12 de noviembre de 2013

Culto a la personalidad



Culto a la personalidad

Por Elsa M. Rodríguez

Aunque es algo que el ser humano ha practicado casi desde que bajó del árbol y empezó a andar en dos pies, tal parece que el concepto de “Culto a la Personalidad”, o sea la admiración enfermiza adjudicándole méritos especiales como a un Dios, a cualquier persona, es típico de la antigua y hoy desaparecida Unión Soviética. Es palpable por la forma en que venera la figura de José Stalin allí.

Cuando el pueblo pasa de sentir una sana admiración por cualquier persona, en este caso un gobernante y lo lleva al extremo de adoración en el fondo lo que está haciendo es un culto a la personalidad de ese individuo. Eso lo vimos como dijimos en la URSS con la figura de Stalin, pero en otras partes del mundo ha sucedido igual, por ejemplo en España, cuando gobernaba el dictador Francisco Franco, había estatuas y fotos del mismo en toda la extensión del país, y no hay más que ver cualquier copia del noticiero NODO de aquella época para comprender que Franco tenía que ser mencionado en cuanta obra buena se hiciera en el país, así como que los peces más grandes y la pieza de caza mayor siempre eran obra de Franco. No hay más que notar que él era "el Generalísimo", no el General, o sea, era lo máximo.

En Cuba viene sucediendo lo mismo con Fidel Castro, o "el caballo" como le llamaba antes del pueblo, su figura es el centro de todo, cuando se habla de él, se dice "El Comandante" y con ese título ya se sabe que es él. También como con Franco todo gira alrededor de este hombre.

Hugo Chávez, aun en vida, creó ese tipo de adoración por él y en todas partes estaba su rostro. Hoy, ese culto a la figura de Chávez se ha exacerbado gracias a la falta de cultura, especialmente política, del actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Estos personajes tan fanáticamente adorados por muchos han dado pie a que surjan aparentes doctrinas filosóficas utilizado sus nombres, así hablamos del Franquismo, del Fidelismo, del Chavismo.

Desgraciadamente no solamente sucede esto a nivel gubernamental, también en el mundo civil lo hemos visto, así una vez en Miami se inauguró una calle con el nombre de José Canseco, figura controversial del deporte, acusado de usar esteroides, y que aún vive y nadie sabe a ciencia cierta si efectivamente cometió los delitos de los que le acusan, pero esa calle está al lado de un centro estudiantil, una universidad, el peor sitio donde "adorar" a un joven que no es ejemplo para los demás, o al menos, se le acusa de ello.

También se acostumbra a utilizar el nombre de personas conocidas para adjudicárselo a edificios y calles. Una forma más de ejercer el culto a la personalidad.
No somos vecinos de la ciudad de Hialeah, sin embargo cuando nos enteramos de que se ha acordado allí por sugerencia del alcalde re-electo Carlos Hernández, prohibir utilizar el nombre de personas que aún están vivas, para nombrar una calle o edificio, no tenemos más remedio que felicitar al gobierno de dicho municipio.

Si se le quiere demostrar a una persona que se la admira y que se está de acuerdo con ella, lo más correcto es hacerle un homenaje en vida, y así que esa persona sepa cuánto y cómo le admiran. Si posteriormente, el día que fallezca, se considera que ha tenido méritos suficientes como para usar su nombre en una calle o en un edificio, entonces nada más justo que hacerlo. Mejor es esperar.

Elsa M. Rodríguez


Elsa M. Rodriguez es autora de la novela “Su mejor diseño”, que puede adquirirse en http://www.amazon.com

La ideología de prohibir



La ideología de prohibir

Por Luis Cino Álvarez

LA HABANA, Cuba, nov´13 www.cubanet.org -Acerca de las absurdas y mojigatas limitaciones impuestas a los alumnos de la Facultad de Comunicaciones, escribía recientemente Elaine Díaz en su blog: “…los decisores políticos  se escandalizan con las cosas de los estudiantes como si la Revolución se viniera abajo la próxima semana. Habría que preguntarse qué clase de Revolución se viene abajo por tan poco.”

La respuesta es sencilla: una revolución como la de Fidel Castro,  que hace mucho dejó de serlo para convertirse en una dictadura chantajista y mezquina, que si ha logrado mantenerse 54 años en el poder es precisamente porque le teme a todo lo diferente, se cierra a cal y canto,  y  no vacila en reprimir, lo mismo a un estudiante indócil que piensa con su cabeza que a las Damas de Blanco, que para los esbirros de la Seguridad del Estado todos son lo mismo: peligrosos enemigos de una revolución tan frágil que no puede tolerar algo que difiera un ápice de las ordenanzas oficiales.

Además, en su aberrante paranoia le temen a los libros, las canciones, las artes plásticas, los blogs, Facebook y la Internet en general.  Y también a las  películas en 3D. Los mini-cines privados que las proyectaban han sido prohibidos, sin importar las personas que perderán el dinero que habían invertido ni las que quedarán sin trabajo. Alegaron que estos cines  nunca habían sido autorizados oficialmente, así es que ni siquiera les dieron un plazo para cerrar.

