que le tienda una mano caritativa?

Varela no puede vivir mucho tiempo. ¿No podrían sus discípulos, al menos los que tienen fortuna, asignarle una corta mesada, por los pocos meses que le quedan de vida? ¿No podrían siquiera hacerle una corta suscripción? –¡Ay!, el alma se parte al ver un santo perecer sin amparo–. Nunca he sentido tanto como hoy mi pobreza. El conde de Santovenia, don José Fresneda, don Anastasio Carrillo, don Marcelino de Allo, don Francisco Hevia y otros discípulos y amigos de nuestro padre, bien podían hacer corto sacrificio en su obsequio ¡Cuál obra más meritoria del aplauso de Dios y de los hombres!


Varela conserva sus cabellos, su dentadura, y no ha perdido sus modales y sus movimientos cubanos, su fisonomía no toma la expresión inglesa sino cuando habla inglés, idioma que posee lo mismo que el suyo. Todo el mundo lo celebra y lo ama, pero nadie, sino el padre Aubril, le tiende una mano amiga. ¡Cuán incompresible es este montón de tierra que se llama mundo!

Varela moribundo sobre un jergón habla a mi alma más que Sócrates tomando la cicuta o Mario descansando sobre los escombros de Cartago. Cuando existieron Sócrates y Mario, reinaba el paganismo y esos hombres debieron sus desgracias a la calumnia o a los excesos, mas Varela no se encuentra en ese caso. Hoy alumbra al mundo la religión santa de Jesucristo, la calumnia ha respetado a Varela; y en vez de excesos su vida presenta una serie no interrumpida de virtudes. Y Varela, sin embargo, se encuentra en una situación más infeliz que la de aquellos desgraciados. ¡Cuánto he lamentado su situación! Me costó trabajo no prorrumpir en llanto al verlo y al oírlo.

Nosotros como un deber, por el buen nombre, y hasta para librarnos del epíteto de ingratos, estamos obligados a dirigir una mirada piadosa al hombre benéfico que fue
nuestro maestro, y que tanto nos ama. Ese hombre me dijo, entre otras cosas, que había tenido el mayor gusto hablando conmigo, porque durante nuestra conversación se había creído en La Habana, de donde hacía muchos años que nadie le escribía y de donde no había recibido ninguna noticia´. Me dijo también: ‘antes solía recibir algunos elencos de los exámenes que había en las clases, y tenía un placer singular en leerlos, pero hace muchos años que no tengo ni aun ese gusto'.

¡Pobre sacerdote! Su vida es padecer y vegetar. Sus palabras son de paz, de amor, de religión; si se imprimieran, ensancharían el campo de la ciencia y de la moral. Su cabeza nada ha perdido; pero su talento gigante solo serviría para hacerle más horrible su situación, si no fueran más gigantes su religión y sus virtudes.

Atrévome, señor Ruiz a hacerle a Ud. dos indicaciones a favor de nuestro amigo y maestro:

1. Formar una suscripción entre unos pocos de sus discípulos para asignarle una mesada o hacerle un presente pecuniario; 2. y que Ud. ni yo sonemos para nada, sino que el obsequio aparezca como obra espontánea de los hombres que socorran al abandonado padre Varela. Creo muy recomendable esta segunda indicación para evitar que padezca su delicadeza al saber que damos este paso y hará que la espontaneidad del servicio sea a sus ojos más satisfactorio. Puede Ud. enseñar esta carta a los discípulos suyos que antes he mencionado. Él los recordó con amor y con gusto, lo mismo que a otros de sus discípulos y amigos, lo que estoy persuadido de que no le será desagradable, pues sé que lo estiman y quieren.

Perdone usted, padre Ruiz, si me he extendido demasiado en esta carta, y sírvame de excusa el interés que me inspira nuestro muy amado maestro.

Páselo Ud. bien y ordene en cuanto crea útil a su apasionado amigo y seguro servidor q.b.s.m.

(Fdo.) Lorenzo de Allo”.

