28 de octubre de 2013

Halloween, ¿por qué la calabaza, las golosinas y los disfraces?




Halloween:

¿Por qué la calabaza, las golosinas
y los disfraces?

En Hallowe’en (de All hallow’s eve), literalmente la Víspera de Todos los Santos, la leyenda anglosajona dice que es fácil ver brujas y fantasmas. Los niños se disfrazan y van -con una vela introducida en una calabaza vaciada en la que se hacen incisiones para formar una calavera- de casa en casa. Cuando se abre la puerta gritan: “trick or treat” (broma o regalo) para indicar que gastarán una broma a quien no les de una especie de propina o aguinaldo en golosinas o dinero.

Una antigua leyenda irlandesa narra que la calabaza iluminada sería la cara de un tal Jack O’Lantern que, en la noche de Todos los Santos, invitó al diablo a beber en su casa, fingiéndose un buen cristiano. Como era un hombre disoluto, acabó en el infierno.

Los Disfraces

Europa sufrió durante un largo período de tiempo la plaga bubónica o “peste bubónica” (también conocida como la “muerte negra”) la cual aniquiló a casi la mitad de la población. Esto creó un gran temor a la muerte y una enorme preocupación por ésta. Se multiplicaron las misas en la fiesta de los Fieles Difuntos y nacieron muchas representaciones satíricas que le recordaban a la gente su propia mortalidad.

Estas representaciones eran conocidas como la Danza de la Muerte. Dado el espíritu burlesco de los franceses, en la víspera de la fiesta de los Fieles Difuntos, se adornaban los muros de los cementerios con imágenes en las que se representaba al diablo guiando una cadena de gente: Papas, reyes, damas, caballeros, monjes, campesinos, leprosos, etc., y los conducía hacia la tumba. Estas representaciones eran hechas también a base de cuadros plásticos, con gente disfrazada de personalidades famosas y en distintas etapas de la vida, incluida la muerte a la que todos debían de llegar. De estas representaciones con disfraces, se fue estableciendo la costumbre de caracterizarse durante estas fechas.

Obsequio o Truco, (“Trick or treat)

La tradición del “obsequio o truco” (Trick or Treat) tiene su origen en la persecución que hicieron los protestantes en Inglaterra (1500-1700) contra los católicos. En este período, los católicos no tenían derechos legales. No podían ejercer ningún puesto público y eran acosados con multas, impuestos elevados y hasta cárcel. El celebrar misa era una ofensa capital y cientos de sacerdotes fueron martirizados.

Un incidente producto de esta persecución y de la defensa del catolicismo fue el intento de asesinar al rey protestante Jaime I utilizando pólvora de cañón. Era un levantamiento católico contra los opresores. Sin embargo el “Gunpowder Plot” fue descubierto cuando el que cuidaba la pólvora fue capturado y, tras hacerle confesar, terminó en la horca.

Esto muy pronto se convirtió en una gran celebración en Inglaterra (incluso hasta nuestros días). Muchas bandas de protestantes, ocultos con máscaras, celebraban esta fecha (los primeros días de noviembre) visitando a los católicos de la localidad y exigiéndoles cerveza y comida para su celebración, amenazándolos. Con el tiempo, llegó a las colonias de Norteamérica esta tradición que se fue uniendo al halloween.

Podemos entonces darnos cuenta de que el halloween también conforma una combinación de tradiciones, particularmente negativas, que los inmigrantes llevaron a los Estados Unidos; tradiciones que fueron atenuándose poco a poco en Europa pero que se preservaron por la cultura anglosajona establecida en América.
revistaecclesia.com

Una imagen vale más que mil palabras

"Una imagen vale más que mil palabras"

Semblanza de Fidel Castro (4ª entrega)



SEMBLANZA
DE FIDEL CASTRO
(4ª Entrega)

Por José Ignacio Rasco

EN EL NUEVO RÉGIMEN

En 1959, a partir de enero, la euforia y la confusión se enseñoreaban del panorama cubano.Los dueños del periódico Información estaban bien preocupados por la situación. Sabiendo de mi conocimiento del líder revolucionario me pidieron que fuera a Santiago de Cuba a otear el ambiente. Yo era entonces ejecutivo y columnista del periódico, así que me fui acompañado por Fernando Alloza, un gran reportero, republicano español, que había sido dirigente comunista en sus años mozos, por lo que era un magnífico detector de los síntomas que otros todavía no querían reconocer. Allí supimos de los primeros y horrorosos fusilamientos dirigidos por Raúl Castro. 

