5 de noviembre de 2013

Apuntes históricos sobre la "Isabel" de la tele

 

Apuntes históricos
sobre la “Isabel” de la tele

¿Es cierto que Isabel tuvo mellizos?

¡Qué difícil ha sido el nacimiento de María! Qué mal lo ha pasado la reina en ese parto tan complicado. Hemos querido saber más, ¿cómo fue en realidad aquel momento? ¿Es cierto que Isabel alumbró dos bebés? ¿Es cierto que el que no sobrevivió era un varón?

De lo que sí se tiene constancia, nos lo asegura Irisarri, es de que la pequeña María llegó a ser reina de Portugal y que terminó pasando por el mismo trance que su madre, pero con menos fortuna: "Casó en el año 1500 con el rey de Portugal Manuel el Afortunado, dándole numerosa descendencia. Falleció en 1517, de sobreparto, como muchas mujeres en aquella época. Su hija Isabel casaría con Carlos I de España y sería emperatriz".
 
¿Tuvo que pasar Isabel el trago de conocer a los bastardos de Fernando?

A cuadros nos ha dejado la reina cuando le ha pedido a su marido conocer a los hijos que ha tenido con otras mujeres. En la serie hemos visto a Aldonza de rodillas delante de la reina y nosotros hemos querido saber si ese encuentro se produjo realmente.

Óscar Villarroel, profesor de Historia de la UCM, cree que el encuentro podría haberse producido: "Entra dentro de la lógica que acabase conociendo o hiciera por conocer a algunos de los hijos de su marido. Sobre todo cuando alguno va a acabar desempeñando cargos relevantes como virrey de Nápoles."

Teresa Cunillera, asesora histórica de Isabel, apuesta por el interés de la reina. Asegura que probablemente la reina conociera a los hijos de Aldonza. Y no solo eso. La de Castilla fue más allá, ya que Cunillera nos explica que " También cuidó de otras hijas bastardas que tuvo Fernando. Las Marías que estaban en Madrigal de las Altas Torres en un convento."

Le hemos hecho la misma pregunta a Ángeles Irisarri, autora de Isabel, la reina y no está tan de acuerdo en eso del interés de la reina por conocer a los bastardos de su marido: "No creo que Isabel pusiera mucho empeño, pues ni hablaba ni permitía que le hablaran de ellos, pese a que estaba sabedora de las aventuras de Fernando. A algunos de los bastardos tuvo que conocerlos en actos de Corte. Así a los hijos de Aldonza de Iborra, a Alonso, cuando visitó el reino de Aragón con Fernando en 1481, porque éste, un niño de siete años, era ya arzobispo de Zaragoza, y también a Juana porque casó con Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla, un cargo relevante. En cuanto a las hijas de la infidelidad de su esposo, no conoció a María, hija de la noble vasca Toda de Larrea, ni a la otra María, hija de una noble portuguesa, porque estas dos Marías profesaron en el convento de Santa María de Gracia en Madrigal, y no supieron que eran hijas del rey hasta la muerte de Isabel."

Fernando mandaba en Castilla, 
pero ¿mandaba Isabel en Aragón?

Nos llama la atención al ver el capítulo la cantidad de tiempo que pasaban los reyes separados. Demasiados negocios que atender en dos lugares con costumbres bastante diferentes. Sabemos, y hemos visto, que Fernando ejercía su poder de rey en Castilla, pero a Isabel la hemos visto poco por Aragón ¿Eso del tanto monta, monta tanto era real?

Para saber en qué medida se implicó un monarca en el reino de otro basta echar un vistazo al dato que nos proporciona Ángeles Irisarri: "Fernando estuvo poco más de tres años en Aragón, habiendo reinado treinta y siete, e Isabel unos meses".

