24 de abril de 2013

EL SUPER REGRESA A LAS PANTALLAS



Vuelve “El Super”

a las pantallas


  
El filme “El Super”, basado en la premiada y más popular obra del dramaturgo cubano Iván Acosta, regresa a las pantallas y comienza su exhibición mañana 26 de abril en el Teatro Tower en el corazón de Miami MDC, Calle Ocho y la Avenida 15 de la Pequeña Habana.


Se trata de una nueva copia del aclamado filme dirigido por León Ichaso y Orlando Jiménez, que hace tres décadas hizo reír y llorar a toda una generación de cubanos  y que ahora sin dudas cautivará de igual modo a quienes han ido arribando  posteriormente a estas costas.


 Basada en la obra de Iván Acosta y producida por Manuel Arce Ricocabo, esta “pequeña joya del cine independiente” fue estrenada en 1979, siendo unánimemente recibida con reseñas positivas.  Andrew Sarris, el legendario crítico de cine escribió: “Quedé sorprendido y altamente motivado por “El Super”; Vincent Canby, crítico del New York Times opinó: “El super es una película a la que debe prestarse atención” y, más aún, seleccionó la actuación de Raymundo Hidalgo Gato en el papel principal como una de la “diez mejores actuaciones ofrecidas por la pantalla en 1979”.


Las audiencias  dondequiera que fuera exhibida disfrutaron su encantador e irónico humor. Se proyectó a teatro lleno en Miami, Nueva York y en muchas ciudades más de EEUU. Ganó el Primer Premio en el Festival Manheim de Alemania, y,  exhibida  como   entrada oficial en el Festival de Venecia, recibió una larga ovación  de diez minutos por parte de la audiencia. Esta historia universal, como la rumba, no tiene fronteras.

Se presenta en español con subtítulos en inglés.   ¡No se la pierda este jueves 26 de abril en el Teatro Tower de Miami, y entere de ello a sus familiares y amigos para que también la disfruten!



Vídeo del trailer de "El Super":

Información facilitada por Oilda del Castillo

UN GRAN TORERO MUY CASTIGADO DENTRO Y FUERA DE LOS RUEDOS



Un gran torero muy castigado
dentro y fuera de los ruedos

 Efe.  Madrid.

José Ortega Cano ha escrito un nuevo y oscuro capítulo de una vida marcada por el sufrimiento familiar, la gloria como gran torero que fue y su irrefrenable decadencia a raíz de su viudedad y las desacertadas actuaciones fuera de los ruedos, que le han mediatizado y condenado para el resto de sus días.

Condenado hoy a dos años y medio de cárcel por el accidente de tráfico que causó una muerte hace dos años, pocos recuerdan ya la importancia de su figura en el mundo taurino, un torero de arte, de muy puras y afectadas formas a la hora de interpretar el toreo, pero también de una raza y un coraje sin igual, que le hizo ir superando adversidades hasta llegar a ser figura del toreo a mediados de los 80 y principios de los 90.

Porque Ortega Cano, más allá de lo que se ha dicho y se ha dudado de su prestigio taurino, fue un torero de lo más cotizado y admirado: con cuatro Puertas Grandes de Las Ventas en su haber, con tardes para el recuerdo como aquella "de los quites" con Julio Robles o la de "la Beneficencia" con César Rincón, y otras muchas más en plazas de primer nivel como Sevilla, Barcelona o Bilbao.

Además es protagonista de un hito histórico de la Monumental madrileña: la tarde del indulto del toro "Belador" de Victorino Martín en 1982, el único astado al que se le ha perdonado la vida en la historia del coso de la calle Alcalá.

Ortega ha sido también hombre religioso y muy solidario, sensibilizado con los problemas sociales, lo que le ha llevado a ser uno de los toreros que más veces ha vestido el traje corto para torear festivales benéficos como, por ejemplo, contra del hambre en Ruanda, a beneficio de la Asociación del cáncer, a favor de las víctimas del huracán "Mitch" o del terremoto de Haití.

Pero la carrera de Ortega ha estado también marcada por los numerosos y graves percances, que le han hecho ser uno de los toreros más castigados por los toros.