Hablamos con muchos amigos, con gran cautela, pues el embullo, aun entre la gente más anticomunista, era desconcertante. Uno de los pocos que analizaba muy preocupadamente la situación era el Dr. Fermín Peinado, profesor universitario, dirigente católico y que había sido comunista también en su juventud.

 Para él no había dudas de la fuerte tendencia marxista de muchos dirigentes del 26 de julio. Volvimos a La Habana, y dos de los dueños del periódico Información, José Ignacio Montaner y Pedro Basterrechea, nos pidieron que tratáramos de ir a Santa Clara para ver a Castro antes de que se presentara en La Habana. Y así lo hicimos.

El 6 de enero -dos días antes de que el «Máximo Líder» llegara a la capital- nos entrevistamos con él en un rincón del Gobierno Provincial de Santa Clara. Allí conversamos a solas con Castro, Alloza y yo. De vez en cuando interfería Celia Sánchez que cortaba la entrevista pues Fidel tenía que salir para Cienfuegos a un mitin público.

Luego de preguntarme por Estela, y de amenazar con ir a casa a comerse un arroz con pollo, me comenzó a criticar a Belén, a la oratoria de Rubinos y a «toda las boberías que nos enseñaban allá». Añadió que no tenía la menor intención de visitar el colegio, que los curas le habían negado el permiso a algunos empleados para ir al Moncada. Por cierto, varios de los que fueron murieron en el asalto. Fidel oscilaba entre un afecto jacarandoso y momentos iracundos. 

Nos hizo una apología del papel que habían jugado los comunistas en la lucha contra Batista y echó pestes contra los Estados Unidos. Se burló con ironía y sarcasmo de figuras políticas muy vinculadas a la revolución, muchas de las cuales integrarían el Gabinete con Urrutia.

Trató de refutar nuestras observaciones críticas y, en algún momento, perdió la ecuanimidad. No obstante se quiso retratar con nosotros y enviar un saludo al pueblo de La Habana, de su puño y letra, a través de Rasco y Alloza. Nos dijo que fuéramos a oírlo a Cienfuegos. Cosa que hicimos. 

Allí dio un mitin público, de madrugada, con un tiempo friolento, y desbarró incoherentemente contra los Estados Unidos, el embajador norteamericano y otros elementos «contrarrevolucionarios». Volvió a hablar de los imaginarios 20,000 muertos de Batista. Hablaba inconexamente, balanceándose como si estuviera algo borracho.

Pero al salir de la entrevista de Santa Clara, antes de ir para Cienfuegos, pudimos ver a muchos compañeros comunistas de la universidad. Allí nos encontramos también con otros amigos no comunistas, algunos de los cuales, bajaban de la Sierra. Entre ellos, Manolo Artime y Pardo Llada, que estaban aterrados de la penetración comunista y de la fría crueldad de los jefes implacables.

Regresamos a La Habana. Allí hablamos con obispos, embajadores, políticos y amigos. Pero entonces tampoco «nadie escuchaba». En el campamento de Columbia, donde ocurrió el fenómeno calculado de la paloma, salimos preocupados con el discurso de nuestro antiguo compañero de aulas.

El discurso del 8 de enero de 1959 en Columbia no era el clásico discurso criollo del triunfo, de fiesta y alegría. Nada de reconciliación ni de apaciguamiento, en un momento en que todo el mundo quería convivir en paz y unión. 

