«Dentro de cada cristiano
hay un judío»
Por
Henrique Cymerman
Corresponsal
en Jerusalén
La
Vanguardia, Barcelona
Martes
25 de junio de 2013
"La amistad entre el rabino Abraham
Skorka y yo es un ejemplo de que el diálogo en el mundo es posible y que la
amistad es posible. Ese es mi principal mensaje", declaró a La
Vanguardia el papa Francisco, tres meses después de su elección como
jefe de la Iglesia católica. El rabino argentino, con el que le une una larga y
estrecha amistad, contestó al Pontífice: "Ese es el mejor de los mensajes
que podemos dar. Y que algún día se pueda juntar a Roma y a Jerusalén en una
nueva realidad de paz".
El pasado abril, este corresponsal dio una serie de conferencias en Buenos
Aires sobre Oriente Medio. Al final del acto principal me hicieron una pregunta
que me dejó estupefacto: "¿Te gustaría encontrarte con el papa Francisco
en el Vaticano? Ambos queremos hacer la revolución". Era Skorka,
jefe del seminario rabínico conservador judío de Buenos Aires y líder de la
comunidad Bnei Tikva. Pocos entienden tan bien la forma de pensar del Francisco
como este judío argentino.
Su relación empezó en 1990, en un acto en el que se conmemoraba la
independencia de Argentina. El rabino y el actual Papa, que en esos años se
convertiría en arzobispo de Buenos Aires, se dieron la mano. "El momento
clave en nuestra relación fue cuando todo empezó con un chiste de Jorge Mario
Bergoglio. Yo quería saludarle y comentarle una cuestión teológica de su
discurso, pero él, que es un acérrimo seguidor del equipo de fútbol San Lorenzo
y que sabía que yo soy del River, me miró con cara muy seria y me dijo: 'Según
parece, este año ustedes van a comer cazuela de gallina'. Y es que los fans del
River son llamados gallinas, ya que durante un cuarto de siglo no tuvieron
mucho éxito... En este chiste había un mensaje y era que al arzobispo no le
gustaban los protocolos y que su puerta estaba abierta", cuenta Skorka.
El día en que Bergoglio fue elegido Papa, el rabino y su esposa lo seguían por
televisión: "Todo el tiempo yo le decía a mi mujer: 'Mi amigo Jorge Mario
va a ser Papa'. Y ella decía: '¡No, no, no puede ser!', como diciendo: '¡Pobre,
ya tiene muchos años! ¡Ya hizo mucho!'. Pero yo insistía: 'No, él va a ser', un
poco en broma y mucho en serio. No me extrañó, pero me sacudió el corazón, la
mente y el corazón".
Al día siguiente, el móvil del rabino sonó en la
calle, en Buenos Aires, y al otro lado escuchó la voz de su amigo. "Hola,
rabino Abraham. Estoy en el Vaticano y no me dejan volver", le dijo con
humor el Papa. Bergoglio que pensaba que pronto se iría a una casa de retiros,
pero el destino quiso algo distinto. Aunque el rabino insiste: "Cada broma
en él tiene un doble sentido. Es una persona realmente humilde. Hay mucha gente
que me dice: ¿Él se hace o es?. Él es. No hay una cuestión hipócrita en
él".
Días después de la conferencia, el rabino llamó a este corresponsal para
comunicar que el Papa nos esperaba el 13 de junio, fecha en la que se cumplían
tres meses de la fumata blanca. Incrédulo aún, nos encontramos en Castel
Gandolfo, en la residencia de verano del Pontífice. Allí, Skorka y diez rabinos
más participaban en un congreso judeocristiano con 20 sacerdotes de todo el
mundo bajo el patrocinio de Francisco. De allí partimos en coche hacia el
Vaticano y, por el camino, bromeé con Skorka acerca de la confluencia de varios
argentinos en puestos de éxito, como el nuevo Pontífice, la reina Máxima de
Holanda o Leo Messi. "Es una cuestión paradójica -respondió-. En Argentina
hay mucha gente brillante. Lo puedo decir por mi querido amigo, el papa
Francisco; brillante también en deporte, como Messi... Lo que no logramos hacer
son equipos brillantes. O sea, una sociedad donde el brillo de cada uno pueda
asociarse con el brillo del otro y crear una sociedad maravillosa, plena de
brillo. En eso no somos buenos, todavía".
