28 de marzo de 2014

Las fosas abiertas de América Latina


 
Las fosas abiertas 
de América latina

Por Néstor Díaz de Villegas

Imagino que si no existieran los Estados Unidos, mi única salida sería Australia, o el suicidio. América Latina me produce horror. Leo las noticias que llegan de allá abajo y siento vergüenza, rabia y un gran desasosiego. De noche tengo pesadillas: me veo en la Venezuela chavista, en la Argentina de los Kirchner, en la Bolivia de Evo Morales.

Jamás me identifiqué con el colorido, el encanto o la mística, y mucho menos con la "magia" de esa bruja de la escoba. Soy un espíritu libre que abjuró de la patria en la cárcel, y de toda una cultura en el exilio. He vivido en la América de Jefferson y Madison, de Warhol y John Travolta la mayor parte de mi vida.

Nací en la Cuba socialista, pero pertenezco a Miami, a un viejo apartamento de Coral Gables, a un trozo de arena en South Beach; estoy en casa en Los Ángeles, ciudadano de la República de California. Mi español cayó en desgracia, tuve que inventarme otro idioma. Me gusta tratar en inglés macarrónico con coreanos, armenios y filipinos. Me siento cada vez más perdido entre hispanohablantes, esos que todavía rezan a Maradona y creen en Che Guevara.

No estoy solo; soy parte de uno de los más grandes desplazamientos de pueblos en la historia del mundo: decenas de millones de seres humanos que, como yo, decidieron abandonar Latinoamérica y largarse al Norte. Somos los desamparados, los apabullados, los desafectos, los desengañados de América Latina. Somos los apátridas, los indeseables, los trashumantes, los balseros, los "latinos", los parias de sociedades basura que no ofrecen otra alternativa que el exilio.

Somos refugiados por razones políticas, nunca económicas, independientemente de si venimos de Colombia, Bolivia o Uruguay. Hay una Ley de Ajuste Latinoamericana no decretada, una ley de cuotas que evita el colapso de nuestras naciones fallidas. Huimos del mismo cataclismo: el derrumbe de la América hispana, la debacle final del Imperio español, la explosión en cámara lenta de la catedral barroca. El castrismo es la forma definitiva del desastre hispanoamericano.

La Reconquista
En Latinoamérica, las instituciones democráticas han sido reacondicionadas, como un carro viejo en un taller ilegal, para servir los intereses de la Izquierda fascistoide y antidemocrática. El sufragio es ahora la excusa del reeleccionismo, y equivale a un putsch. Las alianzas políticas entre canallas del mismo pelambre han creado una especie de Partido único, un Politburó de gorilas.

No quedan gobiernos libres que saquen la cara por la resistencia, ni organismos regionales que pongan en su sitio a los tiranos. Hasta México y Brasil, esos gigantes pusilánimes, se rebajan a ser meros lacayos, y ceden al chantaje de Cuba. No hay grandes héroes, ni estadistas originales, ni hombres providenciales en la insufrible América Latina, solo oportunistas, cobardes y una masa engañada e indecisa de casi 600 millones, descontando honrosas y esporádicas excepciones.

Entretanto, los intelectuales callan, enmarañados en sus viejas teorías, ajenos al peligro presente e impávidos ante la vulgaridad del futuro. Los trovadores, las vedettes, los novelistas y los académicos saben que una opinión errónea podría costarles la carrera. Hay una censura tácitamente admitida, una inquisición y una hipocresía que son el nuevo catequismo de Latinoamérica. Por eso los bibliotecarios argentinos se declaran enemigos de la cultura y los homosexuales puertorriqueños ensalzan un régimen homofóbico que creó los campos de trabajo para maricas.

Cuba ocupa territorios y se los anexa con el beneplácito de los parlamentos democráticamente elegidos. La mancomunidad castrista es otro Anschluss, como el de los Sudetes o Crimea. En los territorios anexados cualquier forma de disidencia u oposición es erradicada. Las tropas de choque cubanas infiltran los ejércitos, el senado, las aulas, los palacios de gobierno: estarán allí para poner una bala en el cerebro del presidente títere, si llegara el momento. Cuba campea por su respeto, invade, saquea y viola. Es una hazaña comparable a las proezas de Cortés y de Pizarro que un puñado de gallegos haya reconquistado el Imperio aborigen en tan corto tiempo.

