26 de agosto de 2012

TORMENTA TROPICAL ISAAC


TORMENTA TROPICAL ISAAC - ADVERTENCIA NUMERO  21A
CENTRO NACIONAL DE HURACANES 
MIAMI FL
800 AM (EST) DOMINGO 26 DE AGOSTO DE 2012

 A las 800 am (EST) el centro de la tormenta tropical Isaac estaba localizado cerca de la latitud 23.5 norte - longitud 80.0 oeste. Isaac se está moviendo hacia el oeste -noroeste a cerca de 20 mph/31 km/h. Se espera un movimiento hacia el oeste -noroeste a noroeste durante las proximas 48 horas con un giro gradual en la velocidad de traslación. En la trayectoria pronosticada el centro de Isaac debe moverse justo al norte de Cuba durante esta mañana y se moverá cerca o sobre los cayos de Florida mas tarde hoy y esta noche, y se moverá hacia el este del golfo de México el lunes.

Los vientos máximos sostenidos han aumentado a cerca de 65 mph/100 km/h. con ráfagas mas altas. Se espera fortalecimiento adicional durante las próximas 48 horas y que Isaac se convierta en huracán cuando alcance los cayos de la Florida.

Los vientos con fuerza de tormenta tropical se extienden hasta 205 m/335 km del centro.

AVISO DE HURACAN EN EFECTO PARA:
Cayos de Florida incluyendo Dry Tortugas
Costa oeste de Florida desde Playa Bonita hacia el sur hasta Ocean  Reef.
Bahia de Florida.

AVISO DE VIGILANCIA DE HURACAN EN EFECTO PARA
La costa este de Florida desde Golden Beach hacia el sur hasta Ocean reef
La desembocadura del rio Mississippi hasta Indian Pass, sin incluir el área metropolitana de Nueva Orleans

El gobierno de las Bahamas ha descontinuado el aviso de tormenta tropical para el sureste y centro de las Bahamas y ha cambiado el aviso de huracán a un aviso de tormenta tropical para las islas Andros.

EL HOMBRE QUE DEJÓ HUELLA


 
El hombre que dejó huella

 … Neil Armstrong fue el encargado de hacer realidad el proyecto de Kennedy de poner un hombre en la Luna sano y salvo y hacerlo volver a la Tierra. Armstrong fue el que hizo realidad esa necesidad al convertirse en el primer hombre que pisó la Luna como comandante de la misión Apolo XI. Ocurrió el 20 de julio de 1969, a las 2:56:20, cuatro días después de que la nave partiera de Cabo Cañaveral, también con Aldrin y Collins.

Ese día se produjo lo que, en palabras de Armstrong, era «un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad». Anoche su familia se mostró devastada al informar de su desaparición, que se produjo en Ohio cuando Armstrong contaba con 82 años: Era un héroe  a regañadientes, porque siempre creyó que sólo estaba haciendo su trabajo, señalaron en un comunicado en el que subrayaron su pasión por la aviación y la exploración espacial.

Nacido el 5 de agosto de 1930 en Ohio, desde joven mostró una gran fascinación por volar. A los 15 años ya asistía a las primeras clases de vuelo, logrando la licencia de piloto al año siguiente. Su destreza al frente de un avión la hizo evidente como responsable de algunas misiones de combate en 1950, durante la guerra de Corea, algo que le valió varias condecoraciones. Pero no fue hasta 1962 que ingresó en el cuerpo de astronautas de la NASA.

En aquel entonces, Estados Unidos rivalizaba con la Unión Soviética en la carrera espacial. Los soviéticos ya habían logrado que un astronauta, Yuri Gagarin, fuera el primer hombre en viajar al espacio exterior. Los estadounidenses se quitaron esa espina el 20 de febrero de 1962, cuando John Glenn se convirtió en el primer americano en orbitar sobre la Tierra. Armstrong trabajó en ese tiempo en varias misiones, como el proyecto Geminis, pero en 1969 fue el protagonista del proyecto Apolo 11
 
El 16 de julio de 1969 despegó la aventura espacial, seguida por una audiencia de 600 millones de espectadores en todo el mundo. Se desmitificaba el sueño de aquellos que habían soñado con tocar la Luna, como Whitman o Lorca. Se buscaba una realidad científica diferente de la que habían plasmado Jules Verne o Georges Méliès. La Luna pasaba a ser objeto de estudio cuando el Apolo XI aterrizó en el llamado Mar de la Tranquilidad. Amstrong y Aldrin recogieron muestras, pasearon por la Luna durante casi dos horas y media y pudieron tomar varias fotografías. Collins se quedó en la nave controlando las comunicaciones con la NASA.