La historiadora nos explica cómo fue aquella estancia de la reina: "Después de una larga estancia en Sevilla, donde nació el príncipe Juan, los reyes visitaron las tierras aragonesas y fueron recibidos espléndidamente. Precisamente en este viaje, Fernando publicó una carta en la que nombraba a Isabel corregente, administradora y otro yo en el reino de Aragón, con ello cumplía lo acordado en la Concordia de Segovia, y también en estos reinos se implantó la diarquía, pero Isabel no ejerció, pues no congenió con el carácter aragonés. No obstante, presidió Cortes y, no voy a anticipar acontecimientos, pero en estas latitudes se ensañó con ella el cruel destino."

Beatriz Galindo, “La Latina”

Seguramente alguna vez hayas paseado y tapeado por uno de lo barrios más castizos de Madrid. La Latina tiene historia en cada uno de sus rincones, ¡empezando por su nombre! ¿Sabes que se llama así por Beatriz Galindo, la recomendada a la reina por su confesor Hernando de Talavera  para servir en la corte?   ¿Sabes que la “profesora” de Isabel se terminó casando con un conocido madrileño?

Ángeles Irisarri lo sabe: “Estuvo casada con Francisco Ramírez, de Madrid, conocido como “El Artillero”,  que además fue escribano de la Corte en tiempos de Enrique IV y luego secretario de los RR.CC. Fue llamada “La Latina”, gozó de abundante fama por haber sido profesora de latín de la reina Isabel y de las infantas Juana y María, y por fundar dos hospitales y un convento en Madrid. Hoy da nombre a un barrio de la capital.”
Paloma G. Quirós, TVE

Semblanza de Fidel Castro (9º Entrega y final)


SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO

(9ª Entrega y final)

Por José Ignacio Rasco

 A MODO DE CONCLUSIÓN

El hecho de que Castro sea un bribón sagaz, con todas las buenas y malas capacidades que posee, es un índice de que hizo lo que quería, es decir establecer un país comunista. Lo que hizo en Cuba fue, pues, lo que más ambicionó. Pudiera haber sido un gran reformador constructivo si hubiera querido. 

Si en esto de la comunización los siguieron tantos -unos por tontos, otros por vivos- es porque sucumbieron ante el hechizante brujo de tribu que fue este gran actor y autor de teatro que se propuso llevar a Cuba hacia el escenario comunista internacional.

Los viejos socialistas, marxistas, o comunistas cubanos, como quiera llamárseles, jugaron con Castro y Castro con ellos. En definitiva eran dos mitades de la misma cosa. Ambos hicieron bien su papel en busca de un poder absoluto, totalitario.

Castro más hábil y carismático, se impuso con recursos nacionales e internacionales. Se aprovechó de la guerra fría para dar rienda suelta a su ancestral odio al «imperialismo yanqui», no obstante la ayuda que los vecinos del Norte le prestaron cuando decidieron alejarse del corrupto régimen de Fulgencio Batista. 

Y los tontos útiles, o inútiles, se plegaron a la manipulación castrista que tan pronto se presentaba como humanista, tercermundista, antiimperialista o en otros términos. El hijo de Birán manipulaba esos conceptos políticos y los enrojecía a su capricho. Esto es esencial para entender el complejo y difícil crucigrama cubano.

Muchos biógrafos y autores al escribir sobre Castro tratan de esconder todavía su manipulación traidora y su credo marxista, encandilados por la indiscutible personalidad de quien rompió con los signos que marcaban la geopolítica y la historia de Cuba. No parece que la historia lo absolverá como adujo en su discurso famoso en el juicio por el ataque al Moncada. 

Acaso ningún hombre en toda la historia cubana pudo haber hecho tanto por su país, ya que contaba con un pueblo totalmente fascinado con su personalidad y estaba consciente de las reformas democráticas que se anhelaban. Lejos de eso Castro torció el rumbo hacia la izquierda socialistoide de un modo alocado y deletéreo fusionando la revolución con su propio absurdo modo de ser.

LOS RASGOS CARACTERÍSTICOS DEL PERSONAJE

¿Cuál es la personalidad psicológica de nuestro personaje? ¿Cuál es su patrón de conducta más permanente?

Para describir el carácter y el temperamento de esta figura singular acudiremos al testimonio de algunos buenos conocedores del personaje y de la psicología humana.

