11 de noviembre de 2013
Por qué decimos..?
Por qué decimos..
A cada cerdo
le llega su San Martín
Ana Dolores García
A
cada cerdo le llega su San Martín
es un refrán que se emplea para decir que si alguien ha actuado incorrectamente
o ha cometido algún delito que aparentemente no ha sido descubierto, llegará un
día en que de todos modos tendrá que pagar su culpa.
La expresión
se basa en la centenaria costumbre surgida en Europa de matar los cerdos al
comenzar los días fríos de finales de otoño o comienzos del invierno.
Preferentemente se hacía el día en que el santoral católico celebra a San
Martín de Tours, un santo de gran devoción entre los europeos: 11 de noviembre.
No se sabe a ciencia cierta el porqué se
escogió precisamente tal fecha, ni tampoco cuál fue su origen, a no ser el de
la imprescindible necesidad de preparar alimentos para la manutención. Sí se
tiene noticia de que los pueblos celtas ya la practicaban.
San Martín,
nacido en el año 326 en lo que entonces era territorio de la actual Hungría, llegó
a ser obispo de Tours en Francia y falleció en dicho país en el año 397. Antes
de convertirse al cristianismo, desde muy joven fue miembro de la guardia imperial
romana. De esa época data la más conocida leyenda que sobre él haya traspasado
siglos. Se cuenta que al haber encontrado en su camino a un mendigo tiritando
de frío, le entregó la mitad de su capa pues la otra mitad pertenecía al
ejército romano. A la noche siguiente se le apareció Cristo vistiendo la capa
para agradecerle su gesto.
El caso ha
sido que además de esa leyenda tan aleccionadora, “San Martín” forma parte de
uno de los refranes más antiguos en lengua castellana. Cervantes lo menciona ya
en su Quijote: “Su
San Martín se le llegará como a cada puerco” (El Quijote, II 62), e incluso
los franceses lo tienen como axioma cuando dicen: “à chaque porc vient la Saint Martin.” En nuestros días, tan aficionados a lo políticamente correcto en cuanto a evitar
ofensas dialécticas, se omite lo de
cerdo por la expresión “a cada uno”. Por
su parte, los colombianos prefieren decir “A
cada pavo le llega su Nochebuena”.
Cómo era la matanza
de cerdos por San Martín
Una vez que ya sabemos lo que queremos decir con lo de que a cada cerdo le llega su san Martín, aprovechemos para conocer cómo eran las matanzas de cerdos que provocaron dicho refrán.
En esas fechas alrededor del 11
de noviembre, la llegada de los fríos apremiaba para realizar la matanza de los cerdos que habían estado
cebándose desde la primavera. Ello la convirtió en una costumbre popular y
necesaria, a la que los pueblos supieron darle también carácter de celebración
festiva, pues era un acto comunitario que
solía durar dos o tres días. Tengamos en
cuenta que eran épocas en las que no se conocían los refrigeradores y por tanto
era ineludible hacer una matanza en
conjunto con la que poder preparar bien
esas carnes para una larga conservación.
Se nos cuenta que la
preparación comenzaba escogiendo a
aquellos vecinos con experiencia de “matarifes”
y reuniendo los instrumentos a utilizar. El acto de la matanza propiamente dicho comenzaba bien temprano, después de un
buen desayuno tal vez acompañado de alguna bebida alcohólica, pues el viento frío
ya soplaba tanto en las latitudes montañosas como en
las mesetas centrales del continente.
Sigo con el relato que ofrece
Wikipedia del modo como más comúnmente se llevaba a cabo aquella “matanza”:
“El matarife va provisto de un
gancho con el cual engancha al cerdo por la mandíbula y lo lleva hasta el banco
de madera. Junto con el matarife con su cuchillo se sitúan quienes sujetan al
animal con unas cuerdas, y varias mujeres y niños con cubos para recoger la
sangre —que se empleará posteriormente en la elaboración de las morcillas- y
dotados de cucharas para removerla y evitar que se cuaje. Es muy importante para
conseguir una buena calidad final de los productos del cerdo el adecuado
drenaje de la sangre del animal.
