29 de octubre de 2013

Estoy con Obama



ESTOY CON OBAMA
Elsa M. Rodríguez

Que nadie crea que pensamos que nuestro presidente sea el mejor que hemos tenido, ni con mucho. Sin embargo encontramos que ahora que muchos países le censuran porque han descubierto gracias a los soplones que se han auto-exiliado de Estados Unidos, que este país espiaba a todo el mundo, creemos que en este apartado Obama estaba haciendo lo correcto.

Esto de espiarse los unos a los otros no es nada nuevo, y es lógico que así sea, desde la época de la guerra fría con la URSS se establecieron controles para saber lo que cada país planeaba con respecto al otro. Después del ataque a las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001 se intensificó por parte de Estados Unidos el tratar de enterarse lo que se "cocinaba" en otros lugares.

Hoy día, con el paso que ha dado la Unión Europea eliminando la Doctrina Parot y de este modo determinando que los presos no pueden estar en la cárcel mas de 20 años está mas que justificado que nuestro país sepa muy bien lo que sucede en otros lugares. Lamentablemente los terroristas están regados por el mundo y en toda Europa, en especial en España, con sus terroristas de la ETA y el fácil acceso al mismo de los posibles terroristas musulmanes.

Si no nos enteramos anticipadamente de lo que piensan hacer aquellos que llevan odiando a este país y a todo lo que el representa, desde tiempo inmemorial, entonces estaremos mas débiles que nunca.

Por todo lo anterior, si la cosa es de espiar a posibles atacantes al lugar donde vivimos, en ese caso estamos de acuerdo con Obama, y apreciaríamos mucho que dejase de pedir disculpas a todo el mundo.

Elsa M. Rodríguez

Halloween como negocio



Halloween como negocio

Una cultura de consumo que propicia y aprovecha las oportunidades para hacer negocios, sin importar cómo. Hollywood ha contribuido a la difusión del Halloween con una serie de películas en las cuales la violencia gráfica y los asesinatos crean en el espectador un estado morboso de angustia y ansiedad. 

Estas películas son vistas por adultos y niños, creando en estos últimos miedo y una idea errónea de la realidad. El Halloween hoy es, sobre todo, un gran negocio. Máscaras, disfraces, dulces, maquillaje y demás artículos necesarios son un motor más que suficiente para que algunos empresarios fomenten el “consumo del terror”. Se busca además favorecer la imitación de las costumbres norteamericanas por considerarse que esto está bien porque este país tiene chapa de “superior”.

Ante todos estos elementos que componen hoy el Halloween, vale la pena reflexionar y hacernos algunas preguntas. ¿Qué experiencia (moral o religiosa) queda en el niño que para “divertirse” ha usado disfraces de diablos, brujas, muertos, monstruos, vampiros y demás personajes relacionados principalmente con el mal y el ocultismo, sobre todo cuando la televisión y el cine identifican estos disfraces con personajes contrarios a la sana moral? ¿Qué experiencia religiosa o moral queda después de la fiesta del Halloween?

Es que nosotros, como cristianos, mensajeros de la paz, el amor, la justicia, portadores de la luz para el mundo ¿podemos identificarnos con una actividad en donde todos sus elementos hablan de temor, horror, miedo y oscuridad  ¿Cómo darle a los hijos una enseñanza auténtica de la fe cristiana en estas fechas? ¿Cómo hacer que se diviertan con un propósito verdaderamente   cristiano? ¿Qué podemos enseñarles a los niños sobre esta fiesta?

Ante la realidad que inunda nuestro medio y que es promovida sin medida por el consumismo nos preguntamos ¿qué hacer? ¿Taparnos los ojos para no ver la realidad? ¿Buscar buenas excusas para justificar su presencia y no darle mayor importancia a este “juego”? ¿Debemos prohibirles a nuestros hijos participar en el Halloween mientras que sus vecinos y amigos se “divierten”? ¿Serían capaces los niños de entender todos los peligros que corren y por qué de nuestra negativa a participar en esto?

Debemos explicarles de manera sencilla y clara, pero firme, lo negativo que hay en el Halloween y la manera en que se festeja. Es necesario explicarles que Dios quiere que seamos buenos y que no nos identifiquemos ni con las brujas ni con los monstruos, pues nosotros somos hijos de Dios.

Proponemos a los padres de familia una opción para sus hijos, pues seguramente los niños querrán salir con sus amigos en la noche del Halloween: Los niños pueden disfrazarse de ángeles o santos y preparar pequeñas bolsas con dulces, regalos o tarjetitas con mensajes y pasar de casa en casa, y en lugar de hacer el “obsequio o truco” o de pedir dulces, regalarlos a los hogares que visiten.  

Aunque este cambio no será sencillo para los niños, es necesario vivir congruentemente con nuestra fe, y no permitir que los más pequeños tomen como algo natural la connotación negativa del Halloween. Con valor y sentido cristiano,   podemos dar a estas fechas, el significado que tienen en el marco de nuestra fe.