Conclusión: Hace casi treinta años en el valioso programa de televisión Escriba y Lea, apareció el padre Varela, como personaje histórico para descubrir; uno de los panelistas, al identificarlo, y hacer, como es habitual, su sintética reseña biográfica dijo: “A pesar de ser sacerdote…”  Daba a entender que el sacerdocio constituye un impedimento para ser patriota, científico, renovador de la enseñanza en Cuba, como fue el padre Varela, quien nunca vio contradicción entre su ser de sacerdote y las actividades civiles que realizó.

La visión presentada en el panel, de un modo prejuiciado, daba a entender lo que el santo sacerdote jamás vio, como tampoco lo vieron sus contemporáneos, ni las generaciones posteriores antes de 1961, porque el panelista no tuvo en cuenta que la historia del cristianismo se hallaba preñada de muchos sacerdotes que en otros lugares y en otros tiempos se habían desenvuelto en diversos ámbitos de la vida, de modo similar al padre Varela. Desde su ser sacerdotal, sin contradicción con él, y mucho menos llevando como un peso su sacerdocio, Varela sirvió a Cuba por medio de las múltiples formas como la historia pone de relieve.

El padre Félix Varela Morales es el cubano más completo. No encuentro, por más que busco, a alguien que lo supere o lo iguale en la Historia de Cuba. Es santo, y esto no se puede decir de otros admirables y ejemplares cubanos que conforman el panteón nacional.

Por otra parte, muchos en la Iglesia han cometido un error desde hace más de 34 años; hemos querido resaltar la figura histórica de Varela, a partir de su indiscutible contribución al bienestar de Cuba, como si esto fuera lo que diese el permiso para poder decir que Varela era sacerdote.

No, el sacerdote Varela, por la manera como vivió su sacerdocio es santo, porque vivió las virtudes de la Fe cristiana, la Esperanza, la Caridad, la Justicia, la Fortaleza, la Castidad, la Humildad y el dominio de sí mismo en todos los ámbitos de su vida personal, social y eclesial; no son los grandes aportes a la patria los que determinan en primer lugar su santidad. Indudablemente, estos constituyen una extensión de la santidad del sacerdote, y no por las actividades bien realizadas, sino porque las hizo santamente. Cosa difícil. El padre Varela también se santificó en estas actividades, porque las podía haber hecho mal, regular o bien, como las han hecho otros, pero él las hizo santamente.

Así vivió la política santamente, sin partidismos excluyentes de personas que poseían proyectos diferentes al suyo, y sin renunciar al propio. Lo mismo habría que decir del magisterio, de la reforma de la enseñanza (hasta comprender con humildad lo que un discípulo –Escobedo–, le indicaba); obedeciendo a sus obispos sin afanes por hacer carreras dentro de la Iglesia (no aspiró a ser obispo); sin quejas hirientes, cuando no lo nombraron como tal; sirviendo humildemente con su brillante inteligencia; discutiendo respetuosamente con los protestantes norteamericanos. En fin, viviendo sin reclamar derechos, y mucho menos honores; ayudando a los pobres desde el desprendimiento heroico de dinero y bienes materiales; viviendo y muriendo pobremente y agradecido de todos, con fe cristiana no profesional, sino con visión vital; sin pedir nada a cambio por todo lo mucho que había dado a la Iglesia. Desde la fe en Dios, sirvió a Cuba; y esta fe fue la luz de todo lo bueno que hizo.

Con su vida santa, Varela demostró que la política, la ciencia, la polémica, el periodismo, no son malos y sucios, sino cuando se viven con malas intenciones, y cuando se realizan sin prudencia y sin justicia, cuando se realizan sin ética. El santo cubano las realizó, no solo bien, sino santamente. Por eso, nunca tan merecido el epíteto nacido en el ambiente anticlerical de la universidad nacional de principios del siglo XX: Sacerdote sin tacha.

El escrito de Mons. Antonio Rodríguez Díaz ha sido reproducido de “Palabra Nueva”, Revista de la Arquidiócesis de La Habana, Febrero de 2012. Introducción de Reinaldo Emilio Cosano Allén desde Cuba, reproducida de Cubanet.
Enviado por Blanca DePriest.
Ilustración: Estatua del P. Félix Varela, Ermita Santuario de La Caridad, Miami, Fl.