El 24 de julio, los tres astronautas llegaban al océano Pacífico y eran recogidos por el portaaviones USS Hornet. El desfile con el que fueron recibidos en Nueva York sigue siendo hoy recordado como uno de los actos más multitudinarios que se han vivido en la ciudad de los rascacielos…

A Armstrong, pese a convertirse en un icono de su tiempo –retratado por Andy Warhol o Norman Mailer–, no le gustó la fama…   Fue catedrático en la Universidad de Cincinnati y presidente de una compañía de sistemas electrónicos.

Como a sus compañeros de tripulación, le persiguió el fantasma de la conspiración, una absurda leyenda que afirma que todo fue un montaje en el que participó, ni más ni menos que el realizador Stanley Kubrick. En su última entrevista remató el tema al declarar que «la gente ama las conspiraciones, son muy atractivas, pero nunca me preocuparon. Porque sé que algún día alguien volverá a ir, y podrá recoger la cámara que dejé allá».

Fuente:
Víctor Fernández, La Razón, Madrid.

NEIL ARMSTRONG


CARTA DE UN JOVEN QUE SE HA IDO


Malecón de La Habana, un  muro hacia el hotizonte

¿Qué significa irse de Cuba?

Carta de un joven que se ha ido


En los últimos días una carta pública de un joven inmigrante de 28 años, residente en Bulgaria, se ha convertido en un suceso en la blogosfera cubana. La misiva de Iván López Monreal, titulada "Carta de un joven que se ha ido", fue redactada en respuesta a una escrita por el académico cubano Rafael Hernández, director de la revista Temas, y  que realizan estudiantes universitarios de la isla
En su "Carta a un joven que se va", Hernández, asume la defensa de los valores del sistema socialista cubano y enarbola las "conquistas revolucionarias" frente al descreimiento de los jóvenes que han decidido partir a otros horizontes en busca de mejor futuro. López Monreal rebate los argumentos del académico con la mirada de una generación que quiere dejar atrás la retórica del pasado y vivir el presente, con todos los retos y vicisitudes de un mundo diferente.
Es el choque de dos visiones que se debaten hoy al centro de la sociedad cubana y su diáspora. La discusión tiene de trasfondo la política migratoria y el creciente clamor de los ciudadanos cubanos a entrar y salir de su país sin los agobiantes e irracionales permisos gubernamentales.

CARTA DE UN JOVEN QUE SE HA IDO

Por Ivan López Monreal


Estimado Rafael Hernández,


He leído con mucho interés su “Carta a un joven que se va”. Me he sentido aludido, porque hace dos años me marché de Cuba, tengo 28 años y vivo en Pomorie, una ciudad balneario situada en el este de Bulgaria. La razón por la que le escribo es para intentar explicarle mi postura como joven cubano emigrado. Sin solemnidades ni verdades absolutas, porque si algo me ha enseñado dejar mi país, es descubrir que esas verdades no existen.

Puede que algunos de los que nos hemos marchado en los últimos años (somos miles) tengan claro el momento en que decidieron hacerlo. Yo no. Lo mío fue progresivo, casi sin darme cuenta. Empezaría con ese recurso tan cubano que es la queja. Por nimiedades, tal vez. Por lo que no hay, por lo que no llega, por lo que pasa, por lo que no pasa, por no saber. O no poder. La queja no es grave, lo grave es que se cronifique como una enfermedad cuando nada parece resolverse. Y uno puede aceptar que eso es así, y es tu país para lo bueno y para lo malo, o pasar a la siguiente categoría, que es la frustración. O sea, descubrir que la solución a la mayoría de los problemas no está en tus manos. O no te permiten hacerlo. O aún más triste: no parece importar.