¡Allá los ilusos que pensaban que habían quedado atrás las prohibiciones por razones ideológicas!

Algunos piensan que detrás de la prohibición de los cines en 3D, como en el caso de la ropa importada de Ecuador o Miami que venden los particulares, está el deseo del Estado de eliminar la competencia de los particulares. Pero no nos engañemos: las razones son más ideológicas que meramente comerciales. Tan ideológicas como cuando en los 60 prohibieron la música norteamericana y por extensión la británica también, The Beatles incluidos, faltara más.

La prohibición de los mini-cines se veía venir. Hacía varios días, un extenso artículo (3 260 palabras) de Juventud Rebelde, el periódico de la Juventud Comunista, mostraba la preocupación oficial al respecto. Citaba a Fernando Rojas, viceministro de Cultura, quien acusaba a estas salas de video de promover “la frivolidad, la mediocridad, la pseudo-cultura y la banalidad”. A pesar de que el viceministro se pronunciaba por regular antes que prohibir, finalmente el régimen se decidió por lo segundo.

Así, una vez más, un puñado de intelectualoides sumisos y engreídos, a nombre de sus obsoletos  jefazos, incultos y sin una gota de clase, que han haitianizado y lo que es peor, barbarizado el país, se arrogan el derecho a convertirse en árbitros de la calidad cultural y el buen gusto.

No es que les falte razón a los comisarios culturales cuando dicen que en estas salas primaban los productos banales y de baja calidad. Pero esos productos no son muy diferentes de las películas y series pirateadas que pasan por la TV cubana o que se exhiben en los pocos y deteriorados cines que quedan. Porque el cine high-brow (ay,Huxley) que dicen algunos corresponsales extranjeros se ve en La Habana es bastante escaso. Solo se ve cine de autor y películas de cierta calidad en algunos programas televisivos, en contados ciclos cinematográficos a los que muy pocos van y en los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano, que cada vez va peor y que ahora, sin Alfredo Guevara, está en veremos.

El interés de los comisarios en cultivarnos el gusto (siempre dentro de las coordenadas morales e ideológicas del sistema) para hacernos “el pueblo más culto del planeta”, por falta de organicidad y coherencia, pero sobre todo de sinceridad, ha fracasado en toda la línea. A los aseres les resbalan por el carapacho la Universidad para Todos, el ballet, la música sinfónica y de cámara, el jazz y el cine de autor. Ellos prefieren el reguetón, los muñequitos Manga y las películas de vampiros y de Jackie Chang. Y si tienen el dinero, “ponerse los espejuelitos” y ver Avatar y Ice Age en 3D.

Las prohibiciones no van a conseguir adecentar a los cubanos y cultivarles el gusto. Solo harán más aburridas y miserables sus vidas. Particularmente las de los jóvenes. Tal vez los jefes piensen que así les será más fácil controlarlos. ¡Vaya ideas que se les ocurren!


11 de noviembre de 2013

Garcias, Veteranos!


Orando por Filipinas


Por qué decimos..?



Por qué decimos..
A cada cerdo
le llega su San Martín

Ana Dolores García

A cada cerdo le llega su San Martín es un refrán que se emplea para decir que si alguien ha actuado incorrectamente o ha cometido algún delito que aparentemente no ha sido descubierto, llegará un día en que de todos modos tendrá que pagar su culpa. 

La expresión se basa en la centenaria costumbre surgida en Europa de matar los cerdos al comenzar los días fríos de finales de otoño o comienzos del invierno. Preferentemente se hacía el día en que el santoral católico celebra a San Martín de Tours, un santo de gran devoción entre los europeos: 11 de noviembre.  No se sabe a ciencia cierta el porqué se escogió precisamente tal fecha, ni tampoco cuál fue su origen, a no ser el de la imprescindible necesidad de preparar alimentos para la manutención. Sí se tiene noticia de que los pueblos celtas ya la practicaban.

San Martín, nacido en el año 326 en lo que entonces era territorio de la actual Hungría, llegó a ser obispo de Tours en Francia y falleció en dicho país en el año 397. Antes de convertirse al cristianismo, desde muy joven fue miembro de la guardia imperial romana. De esa época data la más conocida leyenda que sobre él haya traspasado siglos. Se cuenta que al haber encontrado en su camino a un mendigo tiritando de frío, le entregó la mitad de su capa pues la otra mitad pertenecía al ejército romano. A la noche siguiente se le apareció Cristo vistiendo la capa para agradecerle su gesto.

El caso ha sido que además de esa leyenda tan aleccionadora, “San Martín” forma parte de uno de los refranes más antiguos en lengua castellana. Cervantes lo menciona ya en su Quijote: “Su San Martín se le llegará como a cada puerco” (El Quijote, II 62), e incluso los franceses lo tienen como axioma cuando dicen: “à chaque porc vient la Saint Martin.”  En nuestros días, tan aficionados a lo políticamente correcto en cuanto a evitar ofensas dialécticas, se omite lo de  cerdo por la expresión “a cada uno”.  Por su parte, los colombianos prefieren decir “A cada pavo le llega su Nochebuena”. 



