30 de marzo de 2014

Una isla que se hunde


Una isla que se hunde

Los datos no engañan: el PIB de Cuba creció el año pasado un 2,7%, muy por debajo del cacareado 3,6% anunciado previamente por el régimen. Y para este 2014 las perspectivas son aún peores: un pírrico 2,2%.

Con estas melifluas cifras, Raúl no ha tenido otra opción que abrir su parcela para tratar de atraer capitales foráneos. Claro, que con condiciones y sin excluir la expropiación: los inversionistas no podrán entrar ni en la educación ni la salud (y defensa), los otrora insignes programas del Gobierno con los que seguramente quiere continuar haciendo propaganda barata.

En todo caso, Raúl tendrá difícil obtener los entre 2.000 y 2.500 millones de dólares anuales que necesita para poder mantener a flote su dictadura. Y es que los capitales extranjeros lo que buscan y necesitan es seguridad jurídica, una quimera en territorio cubano.

Como prueba sólo hay que recordar que cerca del 50% de las empresas que en 1998 habían apostado por invertir en la isla salieron corriendo ante la zozobra política y en la actualidad tan sólo siguen operando unas 200. Todo un récord en destrucción de confianza del inversor.

Por si no fuera poco el clima hostil -Cuba ocupa el penúltimo lugar, sólo por delante de Norcorea, en el ranking de libertad económica este mismo año-, los inversores no sólo se arriesgan a perder sus capitales sino algo más precioso incluso: su propia libertad.
 
Si Raúl considera que se están violando las reglas que él mismo dicta y escribe, el empresario puede acabar en la cárcel. Los ejemplos son demasiado conocidos.

Por eso, esta iniciativa lo único que pone de manifiesto es la situación desesperada en la que se encuentra la economía cubana. Lo que necesita Cuba no es una reforma económica. Sino una política, y se llama democracia.

Reproducido del Diario Las Américas, Miami

29 de marzo de 2014

Qué se hicieron los óleos del magnate Julio Lobo?



¿Qué se hicieron los óleos
del magnate Julio Lobo?


David Canela Piña

LA HABANA, Cuba. – Un escándalo internacional sobre el tráfico de obras de arte, que pertenecían al Museo Nacional de Bellas Artes, se destapó cuando un coleccionista privado de Miami compró en 15 mil dólares una pintura de Eduardo Abela, titulada Carnaval infantil, robada de un almacén de esa institución.

Recientemente, la Unesco publicó el listado de los 70 cuadros desaparecidos, que en su mayoría pertenecían a los fondos de “Arte Cubano, al período conocido como cambio de siglo (tránsito entre la academia y la vanguardia)”, según declaró una nota del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural, publicada en el sitio web Cubarte, el 28 de febrero.

El aviso explicó que “no puede precisarse la fecha exacta en que la sustracción tuvo lugar”, ya que “el acceso al local no había sido violentado”, y “los malhechores cortaron las obras recolocando los marcos, por lo que a simple vista no se podía detectar”. Actualmente está abierta una investigación policial, y las autoridades cubanas han solicitado la ayuda de cualquier persona o institución, que ayude a recuperar las piezas perdidas.

La Unesco se suma a la búsqueda
De las 70 obras ausentes, 10 han sido catalogadas como de “valor 1” (el máximo), 30 se ubican en un segundo orden, y 29 corresponden al grado 3, que es el más bajo. La obra Cabeza de mujer con collares y argollas, de Víctor Manuel, aparece sin clasificar.

Por un amplio margen, el autor más codiciado fue Leopoldo Romañach, con 23 pinturas robadas, de las cuales son de valor principal Estudio masculino, Marina, Rincón de Cayo Francés y Campesino rezando. Le siguen Armando García Menocal (con 6 cuadros), Juan Gil García (4), Aurelio Melero y Fernández de Castro (4), y Víctor Manuel García, José Mijares, y René Portocarrero, con 2 obras cada uno. El grupo abarca a 29 autores conocidos, y 5 anónimos.

En el listado que divulgara la Oficina de Cultura de la Unesco para América Latina y el Caribe, se incluyen los siguientes datos: número de inventario, autor, título, soporte, técnica, dimensiones, y se adjunta una foto de la obra.

Muchas sombras y pocas luces
Al parecer, es la primera vez que una institución del Estado cubano declara que ha sido víctima de un robo masivo de obras de arte, lo que ha hecho suponer –ante la evidencia de cuadros del patrimonio cubano que han sido vendidos en el exterior– que el gobierno comunista ha utilizado esta vía como una forma de recaudación de divisas.