Abandonar o permanecer en tu país es una decisión muy personal que nunca debe juzgarse en términos morales. Yo elegí este camino porque quería un futuro diferente al que veía en Cuba, y salí a buscarlo consciente de que podía salir mal, pero quise correr ese riesgo. No voy a mentirle diciendo que fue doloroso. No lloré en el aeropuerto. Todo lo contrario, me alegré. Le digo más, me liberé.

Tiene usted razón cuando dice que mi generación carece de esos lazos emocionales que generan experiencias como Playa Girón, la Crisis de Octubre o la guerra de Angola. Pero no se equivoque, yo también he tenido mis epopeyas. A lo mejor no tan épicas, pero sí igual de demoledoras. En estos veintidós años que menciona, he visto degradarse el país por el tanto lucharon mis padres. He visto marchar a mis maestros de primaria y secundaria. He visto a familias discutir por el derecho a comerse un pan. He visto el malecón lleno de gente nerviosa gritando contra el gobierno, y gente aún más nerviosa gritando a su favor. He visto a jóvenes construyendo balsas para huir quién sabe a dónde, y a una turba lanzando mierda de gato contra la casa de un “traidor”. Incluso, Rafael, he visto a un perro comiéndose a otro perro en la esquina habanera de 27 y F. Y también he visto a mi padre, que sí estuvo en Angola, con el rostro pálido, sin respuestas, el día que un custodio de hotel le dijo que no podía seguir caminando por una playa de Jibacoa (frente al camping internacional) por ser cubano. Yo estaba con él. Yo lo vi. Tenía diez años, y un niño de diez años no olvida cómo la dignidad de su padre se va a la mierda. Aunque haya vuelto de una guerra con tres medallas.

Me habla usted de las conquistas sociales de la Revolución. De la educación y la medicina. Voy a hablarle de mi educación. Tuve buenos maestros, y cuando se marcharon fueron sustituidos por otros menos preparados que, a su vez, fueron reemplazados por trabajadores sociales que escribían experiencia con S y eran incapaces de señalar en un mapa cinco capitales de Latinoamérica (esto no me lo contaron, lo viví). Mis padres tuvieron que contratar maestros privados para que yo aprendiera de verdad. No lo pagaban ellos sino una tía mía radicada en Toronto. De modo que si somos honestos, buena parte de la formación que tengo se la debo a los clientes del restaurante griego donde trabajaba mi tía. Pero hay más. En tiempos de mi hermana mayor era extremadamente raro que un alumno sacara una nota de cien. En mi época el cien se volvió algo común, no porque los alumnos fuésemos más brillantes sino porque los profesores bajaron sus exigencias para maquillar el fracaso escolar. ¿Y sabe una cosa? Yo tuve suerte, porque los que venían detrás de mí en vez de maestros tuvieron un televisor.

De la medicina poco tengo que decirle porque usted vive en Cuba. Y salvo el hecho de mantenerse la gratuidad, cosas que admito sigue siendo meritoria, el estado de los hospitales, la precariedad de unos médicos mal pagados y la creciente corrupción empujan cada vez más al sistema de salud hacia ese tercer mundo del que tanto hizo por alejarse. Y lo cierto es que, hoy en día, un cubano que maneje divisas tiene más posibilidades de recibir un tratamiento mejor (haciendo regalos o incluso pagando) que uno que no lo tenga, aunque sea de forma ilegal. Y aunque la constitución diga otra cosa. Por triste que resulte admitirlo, Rafael, la educación y la medicina de la que disponen los cubanos de hoy es peor que la que disfrutaron mis padres.

Usted dice que el país hace un gran esfuerzo, que existe un embargo. Y yo le respondo que también existe un gobierno que lleva cincuenta años tomando decisiones en nombre de todos los cubanos. Y si estamos en el punto en el que estamos, lo más sano es que admitiera que no ha sabido, o no ha podido, o no ha querido hacer las cosas de otra forma. Por la razones que sea. Porque el fracaso también está cargado de razones. Y en vez de atrincherarse con sus figuras históricas en el Consejo de Estado, debería dar paso a los que vienen detrás. Rafael, es muy frustrante para un joven de mi edad ver que en Cuba llevamos 50 años sin que se produzca un relevo generacional porque el gobierno no lo ha permitido. Y no hablo de que me den el poder a mí, que tengo 28 años. Hablo de los cubanos que tienen 40, 50 o incluso 60 años y no han tenido nunca la posibilidad de decidir. Porque las personas que hoy en día tienen esas edades y ocupan puestos de responsabilidad en Cuba no han sido formados para tomar decisiones, sino para aprobarlas. No son dirigentes, son funcionarios. Y ahí incluyo desde ministros hasta los delegados de la asamblea nacional. Son parte de un sistema vertical que no da margen para que ejerzan la autonomía que les corresponde. Todo se consulta. Y contrario a lo que dice el refrán: en vez de pedir perdón, todos prefieren pedir permiso.