Los cristianos debemos no solo desenmascarar el mal sino ser además luz en las tinieblas. Debemos abogar por el retorno a la verdadera celebración de la Fiesta de todos los Santos  que comienza en la noche del 31 de octubre. Los niños se pueden disfrazar de un santo favorito y aprenderse su vida, especialmente sus virtudes, con el fin de imitarlas. Tradicional y antiguamente en España y en algunas comunidades de Latinoamérica, solía irse de puerta en puerta cantando, tocando instrumentos musicales y pidiendo dinero para celebrar misas para las ánimas del Purgatorio.

Fuente: revistaecclesia.com

Semblanza de Fidel Castro (5ª Entrega)


 
SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO

 (5ª entrega)

Por el Dr. José Ignacio Rasco

DE VIAJE POR LAS AMÉRICAS (1959)

Otra vez me tocó representar al periódico Información en el viaje de Castro a los Estados Unidos, invitado por la Asociación de Editores de Periódicos. El periplo se extendió a Canadá y Sur América. Así que después de visitar Washington, New York, Princeton, Harvard y Boston, pasamos a Toronto, y luego de una imprevista parada en Houston, seguimos hacia el Cono Sur: Buenos Aires, Montevideo, Brasilia.

Aquello fue una experiencia única. Sería imposible contar todas las vicisitudes de aquel alocado periplo. Nunca olvidaré a quien fue un magnífico amigo y compañero de viaje, Nicolás Bravo, siempre agudísimo en sus comentarios, veterano de la CMQ, que estaba también convencido del carácter comunista de la revolución, y pensaba que había que observarla con mucho cuidado.

No faltaron nuevas discusiones nuestras con Castro, que se hacían cada vez más abiertas para asombro de algunos colegas. En la misma escalinata del Capitolio de Washington, luego de su entrevista con Nixon, discutimos sobre el problema de las elecciones, de la reforma agraria y de otros temas. Castro perdió los estribos aquella noche ante nuestros puntos de vista contrarios.

En el vuelo hacia Brasil Fidel se sentó en el avión al lado mío por un rato. Me reiteró que él era un «humanista», «un socialista no comunista». Que el problema con la Iglesia se iba a arreglar, como el del Colegio Baldor… Me pidió que le explicara quién era Maritain y lo que sostenía la corriente demócrata-cristiana. Entonces me dijo que su revolución también era cristiana… Me dio tres razones por lo cual me decía que no era comunista, en su inútil empeño para alejar mis objeciones.

La primera -me dijo- porque el comunismo es la dictadura de una sola clase y «yo siempre he estado contra toda dictadura».

La segunda, porque el comunismo es el odio y la lucha de clases y que él «era alérgico a toda lucha que implicara odio» y la tercera porque «choca con Dios y con la Iglesia».

Le contesté, ya molesto de su hipocresía, y le dije «facta non verba», Fidel, hechos, no palabras. Si eso es así ¿por qué has convertido la pantalla de televisión en una irritación contra el que tiene dos pesetas y contra las señoronas que juegan canasta?» Al final me dejó por imposible y me dijo «chico tú tienes razón… voy a cambiar». Se levantó de mal humor y se fue sin más comentarios.

Durante el viaje había una serie de cubanos comunistas que no iban oficialmente en la rara expedición, pero que se entrevistaban a diario con él, preferentemente de noche. Formaban parte de lo que algunos llamaban «el gobierno paralelo», es decir, los que de verdad decidían las cuestiones fundamentales. Este gobierno secreto ya existió desde la insurrección. Realmente desde el principio el poder revolucionario estaba en manos de Castro y sus amigos, en su mayoría gente joven de la nueva ola comunista, aunque Carlos Rafael Rodríguez, comunista de la vieja guardia, participó también. 

Rodríguez se convirtió por un tiempo, en el puente hacia la vieja guardia del PSP (Partido Socialista Popular), bastante desprestigiado por sus buenas relaciones con Batista. También Carlos Rafael resultó elemento de enlace clave con los soviéticos. Núñez Jiménez, Alfredo Guevara y otros solían reunirse con el Che Guevara y Castro en Tarará, donde el guerrillero argentino se reponía de sus achaques. Luego fueron frecuentes algunas reuniones en Cojímar en las que elaboraban planes para llevárselos a Fidel.

Durante el vuelo, pude ver a Alfredo Guevara y otros comunistas hablar a escondidas con Fidel, como miembros del llamado «gobierno paralelo», que bajo el mando absoluto de Castro, dirigían todos los primeros balbuceos de sus intenciones pro-comunistas. Las discrepancias siempre las decidía Castro. 

Esta fue la razón de la imprevista visita a Houston para entrevistarse con Raúl Castro sobre temas muy candentes como las invasiones a Panamá y a otros lugares, así como lo que se haría el lro. de mayo que se aproximaba. Castro pensó que todo aquello era inoportuno durante su viaje exhibicionista.