Una persona, vinculada a la restauración de cuadros y documentos, me comentó una vez que el Museo Nacional había subastado en los años 90 tres cuadros del pintor español Joaquín Sorolla, con el objetivo de financiar la restauración del Edificio de Arte Universal (antiguo Centro Asturiano de La Habana). Quizás haya sido un rumor. Sin embargo, recuerdo haber visto una vieja serigrafía del Museo Nacional, que era la copia de una marina pintada por Sorolla, y que no está expuesta en la Sala de España del Museo de Arte Universal.

Pero esa historia de obras de arte perdidas viene de más atrás, y se pierde en la nebulosa de aquellas confiscaciones que hizo el gobierno revolucionario en 1959. Cuando los guerrilleros de la Sierra Maestra ocuparon las mansiones de Miramar, se apropiaron –como un pirata ocupa un botín–, de todas las obras de arte que pertenecían a familias de la alta burguesía cubana. Y en algunos casos, fueron destruidas, por simple vandalismo, ignorancia y revancha de clase.

Recuperación de Bienes
En enero de 1959, se creó el Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, un organismo central del Estado, que supuestamente debía devolverle al pueblo la potestad sobre esos bienes (como obras de arte, y artículos de lujo), que en teoría habían sido adquiridos “ilegalmente” por la burguesía, a través de la explotación del pueblo. Luego, el gobierno se ha encargado de vender obras del patrimonio cubano, sin consultar con nadie, sino tan sólo con sus intereses privados.

Voy a dar un ejemplo de obras que han desaparecido, sin dejar rastro. En el libro de Guillermo Jiménez, Los propietarios de Cuba 1958 (Editorial Ciencias Sociales, 3era ed., La Habana, 2008), el autor escribe un párrafo revelador, acerca de las propiedades de Julio Lobo, quien era la persona que poseía la fortuna individual más grande de Cuba, antes de 1959: “Su pinacoteca ostentaba cuadros de Leonardo da Vinci, Rafael, Miguel Ángel, Goya y otros grandes maestros internacionales, varias de cuyas obras estaban en el Museo Nacional” (p. 327). Mi desconcierto fue grande cuando lo leí por primera vez. ¿Qué obras eran esas, y sobre todo, dónde están ahora? ¿Cómo se perdieron? Con suerte, quizás algún día lo sepamos.

Reproducido de Cubanet.org

28 de marzo de 2014

Las fosas abiertas de América Latina


 
Las fosas abiertas 
de América latina

Por Néstor Díaz de Villegas

Imagino que si no existieran los Estados Unidos, mi única salida sería Australia, o el suicidio. América Latina me produce horror. Leo las noticias que llegan de allá abajo y siento vergüenza, rabia y un gran desasosiego. De noche tengo pesadillas: me veo en la Venezuela chavista, en la Argentina de los Kirchner, en la Bolivia de Evo Morales.

Jamás me identifiqué con el colorido, el encanto o la mística, y mucho menos con la "magia" de esa bruja de la escoba. Soy un espíritu libre que abjuró de la patria en la cárcel, y de toda una cultura en el exilio. He vivido en la América de Jefferson y Madison, de Warhol y John Travolta la mayor parte de mi vida.

Nací en la Cuba socialista, pero pertenezco a Miami, a un viejo apartamento de Coral Gables, a un trozo de arena en South Beach; estoy en casa en Los Ángeles, ciudadano de la República de California. Mi español cayó en desgracia, tuve que inventarme otro idioma. Me gusta tratar en inglés macarrónico con coreanos, armenios y filipinos. Me siento cada vez más perdido entre hispanohablantes, esos que todavía rezan a Maradona y creen en Che Guevara.

No estoy solo; soy parte de uno de los más grandes desplazamientos de pueblos en la historia del mundo: decenas de millones de seres humanos que, como yo, decidieron abandonar Latinoamérica y largarse al Norte. Somos los desamparados, los apabullados, los desafectos, los desengañados de América Latina. Somos los apátridas, los indeseables, los trashumantes, los balseros, los "latinos", los parias de sociedades basura que no ofrecen otra alternativa que el exilio.

Somos refugiados por razones políticas, nunca económicas, independientemente de si venimos de Colombia, Bolivia o Uruguay. Hay una Ley de Ajuste Latinoamericana no decretada, una ley de cuotas que evita el colapso de nuestras naciones fallidas. Huimos del mismo cataclismo: el derrumbe de la América hispana, la debacle final del Imperio español, la explosión en cámara lenta de la catedral barroca. El castrismo es la forma definitiva del desastre hispanoamericano.

La Reconquista
En Latinoamérica, las instituciones democráticas han sido reacondicionadas, como un carro viejo en un taller ilegal, para servir los intereses de la Izquierda fascistoide y antidemocrática. El sufragio es ahora la excusa del reeleccionismo, y equivale a un putsch. Las alianzas políticas entre canallas del mismo pelambre han creado una especie de Partido único, un Politburó de gorilas.

