15 de mayo de 2012

FALLECE EL ESCRITOR MEXICANO CARLOS FUENTES

 

 

Fallece el escritor mexicano


Carlos Fuentes


El escritor Carlos Fuentes, autor entre otras novelas de 'La región más transparente' y 'La muerte de Artemio Cruz', falleció hoy martes a los 83 años de edad, según han confirmado las autoridades mexicanas.

Carlos Fuentes nació de padres mexicanos en Panamá, el 11 de noviembre  de 1928.  Su padre era diplomático, y pasó su infancia en diversas capitales de América: Montevideo, Rio de Janeiro, Washington DC, Santiago de Chile, Quito y Buenos Aires,   ciudad a la que su padre llegó en 1934  como consejero de la embajada de México.

Los veranos los pasaba en la Ciudad de México estudiando en escuelas para no perder el idioma y para aprender la historia de su país. Vivió en Santiago de Chile (1940-1944) y Buenos Aires en donde recibió la influencia de notables personalidades de la esfera cultural americana.

Llegó a México a los 16 años y entró en la preparatoria en el Centro Universitario de México. Se inició como periodista colaborador de la revista Hoy y obtenía el primer lugar del concurso literario del Colegio Francés Morelos.

Se graduó en leyes en la Universidad Nacional autónama de México y en economía en el Instituto Altos Estudios Internacionales de Ginebra.  En 1972 fue elegido miembro de El colegio Nacional, siendo presentado por el poeta Octavio Paz. 

Gran aficionado al cine, escribió guiones para numerosas películas.  Además, su novela La cabeza de la hidra fue llevada al cine en 1981 por el director mexicano Paul Leduc  con el título de Complot Petróleo: La cabeza de la hidra y guion del propio Fuentes. El argentino Luis Puenzo  filmó en 1989 "Gringo viejo". El profesor Lanin A. Gyurko, de la Universidad de Arizona, ha demostrado en sus libros y conferencias  la influencia de Carlos Fuentes sobre el cine norteamericano y la del cine sobre la obra literaria de este.  Autor de una veintena de novelas, Carlos Fuentes cuenta con múltiples premios. El Premio Internacional Alfonso Reyes (1979), el Premio Nacional de Literatura de México (1984), el premio Cervantes (1987), el Premio Internacional Menéndez Pelayo (1992), el premio Príncipe de Asturias (1994), el Premio de Real Academia Española de creación literaria (2004), el Premio Internacional Don Quijote de la Mancha (2008), la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica (2009) y el premio Formentor de las Letras en reconocimiento a toda su obra (2011).

 Fuentes: Wikipedia y larazon.

LAS FIESTAS DE SAN ISIDRO




Las fiestas de San Isidro


Las Fiestas de San Isidro son las fiestas tradicionales celebradas en Madrid en honor a San Isidro Labrador, que se caracterizan por alegres romerías, verbenas y otras atracciones y espectáculos.

En la romería de San Isidro se dan cita algunos de los elementos más definitorios de lo que se ha denominado el «casticismo madrileño». La celebración de esta festividad tiene lugar en la Pradera de San Isidro  y en las calles aledañas alrededor de la Ermita de San Isidro.   La festividad y su celebración giran en torno a la asociación que hay entre el agua y San Isidro. Es costumbre ir en romería el 15 de mayo a beber el "agua del santo" que brota en un manantial anexo a su  Ermita.

 San Isidro nació en Madrid en 1082  y, según se decía en su época,   poseía el don de serle fácil encontrar agua. Algunos de los manantiales  fueron marcados posteriormente como lugares mágicos, incluso algunos de ellos fue entendido como lugar de milagro.

Contrajo matrimonio con María, (santa María de la Cabeza). Los asedios almorávides a la ciudad de Madrid hicieron que la pareja huyera a Caraquiz.   En esta aldea María cuidaba de la ermita de Nuestra Señora de la Piedad mientras él, como labrador,  cuidaba de las tierras. En 1119 regresaron a Madrid donde Isidro murió en 30 de noviembre de 1172. La muerte hizo  que su fama se acrecentara durante el siglo XV.