Veinticuatro cicatrices guardan en su piel el recuerdo de numerosas e importantes cornadas, las más recordadas, la de Zaragoza que casi le cuesta la vida en 1987 o aquella otra gravísima también en Cartagena de Indias (Colombia) que dio la vuelta al mundo por el impacto de su inminente boda con la tonadillera Rocío Jurado en 1995.

Uno de los principales y grandes defectos que ha tenido Ortega Cano en su vida taurina, y que ha llegado a ensombrecer en parte una trayectoria ejemplar, ha sido sus continuas despedidas de los ruedos y, en consecuencia, otras tantas reapariciones, algo que ha empañado el prestigio que de siempre ha atesorado.

También Ortega ha encontrado en el toro la vía de escape a muchos problemas personales, pero esa tardanza en asumir su adiós definitivo y el hecho de verle los últimos años tan indefenso en la cara del toro, con la raza y el arrojo que siempre tuvo, ha provocado, en ocasiones, una trato burlesco y muy injusto con un torero con el que se ha tenido poca memoria histórica.

Pero las "cornadas" y los momentos más adversos que le ha cobrado la vida han sido los continuos y muy duros reveses de los últimos años, sobre todo, el fallecimiento en 2006 de Rocío Jurado, con la que vivió el calvario del cáncer durante unos años en los que no se separó de su lado, apartándose por completo del toreo.

La pérdida de su esposa le dejó sumido en un pozo de desolación y depresión ahondado más si cabe con la muerte de su madre, doña Juana, al año siguiente, a la que quería también con todo el alma, y que ya le hizo derrumbarse por completo, empezando a partir de ahí a coquetear con los excesos.

El interés constante de la prensa "del corazón" por lo mediático de sus excéntricas y desafortunadas apariciones públicas a partir de su viudedad llevaron a un vulnerable Ortega a formar parte del ámbito de la información "rosa", lo que casi hace borrar por completo su pasado glorioso en los ruedos.

Los últimos conflictos con sus hermanos, los problemas con uno de sus dos hijos adoptivos y, sobre todo, el accidente de tráfico que en mayo de 2011 provocó la muerte de Carlos Parra, ensombrecen aún más la semblanza de un hombre de 60 años, cuya única alegría ha sido su reciente paternidad biológica, aunque el libro de su vida parece ya firmado con un epílogo demasiado oscuro.

Reproducido de La Razón, Madrid

AY DE MI, AY DE MI, POEMA DE JUAN CLEMENTE ZENEA


¡Ay de mí!

Juan Clemente Zenea

¡Oh! Si tú hubieras nacido
en una tierra que existe
lejos, lejos de aquí,
entonces hubieras sabido
por qué estoy siempre tan triste
¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

En vano busco consuelo
y bálsamo a mis enojos
cerca, cerca de ti,
porque me hace falta un cielo
aún más azul que tus ojos…
¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

En mis continuas congojas
no adivinas, dueña mía,
¡cuánto, cuánto sufrí!
viendo esas plantas sin hojas
y ese sol pálido y frío,
¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

De tu corazón llagado
haz que un canto al éter suba,
y expire, expire allí,
y en tu pecho reclinado
déjame llorar por Cuba,
¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

FRASE DE SABIDURÍA

Hay que vivir como se piensa, si no se acaba por pensar como se ha vivido.
- Paul Charles Bourget, escritor francés (1852-1935)

23 de abril de 2013

EN EL DÍA DEL LIBRO: DULCINEA DEL TOBOSO



Dulcinea del Toboso 


Pocos lugares habrá más famosos y mentados que estos dos muy castizos de La Mancha y el Toboso; porque hasta los que no leyeron "El Quijote" y aun los que juran que no lo leerán jamás, pues afirman y protestan que es un libro plúmbeo y soporífero, saben que Miguel de Cervantes ubicó la patria de su héroe en un lugar de La Mancha: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...".

Y en cuanto al Toboso ¿quién alguna vez en su vida no oyó referirse a Dulcinea del Toboso como expresión y ejemplo de la mujer en la que se tienen puestos los más altos pensamientos? Sin embargo no falta quien crea que tales nombres son imaginarios como el de la ínsula Barataria, o más al alcance de la mentalidad corriente, como el del "país de las maravillas" o algo parecido.