Dice usted que en mi país se puede votar y ser elegido para cargos desde los 16 años. Y que la presencia de jóvenes delegados ha bajado desde los años 80 hasta ahora. Incluso me advierte que si seguimos marchándonos, habrá menos jóvenes votando y por tanto menos elegibles. Y yo le pregunto: ¿De qué sirve mi voto? ¿Qué puedo yo cambiar? ¿Qué han hecho los delegados de la asamblea nacional para que me interese por ellos? Seamos sinceros, Rafael, y creo que usted lo es en su carta, así que yo también quiero serlo en la mía, ambos sabemos que la asamblea nacional, tal y como está concebida, solo sirve para aprobar leyes por unanimidad. Resulta paradójico llamarle asamblea a una institución que se reúne una semana al año. Tres o cuatro días en verano y tres o cuatro días en diciembre. Y en esos días se limita a aprobar los mandatos del Consejo de Estado y de su Presidente, que es quien decide lo que se hace o no se hace en el país. Lamentablemente, yo no puedo votar a ese presidente. Y no sabe cuánto me gustaría hacerlo.

Hace unos días escuché a Ricardo Alarcón confesarle a un periodista español que él no cree en la democracia occidental “porque los ciudadanos solo son libres el día que votan, el resto del tiempo los partidos hacen lo que quieren...” Aunque fuera así, que no lo es (al menos no siempre, y no en todas las democracias), estaría reconociendo que desde que yo nací, en 1984, los electores en Estados Unidos, por ejemplo, ha tenido siete días de libertad (uno cada cuatro años) para cambiar a su presidente. Algunas veces lo han hecho para bien, y otras para mal. Pero esa es otra historia. Un joven de New Jersey que tenga mi edad ya ha tenido dos días de libertad para, por ejemplo, echar a los republicanos de Bush y nombrar a Obama. Los cubanos no hemos podido tomar una decisión así desde 1948 (no incluyo las elecciones de Batista, por supuesto). Y si usted me dice que la capacidad de nombrar a un presidente no es relevante para un país yo le digo que sí lo es. Y más para un joven que necesita sentir que se le toma en cuenta. Aunque solo sea por un día.

Usted probablemente piensa que los que nos marchamos elegimos el camino más fácil, que lo duro es quedarse a resolver los problemas. Pero le tengo que decir que mis abuelos y mis padres se quedaron en Cuba para pelearse con esos problemas. Renunciaron a muchas cosas por la Revolución y hasta se jugaron la vida por ella. Para darme un país avanzado, equitativo, progresista. Y el que me han dado es uno en el que la gente celebra poder comprar un carro y vender su casa como si fuera una conquista. Pero eso no es una conquista, es recuperar un derecho que ya teníamos antes de la Revolución. ¿A eso hemos llegado? ¿A celebrar como un éxito algo tan básico? ¿Cuántas otras cosas básicas habremos perdido en estos años? Para mis padres es doloroso asumir ese fracaso, y no lo quieren para mí. No quieren que con 55 años tenga un sueldo que no me alcance para vivir, ni el sueldo ni la libreta. Porque no alcanza. Y no quieren que para sobrevivir acuda al mercado negro, a la corrupción, a la doble moral, a fingir. Prefieren que esté lejos. A los 28 años yo me he convertido en la seguridad social de mis padres, ¿O cómo cree que sobreviven dos personas con 650 pesos? Sí, Rafael, hemos tenido que irnos cientos de miles de cubanos para que nuestro país no quiebre. Lo que Cuba ingresa de nuestras remesas es superior, en valor neto, a casi todas sus exportaciones.