La Ermita del Santo, boceto de Francisco de Goya
Jvan de Vargas construyó en 1528 una ermita dedicada a San Isidro  en   las afueras de la ciudad. La ermita   pronto  dio origen a la visita que anualmente hacían los madrileños. El 14 de julio de 1619 se beatificó a Isidro y se fijó la fiesta para el 15 de mayo.

Delante de la Ermita de San Isidro   existía una pradera que recogía a los primeros madrileños que querían disfrutar de su romería.  Los madrileños recorrían las calles aledañas hasta acabar en la ermita besando los restos y posteriormente a beber del caño de la fuente mientras era costumbre recitar:

San Isidro hermoso, patrón de Madrid,
que el agua del risco hiciste salir

Era costumbre ya desde el siglo XVI la de merendar   en el césped de la pradera y aprovechar el agua de los manantiales cercanos. Los múltiples puestos en los alrededores vendían rosquillas   (Rosquillas del Santo). Entre las más famosas se encontraban, las tontas (sin recubrimiento), las listas (con baño de azúcar), las francesas, las populares de la “Tía Javiera”  y las de “Fuenlabrada”.

Son igualmente tradicionales los “torraos”, las garrapiñadas”  y   las manzanas caramelizadas, los encurtidos y los escabeches.   Igualmente era costumbre adquirir botijos (coloraos de Alcorcón, o amarillos de Ocaña), pitos de cristal con flores de cristal (los denominados pitos del Santo) para hacer ruido.   Las bebidas habituales eran los «chicos» de Valdepeñas (vasos de vino), la «clara con limón» y las limonadas.   Ese ambiente fue recogido por Goya en 1788.

Recuerda el escritor Benito Pérez Galdós  en su obra "Mayo y los Isidros" que era costumbre viajar a Madrid en esta celebración. De esta forma la capital se llenaba de extranjeros recorriendo las calles. La mejora de las comunicaciones hizo que numerosos habitantes de las afueras vinieran el 15 de mayo a las celebraciones, y a estos visitantes foráneos se les denominó con el mote de "Isidros”.

 En la actualidad  cada 15 de mayo  es costumbre que los madrileños se reúnan para comer en la famosa pradera y beber el agua que sale del caño de la ermita. El paseo que da a la ermita se llena de puestos con diversos elementos gastronómicos de la cocina madrileña como pueden ser la fritura de las gallinejas y entresijos,  bocadillos, encurtidos diversos y la repostería típica de esta época: las tradicionales rosquillas tontas y listas.   Los madrileños extienden mantas en el suelo para disfrutar de la tortilla de patata, la empanada, el vino (preferiblemente en bota), o un cocido madrileño gigante. El ambiente de verbena se llena de tiovivos y también es típico bailar un chotis vestido de chulapos, con  la música de un organillo.

¿Nos damos una vuelta por las fiestas de San Isidro de Madrid..?  Al menos, virtualmente:

http://www.youtube.com/watch?v=nh02oRyE3ng&feature=related
 

DE CUANDO EL MÉDICO DE NAPOLEÓN ESTUVO EN CAMAGÜEY



De cuando el médico de Napoleón
estuvo en Camagüey

Por Héctor Juárez Figueredo

A fines de mayo de 1837 llegó a Puerto Príncipe el médico francés Francisco Antommarchi, nacido el 6 de julio de 1789 en Mossiglia, Córcega.

En Italia se doctoró en Medicina, Cirugía y Filosofía. Anatomista de prestigio, entre 1819 y 1821 había atendido a Napoleón en Santa Elena, enviado por la familia Bonaparte.