Una vez muerto el animal, se
procede al socarrado quemando la superficie exterior del mismo para
eliminar el pelo de la piel; después, con la ayuda de un tipo especial de
cuchillo que está hecho totalmente de madera, se raspa la piel para desprender
los restos de los pelos chamuscados y dejar la superficie perfectamente alisada.
A continuación se abre el cerdo
y se retiran las vísceras por completo, recogiéndose cuidadosamente. Parte de
ellas, sobre todo los intestinos y el estómago, se
reservan y se limpian de los contenidos que había dentro. Esta operación se
realiza generalmente por las mujeres de la familia que todas juntas se dirigen
al arroyo más cercano y limpian en él toda la suciedad. Hoy en día generalmente
se limpian en casa, al disponer de agua corriente. No se trata de una operación
agradable ya que el olor, el intenso frío y la humedad están presentes durante
el proceso.
Por la tarde se continuaba con
la limpieza de vísceras, y algunos empezaban ya a embutir las morcillas y el
botillo, otros (depende de la zona) cocían el arroz y las cebollas para las morcillas y se empezaban a cocer los
primeros ejemplares. Si la gente estaba animada, por la noche se celebraba una
fiesta en la que lo primero era probar la carne del cerdo.
Es ese primer día de la matanza
cuando se asaba en la lumbre la “moraga”, que son los primeros trozos
de carne aliñada con ajo y pimienta molida, y se acompañaba con un buen vino de
"pitarra", el vino joven de ese año.
El picado de la carne se
realizaba el día después, ya que prácticamente la totalidad del cerdo se dejaba
colgado de una viga, oreando, a resguardo de perros y alimañas, en la parte
baja de un frío almacén bien ventilado durante la noche posterior a su
sacrificio.
Por la mañana se comenzaba con
el trabajo, cortando y despiezando las
partes del cerdo que se iban distribuyendo entre los que salaban los jamones y
las paletillas, los que picaban, sazonaban y añadían el ajo a los chorizos, los
que adobaban el lomo, los que ponían en
salazón el tocino y los que cocinaban los trozos restantes para la concurrencia
de personas que trabajaban ese día.
La extracción de la grasa tenía
lugar en la tarde del segundo día, se metían los mantos de grasa en calderos al
fuego y se fundían; se extraía el líquido en tinajas de barro, y se empleaba posteriormente para hacer
chicharrones o en la conservación de trozos de carne, chorizos o lomos. Parte
de la grasa se empleaba en la producción de jabón.
La operación de embutir los
chorizos solía comenzar a partir del tercer día de matanza, y podía durar entre
uno y dos días, dependiendo de la cantidad de carne disponible. Se empleaba
para ello una máquina especial que mediante presión introducía la carne picada
y sus acompañantes en la tripa de cerdo. Generalmente la máquina era de un
vecino adinerado, que la prestaba y tenía la suerte de ser invitado para
observar este proceso en casa de los vecinos. Era habitual que en casas de
gente adinerada, con poca práctica en la preparación de los productos del
cerdo, se contratara a una mujer -o varias- a las que se conocía con el nombre
de mondongueras.
El ahumado era una operación
importante a primera hora del segundo día, ya que empezaba a haber morcillas y algunos
pedazos de carne que era necesario ahumar. En esta operación trabajaban las
personas más jóvenes y consistía en poner en una cocina con fuego (y algo de
humo) los trozos para que estuvieran expuestos al humo.”