Pero La Mancha está aquí, a un paso de Madrid camino hacia el sur, en los confines de Castilla la Nueva; porque como Castilla la Vieja es la tierra del Cid, así Castilla la Nueva es la del Quijote que, aunque creado por la fantasía de Cervantes, no es por eso menos real con esa realidad que en el pueblo adquieren ciertos personajes literarios…  

Y un día, de mañana temprano -aunque no al alba como cuando Don Quijote salió de su aldea- en un pesado autobús -que ya no se usan ni Babiecas ni Rocinantes- emprendí viaje hacia la patria de Don Quijote y Dulcinea, y después de cruzar por un puente las revueltas aguas del Tajo, famoso, que corren apresuradas hacia la imperial Toledo por un angosto cauce de piedra, llegamos a La Mancha, una vasta llanura, un descampado inmenso que ocupa el centro de la península, rodeado a lo lejos por las sierras de Cuenca al este, los Montes de Toledo al poniente y la Sierra Morena y la Sierra de Alcaraz al sur.

Entramos así a esta abierta y dilatada llanura, muy ligeramente ondulada, sin árboles que amengüen el ardor de los veranos ardientes ni reparen del viento frío de los crudos inviernos. Como que en verdad, muy pocas veces la magra figura del Quijote se nos muestra a la sombra y abrigo de los árboles como en su primera aventura…   Es que el paisaje manchego es paisaje de estepa, de tierra seca, que eso dijeron los moros al llamarle Mancha o Mauxa en árabe.

Y en medio de esa inmensa llanura desolada y seca, nuestros ojos, ansiosamente van descubriendo los caminos que siguió en sus andanzas el héroe cervantino y que tantas veces vimos surgir de las páginas de su libro admirable, mientras nos viene al recuerdo aquella justa exclamación de Flaubert: «¡Cómo se ven esas rutas de España, que sin embargo no están descriptas en ninguna parte de este libro!»

Con estos pensamientos llegamos por fin al Toboso. Un caserío bajo, todo blanco y un largo y ancho callejón que serpentea suavemente por una doble fila de esas casas espaciadas por tapiales también blanqueados con cal. Hay un gran silencio; tan grande, que sentimos deseos de caminar en puntas de pie para que no le turben nuestros pasos. Un hombre de no muy cumplida estatura y de hasta cincuenta años más o menos, en la calle solitaria, toma el sol de esta mañana luminosa, de cielo azul y limpio. Es, sin duda, un hidalgo toboseño, como aquellos que en tiempos del Quijote eran "de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor". Me acerco a él y Le pregunto si sabe si en este pueblo vivió, hace años, una señora llamada Aldonza Lorenzo.

Dulcinea del Toboso, ¿labradora, o princesa?


- ¿Cómo dice ustes que se llamaba? ¿Aldonza Lorenzo?

Y repetía en voz baja el nombre mientras se acariciaba el mentón en actitud de honda cavilación; y luego de un rato me contestó con firmeza:

- Pues mire usted. Yo soy nacido en este pueblo del Toboso y de una vieja familia toboseña y jamás oí semejante nombre.

- ¿Y Dulcinea? volví a preguntarle. Y al hidalgo al momento se le iluminó la cara. Dulcinea sí; Dulcinea vivió en el Toboso y, según el testimonio de sus antepasados, fue el único personaje del Quijote que existió realmente, pues todos los demás son creación de la fantasía de Cervantes. Y tan vivió en el Toboso, que se conserva allí su palacio, pues Dulcinea, me dijo, era una princesa hermosísima.

Yo me quedé perplejo. Para los toboseños no fue Dulcinea la que conoció y describió Sancho, aquella moza labradora hija de Lorenzo Corchuelo, llamada Aldonza Lorenzo, medio hombruna como las serranas del Arcipreste, que cribaba el trigo en el corral de su casa y a quien ayudó el mismo Sancho a cargar su costal sobre un jumento, en cuya circunstancia le tomó cierto olorcillo a hombre por el ejercicio y trabajo en que estaba; mientras para su amo era una princesa, reina de la hermosura que olía deliciosamente a cierta fragancia exquisita como las que se usaban en el adobo de los guantes de los grandes señores.