Fue una típica pieza dialéctica de guerra, de amenaza y divisionismo, a pesar de aquello de ¿armas para qué? Sólo para desarmar a cualquier competidor. Un ataque violento al Directorio Revolucionario, contra Rolando Cubelas y Faure Chomon.

Un querido profesor de Belén, embobado con la revolución, al día siguiente del discursito de la paloma me dijo, al ver mis observaciones de aguafiesta: «Tienes el diablo metido en el cuerpo, le tienes envidia a tu compañero de curso… tú le ganarías en el colegio… pero ahora él es quien va a triunfar…»

Aquel profesor, deslumbrado muchos años con la revolución, al fin murió en el exilio. Así andaban los ánimos pasionales por aquellos días. Aun los más doctos sucumbían ante el hechizo carismático de Fidel y de la paloma que cayó sobre sus hombros, que algunos blasfemos decían que era el Espíritu Santo.

El 22 de enero frente al Palacio Presidencial, Fidel convocó a una gran concentración donde la gente masivamente pedía «¡paredón! ¡paredón!» para los batistianos, «asesinos de 20,000 cubanos». Erizaba ver aquella multitud fanatizada y engañada por una demagogia bien calculada y, alrededor del líder, algunos «burgueses» ya en el gobierno o aspirando a entrar, con caras hoscas: engreídos, pretendiendo ser más jacobinos que nadie; confundidos con el triunfo que pronto los defraudaría.

A la salida de Palacio Castro se encontró conmigo y de sopetón me dijo: «Tú vienes también a Venezuela, ¿verdad?» «No pensaba», le contesté, «y además, no he sido invitado como periodista». Y dio órdenes entonces a algún ayudante para que me pusieran en la lista. Así fue.

La organización y la salida de aquel viaje fue todo con gran desorden y atraso. Al llegar a Maiquetía, la escalerilla del avión se desbarató por el peso de la aglomeración de visitantes y visitados y caímos todos al suelo. Una de las azafatas se fracturó alguna costilla y tuvimos que llevarla, junto con otros al hospital más cercano en La Guaira. Así que salimos de allí en ambulancia. En este viaje un miliciano murió víctima de las hélices de un avión.

El entusiasmo popular fue desbordante. Se veía a Castro como un nuevo Bolívar, lo que aumentaba su megalomanía afirmando públicamente que la nueva Sierra Maestra debería ser Los Andes.

En la Embajada de Cuba, en Caracas, nos reunimos con él, el P. Alberto de Castro y Celia Sánchez, a ratos, en un cuarto de baño, pues era el único espacio libre de gente que quedaba en la Embajada. Allí Castro me juró que no era comunista, sino «humanista» y como «prueba» me mostraba las medallitas que llevaba en una cadena al cuello, todo lo cual «se la habían regalado varias mujeres y hasta una monjita» en su cabalgata de Oriente a La Habana. 

Y echó pestes de algunos comunistas. Pero cantinfleó bastante al tratar de justificar algunas medidas revolucionarias adoptadas de corte totalitario y comunistoide. Nos pidió que lo ayudáramos en sus luchas, sin más precisión.

En Venezuela pudo engañar a casi todo el mundo menos al sagaz Rómulo Betancourt, ex-comunista, que detectó, y nos confesó, la peligrosidad de Castro.

Pocos días después me llamó Castro para que le preparara un proyecto de ley sobre la prensa, a fin de acabar con los subsidios y botellas que recibían muchos periódicos en Cuba a costa del erario público. Yo me reuní con algunos periodistas amigos, miembros del Bloque de Prensa, y elaboramos un modesto esquema, totalmente democrático y liberal, que le entregué personalmente a Castro y que debió ir al cesto de basura rápidamente. 