Se cuenda que el ilustre paciente que, en palabras nuestras, era “de anjá”, sin notar mejoría, acusó a Antommarchi de asesino y lo expulsó de su lado, aunque luego lo readmitió a su servicio. Lo cierto es que había estado presente durante la agonía del exemperador y participó en la autopsia que certificó la muerte por cáncer estomacal. Pero después no quiso firmar el acta porque consideraba una fiebre como causa del deceso.

También se conocía que Antommarchi, a su regreso a Francia, había publicado, en dos tomos, sus memorias, a las que tituló “Los últimos días de Napoleón” y que, cuando presentó una mascarilla del difunto, lo había tildado de farsante. Los conocedores de su vida podían haber comentado, tal vez, que estuvo reclamando una pretendida herencia que le dejó Napoleón y, aburrido de los tribunales y de las ofensas que recibía, marchó a América en busca de fortuna  y tranquilidad. Llegó a La Habana a fines de 1836, no sabiéndose con exactitud si desde México o los Estados Unidos. No era tan importante prestar atención a la procedencia de un francés y menos por aquellos días en que España casi le vende Cuba a Francia… Lo importante fue que revalidó sus títulos, fue autorizado a ejercer, practicó la medicina homeopática, realizó operaciones quirúrgicas y de la vista, y analizó aguas medicinales.

Su visita a Puerto Príncipe, como antes a Trinidad, había sido autorizada por don Miguel Tacón, Gobernador y Capitán General. Se hospedó en la morada del dominicano don Miguel Escoto, Secretario de Cámara de la Audiencia, quien residía en la calle de Santa Ana (General Gómez). Había venido Antommarchi con el propósito de ofrecer, también aquí, sus servicios a los pobres. Así se lo hizo saber, el 23 de mayo, a don Antonio Vázquez, Teniente Gobernador, al entregarle una carta de recomendación enviada por Tacón. Vázquez le pidió al Ayuntamiento que cooperara con el médico. Antommachi visitó el local que se le brindó por mas apropiado: el Hospital de Mujeres Pobres de Nuestra Señora del Carmen, ubicado al lado de la Iglesia del Carmen y construido por el Padre Valencia, y donde está hoy la Escuela Primaria Marta Abreu. Escogió dos salas para reconocimiento y operaciones. Una sería para mujeres; la otra para hombres. A inicios de junio, la Administración del Hospital había colocado ya las camas necesarias y biombos entre ellas. Comenzaron, entonces, las consultas y operaciones.

En el mes de agosto, Antommarchi concluyó un detallado estudio sobre las aguas medicinales de Camujiro. La descripción de temperatura, análisis químico y propiedades medicinales era la mas completa hecha hasta ese momento. Y el día 20 de septiembre entregaba un detallado informe de las operaciones realizadas. Era su despedida. El Ayuntamiento de Puerto Príncipe, en respuesta, acordó el día 22, dar “las más expresivas gracias al doctor Antommarchi por el bien que ha hecho a la humanidad afligida durante el tiempo en que ha permanecido en nuestra ciudad, le desea la conservación de su existencia y una felicidad en su partida”.  Antes de marcharse, le obsequió a Escoto dos reliquias napoleónicas: un pequeño mechón de cabellos y un fragmento del paño mortuorio en que reposó el cadáver. Y hacia Bayamo, el siguiente punto de su itinerario, siguió Antommarchi. Al parecer, no tenía intenciones de permanecer allí, pues a fines del propio septiembre, llegaba a Santiago de Cuba, donde tenía un primo y amigos. Cuando ya tenía establecida una casa de salud, enfermó de fiebre amarilla. Falleció el 3 de abril de 1838 y fue sepultado en el cementerio de Santa Ana. Sus restos, trasladados luego a Santa Ifigenia, reposan en el osario del panteón de la familia Portuondo.

Recordemos este pasaje de nuestra historia ahora que se ha vuelto a mencionar a Antommarchi entre los científicos. Porque, según una nueva hipótesis, Napoleón no murió de cáncer ni envenenado con arsénico. El tratamiento médico vigente en la época pudo conducirlo a una situación cardiaca fatal. Eso no lo sabía, entonces, el doctor Francesco Antommarchi quien, aunque calumniado por sus contemporáneos y despreciado por los biógrafos de Bonaparte, siempre se sintió recompensado al ser llamado “el médico de Napoleón”.