¿Revolución o exilio?
No ha habido mejor momento para sentir vergüenza de ser latinoamericano. Sin embargo, los que llegan aquí olvidan enseguida por qué eligieron vivir en Connecticut y no en Tijuana. Prefieren creer —y hacernos creer— que la sociedad que los acoge es la culpable de los males de "Nuestra América".

La verdad es que somos entes anexados, no en la dirección del intervencionismo castrista, sino en el sentido contrario: injertados en el cuerpo social de una nación poderosa y libre. Conseguimos, a título personal y de forma individualista, lo que pretende la mayoría de nuestros congéneres. A los que quedaron detrás les recomendamos la revolución y el caos, mientras nosotros gozamos de las bondades del orden, la integración y la paz. La impracticabilidad de un Estado de derecho en América Latina nos obligó a buscar refugio allende las fronteras, no solo geográficas, sino morales y cívicas.

Sería el colmo de la hipocresía creer que el emigrante latinoamericano viene al Norte en busca de "mejores condiciones de vida", y reducir esas condiciones a un fajo de dólares y un plato de lentejas. Sería ridículo pensar que el país donde el latinoamericano experimenta la más profunda evolución social, es su peor enemigo. Desde el siglo XIX, los perseguidos cubanos encontraron, no solo un santuario, sino una segunda patria en Nueva York. Esa ciudad fue el laboratorio de la cubanidad: ahí están el Padre Varela y José Martí para recordárnoslo.

La revolución martiana no prosperó, abortó antes de zarpar, pero los castristas favorecieron exclusivamente la parte fallida del ideario decimonónico, el aspecto fatal del revolucionarismo, la variante trasnochada del independentismo. Al mismo tiempo, el castrismo condenó el único aspecto del programa martiano que permanecería vigente, el modus vivendi que llegó a tener repercusión continental, el derrotero que tomarían millones de seguidores: el recurso del éxodo.

El Martí exiliado, y no el revolucionario, es el paradigma de las multitudes que se lanzan al Norte en busca de la misma experiencia postnacional. El desarraigo es el elemento positivo, en estado latente, del weltanschauung martiano: su "salida por España", su paso por Latinoamérica y su aplatanamiento newyorkino.

A pesar de haber sido un romántico y un modernista, la instrospección le fue ajena: se vio como un cubano cuando ya era otro "americano". La bandera que defendió había sido creada en Manhattan antes que él naciera, y llevaba en el triángulo la estrella de Texas. Así llegó Martí a Caracas, "sin sacudirse el polvo del camino", olvidando continuar viaje hacia Valencia; un olvido imperdonable si tenemos en cuenta la actual situación venezolana. Porque hoy Narciso López, y no Simón Bolívar, debería ser el gran Libertador de América.

Reproducido de Diario de Cuba
Remitido por José Alonso

27 de marzo de 2014

Delia Fiallo: Gloria al bravo pueblo venezolano



DELIA FIALLO:
Gloria al bravo pueblo venezolano

 Por Delia Fiallo

Con el alma en suspenso asisto diariamente a la trágica situación que vive Venezuela, rezando para que haya una salida rápida y no se repita la larga agonía sin fin que ha sufrido mi país. Todavía recuerdo tantas puertas cubanas con aquel cartelito de: "Fidel, ésta es tu casa", y el jubiloso estribillo que cantaban las multitudes de mi islita: "Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista".

Quizás aún me lastima la indiferencia con que gente de Venezuela, muy querida, recibió nuestras advertencias cuando les dijimos: "Cuidado, les puede ocurrir lo mismo que a nosotros." Y nos respondieron: "No, a nosotros no nos va a pasar, sabemos lo que queremos." Insistíamos: "Miren que esto puede desembocar en una dictadura". Y sonreían confiados: "¿Tú crees? No, vale". La triste realidad es que dos pueblos prósperos y felices, quisimos "un cambio". Bueno, ya lo tuvimos.  Cuba no ha podido sacudírselo, ojalá Venezuela lo consiga.

Abundando en "los cambios", cabe citar lo que últimamente han hecho los Castro para ganarse voces a su favor y cierto reconocimiento conveniente. Algunas de esas concesiones son darle al ciudadano el derecho a comerciar por su cuenta, a la propiedad privada, a viajar al exterior. Y uno se pregunta, ¿con tales cambios no están devolviendo el país a la Cuba que era antes de que ellos tomaran el poder? Pero entonces, ¿para qué se hizo la revolución, qué justifica el inmenso costo que tuvo, material y humano? El hecho de que el cubano de ahora pueda volver a vender malanga, ser dueño de su casa y moverse libremente no puede borrar la infinita lista de crímenes e injusticias cometidas. ¿Quiénes y cómo van a responder por todo el irreparable daño que causaron?
 