Pero lo más interesante del caso fue que me pidió que se lo entregara en el Hotel Hilton donde tenía uno de los lujosos asientos de su poder. Lo esperaba en el lobby del Hotel, repleto de gentes importantes, del viejo y nuevo régimen, que querían ver a Fidel para interceder por los presos y por otros amenazados con el paredón. Pero Castro entró al salón sin saludar a ninguno de los personajes que allí estaban. Y se dirigió a un guajirito infeliz, su compañero en la Sierra. Lo abrazó, lo agasajó y gritó para que todos oyeran que «con éstos son con los que hay que gobernar, no con la partida de arribistas que están aquí». Y le dijo a Celia que le diera todos sus teléfonos y que él podía visitarlo aún cuando estuviera en una reunión en Palacio.

Luego de tantas zalemas y desprecio me pidió a mí y a otros, que lo acompañáramos a su despacho. Cuál no sería mi asombro cuando tan pronto entramos en el ascensor le ordenó a su ayudante que prendiera a ese guajirito -creo que su apellido era Rodríguez- que antes había saludado con tanta emoción.
Pero, eso sí, ordenó «que fuera el Che quien lo hiciera». 

El Che, consternado, cumplió y lo encerró en La Cabaña sin dar explicaciones. Pero para muchos revolucionarios aquella decisión fue absurda e incomprensible. Se trataba de un capitán de la Sierra. Las protestas no se hicieron esperar.

Poco días después tuve que ir a Palacio con un grupo de profesores y alumnos de la Universidad de Villanueva, para protestar contra aquella absurda Ley 11 que era un ataque directo a la Universidad de Villanueva y a otras universidades privadas. La ley desconocía y anulaba los títulos y exámenes habidos durante la insurrección contra Batista. 

Llegué una hora antes de la cita para imponerle a Castro de la injusta situación que, desde luego, no quiso resolver, no obstante sus palabras al grupo que vino a reclamarle.

Mientras llegaban los visitantes, presididos por Mons. Boza Masvidal, a la sazón nuestro rector de la Universidad de Villanueva, Fidel se burlaba de su Ministro de Hacienda (Rufo López Fresquet) por sus impuestos a la crónica social. 

Luego llegó el Che Quevara quejándose de lo absurdo de prender al capitancito guajiro de la Sierra «ya que no era batistiano, ni latifundista, sino que había sido compañero diario en la lucha, que nos hacía café…»

De pronto Castro se abalanza sobre el Che, lo agarra por la solapa y le dice «pero Che no seas comemierda, ¿no te acuerdas de quién era ese en la loma…? Era el anticomunista más definido que teníamos allá…» El Che, pausadamente, le advirtió «Fidel, las cosas no se pueden hacer así, hay que ir poco a poco…» A lo que Castro respondió: «Mira Che, haz lo que quieras, lo dejas que se pudra en La Cabaña, lo fusilas o lo largas para el exilio… pero no quiero verlo más…»

Este diálogo que pude escuchar indica también la gran capacidad de Fidel para la mentira y la hipocresía, así como su cinismo frío y cruel. El sentido de compañerismo o de amistad no habita en él. Al mismo tiempo indica la capacidad de sumisión del Che ante Castro.

Menos implacable que su jefe, Guevara montó al desgraciado compañero de armas en un avión, unos días más tarde, hacia New York. Al llegar al aeropuerto «La Guardia» el infeliz capitancito sacó su revólver y se pegó un tiro. Dejó una carta que alguien le escribió, puesto que era analfabeto, en la que confesaba su decepción por aquel proceso al que tanto tiempo y esfuerzo había dedicado.

Este hecho, todo él de un surrealismo subido, refleja la inmensa capacidad histriónica del señor Castro y su revolución y su doble cara, una para el mundo ajeno y externo y otra para su círculo interno y secreto.

Frase de Sabiduría


27 de octubre de 2013

Liv, la pequeña pianista del Campoamor




Liv, la pequeña pianista
del Campoamor

Una niña invidente de 8 años que disfruta con los clásicos y con estrellas como Adele y Alicia Keys, recogió  el galardón Príncipe de Asturias de la Concordia con el presidente de la ONCE


Javier Blanco, La Nueva España, Oviedo.   