Boletín Diocesano de Camagüey, Nº 67

CURIOSIDADES



**  Durante la Guerra Civil de los EEUU, cuando regresaban a sus cuarteles las tropas sin tener ninguna baja, ponían en una gran pizarra "0 Killed" (cero muertos). De allí proviene la expresión "O.K." para decir que todo está bien.

**  Es posible hacer que un vaca suba escaleras pero no que las baje. (Si lo duda, haga la prueba).

**  La palabra cementerio viene del griego koimetirion, que significa "dormitorio".

** La zona de México conocida como Yucatán viene del tiempo de la conquista cuando un español le preguntó a un indígena cómo llamaban ellos ese lugar. El indio le dijo: "yucatán". Lo que no sabía el español era que le estaba contestando "No soy de aquí".

**  También cuando los conquistadores ingleses llegaron a Australia, se asombraron al ver unos extraños animales que daban saltos increíbles. Mediante señas le preguntaron a un nativo cómo se llamaban estos animales, a lo que este les respondió en su lengua "Kan ghu Ru". Y los ingleses adoptaron el vocablo inglés "kangaroo" (canguro). Tiempo después comprendieron que lo que les contestaba aquel indígena no era otra cosa sino "No te entiendo".

**  Los elefantes son los únicos animales de la creación que no pueden saltar. ¡Menos mal!

**  El 95% de los conductores de autos cree que maneja mejor que los demás. ¿Usted lo duda?

FRASE DE SABIDURÍA


Añorar el pasado es correr tras el viento.
- Proverbio ruso

14 de mayo de 2012

HACE HOY CINCUENTA AÑOS



Hace hoy cincuenta años…

Por Fernando Rayón

Tenían 24 años.
 Ella era una Princesa cuyos padres reinaban en Grecia;
él sabía lo que era el exilio de un padre que nunca reinó.
Su boda fue una compleja operación política 
entre viejas dinastías europeas


El 11 de abril de 1962 estaba prevista la llegada al aeropuerto de la capital griega, vía Ginebra, del Príncipe Juan Carlos de Borbón para preparar su matrimonio. En la pista estaban su prometida, Sofía de Grecia; su madre, la reina Federica; el mariscal de la Corte Levidis; el embajador de España en Atenas Juan Ignacio Luca de Tena y su segundo de la embajada, Gonzalo Fernández de la Mora. Los días precedentes habían sido de inusitada actividad diplomática a causa de las invitaciones a las ceremonias católica y ortodoxa que, finalmente, el Palacio Real tuvo que retirar.

En cuanto el avión entró en el espacio aéreo griego, Doña Sofía quiso saludar a su prometido, pero el capitán, tras hacer las comprobaciones de rigor, informó de que en el avión no viajaba nadie con ese nombre. La Princesa Sofía, que ya conocía a Don Juan Carlos, sugirió que podía figurar como duque de Gerona o con otro de los títulos tradicionales del heredero, pero la respuesta siguió siendo negativa.

Poco después, confirmando el anuncio del capitán, Don Juan Carlos no llegaba a Atenas. Doña Sofía, que no entendía nada, se puso a llorar. La reina Federica, que había esperado silenciosa el desenlace, se despidió del embajador ásperamente: «Ponen tantas pegas...». Luca de Tena dirigió una mirada de complicidad a Fernández de la Mora. Ambos sabían que Don Juan Carlos no viajaba en el avión.