En Washington Castro le jugó una mala pasada a su equipo económico que mantenía muy buenas relaciones con financieros del gobierno norteamericano y de los organismos internacionales. Estuve en una reunión en la Embajada cubana, donde Castro anuló todas las gestiones y compromisos que se habían hecho para recibir ayuda económica, dejando en una mala posición a Rufo López Fresquet, a Felipe Pazos y demás gestores. 

Castro vociferó allí que él no era un mendigo internacional y que él no había venido invitado por la Asociación de Editores de Periódicos de los Estados Unidos para firmar acuerdos con el gobierno norteamericano.

Aquella invasión de milicianos uniformados, con trajes de fatiga, que acompañaban a Castro, desesperaba al Embajador Ernesto Dihigo, profesor de la Universidad, hombre de gran cultura, que no podía soportar el primitivismo de aquella gente que ponía las botas sobre las mesas, quemaban alfombras con las colillas de los cigarros y cometían todo tipo de tropelías. 

Además, el señor Embajador estaba molestísimo por la falta de seriedad y puntualidad del visitante que tan pronto suspendía las citas como las demoraba sin previo aviso. Dihigo ya estaba preocupado seriamente por la penetración comunista en la revolución con la complicidad castrista.

En Brasil, el Embajador argentino en La Habana Amoedo, buen amigo mío y crítico solapado de la revolución, siempre nos hacía comentarios bien irónicos de aquel loco viaje y del viajero principal. En el almuerzo, en Brasilia, Castro, ante la oficialidad brasileña, pretendía saber más que ellos de cuestiones militares, mostrándose como un tipo descompuesto y paranoide.

Por cierto, ante las críticas que algunos periodistas le hicieron en Brasil, Castro, en el avión, nos dio un largo show de iracundia contra todo los que le hacían la menor objeción. Y más de una vez para asustar a los viajeros, con la cabina abierta, trataba de manejar el timón del Britania Turbo-jet que nos llevaba, con gran preocupación del Capitán Cook y de toda la tripulación. A ratos se paseaba por los pasillos con furias de gato encerrado.

Otro gran espectáculo lo dio Castro en Buenos Aires en la «Reunión de los 21», orquestada por la OEA, donde proclamó la obligación del gobierno norteamericano de aportar 30,000 millones de dólares para América Latina3. El que había dicho unos días antes en Washington que no quería un solo centavo de las arcas norteamericanas, ahora, sorpresivamente, proclamaba la obligación que tenía la América rubia de atender el desarrollo latinoamericano, incluyendo a Cuba con una masiva ayuda en dólares. Sus alegatos entusiasmaban a muchos y revelaban la medida de su odio contra los norteamericanos.

Regresamos a La Habana el 7 de mayo de 1959 en un largo, disparatado y costoso viaje de 21 días, cuyo principal objetivo era repetir por toda la América una caravana similar a la que había realizado Castro en su lenta marcha de Santiago a La Habana y exhibiéndose en su afán narcisista y megalomaniaco por la televisión y demás medios de prensa.

El desorden, la irresponsabilidad y la desfachatez con que se atrevía a inmiscuirse en problemas ajenos de otros países, no tenía paralelo. Castro pontificaba de todo y sobre todo, con la audacia y la agresividad alocada que lo caracteriza. Todo aquello no era más que una representación de la figura de la propia revolución tal como la retrataba, la clonaba, su propio «líder máximo». La incertidumbre, el temor, la zozobra, los palos de ciego, las contradicciones verbales, son tan típicas de Castro como de la revolución. 

Este viaje de tres semanas me daba la medida exacta de lo que era y sería aquel movimiento que se inició bajo la etiqueta del 26 de julio y que tanto desorientaba a los que buscaban una revolución honesta y democrática dentro de un definido estado de derecho.

Nuestra experiencia personal, como condiscípulo de Castro y el acceso que me dio mi condición de periodista y abogado, me llevó, con otros amigos, a la consideración de vertebrar un ideario y una organización democrática de inspiración cristiana, de acuerdo con la corriente mundial que en Europa y América había hecho frente al comunismo y establecido democracias con alto sentido ético y de justicia social.

Al fundarse el Movimiento Demócrata Cristiano (MDC), Fidel habló bien, en algunos sitios y en entrevistas de radio y televisión, del grupo inicial y de mi persona. Decía que había que acabar con la vieja politiquería, con partidos nuevos, con gente joven y de principios.

Pero pronto me envió un recado para que lo fuera a ver al INRA (Instituto de Reforma Agraria). Y allí fui. Después de una larga perorata sobre la situación, me advirtió que el MDC y yo podrían subsistir siempre y cuando no criticáramos a la revolución. Al contestarle que no seguíamos a hombres y a etiquetas sino a ideas y proyectos concretos, que alabaríamos lo bueno y criticaríamos lo malo que viéramos, montó en cólera, se puso de pie y me dijo que me atuviera a las consecuencias. 

Nosotros fuimos arreciando en nuestras críticas y una comparecencia en televisión, por la CMQ desató la persecución contra el MDC y nos forzó a escaparnos por la vía del exilio, a través de la Embajada del Ecuador, dignamente representada entonces por don Virgilio Chiriboga.