Fuentes:
Centro
virtual Cervantes
Wikipedia
10 de noviembre de 2013
Dos monedas, dos realidades
Dos monedas, dos realidades
Por
Yoani Sánchez
La
señora cuenta las monedas antes de salir de casa: tiene cincuenta y cinco
centavos de pesos convertibles. Es el equivalente al salario de toda una
jornada laboral y apenas si ocupa una pequeña parte de su bolsillo. Ya sabe qué
va a comprar… lo mismo de siempre. Tiene para dos cuadritos concentrados de
sopa con sabor a pollo y para un jabón de baño. De manera que ocho horas de
trabajo le servirán sólo para darle gusto al arroz y lograr un poco de espuma
en el baño. Pertenece a esa Cuba que aún calcula cada precio a partir de la
moneda nacional, a una parte del país que carece de remesas, privilegios,
familiares en el extranjero, negocios privados o entradas ilegales.
Justo
antes de llegar a la tienda para comprar sus cubitos Maggi, se queda mirando a
los que toman cerveza en la cafetería. Cada lata de esa refrescante bebida
equivale a dos jornadas de trabajo. Sin embargo el lugar está lleno, abarrotado
de parejas o grupos de hombres que hablan alto, beben, degustan algún entremés.
Es la otra Cuba, con moneda fuerte, con parientes en el extranjero, con
empresas por cuenta propia o alguna entrada económica ilícita. El abismo entre
ambas es tal, el divorcio tan mayúsculo que parecen discurrir sin tocarse.
Tienen miedos propios, sueños diferentes.
Cuando
esta semana se anunció el principio de un cronograma para erradicar la dualidad
monetaria, los dos países que convergen en esta Isla reaccionaron de forma
diferente. La Cuba que sólo vive de su mísero salario sintió que al fin se le
empezaba a poner fecha final a una injusticia. Son aquellos que no pueden
siquiera imprimir una foto del día de su cumpleaños, costearse un taxi
colectivo ni imaginarse viajando a ningún lado. Para ellos, todo proceso de
unificación de las monedas sólo entraña esperanzas, pues ya no podrían estar
peor que ahora. El otro país en pesos convertibles recibió la noticia con mayor
cautela. ¿A cuánto quedará la relación cambiaria con el dólar o el euro?
¿Cuánto se devaluará el poder adquisitivo de los que hoy viven mejor?… pensó
con pragmatismo.
En una
sociedad donde los abismos sociales son cada vez más insondables y las
desigualdades económicas se acrecientan, ninguna medida ayuda a todos, ninguna
flexibilización le hace la vida mejor a cada cual. Veinte años de esquizofrenia
monetaria han creado también dos hemisferios, dos mundos. Habrá que ver si un
simple cambio de billetes podrá aproximar esos dos países que están incluidos
en nuestra realidad, acercar esas dos dimensiones. Lograr que la señora que
come -casi siempre- arroz con cuadrito de sopa, pueda un día sentarse en la
cafetería y pedir una cerveza.
Cómo consiguieron los Reyes Católicos financiar la Guerra de Granada?
¿Cómo consiguieron
los Reyes Católicos
financiar la guerra de Granada?
Azahara García / Paloma G. Quirós , tve
Iniciar
la Reconquista suponía, como es de prever, un gasto enorme para las arcas de la
monarquía castellana y aragonesa. Esta nueva campaña desbordaba las
posibilidades económicas de los Reyes Católicos, de hecho, fue uno de
los problemas más serios a los que se tuvieron que enfrentar. Entonces, ¿de
dónde sacaron el dinero para poder llevarla a cabo?
Si
tuvieramos que resumir, lo haríamos con esta afirmación de Teresa Cunillera:
"Los Reyes Católicos tuvieron que sacar la financiación de debajo de las piedras,
de donde fuera". Pero ayudándonos de nuestros asesores de cabecera, vamos a
profundizar un poco más.
Impuestos, bulas, tercerías... todo dinero es
bueno
Para
poder hacer frente a la Guerra de Granada, Fernando e Isabel, tuvieron
que servirse de medios muy diferentes. Contaban, desde un primer momento, con
los ingresos habituales que recibía la monarquía: "tipos de rentas, más o
menos antiguos; tipos de rentas de un origen puramente feudal; y nuevos
ingresos que están realizándose desde finales del siglo XIV principios del
XV", apunta Óscar Villarroel.