No quedan gobiernos libres que saquen la cara por la resistencia, ni organismos regionales que pongan en su sitio a los tiranos. Hasta México y Brasil, esos gigantes pusilánimes, se rebajan a ser meros lacayos, y ceden al chantaje de Cuba. No hay grandes héroes, ni estadistas originales, ni hombres providenciales en la insufrible América Latina, solo oportunistas, cobardes y una masa engañada e indecisa de casi 600 millones, descontando honrosas y esporádicas excepciones.

Entretanto, los intelectuales callan, enmarañados en sus viejas teorías, ajenos al peligro presente e impávidos ante la vulgaridad del futuro. Los trovadores, las vedettes, los novelistas y los académicos saben que una opinión errónea podría costarles la carrera. Hay una censura tácitamente admitida, una inquisición y una hipocresía que son el nuevo catequismo de Latinoamérica. Por eso los bibliotecarios argentinos se declaran enemigos de la cultura y los homosexuales puertorriqueños ensalzan un régimen homofóbico que creó los campos de trabajo para maricas.

Cuba ocupa territorios y se los anexa con el beneplácito de los parlamentos democráticamente elegidos. La mancomunidad castrista es otro Anschluss, como el de los Sudetes o Crimea. En los territorios anexados cualquier forma de disidencia u oposición es erradicada. Las tropas de choque cubanas infiltran los ejércitos, el senado, las aulas, los palacios de gobierno: estarán allí para poner una bala en el cerebro del presidente títere, si llegara el momento. Cuba campea por su respeto, invade, saquea y viola. Es una hazaña comparable a las proezas de Cortés y de Pizarro que un puñado de gallegos haya reconquistado el Imperio aborigen en tan corto tiempo.

¿Revolución o exilio?
No ha habido mejor momento para sentir vergüenza de ser latinoamericano. Sin embargo, los que llegan aquí olvidan enseguida por qué eligieron vivir en Connecticut y no en Tijuana. Prefieren creer —y hacernos creer— que la sociedad que los acoge es la culpable de los males de "Nuestra América".

La verdad es que somos entes anexados, no en la dirección del intervencionismo castrista, sino en el sentido contrario: injertados en el cuerpo social de una nación poderosa y libre. Conseguimos, a título personal y de forma individualista, lo que pretende la mayoría de nuestros congéneres. A los que quedaron detrás les recomendamos la revolución y el caos, mientras nosotros gozamos de las bondades del orden, la integración y la paz. La impracticabilidad de un Estado de derecho en América Latina nos obligó a buscar refugio allende las fronteras, no solo geográficas, sino morales y cívicas.

Sería el colmo de la hipocresía creer que el emigrante latinoamericano viene al Norte en busca de "mejores condiciones de vida", y reducir esas condiciones a un fajo de dólares y un plato de lentejas. Sería ridículo pensar que el país donde el latinoamericano experimenta la más profunda evolución social, es su peor enemigo. Desde el siglo XIX, los perseguidos cubanos encontraron, no solo un santuario, sino una segunda patria en Nueva York. Esa ciudad fue el laboratorio de la cubanidad: ahí están el Padre Varela y José Martí para recordárnoslo.

La revolución martiana no prosperó, abortó antes de zarpar, pero los castristas favorecieron exclusivamente la parte fallida del ideario decimonónico, el aspecto fatal del revolucionarismo, la variante trasnochada del independentismo. Al mismo tiempo, el castrismo condenó el único aspecto del programa martiano que permanecería vigente, el modus vivendi que llegó a tener repercusión continental, el derrotero que tomarían millones de seguidores: el recurso del éxodo.

El Martí exiliado, y no el revolucionario, es el paradigma de las multitudes que se lanzan al Norte en busca de la misma experiencia postnacional. El desarraigo es el elemento positivo, en estado latente, del weltanschauung martiano: su "salida por España", su paso por Latinoamérica y su aplatanamiento newyorkino.

A pesar de haber sido un romántico y un modernista, la instrospección le fue ajena: se vio como un cubano cuando ya era otro "americano". La bandera que defendió había sido creada en Manhattan antes que él naciera, y llevaba en el triángulo la estrella de Texas. Así llegó Martí a Caracas, "sin sacudirse el polvo del camino", olvidando continuar viaje hacia Valencia; un olvido imperdonable si tenemos en cuenta la actual situación venezolana. Porque hoy Narciso López, y no Simón Bolívar, debería ser el gran Libertador de América.

Reproducido de Diario de Cuba
Remitido por José Alonso