 Cuba debió ser la vitrina para exponer al mundo el enorme fracaso de su revolución socialista, pero el mundo no ha querido verlo. Causa asombro y pena saber que hace poco todos los presidentes elegidos libremente por sus pueblos fueron a Cuba a rendirle pleitesía a una dictadura que durante 55 años ha destrozado a un país orgulloso de sus privilegios, hundiéndolo en la miseria y la indignidad. ¿Cómo puede explicarse la simpatía y el apoyo mundial hacia la revolución cubana? Solo como una reacción al rechazo que despierta la grande y poderosa nación norteamericana, que los hace convertirse en amigos de sus enemigos. 
 
Yo admiro la valiente rebeldía del pueblo de Venezuela, que se ha lanzado a las calles reclamando sus derechos y libertades con una determinación ya demostrada de vencer o morir en el intento. Su capacidad de lucha y sacrificio se han ganado mi respeto, porque en mi dolida Cuba solo las muy  honrosas excepciones de un puñado de hombres y mujeres están salvando nuestra dignidad. Aunque haya que compadecer a quienes se levantan por la mañana con la única inquietud de pensar en si van a comer ese día, a mí me da vergüenza la mansedumbre de mi pueblo cubano, de los que se quedaron allá, y de los que se fueron por miedo.

Como esto puede ofender a algunos, aclaro que me siento con derecho a decirlo, porque el miedo que también sentimos nosotros no nos impidió cometer lo que en un estado represivo es muy grave, el delito de disentir. Mi esposo Bernardo estuvo detenido en Seguridad del Estado, acusado de ser el responsable de la contra-revolución en su centro de trabajo; yo estuve a punto de caer presa acusada de hacer contra-revolución en mis telenovelas, fuimos vigilados, castigados, presionados, nos pusieron a cargo de un G-2 que se aparecía en nuestra casa cada vez que quería, con la misión de lavarnos el cerebro y que funcionáramos dentro del sistema. Pero lo que nos impulsó al exilio fueron nuestros cinco hijos pequeños, porque no quisimos condenarlos al futuro que les esperaba en un país donde nadie era dueño de su destino ni de su vida. 

 Me sobrecoge pensar que los venezolanos puedan seguir rodando por el mismo despeñadero por donde rodó Cuba, hasta caer al fondo de ese abismo del que nunca ha salido. Porque los tiranos no escuchan, no dialogan, no pactan, no ceden. Se aferran al poder con el poder que tienen.

 Mi angustia y mi amor están con ustedes, mis hermanos venezolanos, ruego a Dios para que los ayude a librarse del martirio y la muerte. Aprendí a querer a su tierra como mi segunda patria, en estos momentos sufro por ella lo mismo que sufrí por la mía.  Con todo mi corazón deseo que sea cierto aquello que me decían: "No, a nosotros no nos va a pasar, sabemos lo que queremos". Pero no agregaban algo que ahora están demostrando heroicamente: "Y también sabemos luchar para defenderlo".
  
¡Gloria al bravo pueblo venezolano!
 

Delia Fiallo es autora de numerosas novelas llevadas posteriormente a la televisión,   entre ellas: Esmeralda, Leonela, Kassandra y Cristal.

Reproducido de El Nuevo Herald
Enviado por María del Carmen Expósito

26 de marzo de 2014

Quiero que mis nietos conozcan Cuba




Quiero que mis nietos conozcan Cuba
  
Quiero que conozcan mi patria, aún bella,
cuando la juventud llegue a ustedes,
y encuentren un cajón, medio olvidado,  
      con fotos de la isla en que nací, 
¡hace ya tantos años!

Quiero que recorran la isla entera:
que se llenen de arenas y de mares,
que recorran los llanos y palmares,
y que se acuerden de mí ese verano.

Quiero, si no es mucho pedir…
que visiten en Vista Alegre mi casita,
que lleven a mis padres a su tumba
un ramo de blancas mariposas.

Y quiero, y perdonen mi frescura,
que escriban algo de mi Cuba bella;
que saquen fotos de todo lo que vean,
y que compartan con sus hijos mis recuerdos.

Martha Pardiño
Miami, Florida 3/25/14