Cómo era la matanza de cerdos por San Martín

Una vez que ya sabemos lo que queremos decir con lo de que a cada cerdo le llega su san Martín, aprovechemos para conocer cómo eran las matanzas de cerdos que provocaron dicho refrán. 

En esas fechas alrededor del 11 de noviembre, la llegada de los fríos apremiaba para realizar la matanza de los cerdos que habían estado cebándose desde la primavera. Ello la convirtió en una costumbre popular y necesaria, a la que los pueblos supieron darle también carácter de celebración festiva, pues era un acto comunitario que solía durar dos o tres días. Tengamos en cuenta que eran épocas en las que no se conocían los refrigeradores y por tanto era ineludible hacer una matanza en conjunto  con la que poder preparar bien esas carnes para una larga conservación.

Se nos cuenta que la preparación comenzaba escogiendo a aquellos vecinos con experiencia  de “matarifes” y reuniendo los instrumentos a utilizar. El acto de la matanza propiamente dicho comenzaba bien temprano, después de un buen desayuno tal vez acompañado de alguna bebida alcohólica, pues el viento frío ya  soplaba tanto en las latitudes montañosas como en  las mesetas centrales del continente.

Sigo con el relato que ofrece Wikipedia del modo como más comúnmente se llevaba a cabo aquella “matanza”:

“El matarife va provisto de un gancho con el cual engancha al cerdo por la mandíbula y lo lleva hasta el banco de madera. Junto con el matarife con su cuchillo se sitúan quienes sujetan al animal con unas cuerdas, y varias mujeres y niños con cubos para recoger la sangre —que se empleará posteriormente en la elaboración de las morcillas- y dotados de cucharas para removerla y evitar que se cuaje. Es muy importante para conseguir una buena calidad final de los productos del cerdo el adecuado drenaje de la sangre del animal.

Una vez muerto el animal, se procede al socarrado quemando la superficie exterior del mismo para eliminar el pelo de la piel; después, con la ayuda de un tipo especial de cuchillo que está hecho totalmente de madera, se raspa la piel para desprender los restos de los pelos chamuscados y dejar la superficie perfectamente alisada.  

A continuación se abre el cerdo y se retiran las vísceras por completo, recogiéndose cuidadosamente. Parte de ellas, sobre todo los intestinos y el estómago, se reservan y se limpian de los contenidos que había dentro. Esta operación se realiza generalmente por las mujeres de la familia que todas juntas se dirigen al arroyo más cercano y limpian en él toda la suciedad. Hoy en día generalmente se limpian en casa, al disponer de agua corriente. No se trata de una operación agradable ya que el olor, el intenso frío y la humedad están presentes durante el proceso.

Por la tarde se continuaba con la limpieza de vísceras, y algunos empezaban ya a embutir las morcillas y el botillo, otros (depende de la zona) cocían el arroz y las cebollas  para las morcillas y se empezaban a cocer los primeros ejemplares. Si la gente estaba animada, por la noche se celebraba una fiesta en la que lo primero era probar la carne del cerdo.

Es ese primer día de la matanza cuando se asaba en la lumbre la “moraga”, que son los primeros trozos de carne aliñada con ajo y pimienta molida, y se acompañaba con un buen vino de "pitarra", el vino joven de ese año.

El picado de la carne se realizaba el día después, ya que prácticamente la totalidad del cerdo se dejaba colgado de una viga, oreando, a resguardo de perros y alimañas, en la parte baja de un frío almacén bien ventilado durante la noche posterior a su sacrificio.

Por la mañana se comenzaba con el trabajo, cortando y despiezando  las partes del cerdo que se iban distribuyendo entre los que salaban los jamones y las paletillas, los que picaban, sazonaban y añadían el ajo a los chorizos, los que adobaban el lomo,  los que ponían en salazón el tocino y los que cocinaban los trozos restantes para la concurrencia de personas que trabajaban ese día.

La extracción de la grasa tenía lugar en la tarde del segundo día, se metían los mantos de grasa en calderos al fuego y se fundían; se extraía el líquido en tinajas  de barro, y se empleaba posteriormente para hacer chicharrones o en la conservación de trozos de carne, chorizos o lomos. Parte de la grasa se empleaba en la producción de jabón.

La operación de embutir los chorizos solía comenzar a partir del tercer día de matanza, y podía durar entre uno y dos días, dependiendo de la cantidad de carne disponible. Se empleaba para ello una máquina especial que mediante presión introducía la carne picada y sus acompañantes en la tripa de cerdo. Generalmente la máquina era de un vecino adinerado, que la prestaba y tenía la suerte de ser invitado para observar este proceso en casa de los vecinos. Era habitual que en casas de gente adinerada, con poca práctica en la preparación de los productos del cerdo, se contratara a una mujer -o varias- a las que se conocía con el nombre de mondongueras.

El ahumado era una operación importante a primera hora del segundo día, ya que empezaba a haber morcillas y algunos pedazos de carne que era necesario ahumar. En esta operación trabajaban las personas más jóvenes y consistía en poner en una cocina con fuego (y algo de humo) los trozos para que estuvieran expuestos al humo.”

Fuentes:
Centro virtual Cervantes
Wikipedia