De vuelta a palacio, la reina Federica llama a Lausana. En «Vieille Fontaine», la residencia de Victoria Eugenia, Don Juan Carlos y el jefe de su Casa, duque de Frías, son testigos de la conversación. Las dos reinas hablan en inglés y lo que empieza siendo una charla tranquila alcanza enseguida niveles de gran dureza. La de Grecia apela a su condición de reina y Victoria Eugenia le tiene que recordar que ella también lo es. La consorte de Alfonso XIII tuvo que recordar a Federica la tradición española sobre la religión católica. Sorprende a los presentes la rotundidad de Victoria Eugenia, educada en el anglicanismo, pero bautizada en la fe romana meses antes de su matrimonio. Alguno de los que escucha teme incluso que todo se venga abajo y no haya boda.

Por su parte, Juan Ignacio Luca de Tena telefonea a Madrid para informar de lo sucedido y anuncia una carta que enviará días después a Fernando María Castiella: «Querido ministro: efectivamente, como yo suponía, y así se lo anuncié en mi última carta, S.A.R. el Príncipe Juan Carlos aplazó su venida a Atenas hasta que se hubiera dado plena satisfacción sobre la cuestión de las invitaciones a la ceremonia ortodoxa y a los embajadores acreditados en Atenas para el matrimonio católico. El éxito de su firme postura fue, como también te he comunicado, total. Me consta que S.M. la reina Victoria Eugenia tuvo desde Lausana una conferencia telefónica con S.M. la reina Federica, en la cual nuestra soberana estuvo rotunda y absolutamente intransigente, defendiendo con rigor las posiciones católicas. A su llegada a Atenas el pasado sábado, S.A.R. el Príncipe Juan Carlos fue recibido con honores excepcionales. Toda la Real Familia y altos dignatarios de la Corte le esperaron en el aeropuerto, en donde pasó revista a una compañía de guardia».

Una hija en un trono
 
Efectivamente, Don Juan Carlos llegó por fin a Atenas el 14 de abril, justo un mes antes de su boda. Cuando el duque de Frías saludó entonces a la reina Federica, ésta no pudo reprimirse: «Doy la mano, pero me gustaría dar una bofetada». Atrás quedaban meses de intensas negociaciones. Franco y Don Juan habían jugado sus bazas, la iglesia católica y la ortodoxa, las suyas; el Consejo de Don Juan y los falangistas habían aprovechado el acontecimiento para librar un combate no exento de guerra sucia. Don Juan quería dejar claro que aquel matrimonio era exclusiva competencia de la Familia Real y como Jefe de ella quería asumir todo el protagonismo.

Franco, que preparaba a Don Juan Carlos para que le sucediera en la Jefatura del Estado, sabía de la trascendencia de aquella ceremonia y buscaba que nada fallase en el matrimonio. Los reyes de Grecia intuían que su hija podía sentarse en un trono de Europa, de la Europa mediterránea, que fortaleciese no sólo el papel de Grecia, sino también el de su joven monarquía.

El Vaticano, a pesar de los aires conciliares, quería que la ceremonia fuera lo que mandaban los cánones del Derecho Canónico y desconfiaba de las maniobras de la Iglesia griega que quería asumir el protagonismo que las leyes civiles griegas de entonces les adjudicaban. En fin, que la boda fue un punto de inflexión del régimen de Franco y también en el futuro de los Príncipes.

Sólo un mes después, a las nueve y cuarto del 14 de mayo de 1962, los invitados ya ocupaban todos los asientos de la catedral católica de Atenas, San Dionisio Areopagita. A la derecha de los contrayentes se situaron los reyes de Grecia y, a la izquierda, también bajo un dosel, los Condes de Barcelona. La misa fue en francés, español y latín. A las diez y doce minutos pronunciaba doña Sofía el sí litúrgico en griego («ne thélo») ante la pregunta, también en griego, del arzobispo católico de Atenas Benedicto Printesi. Cuarenta y cinco minutos duró la ceremonia con la Santa Misa y la firma del acta canónica en la sacristía de la catedral.