Antes de desayunar su Cola-Cao con cereales Liv se va directa al piano, a tocar la primera pieza del día. Es algo irresistible para ella, lo lleva dentro, en el corazón, en su cabeza, en las manos y en la garganta. Tiene un impresionante chorro de voz como mostró ayer en su casa de Sariego (en Santianes) a los periodistas de LA NUEVA ESPAÑA.

Liv Parlee Cantin es la niña que acompañó al presidente de la ONCE, Miguel Carballeda, y a otra mujer ciega, en el escenario del teatro Campoamor para recoger el premio "Príncipe de Asturias" de la Concordia el pasado viernes.

Liv habla siempre con mucha alegría y dando la bienvenida de manera constante. Lo hace con una soltura inusual para su edad: «Tengo 8 años y cumplo 9 el lunes que viene», dice. Va al Colegio Santo Ángel de Oviedo. «Estoy muy bien, tengo profesores, profesoras, cuidadoras...», añade ya sentada en el sofá. Y, efectivamente, su pasión sale rápido a relucir. «El piano es lo que mejor se me da. Me gusta tocar de todo. Toco mucho tiempo en el colegio y tengo un piano aquí en casa. Me gustaría tocar una pieza para vosotros. Ya pensaré qué pieza os toco», comenta con un gesto lleno de amabilidad.

«El miércoles pasado por la mañana me dijeron eso de la entrega de premios», cuenta cuando se le pregunta cómo le llegó la noticia de que protagonizaría el gran acto de los galardones y que tendría muy cerca a Felipe y a Letizia. «Me llamó la ONCE para comunicármelo», puntualiza Lara Cantin, su madre. Y en este punto de la conversación Liv prosigue: «Hoy -(por ayer)- en el comedor les dije a los compañeros lo del premio “Príncipe de Asturias”, y cuando paré de hablar, todos me dijeron: «¡bien Liv!». Y comienza Liv a nombrar amigos, imposible de citar todos; unos del colegio, otros de Sariego; también tiene elogios para sus profesores.  

Liv llegó al mundo en Costa Rica, donde residían entonces Lara Cantin y Steve Parlee. Allí pasó sus tres primeros años de vida. El matrimonio supo de la invidencia de Liv cuando tenía 5 meses. Eso cambió los planes y decidieron que la mejor opción era España y la ONCE para emprender un nuevo camino. «Se integró fenomenal, gracias a la ONCE, eso ayudó muchísimo», explica su madre. Dice Liv que echa de menos Costa Rica y su madre también. Tienen mucho cariño a ese país. Pero están muy bien aquí, aunque Steve tiene sus peleas con "el tiempo" en Asturias.

Cuenta la pequeña, siempre con su eterna sonrisa, cómo es un día cualquiera de su vida: «Desayuno cereales con Cola-Cao y a veces tostadas». En este punto hay una discrepancia con el que esto escribe, más de la cuerda del Nesquik. Pero Liv no quiere debate sobre cacaos, sonríe de nuevo. Luego, en el fin de semana, se va con sus amigos de Sariego «que viven cerca». Juega «en casa de Daniela y Simón a peluqueras de perros. Daniela me ayuda en la peluquería», matiza. Y concluye: «Durante la semana, estudiar y estudiar y tocar el piano. Estoy en el cole desde las nueve de la mañana hasta las cuatro y media».

Liv está ahora en tercero de Primaria y de mayor quiere ser profesora de piano y cantante. A lo mejor habrá niños que dirán: «Liv, que te conozco desde que eras pequeña: ¿qué te parece si nos cantas un poco», dice esta pequeña artista.

Ciertamente la música es clave en la vida de la familia. A Liv le gustan los clásicos (regaló a este periódico un disco de Beethoven en la despedida), pero también le gustan Alicia Keys, Adele, "La Oreja de Van Gogh", "Chiquitita...".

-Esa te la enseñó tu madre.
«¡No... la tengo yo en mp3», responde con mucha gracia. Por la parte paterna le llega Marvin Gaye. Incluso su nombre, que es una debilidad de la madre, la actriz Liv Tyler, hija del "Aerosmith" Steven Tyler.