El
profesor de historia señala también la posibilidad de que las cortes podían
haberles proporcionado algún ingreso extra. Al igual que hizo, según escribe
Manuel Fernández Álvarez en su libro 'Isabel, la Católica', la Santa
Hermandad, "que en diversas ocasiones concedieron cantidades no
pequeñas".
Otra
fuente de financiación fueron los empréstitos, de procedencia muy
diversa: "de la gran nobleza, de financieros, de financieros judíos, de
financieros extranjeros que les dan dinero en el momento que lo necesitan y,
luego, se les devuelve con unos intereses", explica Villarroel. Existen
además otros impuestos de poblaciones específicas, por ejemplo el impuesto
de los castellanos de oro sobre la población judía. Impuesto que surge en
el momento de la guerra granadina y que supone importantes ingresos.
Mabel
Villagra, asesora arabista de 'Isabel', añade además los impuestos que debían
pagar los mudéjares castellanos, "minoría musulmana en tierra de
Castilla": "Se comenzaron a pagar cuatro tipos de impuestos: En
1480, debían pagar "la cabeza de pecho", (impuesto o
tributo anual pagado por los judíos como reconocimiento del señorío real y
gratitud por la protección que la monarquía les dispensaba, que se derivaba de
su propia condición de minoría étnica-religiosa), el servicio y el medio servicio a cambio de la
protección real, tanto a judíos como mudéjares. Y, en 1482, se establece, en
efecto, el castellano de oro que menciona Villarroel, que no solo lo pagaron
los judíos sino los mudéjares castellanos hasta incluso después de la
Reconquista"
Y como
no, la Iglesia. Isabel y Fernando intentarán conseguir hacerse con rentas de
origen eclesiástico. Por un lado, estaba la bula de cruzada, de la que
hablaremos más adelante; y, por otro, las tercias: "dos novenas partes de
los ingresos eclesiásticos de Castilla eran directamente para la monarquía,
destinados a la lucha contra el Islam", nos cuenta Óscar Villaroel.
La bula de cruzada
Otro de
los grandes recursos económicos con los que van a contar los Reyes Católicos
para la llevar a cabo la empresa granadina será la concesión de la bula de
cruzada. No era la primera vez que disponían de esta fuente de ingresos, ya
que su concesión había sido casi permanente durante todo el siglo XIV y XV.
Como
explica Óscar Villarroel, se trata de "una bula de dispensa para
cualquier crisitano que quisiese comprarla". Ramón Gonzálvez Ruíz,
escribe en "Las bulas de la cruzada nacional": "Ganarán
la indulgencia todos los que tomen parte por sus personas en la lucha armada y,
los que no puedan hacerlo, si envian a otro en su lugar". Como vemos, la
bula de cruzada no solo aportaba dinero a las arcas reales, sino también
soldados para la batalla.
También
se podía conseguir el perdón aportando mano de obra. Los zapateros, médicos,
boticarios, artificieros, carpinteros, enfermeras y "todos los que
asistieren al menos por espacio de tres meses con su arte, industria o
ejercicio profesional, a las campañas militares", también ganarían la
indulgencia. Por su parte, aquellos que decidían comprar la bula, debían
hacerlo de acuerdo a unas cuotas que se regían según la categoría social o
estado económico. Ramón Gonzálvez Ruíz, lo detalla en su libro:
"Los
cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos deberán contribuir con diez
florines de oro; el rey y la reina con 10 florines; los príncipes, hijos de
reyes y sus esposas, con 10 florines; los duques, marqueses, condes, vizcondes
y sus mujeres, los maestres de la Ordenes Militares, las personas eclesiásticas
inferiores, los hidalgos con vasallos y los que tuvieran rentas anuales
superiores a 300 ducados, con un florín o cuatro reales de plata; quienes no
posean bienes superiores a 60 ducados, con dos reales de plata".