El telegrama del embajador Luca de Tena, fechado el mismo día de la boda, no deja lugar a dudas: «En Palacio Real inmediatamente después ceremonia nupcial y asistido Fernández de la Mora, con los secretarios encargados asuntos consulares procedido recibir declaración firmada Conde de Barcelona para inscribir matrimonio príncipe Juan Carlos en Registro Civil y he levantado acta suscrita cuatro testigos nupcias, duque de Aosta, príncipe Miguel de Grecia, infante Alfonso de Orleans y don Alfonso de Borbón Dampierre».

Miguel de Grecia y Amadeo de Aosta eran primos de la novia, y el infante Alfonso de Orleans y Alfonso de Borbón Dampierre, tío y primo, respectivamente, de Don Juan Carlos. También firmó el acta el Conde de Barcelona y, por supuesto, el embajador español, como autorizante del documento. Doña Sofía –que figura en ella como «Sofía de Grecia»– tiene como profesión «sus labores» mientras que Don Juan Carlos aparece como «militar». El actual Rey, que entonces tenía 24 años ­–doña Sofía aún no los había cumplido– ya eran marido y mujer. En carroza, volvieron al palacio real griego, mientras un pueblo entregado vitoreaba a los recién casados.

Tras un breve descanso en el Palacio Real, que apenas duró quince minutos, en el que firmaron el acta para el Registro Civil español, los novios volvieron a repetir el cortejo hacia la catedral, esta vez la ortodoxa. Ciento veinte infantes de marina españoles escoltaban el camino hasta la iglesia ortodoxa pues ni para ella ni para el estado griego había sido válido el matrimonio en la catedral católica.

A las doce en punto comenzaba la ceremonia en la catedral metropolitana de la Anunciación de Santa María, la ceremonia que tantos quebraderos de cabeza había dado a los negociadores. Toda la riqueza de la liturgia ortodoxa se vistió de gala para dar mayor brillantez a la ceremonia. A ello contribuyó la mayor  amplitud del edificio, que permitió una más numerosa presencia de invitados. Ofició el anciano –ochenta y cinco años– pero enérgico arzobispo Chrysostomos, primado de Grecia, que esperaba a la novia en el atrio de la iglesia con los Evangelios. La ceremonia resultó un poco larga y muchos invitados recordarán el calor sofocante que hacía y que obligó a Don Juan Carlos a enjugarse el sudor en varios momentos de la celebración. Tras la ceremonia, los Príncipes acudieron de nuevo al Palacio Real.

En él tendrá lugar el banquete pero antes se celebrará la segunda ceremonia civil. En el salón del Trono Juan Carlos y Sofía firmaron su acta matrimonial civil ante el alcalde de Atenas y el Presidente del Consejo de Estado. Actuaron como notarios el primer ministro Constantino Karamanlis, que años después se cargaría la monarquía griega, y el ministro de Justicia, Constantino Papaconstantinou. Esta segunda ceremonia civil, que no existirá para la Prensa española, creaba una duda más que razonable: si la ceremonia ortodoxa era argumentada como necesaria para dar validez civil al matrimonio, ¿qué razón tenía celebrarse esta nueva? Sea como fuere, el hecho es que esta ceremonia tuvo lugar y fue así la cuarta boda de una jornada que ocurrió hace ya cincuenta años.
Reproducido de larazon.es 

DE ATENAS A BOTSUANA


Dos vidas y un destino:
De Atenas a Botsuana

Por Carmen Enríquez
Por los cincuenta años de matrimonio 
de Don Juan Carlos y Doña Sofía
ha transcurrido buena parte
de la historia política de España.
No todo ha sido un paseo de rosas,
pero la monarquía no se acaba
por un accidente de caza.

La primavera empezaba a despuntar en los terrenos del Monte del Pardo cuando los inquilinos recién llegados al Palacete de la Zarzuela iniciaban su vida en común.

Corría el mes de marzo de 1963, diez meses después de la boda de la pareja formada por Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, cuando el matrimonio se podía instalar, al fin, en su propio hogar. En ese tiempo transcurrido desde que se dieron el sí por partida doble en Atenas, en la catedral católica y en la ortodoxa, el matrimonio había disfrutado primero de una larga luna de miel que les llevó a dar la vuelta al mundo.