Semblanza de Fidel Castro (3ª entrega)


Semblanza 
de Fidel Castro

(3ª entrega)

Por el Dr. José Ignacio Rasco


EN LA COLINA UNIVERSITARIA

El contacto con la Colina Universitaria cambió radicalmente la actitud de Castro. Sin los contrapesos morales y religiosos que moderaban su conducta colegial, se sintió libre de toda atadura o compromiso. Inicia una etapa anárquica en su vida en la que pierde la poca o mucha fe que había adquirido en los claustros belemitas. Le entra una fiebre de publicidad, de darse a conocer por sus extravagancias, rarezas y aventuras. Suelta toda timidez o sentido de la moderación; el narcisismo y la megalomanía se apoderan de su persona.

Su primer discurso en plan de líder universitario, fue el 27 de noviembre de 1947, aniversario del fusilamiento de los estudiantes de medicina durante la colonia. Para preparar el discurso se pasó tres días en mi casa. Quería que lo ayudase a redactarlo. Así fue. Le di un contenido que, según Pardo Llada, resultaba demasiado martiano. Se aprendió el discurso de memoria y lo ensayó varias veces.

En esta etapa su afición por las pistolas se desató. Se afilió al grupo gangsteril de la UIR (Unión Insurreccional Revolucionaria), que dirigía Emilio Tro, rival de otro grupo pandillero, el MSR (Movimiento Socialista Revolucionario) que comandaba Rolando Masferrer. En verdad Castro procuraba evitar roces peligrosos entre ambos grupos contendientes, y a veces coqueteaba con ellos y sus líderes. Tan pronto era perseguidor como perseguido. Todos estos afanes peligrosos le daban cierta jerarquía machista entre algunos dirigentes estudiantiles. Se le consideró autor o cómplice del asesinato, o tentativa de asesinato, de algunos líderes universitarios, entre otros, de Manolo Castro, Justo Fuentes y Leonel Gómez, pero, en verdad, las pruebas no aparecieron nunca. El propio sospechoso con frecuencia dejaba correr el rumor y la intriga. 

Tuvo un fuerte altercado con Francisco Venero, policía universitario, cuando éste trató de desarmarlo. Según algunos, lo fusiló más tarde en la Sierra Maestra. También se le acusó del atentado a Óscar Fernández Cabral, sargento de la policía universitaria, el 6 de junio de 1948.

En cierta ocasión viajábamos en un auto con varios amigos y Fidel nos pidió que lo lleváramos. Y al cruzarnos con otro vehículo, el propio Fidel de pronto se agachó y dijo: «creía que esa gente me iba a matar pues son muy vengativos». A la sorpresa siguió el silencio y el agachado estudiante se bajó pocas cuadras después. Nunca pudimos lograr que nos explicara aquella actitud.

Cuando fundamos, en 1948, el Movimiento Pro-Dignidad Estudiantil, con Valentín Arenas, Pedro Romañach, Pedro Guerra y otros compañeros, en un afán de adecentamiento y reformas universitarias, Fidel mostró algún interés en él, aunque dijo estar comprometido con otros grupos. Me cuenta un amigo común que en cierta reunión de la FEU alguien sugirió liquidar a varios líderes para abortar el Movimiento, pero Fidel adujo que esos dirigentes amigos y condiscípulos de él éramos «intocables», no obstante andar en bandos opuestos. Sin embargo, las amenazas de muerte contra varios de nosotros, y de nuestros familiares, nunca cesaron.

Castro nunca pudo ganar la presidencia estudiantil de la Escuela de Derecho ni de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). Su amor por la urna apenas se probó en alguna delegatura de curso. Su actuación básica operaba más detrás de las bambalinas que en las candidaturas electorales. Siempre andaba muy vinculado a elementos marxistas. 