Ya
fuera con dinero, con mano de obra o participando en la lucha, todos ganarían
la indulgencia plenaria, "igual a la que ganan los peregrinos de Tierra
Santa y los que visitan personalmente las basílicas romanas en los años
jubilares", relata Gonzálvez Ruíz.
El
dinero de la bula era recaudado por una persona designada por el papa y, por
parte de los Reyes Católicos, por fray Hernando de Talavera.
9 de noviembre de 2013
El ciclón del 32
El ciclón
del 32
Ana Dolores García
En su relación de huracanes sufridos en nuestro
territorio nacional, el Instituto Meteorológico Cubano lo catalogó oficialmente
como el mayor desastre natural del siglo XX en Cuba.
En Camagüey todavía se le recuerda por los pocos que lo
sobrevivieron o los que desde tierra adentro supieron de la tragedia, o por
quienes de generación en generación la hemos ido escuchando de nuestros
mayores.
Ya era un poco tarde para pensar en huracanes, pero la
naturaleza siempre nos prepara sorpresas insospechadas. Se supo de él el 31 de
octubre, cuando comenzó a adentrarse en el mar Caribe procedente del
Atlántico. Bordeando el Sur de las Islas
La Española y Jamaica, en lugar de seguir ruta hasta el Golfo de México dio un
viraje de 90 grados y se dirigió a Cuba, atravesándola de Sur a Norte.
Ha pasado a nuestra historia como «el ciclón del treinta
y dos» porque entonces a nadie se le había ocurrido aún darles nombres. Fue el
culpable del ras de mar de Santa Cruz del Sur. Una ciudad que quedó anegada
bajo el agua y un mar que se desbordó hasta más allá de 20 km de la costa. La
resaca dejó al descubierto cientos de cadáveres y a esta cuenta hubo que
agregar otros cientos de desaparecidos que el mar no devolvió nunca. En Santa
Cruz del Sur la cuenta sobrepasó las 2,500 víctimas. Que tampoco fueron las
únicas, porque las zonas afectadas cubrieron un amplio radio desde el área costera
de Ciego de Ávila hasta Guayabal, produciendo poco más de 3000 muertos en total
y miles más de heridos y damnificados.
El impacto inicial, que fuera recibido por un pequeño
pueblo de pescadores cercano a la ciudad de Santa Cruz del Sur, se extendió
hasta la propia ciudad, la más importante de toda la costa meridional de lo que
era la vasta provincia de Camagüey en aquella época. Allí
la cresta de las olas llegó a alcanzar una altitud de 6 metros, dejándola completamente arrasada.
Tendríamos que situarnos mentalmente en aquellos años de pocos
recursos para la investigación meteorológica y los medios
de radiocomunicación. Los dos
observatorios de La Habana, el oficial y el de los Padres Jesuitas habían
advertido de la peligrosidad del huracán, situado ya en el extremo Oeste al Sur
de Jamaica, y hay que reconocer que por uno u otro motivo no se hizo mucho caso
de esas advertencias. ¿Incredulidad sobre la verdadera fuerza y dimensión del
ciclón, o sobre la exactitud de los pronósticos, que no pocas veces habían
fallado en predicciones similares anteriores?
Al amanecer del 9 de noviembre la fuerza de los vientos y
de las olas del mar sorprendió a los santacruceños. Ya no hubo dónde
resguardarse ni tiempo para hacerlo. A
algunos cientos se les ocurrió buscar refugio en vagones de ferrocarril
estacionados cerca de la estación
ferroviaria y que la fuerza del mar volcó inmisericorde, pereciendo todos.
Los relatos de quienes lograron
sobrevivir eran increíbles y aterradores. Se calculó que había muerto el 70% de
la población de Santa Cruz del Sur. Para
evitar epidemias, se procedió a la quema indiscriminada de cadáveres al tiempo
que comenzó el traslado de los heridos
hasta la ciudad de Camagüey.
La población de la capital
agramontina se volcó en ayuda a los damnificados, acogiendo en sus hogares a familias enteras que
todo lo habían perdido, y adoptando numerosos niños que habían quedado sin
padres.
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