Pues es el caso que el hidalgo que tales señas me daba de Dulcinea, muy comedidamente me acompañó a ver el palacio que, me dijo, según la tradición inmemorial de su pueblo, era el palacio de Dulcinea. Y el palacio está allí con su escudo de piedra sobre el dintel del portal, con su inscripción correspondiente para turistas, que asegura que allí vivió Dulcinea del Toboso. Y aún más: las calles que llevan a este sitio, en hitos de piedra, con letras negras de hierro, van reproduciendo un imaginario diálogo entre Don Quijote y Sancho, quien va guiando los pasos de su amo hasta la morada de la dueña de sus pensamientos.

Dulcinea del Toboso, vesión Lladró
 Al mediar el día enderecé mis pasos hacia la "Posada de Don Quijote" a tomar alguna parvedad: un huevo frito, dos chorizos tan pequeños como colorados, un pedazo de pan y de queso conservado en aceite y unos vasos de vino exquisito.

-“Todo, señor, está hecho en esta casa, que es también la suya”, me dijo la posadera según trasegaba el vino, un vino claro, trasparente como un rayo de sol, con un auténtico gusto a uvas.

Debajo de la mesa irradiaba calor un brasero encendido, Se oyó cantar a lo lejos un gallo y luego el rebuzno destemplado y anhelante de un borrico en el corral, mientras los gorriones ateridos de frío piaban en el alero acariciado por el sol de esta siesta de invierno.

Luego llegó el "practicante" quizás un viejo estudiante de medicina que, truncada su carrera, se había incorporado a la administración sanitaria como "enfermero" o ayudante del médico del pueblo; y en una mesa próxima, con su mujer y las dueñas de la posada -madre e hija- dieron cuenta bien pronto de un apetitoso y suculento "cocido". El diálogo se trabó de inmediato y volví al tema, desde luego, de la vida en el Toboso y las fiestas y canciones populares. Y como en las ventas donde solía llegar Don Quijote, aparecieron tres doncellas que cantaron y bailaron al compás de las palmas de los otros comensales, a falta de música, que no hubo tiempo de traer una guitarra porque la tarde declinaba y se acercaba la hora de la partida:

“Seguidillas corridas
van por tu calle,
como van tan corriendo,
no las ve nadie.

En casa de mi novia
entró un amigo;
él se quedó por novio,
yo despedido.

En medio de la plaza,
cayó la luna;
se hizo cuatro pedazos,
tu cara es una.

Eso decía
un amante del alma
que yo tenía".

Y luego de las seguidillas, la jota manchega:

 "La jota quieren que cante,
la jota yo no la sé;
por darle gusto a mi amante,
la jota yo cantaré.

Toboso, ya no es Toboso,
ya es un segundo Madrid,
porque gastan las mozuelas,
bolsillos en el mandil".

Para el Domingo de Resurrección las niñas toboseñas hacen un muñeco o pelele y como a Sancho en la venta, lo mantean en la puerta de calle o en la plaza, mientras los mozos tratan de arrebatarlo entre el canto de la niñas.
Pero es necesario volver a Madrid. Hasta que subo al autobús, me acompañan el "practicante" don Ángel Iglesias, y el hidalgo don Manuel Sánchez Lucendo.

-¿Qué hace usted en este pueblo?, le pregunto.
- Pues tengo unas viñas. Unas cerca del Toboso y otras más lejos. Y también algún ganado.
- Es usted entonces, le digo bromeando, el cacique del Toboso.
- No señor, me contesta sonriente. Nada de eso. Tengo sí para vivir tranquilamente, nada más, gracias a Dios.

Las doncellas, que también han venido a la despedida, mientras agitan las manos a los labriegos y a los hidalgos que presencian como todos los días la partida del autobús, cantan con mucha gracia:

"Soy del Toboso,
tierra manchega,
donde eligió el Quijote,
su Dulcinea.
¡Que viva el amor,
que viva Olivera,
Miguel de Cervantes,
y la Dulcinea!".

Y mientras vuelvo a cruzar La Mancha que va esfumándose en este dulce y melancólico atardecer invernal, pienso en cómo las visiones y fantasías del Quijote cobraron vida y realidad en este pueblo perdido en medio de la “tierra seca" de los moros, que está dispuesto a cualquier cosa antes que aceptar que su Dulcinea fue tan imaginada por Cervantes como el Quijote y Sancho.

Reproducido de Revista América Nº 11, Argentina.  El Litoral, 13 de abril de 1967, sin mencionarse el nombre del autor.