Sin duda la mayor influencia que pesó sobre él fue la de Alfredo Guevara, comunista de partido, con gran poder de persuasión. Otros que giraban en la órbita fidelista eran Baudilio Castellanos, Benito Besada, Walterio Carbonell, Álvarez Ríos, Mario García Incháustegui, Lionel Soto, Luis Más Martín, Núñez Jiménez, Leonel Alonso, Flavio Bravo y otros simpatizantes del comunismo.

Para cierto público, ajeno a la universidad, el nombre de Fidel Castro se iba dando a conocer como el de un joven intrépido que a ratos alborotaba la opinión pública en comparecencias radiales, en un artículo de prensa, o en alguna de sus aventuras, como cuando logró traer la histórica campana de la Demajagua a la Universidad de La Habana. 

Pero para algunos estudiantes su fama se reducía al tríptico de botellero, gángster y comunista. Se decía que tenía una botella (empleo del gobierno que se cobraba, pero no se trabajaba) en el Ministerio de Educación, pero en realidad nunca se supo de prueba suficiente.

Lo del amor por el gatillo era vox populi y lo de comunista ya era asunto polémico. Recuerdo que en 1958, se me invitó a una reunión de directores de bancos, para que explicara la personalidad de Fidel. Para gran escándalo de algunos señores (que vendían bonos del 26 de julio) desarrollé el tema tríptico: comunista, gángster y botellero. Solamente tres o cuatro de ellos me dieron la razón. Los demás defendieron al sujeto en cuestión. Uno fue miembro luego del gobierno, pero todos murieron en el exilio totalmente desengañados.

Ruly Arango, otro amigo y condiscípulo del colegio y de la universidad, durante un tiempo fue room mate de Fidel en el Hotel Vedado cerca de la Universidad. Ruly trataba de catequizar al neo escéptico exalumno de los jesuitas, que antes se santiguaba en los juegos de baloncesto y hacía promesas y rezos en la capilla para ganar en toda competencia. 

Me acuerdo que una vez Ruly lo invitó a asistir a un retiro espiritual, de un día, en la Agrupación Católica Universitaria (ACU). Fidel se apareció muy tarde, pero pudo conversar al final con el grupo y también con el famoso P. Felipe Rey de Castro, el fundador y director de la ACU. Su comentario sobre el estudiante revolucionario: «Muchacho de grandes cualidades de liderazgo, pero muy desorientado. 

En algo me recuerda a Manolo Castro, (otro dirigente estudiantil de muchos años y bien conocido en aquellos días), pero creo que es más ambicioso y temible que Manolo, el otro Castro» (sin relación familiar).

En la Plaza Cadenas, junto a la Facultad de Derecho, un buen día en 1948, me encontré con Fidel. Durante dos horas estuvimos conversando. Me contó de sus lecturas de Malaparte, Hegel, Lenin y Marx. En aquellos días pensaba en la necesidad de dar un golpe de estado. Y me asombró su conocimiento de la dialéctica hegeliana y de la estrategia leninista. Ya se sabía de memoria el ¿Qué hacer? de Lenin. Y me dio una clase sobre la plusvalía de Marx. 

Entonces me dijo que había tomado cursillos de esos temas en Carlos III (sede del Partido Comunista) y trató de convencerme, con celo apostólico, que yo debería asistir y comprar los libros «que allí se venden tan baratos».

Otras veces se jactaba de saberse el Mein Kampf de memoria. A través de sus lecturas aprendió el poder de la mentira repetida como arma esencial de la propaganda. También recitaba párrafos enteros de discursos de Primo de Rivera y de Mussolini, así como del libro ¿Qué hacer? ya mencionado, que lo aplicó en Cuba fielmente desde el propio año 59.

Otra anécdota histórica. En la antesala del examen oral de la asignatura de Propiedad y Derechos Reales, Castro pronunció una filípica contra la propiedad privada de una violencia increíble. Nunca lo había visto tan frenético y ante testigos, compañeros de clase, disparatar de ese modo, haciéndose eco de la interpretación de Marx sobre la plusvalía. Señaló que esa asignatura, y todo el Derecho Romano, debía eliminarse del curriculum, ya que «la propiedad es un robo» como decía Proudhon.