Al principio de la Revolución, en el año 1960, el Dr. Rubén Darío Rumbaut -brillante médico psiquiatra- trazó la silueta sociopática de Castro con «muchos fuertes rasgos paranoides» lo que lo lleva siempre a necesitar enemigos, «que cuando no los tiene los crea».

«Parece cumplir -dice Rumbaut- lo que en psicología se llama «profecía autorrealizada»: anuncia sin más pruebas que determinado sector es su enemigo e inmediatamente empieza a funcionar sobre esa suposición, atacando y ofendiendo a su pretenso rival… anuncia triunfalmente al mundo que su «profecía» había estado correcta, que aquel había sido siempre su enemigo, sin percatarse de que él mismo es quien se ha convertido en tal».

«El lenguaje de Castro -añade- gira alrededor de esos conceptos y de esa actitud ante la sociedad. Sus palabras favoritas son: enemigo, conjura, campaña, ataque, agresión, lucha, muerte, maniobra traición.»

Y para corroborar su aserto, Rumbaut brinda una lista de nombres de los agredidos (ya en 1960): el Directorio Revolucionario, su invitado de honor José Figueres, el Presidente Urrutia, el Embajador de España Lojendio, la Iglesia Católica, la Masonería, los norteamericanos…..           

Otro estudio acucioso sobre la psicopatología de Castro se lo debemos al eminente psiquiatra, Dr. Humberto Nágera, quien en su «Anatomía de un tirano» acusa también a Castro de «desorden paranoico» y lo retrata de este modo:

«Altamente dotado, en verdad extraordinariamente dotado, personalidad de gran desorden narcisista y megalomaniático con rasgos psicopáticos. Debe enfatizarse que su narcisimo y megalomanía son de proporciones gigantescas… un ser humano extraordinariamente inteligente, con una notable habilidad política así como para manipular grandes masas de gente. Lo que recuerda a Hitler y Mussolini».

Y continúa el Dr. Nágera:
«… Posee serios desajustes en la formación de su super ego lo que implica que es altamente corruptible, es decir, sus creencias éticas no son estables y frecuentemente cambian para acomodarse a sus deseos… lo que lo convierte en un individuo extraordinariamente peligroso».5

Y el ilustre psiquiatra comprueba su diagnóstico con la osadía de Castro al llevar al mundo a una confrontación nuclear cuando la crisis de los cohetes. Y recuerda cómo ha podido agraviar y supervivir a nueve presidentes norteamericanos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan. Busch, Clinton.

Nágera, Rumbaut y otros autores, han destacado las actitudes violentas de Castro hacia su padre y la doble reacción que proyecta ante la fuerza paterna y la humildad materna que provoca anárquicamente irregulares patrones de conducta en un hogar de difíciles relaciones. Su fría indiferencia ante la muerte de su padre Don Ángel Castro y aun de su propia madre doña Lina Ruz. Su modo extraño de tratar a todas las mujeres y su hipocresía para con sus propios compañeros de lucha.

El narcisismo de Fidel lo lleva a no interesarse por nada ajeno. Sólo le importa y ama lo que concierne a su persona. Esto explica el porqué casi todo el grupo original revolucionario de los primeros tiempos desapareció misteriosamente (tal es el caso de Camilo) o fue preso, fusilado, o escapó al exilio. «Alejandro» fue el seudónimo con que el mismo se bautizara en su época clandestina, seudónimo que anuncia sus afanes de guerrero y conquistador y posee un alto nivel de autoestima.

Por otra parte la megalomanía de Castro lo hizo pensar que la Isla de Cuba le quedaba pequeña para sus ambiciones políticas mundiales. De ahí su conocido afán de exportar la revolución a cualquier esquina del planeta y para ello formar un ejército descomunal para el tamaño del país y su población entonces (1959) de poco más de seis millones. Con lo cual, superó con creces el militarismo batistiano, asunto puntual de la oposición.