Pero los últimos meses, el hijo de los Condes de Barcelona y la hija de los Reyes de Grecia –Juanito y Sofía familiarmente– libraron un tenso pulso con los padres de ambos que intentaban que se establecieran o bien en Estoril, cerca de Don Juan y su camarilla monárquica, o bien en Atenas, cerca de los soberanos griegos. La batalla, al final, la ganaron ellos, que rechazaron las propuestas de las dos familias y decidieron vivir en Madrid, donde se involucraron en una tarea prioritaria para ambos y que no era otra que hacer retornar la monarquía a España.


La Zarzuela, un hogar

Aquellos días de marzo, el interior de aquel antiguo pabellón de caza mandado construir en tiempos de los Austrias hervía de frenética actividad. Bajo las órdenes de doña Sofía, un par de ayudantes de Patrimonio y su propio marido organizaron y decoraron aquel inhóspito y austero palacete para transformarlo en un verdadero hogar. Días antes habían llegado varios contenedores desde la capital griega con muebles, vajillas, cristalerías, cortinas, cuadros y tapices y ropa de casa, todos ellos regalos de boda de la Princesa y pertenencias de su familia donadas al matrimonio. Doña Sofía siempre se ha mostrado muy orgullosa de aquel trabajo de decoración de su casa, de la que dice con frecuencia que ella fue la única responsable. Y así es, porque la joven princesa, que se casó por amor y sólo porque estaba enamorada, creó lo que ha sido desde entonces el núcleo de la vida de la Familia Real, el punto de encuentro y centro de referencia en todas las etapas que han transcurrido a lo largo de los últimos cincuenta años.


Porque el Palacio de la Zarzuela no sólo ha sido sólo el escenario de una muy intensa vida familiar. También ha sido el epicentro de la vida política española, sobre todo en los años en los que se urdió un plan para cuando el longevo general Franco muriera y hubiera que transformar un régimen dictatorial y autoritario en un sistema democrático y de plenas libertades públicas.


La familia Franco

La etapa de convivencia de Don Juan Carlos y Doña Sofía con el régimen de Franco fue un tiempo de difíciles y a veces imposibles equilibrios. Los Reyes lo llaman la época en la que «no éramos nadie» porque su papel institucional era nulo, eran una pareja a la espera de algo –la sucesión– que no estaba asegurado, un momento en el que Franco les aconsejó que viajaran por España para que los españoles los conocieran pero sin rango ni representación de ninguna clase. Había que mantener las buenas relaciones con el régimen, pero sin entrar demasiado a fondo en sus entresijos. Puro encaje de bolillos para el representante de una dinastía que era ninguneada e incluso rechazada por los franquistas.

Pronto nacieron los hijos, dos niñas primero, Elena y Cristina, que trajeron una gran alegría a la familia pero que, a efectos sucesorios, dejaban la cuestión abierta y sin resolver. Por ello, la llegada del pequeño Felipe, en enero de 1968, fue recibida con entusiasmo por toda la Familia Real, ya que colmó las exigencias de un heredero varón al posible sucesor de Franco. Su bautizo, con el regreso temporal de la Reina Victoria Eugenia del exilio para asumir junto a su hijo Juan el padrinazgo del pequeño, se convirtió en un acto de reafirmación monárquica.

En julio de 1969, Franco decidió al fin nombrar sucesor a título de Rey a Don Juan Carlos. Un acto en las Cortes, en las que el sucesor tuvo que jurar las leyes del Movimiento, que pareció asegurar el retorno de la monarquía a España el día que el dictador muriera. Sin embargo, la jura de Don Juan Carlos abrió entre él y su padre, el Conde de Barcelona, una brecha que tardó años en cicatrizar si es que alguna vez cerró del todo. Fueron años duros y tensos en los que, a pesar de las apariencias, nada estaba asegurado. Prueba de ello fueron los intentos de desbancar al sucesor, instigados por la familia Franco, para colocar en su puesto a su primo Alfonso de Borbón Dampierre y a su mujer, Carmen Martínez Bordiú, la «nietísima», y fundar así una nueva dinastía de Borbones sin derechos dinásticos y la familia Franco.