Luego continuó con un ataque despiadado al capitalismo, a la industria azucarera cubana “controlada” en su totalidad por los intereses norteamericanos (lo cual desde luego, no era cierto) por lo que era necesario una revolución radical para «expulsar al gringo» y controlar toda la estructura productiva por el Estado. Fidel apelaba a Walterio Carbonell para que corroborara lo que el decía. Y Walterio asentía más con la cabeza que con las palabras. Walterio era un comunista de partido, hombre bueno y sencillo, negro criollo, que se incorporó a la revolución y luego fue defenestrado como tantos otros por alguna diferencia con el partido.

Estábamos en tercer año de la carrera, cuando andábamos en los líos de una asamblea para hacer una constitución universitaria. Me tropecé con Fidel y acordamos una cita para analizar los problemas de la universidad. Por sugerencia suya nos debíamos reunir fuera de la universidad, en una casa del centro de La Habana (creo que estaba en la calle Lealtad). 

La entrevista se convirtió en una conversación sin mayor importancia. Pero lo que me llamó la atención fue la copiosa literatura marxista de libros, folletos y revistas almacenados. Y el lugar resultó el local “donde duerme” Alfredo Guevara. Algún material era publicado en Cuba, pero la mayor parte provenía del extranjero y se repartía para América Latina. 

Un grupo de Pro-Dignidad Estudiantil descubrió en los locales de la FEU parte de la literatura preparada para enviar a diversos países. Se produjo una reyerta y tuvo que intervenir la policía universitaria.

La participación de Castro en la Asamblea Constituyente Universitaria fue más de bambalinas que de actuación pública; allí estuvo aliado a elementos gangsteriles y socialistoides que nos combatían en todas las formas, incluso con amenazas de muerte para nosotros o nuestras familias. Terminamos la Universidad en 1950. A Castro todavía le quedaron algunas asignaturas pendientes, pero pronto terminó sin apelar para ello a las pistolas como se ha dicho erróneamente.

En el año 1952 el golpe de estado del 10 de marzo dio comienzo a la dictadura batistiana, que rompió el orden constitucional y desencadenó un trágico proceso de violencia y sangre.

Nuestras discrepancias con Fidel aumentaron. Él entendía que la única forma de lucha era la del alzamiento y el hostigamiento violento por medio del terror, de la bomba indiscriminada y de los atentados personales, lo que culminó con el desastroso e irresponsable ataque al Cuartel Moncada y al de Bayamo. Nosotros creíamos en la posibilidad de la vía electoral. 

Nos enrolamos en el Partido de Liberación Radical que formamos con Amalio Fiallo, Manuel Artime y algunos veteranos de los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo que, con muy buena fe, habían participado en esos afanes belicistas. Pero todos aquellos esfuerzos fracasaron por la intransigencia del gobierno y de la oposición. Las grandes mayorías se tornaron apáticas y desinteresadas de toda política; Castro aprovechó la oportunidad para lanzar el movimiento guerrillero y para desarrollar una increíble propaganda en favor del Ejército Rebelde y de su caudillo máximo. Fue, para Cuba, el pírrico triunfo de las armas sobre las urnas.

En verdad se impuso una técnica de guerrilla psicológica, con una publicidad bien orquestada que logró crear un clima de inseguridad y de desestabilización que el barbudo de la Sierra supo promover y capitalizar desde el principio. Grupos opositores de magnitudes superiores fueron ignorados y destruidos por la mítica leyenda heroica de la Sierra, del Robin Hood. 

Muchos elementos civiles fueron rindiéndose a los úcases y deseos del líder que boicoteaba toda negociación pues quería «todo el poder para los soviets», aunque todavía aseguraba a la prensa que él no era comunista, mientras ya el Ejército Rebelde recibía lecciones de adoctrinamiento marxista-leninista. Y el New York Times y Mr. Mathews le servían a Castro de sonora caja de resonancia.