Al llegar al Vaticano, pregunté al rabino si había entregado a alguien los
nombres y datos de los que le acompañábamos. "No, el Papa me dijo cómo
llegar y eso es todo. Él sabe que vengo contigo". Al entrar en el
Vaticano, la Guardia Suiza nos paró. "Tenemos una cita personal con el Papa",
dijimos. "¿Usted también?", me preguntaron. "No, yo soy
periodista, pero acompaño al rabino". Normalmente, los periodistas no
entran en la casa de Santa Marta, donde vive el Santo Padre, pero tras hacer
una llamada se abrieron las puertas de par en par y nos invitaron a entrar. Así
ocurrió en dos puestos de control más, hasta llegar al hogar del papa
Francisco.
Nos hicieron esperar en un sala y, de repente, surgió una figura amable y
humilde, con una simple cruz de plata al pecho y despojada de los clásicos
ornamentos dorados y zapatos rojos. Tras abrazarse largamente con el rabino y
saludarnos uno a uno, dijo: "Queridos amigos, bienvenidos. ¡Qué alegría!
Bendito sea Dios y ojalá traiga la paz". Y añadió: "Nuestra amistad
que dura ya tantos años y es tan profunda es la prueba de que el dialogo entre
religiones y seres humanos es posible". A lo lejos nos seguía un cardenal
que observaba con curiosidad y sorpresa.
El Papa y Skorka se retiraron a comer y yo esperé el final de su encuentro. A
los pocos minutos apareció el Pontífice exclamando: "¡Me acabo de enterar
de que ustedes esperan al rabino! Por favor, acompáñenme para que les den algo
de comer en mi comedor". Y guiñando el ojo añadió: "¡Aunque sea un
sándwich!".
"¿Y usted nos lleva?", pregunté mientras caminábamos por los pasillos
de la residencia entre las caras sorprendidas de los residentes de Santa Marta.
"Les invito a comer. Son vicios de párroco", comentó el Papa.
Tras felicitarle por la clasificación de su equipo de toda la vida, el San Lorenzo,
para la copa de Sudamérica, él, que aún no conocía la noticia, se entusiasmó
por momentos y contestó: "Llevo siempre su foto en la camisa, sobre el
corazón". Y añadió: "El otro día vi a un adepto de mi equipo en la
plaza de San Pedro y le hice la señal de tres a cero, que fue el resultado de
la victoria de nuestro club".
Entramos en el comedor, en el que Francisco comparte mesa con sacerdotes de
todos los rangos y países, y pidió a las monjas que se ocuparan de nosotros y
nos dieran de comer. Las miradas sorprendidas de los comensales demostraban,
una vez más, que para algunos no es fácil acostumbrarse al cambio de estilo en
la era de Francisco, a este fin del papado medieval (sobre todo si se compara
con su predecesor, Benedicto XVI, que no se movía de un sitio a otro sin estar
acompañado por su séquito).
Desde el momento en que se conocieron en Buenos Aires, el entonces arzobispo
Bergoglio y el rabino Skorka se fueron acercando gradualmente y empezaron a
encontrarse varias veces al mes. Debatían cuestiones teológicas, sobre las
relaciones entre judaísmo y cristianismo, la forma de luchar contra el
fanatismo y el antisemitismo y temas de actualidad mundial. "A menudo el
arzobispo venía a verme a mi comunidad en metro. Él siempre quiere estar junto
a la gente y, cuidado, eso a veces le exponía e incluso recibía insultos. Y sin
embargo siempre viajaba en metro", destaca el rabino. A lo largo de los
años, ambos decidieron plasmar sus diálogos y opiniones en un libro conjunto,
Sobre el cielo y la tierra, en el que debaten cuestiones como Dios, el diablo,
el fundamentalismo, la muerte, el divorcio, conflictos como el árabe-israelí y
el holocausto.
Sobre el holocausto, el Papa plantea algo que puede generar polémica en ciertos
sectores de la Iglesia y que el rabino Skorka subraya: "Él dice que hay
que abrir los archivos para tratar de entender, realmente, cuál fue la actitud
de la Iglesia. Por un lado analizamos la shoah, y él toma una postura que la
podría tomar un judío: fue un crimen único en la historia de la humanidad, un
evento especialmente dramático. Ni siquiera todos los judíos tienen este punto
tan claro como lo tiene él. Y por otro lado analizamos la actitud de Pío XII
con total claridad, porque nosotros hablamos sin barreras. No entiendo bien qué
es lo que ocurrió, cómo pudo callar. El Papa dice que hay que abrir los
archivos, hay que investigar, hay que saber la verdad y, en el caso de que haya
culpa, asumir la culpa. Ambos creemos que el antisemitismo y otras formas de
racismo son un pecado". Francisco llegó a comentar a este diario que
"dentro de cada cristiano hay un judío", a lo que el rabino añadió:
"Este es probablemente el mejor amigo del pueblo judío en la historia del
Vaticano".