Proclamación

Una vez muerto Franco y proclamado rey Don Juan Carlos, comenzó la apasionante aventura de «ser rey de todos los españoles». Una tarea llena de escollos, zancadillas y riesgos que pusieron en peligro los planes de transformar España en un país libre, democrático y miembro de pleno derecho de los organismos internacionales que antes vetaban su presencia. El joven monarca pilotó la transición política española que, todavía hoy, es un modelo a seguir por países de todo el planeta. La Reina fue su más fiel colaboradora.

En 1981, con una nueva Constitución aprobada tres años antes, el sistema sufrió el más duro ataque con el golpe de Estado del 23-F [23 de febrero]. La actuación del Rey paró la intentona golpista y conjuró el riesgo de involución política. Las palabras inequívocas del mensaje real, ordenando a los militares golpistas volver a los cuarteles, catapultó la figura del monarca español a unos niveles de prestigio internacional que le hicieron merecedor de numerosos premios y distinciones. Las universidades más prestigiosas le nombraron doctor honoris causa y galardones como el Carlomagno, el Simón Bolívar, el de la Unesco fueron a parar al monarca español.

El año de España

A pesar de que 1992 no empezó con buen pie para Don Juan Carlos –un accidente de esquí lo tuvo apartado de la vida oficial durante casi cuatro meses–, ese año fue el de la consagración de España como país moderno y avanzado. Los Reyes participaron plenamente en los eventos del 92 –Expo de Sevilla, Juegos Olímpicos de Barcelona, Cumbre Iberoamericana de Madrid– y contribuyeron a proyectar una imagen del país inmejorable. La figura del Príncipe Felipe como abanderado del equipo español y la presencia entusiasta de la Familia Real en todas las pruebas en las que participaban deportistas españoles coincidieron con la obtención masiva de medallas. Alguien atribuyó a los Reyes lo que se denominó el «efecto talismán»: cada vez que Don Juan Carlos estaba entre el público, había medalla para los españoles.

La década de los noventa también fue importante desde el punto de vista familiar. La boda de las Infantas –en Sevilla la de doña Elena y en Barcelona la de doña Cristina– y la llegada de los primeros nietos fueron momentos vividos de forma muy intensa tanto por los Reyes como por los ciudadanos españoles que fueron partícipes de los acontecimientos.

En 2004, la boda del heredero puso fin a las inquietudes surgidas por su prolongada soltería. El Príncipe logró su sueño de casarse por amor, al contraer matrimonio con la periodista Letizia Ortiz, y formar una familia al nacer sus dos hijas, Leonor y Sofía, que han asegurado la sucesión del heredero.


Tiempos difíciles

Los últimos años han estado plagados de episodios difíciles y complicados para los Reyes y sus hijos. La separación y posterior divorcio de la Infanta Elena, los problemas reiterados de salud del Rey que le han llevado cinco veces al quirófano en los dos años recientes, la actuación poco ejemplar de Iñaki Urdangarín en su actividad empresarial y el accidente de Don Juan Carlos en Botsuana que le llevó a pedir disculpas públicamente, han enturbiado la trayectoria de la Corona en España. Pese a todo y frente a los rumores de enfriamiento de la relación de Don Juan Carlos y Doña Sofía, los Reyes siguen al frente de una institución que ha funcionado de forma modélica en España. Su espíritu de servicio a los ciudadanos españoles está por encima de cualquier otra consideración y siguen desempeñando su tarea con la misma fe y dedicación que hace 50 años, cuando decidieron unir sus vidas para siempre tras contraer matrimonio en Atenas.

Reproducido de larazon.es