Según el psiquiatra Nágera el caudillo criollo sintió una gran identificación con Primo de Rivera, Franco, Hitler y Mussolini, pero también, paradójicamente, con José Martí y Antonio Guiteras, a los cuales ha tratado de imitar parcial y maliciosamente.

En la obra del Dr. Julio Garcerán de Vall, titulado «Perfil Psiquiátrico de Fidel Castro Ruz» su autor reitera los rasgos patológicos en la psicología del líder cubano, acentuando la nota paranoica que se revela en toda su actuación. En un serio recorrido por sus aristas personales, Garcerán señala explícitamente los rasgos más notables del carácter y del temperamento castrista: desconfianza, megalomanía, egoísmo, poca afectividad, antisocial, desajuste social, intelectualidad, egocentrismo, emotividad, ingratitud, hostilidad, irritabilidad teatral, posición defensiva ante el mundo, complejo de superioridad, subestimación y negación de otros, inseguridad, intimidación, astucia, suspicacia, orgullo, proyección de su conducta en otros, racionalización, agresividad, causticidad, mitomanía.6

Aunque larga la lista del Dr. Garcerán tampoco es exhaustiva. Y lo interesante es que el propio autor enriquece su enumeración con hechos reales y anécdotas bien conocidas que avalan su juicio, imposibles de relatar dada la brevedad de este trabajo.

El Dr. José Ignacio Lasaga, afamado psicólogo, me señaló en cierta ocasión, que además de la tendencia paranoide, tan visible en el perfil castrista, existían también rasgos esquizoides que lo alejaban de las realidades más visibles y que los agrandaba con su tropical imaginación. 

Recuérdese el caso, bastante reciente, en que propuso a un grupo de sus expertos ganaderos la necesidad de «inventar» una vaca doméstica, concebida en un laboratorio genético, que resolviera, a nivel familiar, las aspiraciones nutricias de la leche, el queso y la carne, ante la escasez que se produjo en el país como consecuencia de su absurdo sistema económico.

 Alguien de su equipo, con espíritu de sorna, comentó, clandestinamente, al final de la insólita disertación del Comandante: «Esto es increíble, Fidel no se ha dado cuenta que ya eso está inventado y es la chiva…»

En los días iniciales de la revolución, la megalomanía y el narcisismo se alentaban por el propio Comandante en Jefe, al que todo el mundo, tirios y troyanos, le reconocían un gran carisma, pero también lo consideraban un tanto chiflado. La sabiduría popular sintetizaba de este modo su confusa personalidad: «es un loco que en sus momentos lúcidos es comunista».

Sin embargo, todos los especialistas coinciden que no es realmente lo que se dice un orate. De haber sido un verdadero esquizofrénico- paranoide habría que exonerarlo de toda responsabilidad ética en sus desafueros. 

Sus rasgos neuróticos y psicopáticos no constituyen un índice de verdadera demencia, sino una deformación de su personalidad que contribuye a la hipérbole patológica de su pensar, decir y actuar en un odioso juego de espejos, cóncavos y convexos, que desfiguran toda realidad.

4 de noviembre de 2013

Cómo se comía en el siglo XV?


Recreación de un banquete del siglo XV en "Isabel" (tve)

¿Cómo se comía en el siglo XV?  

  

Por Francisco Merino
Director de la Escuela Internacional de Protocolo, España. 

La información que se detalla a continuación está extraída del Libro de la Cámara Real del príncipe don Juan (1548) de Gonzalo Fernández de Oviedo, texto nacido en su día con la finalidad inicial de informar en la corte del futuro Felipe II acerca del orden que se siguió en la casa del príncipe don Juan, primogénito de Fernando e Isabel, que había sido educado y servido conforme a los usos que regían el llamado ceremonial de etiqueta de Castilla.

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que no había un comedor como tal, sino que la gran sala de palacio en la que se realizaban las recepciones, se transformaba en comedor en el momento de las comidas, lo que requería el que la servidumbre montase las mesas, las cubriese con manteles, etc.