Eso sí, el país ha perdido juventud y talento, y en vez de abrir un debate realista sobre cómo parar esa sangría, sigue anclado a un inmovilismo ideológico que no es otra cosa que miedo al futuro. ¿Y qué hago yo en un país cuyos gobernantes le tienen miedo al futuro...? ¿Esperar a que se mueran...? ¿Esperar a que cambien las leyes por generosidad y no por convicción? ¿Qué hago yo en un país que sigue premiando la incondicionalidad política por encima del talento? ¿A qué puedo aspirar si no basta con lo que soy y lo que hago...? ¿A convertirme un cínico? ¿O me anima usted a que dé la cara y diga lo que pienso? Algunos jóvenes de mi generación ya lo han hecho, ¿Y dónde están? Recordemos a Eliécer Ávila, un estudiante de la Universidad de Oriente que tuvo la valentía de preguntarle a Ricardo Alarcón por qué los jóvenes cubanos no podíamos viajar como cualquier otro, y fue represaliado por el sistema. Él no tuvo la culpa de que allí hubiera un cámara de la BBC, ni de la respuesta ridícula que dio Alarcón (aquella barbaridad de que el cielo se llenaría de aviones que chocarían entre ellos) Hoy Eliécer vive marginado por razones políticas. Y no es un terrorista ni un mercenario ni un apátrida, es un joven humilde, mulato, universitario, que cometió el error de ser honesto. Qué triste hacer una revolución para terminar condenando a alguien por ser honesto. ¿Para eso quiere usted que me quede, Rafael?

Dejar tu país y tu familia no es un camino fácil. Ni la solución a nada, solo es un principio. Te vas a otra cultura, tienes que aprender otro idioma, pasas momentos muy malos. Te sientes solo. Pero al menos tienes el alivio de saber que con esfuerzo puedes conseguir cosas. Mi primer invierno en Bulgaria fue muy duro, conseguí trabajo como transportista y pasé cuatro meses subiendo y bajando lavadoras para ahorrar dinero y poder viajar a Turquía. Una ilusión que tenía desde niño. Y viajé. No tuve que pedir un permiso de salida ni mi avión chocó con ninguno. Pude cumplir el sueño de Eliécer. Y me alegro de haberlo hecho. He conocido otras realidades, he podido comparar. He descubierto que el mundo es infinitamente imperfecto, y que los cubanos no somos el centro de nada. Se nos admira por algunas cosas igual que se nos aborrece por otras. También he descubierto que irme no ha cambiado mis convicciones de izquierda. Porque lo de Cuba no es izquierda, Rafael. Póngale usted el nombre que quiera, pero no es izquierda. Yo estoy de parte de aquellos que buscan el progreso social con igualdad de oportunidades y sin exclusiones. Pienses como pienses. Sin sectarismo ni trincheras. Porque eso solo sirve para enfrentar a la sociedad y sustituir verdades por dogmas.

Por último, Rafael, la casualidad quiso que terminara en un país que también estuvo gobernado por un partido y una ideología única. Aquí no hubo revolución de terciopelo como en Checoslovaquia, ni derribaron un muro como en Berlín ni fusilaron un presidente como en Rumania. Aquí, como en Cuba, la gente no conocía a sus disidentes. Aquí no había fisuras, y sin embargo, en una semana pasaron de ser un estado socialista a una república parlamentaria. Y nadie protestó. Nadie se quejó. No puedo evitar preguntarme, ¿Acaso pasaron 40 años fingiendo? Desde entonces no han tenido un camino de rosas, han enfrentado varias crisis, incluso la población ha llegado a vivir con peor calidad de la que tenía en los años 80, pero curiosamente, la inmensa mayoría de búlgaros no quiere volver atrás. Y eso que el socialismo que dejaron ellos era bastante más próspero que el que hoy tenemos los cubanos. Pero en este país no piensan en el pasado, piensan en el presente. En mejorar la economía, en resolver las desigualdades (que las hay, como en Cuba), en combatir la doble moral, los personalismos y la corrupción que generó el estado durante décadas.

El día que ese presente importe en Cuba, no tenga duda, nos veremos en La Habana.

Pomorie, Bulgaria, agosto de 2012

Fuente: cafeFuerte.com