En los últimos años, Bergoglio y Skorka grabaron, además, 30 programas de
televisión para el arzobispado de la capital argentina, en los que debatieron
sobre distintas cuestiones religiosas y de actualidad. Lo que más sorprendió al
rabino fue cuando el periodista argentino Sergio Rubín, que escribió una
biografía autorizada del Papa, El jesuita, le llamara para pedirle que
escribiese el prólogo del libro. Skorka replicó sorprendido: "¿Yo? ¿Un
judío?". Y el escritor comentó: "Eso fue lo que decidió Su
Santidad". El rabino añade: "Cuando más tarde le pregunté al papa Francisco
por qué me eligió a mí, dijo simplemente: 'Porque me salió del corazón'".
En sus encuentros con líderes europeos, el Papa comenta que la crisis en Europa
no es sólo económica sino, ante todo, humana, y les pide que resuelvan
rápidamente el drama de los millones de jóvenes desempleados. El rabino Skorka
reconoce que, en el fondo, "el papa Francisco es un revolucionario"
y, en Argentina, su biógrafo le llegó a llamar "el che Francisco".
Cuando pregunté a Skorka si ante tanto cambio le preocupa la integridad física
del Papa, contestó. "Claro que sí, me preocupa mucho pero los dos somos
hombres de fe y estoy seguro de que Dios lo va a cuidar".
Mientras comíamos en el comedor del Papa, uno de los jóvenes que trabaja en el
lugar se dirigió a nosotros: "El Santo Padre pide que le avisen cuando
terminen de comer para que se pueda reunir con ustedes". Tras esperar tres
minutos en la sala de visitas de Santa Marta, Francisco y el rabino
aparecieron, dando inicio a una larga conversación informal de casi una hora de
duración.
Primero, el Papa dedicó libros a la Biblioteca Nacional de Jerusalén y al
presidente de Israel y Nobel de la Paz, Shimon Peres. Luego le pregunté si
pretende seguir los pasos de Juan Pablo II y visitar Tierra Santa, Israel y la
ciudad palestina de Belén.
El Papa contestó que Peres le ha invitado y que
Skorka le propuso hacerlo conjuntamente, como un acto de entendimiento entre el
cristianismo y el judaísmo. "Juntos pero cada uno en su creencia -subrayó
el rabino-, pero ese sería el sueño de mi vida". El Papa comentó que lo
está estudiando y que la idea sería hacerlo a principios del 2014.
Lo más probable es que, de celebrarse esa visita, sea en febrero o, en
cualquier caso, antes del final de la presidencia de Peres, en julio del año
que viene. El presidente israelí está convencido de que Francisco puede
contribuir de forma notable al acercamiento entre israelíes y palestinos y a la
lucha contra el terrorismo. Quizá encabezando una conferencia internacional de
líderes religiosos de las principales creencias para que, con su fuerza moral,
rechacen aquellos que asesinan en nombre de Dios y declaren que el terrorismo
se opone a la fe.
En uno de los programas del arzobispado, Bergoglio declaró: "El fanatismo
es un problema ideológico, es una construcción mental que se impone en todo el
ser hasta tal punto que yo diría que hasta llega a negar que somos de carne y
espíritu. La carne pasa a un lado, domina lo ideológico. Lo que vemos en los
casos tanto de los kamikazes como de los guerrilleros suicidas es cómo la
propia vida no tiene sentido sino que lo que tiene sentido es la idea que yo me
hice. Es un problema ideológico donde el detalle pasa a ser el eje
central".
En las próximas semanas, el presidente palestino, Mahmud Abbas, tiene previsto
desplazarse a Roma para reunirse con el presidente italiano, Giorgio
Napolitano, y para mantener una audiencia con el Pontífice. Según declararon a
este diario fuentes de la Muqata, la sede palestina de Ramala, la intención es
presentar una invitación oficial a Francisco. "Su política será muy
equilibrada -insiste Skorka- y tomará en cuenta los derechos de los árabes. Él
entiende la importancia del Estado de Israel para el pueblo judío, pero que
nadie piense que no tendrá una postura ecuánime en todo lo que concierne a la
solución del conflicto".
Al despedirse de nosotros, el papa Francisco tuvo tiempo para otro gesto de
humildad y humor a la vez: "A los invitados hay que acompañarles hasta la
calle por dos motivos: para asegurarse de que se van y para que no se lleven
nada que no les pertenece".
Y añadió: "Por favor rezad por mí. Lo necesito".