El banquete en sí era un espectáculo ritual, donde la ostentación y el lujo trataban de impactar y sobrecoger a quien tenía el privilegio de compartir la mesa con los reyes.

El ritual requería comenzar por acondicionar la gran sala en la que tendría lugar el banquete, para ello se ponían en marcha un gran número de oficiales de la corte. Los reposteros de estrados y mesa montaban las mesas, los bancos y las sillas; los estrados en los que se situarían los reyes y los aparadores en los que se exhibía la vajilla y la cristalería, piezas que se encontraban bajo la supervisión de los reposteros de plata y botillería respectivamente.

Al lado del aparador de la plata se situaba el repostero de plata sujetando una serie de platos que iba facilitando al maestresala o al trinchante, según se necesitaban para el servicio, y que previamente había limpiado con una toalla.

La comida se convertía de esta manera en un acto público en el que el lujo y la abundancia tenían como objetivo resaltar la imagen del rey como el centro del reino. El comportamiento del monarca en la mesa aparece descrito en las Partidas como: digno, mesurado, siguiendo un ritmo equilibrado, y de esta forma mostrar a sus súbditos su sabiduría en el comer y el beber, ya que ellos serán el modelo a seguir.

El rey ocupa la posición central situándose a su lado los invitados de alto rango a los que quisiese agasajar. Una vez todos estaban sentados a la mesa, y se habían lavado las manos, el capellán mayor la bendecía y comenzaba el ritual del servicio de la misma, que requería una larga procesión de servidores que presentaban los platos precedidos del sonido de trompetas.

Coordinados por el maestresala, vestido de negro, con un paño sobre el hombro derecho y una vara de mando con la que daba instrucciones, los pajes iban trayendo la comida a la mesa. La comida venía escoltada desde la cocina. La razón de la escolta es la misma que la de la salva, es un momento de exposición, de peligro para el rey que podía ser envenenado; haciendo la salva se comprobaba que ni en la comida ni en la bebida había veneno.


La tarea más compleja, técnicamente hablando, de las que se realizaban en la mesa real la llevaba a cabo el trinchante, y consistía en cortar los alimentos, colocar los trozos sobre rebanadas de pan, sazonarlos y distribuirlos entre los invitados por orden de precedencia. La comida se reducía así a bocados que el comensal podía pinchar con el cuchillo o recoger con los dedos, la cuchara o la escudilla; la importancia de este oficio la daba el hecho de no existir tenedores.

Al rey nunca se le servía sobre trozos de pan, como a los otros invitados, a él se le servía sobre platos de metal cubiertos por una rebanada de pan, plato que se cambiaba con cada nuevo alimento, para evitar tanto la mezcla de sabores, como el ser considerado tacaño.

Como se ha visto en párrafos anteriores, todo lo que se le servía al rey había de ser probado por el trinchante para comprobar que no estaba envenenado. Incluso los utensilios que iba a utilizar para cortar los alimentos que ingeriría el monarca eran objeto de salva, se les pasaba por un trozo de pan que era ingerido por el trinchante o el repostero.

La tarea que requería un ceremonial más elaborado era el servicio del vino. Cada vez que el rey quería beber la copa se transportaba alzada y en silencio escoltada por un ballestero de la maza y un rey de armas, que irán delante del copero del maestresala y del caballero de la salva. La bebida del rey era guardada y custodiada, por las razones que se han mencionado: podía ser envenenada, o de estar en mal estado y producir enfermedades.

Terminada la comida se volvía a rezar en acción de gracias por los alimentos recibidos; los comensales se volvían a lavar las manos y el maestresala con todo su equipo de servidores hacían la reverencia y se marchaban a comer.

La comida sobrante se repartía entre los servidores teniendo en cuenta un determinado orden de precedencia, a mayor rango se elegían los mejores manjares sobrantes, algunos, como en el caso del trinchante tenían precedencia para escoger de entre los alimentos que trinchaba las mejores piezas; otros recibían las viandas como parte del pago por sus servicios, e incluso determinados cargos llevaban aparejado el suministro de estas viandas.

Reproducido de la página web de tve