26 de septiembre de 2011

¿CON QUIÉN SE CASA LA DUQUESA DE ALBA?

¿Con quién se casa la duquesa de Alba?

Jesús Ruíz Mantilla
El País, España

Madrugador, cinéfilo y admirador de Cayetana Fitz-James desde antes de conocerla hace 30 años.- Alfonso Díez afronta el papel de Duque de Alba con la oposición de la familia de su futura esposa.- Así es la vida de este jefe de negociado que entra en la aristocracia.

 Cuentan los íntimos de Alfonso Díez Caraban­­tes que siempre ha admirado a Ava Gardner, Elizabeth Taylor y Cayetana de Alba."¿La duquesa?", le preguntaban una vez acababa de esgrimir la lista. "¿Por qué?". "Porque siempre ha hecho lo que le ha dado la gana", solía responder. Las otras dos han sido sus amores platónicos. Muy loables y lógicos en quien se confiesa un loco del cine. La admiración por la aristócrata española, en cambio, viene de lejos y por conocimiento propio.

Fue cuando se topó con ella hace más de 30 años en el palacio de Liria. Entonces visitaba la mansión del centro de Madrid con su hermano Pedro, Pedrusco, para los íntimos, amigo del entonces duque de Alba, Jesús Aguirre, segundo marido de Cayetana. Allí, entre tizianos, goyas, rubens y otros cuadros de Velázquez, documentos manuscritos de Colón, el testamento original de Fernando el Católico, primeras ediciones de El Quijote, cortinones y escudos de armas de los más de 70 títulos que ostenta la Casa, un mobiliario de quitar el hipo a cualquier dueño de anticuario -como es su hermano, propietario de uno en la madrileña calle de Zurbano-, apareció ella para saludar, majestuosa, libre y simpática, pero distante.

Desde entonces, Alfonso, hermano pequeño de Pedrusco, quedó impactado por esa mujer que le saca 25 años, mitad carne y hueso, mitad personaje, que ha poblado las revistas del corazón y el meollo del cotilleo en pantallas de plasma desde la era franquista hasta los tiempos apocalípticos posteriores a la caída de Lehman Brothers. Un clásico.

Sus vidas desde entonces permanecieron atadas a sus propios destinos sin sospechar por un momento que volverían a cruzarse. Ella ha llegado hasta los 85 pasando temporadas en cualquiera de sus palacios repartidos por toda la geografía española, de San Sebastián a Sevilla, con escalas en Ibiza, ocupada de sus seis hijos con sus yernos, sus nueras, sus respectivos divorcios, paseos en calesa por la feria y tardes de toros con abanico para contemplar a su ídolo Curro Romero o a su protegido y exmarido de su hija Eugenia, Fran Rivera.

Él, en cambio, hasta los 60 cumpliendo con su fama de funcionario madrugador -llega a las 7.30 a la oficina, el primero-, ocupado en su puesto de jefe de negociado -nivel 18, unos 1.500 euros al mes- adscrito al área de formación y acción social de la Subdirección General de Recursos Humanos y Materiales del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS).

Es decir, que mientras ella acudía a cócteles y recepciones con los reyes o recibía en Liria a toreros y bailarines con ganas de mezclarse entre el ramillete de grandes de España que la rodean, Alfonso Díez vivía pendiente de que las listas del aula que poblaban quienes se apuntaban en tromba a los nuevos cursos de informática para aprender nuevos sistemas operativos de la Administración del Estado cubrieran todas las plazas.

Una vida gris, con perspectiva gris, que adornaba con sueños de grandeza muy alejados de sus posibilidades para un miembro de una familia palentina de ocho hermanos con padre militar.

Díez evadía o esquivaba la rutina cotidiana en la cafetería del instituto donde diariamente desayuna. Bien leyendo el periódico -Abc o La Razón, para más señas, como buen votante del PP, discutiendo asuntos en boga como el matrimonio gay, del que se mostraba a favor, aunque con reservas, o entretenido en chascarrillos con los compañeros.

Allí cae muy bien. Tiene fama de ser atento, besucón, y destacan que siempre anda entregándose al vicio casi diario del cine en versión original. En el cine confió y el cine cambió su vida.

Fue una buena tarde en la que se tropezó por la plaza de los Cubos de Madrid con una de sus tres musas. La duquesa de Alba acudió a ver una película y allí estaba él. Por los viejos tiempos, le propuso una cita.

A partir de ahí, la Casa de Alba comenzó esa guerra de comunicados plagados de eufemismos en los que el público ha pasado de definiciones como "entrañable amistad" a noviazgo y anuncio de boda.

En medio, se desató una guerra familiar similar al hundimiento del Titanic. Los hijos esgrimían partes médicos con isquemia cerebral e hidrocefalia. Ella se enfadaba -"Si se separan más que yo", clamaba- y se ponía el mundo por montera hasta que se ha salido con la suya previa petición de consejo a los Reyes.

Pero antes ha repartido la herencia a seda, en el caso de sus hijos Cayetano, Carlos y Eugenia, y cuchillo, si nos atenemos a las fincas rústicas que le han tocado en el reparto a Jacobo.

Pero lo que resulta indiscutible es que en ambos se ha obrado una poderosa transformación. Cayetana, en dos años, de la silla de ruedas ha pasado a estirarse con su discreto monedero por los mercadillos hippies de Ibiza del brazo de su amiga Carmen Tello o de su hija y a viajar con su buen mozo recalando en sus posesiones y durmiendo, dicen sus allegados, en habitaciones separadas.

De la voz de pajarillo, la duquesa ha pasado a la contundencia de los mensajes esgrimidos en directo por programas de cuché catódico en los que no se ha privado de insultar a Inka Martí -"Mala y envidiosa", ha dicho-, la esposa de su hijo el conde de Siruela, editor intelectual de la familia.

Mientras, los compañeros de trabajo de Díez han comprobado cómo él ha dejado de acudir caminando, medio encorvado y a veces con barba de tres o cuatro días a su puesto, al tiempo que ha admitido hacerse la cirugía en la nariz y no tanto aplicarse bótox, hasta el punto de que a algún compañero que se lo ha preguntado le ha retirado el saludo.

De vivir preocupado por asuntos domésticos ha pasado a intentar quedar como un príncipe en los concursos de hípica. De pasar desapercibido en la calle, a saludar como el Papa a los curiosos que le vitorean ahora junto a la duquesa al salir de rezarle al Cristo de los Gitanos en Sevilla. De andar preocupado por qué les sirve y cómo adorna el ambiente -velas sí o velas no- en una cena a unos amigos de Salamanca, a la puntillosa lista de invitados a la boda. Ese papel exclusivo y limitado no deja de pasmar a quienes le conocen bien. Para sorpresa de sus allegados ha elegido como madrina a Carmen Tello y no a su hermana mayor.

Otro mundo, otra dimensión. Él se escora. "Está perdiendo el Norte", dicen en sus antiguos entornos. Muchos temen que le ocurra algo similar a lo que le pasó a Aguirre al final de su vida. Algo que Jacobo Siruela resumió muy bien cuando el duque -salido de jesuita e intelectual y editor de referencia en la Transición- sufrió en sus últimos años encerrado en Liria. Una tremenda soledad. "Ha muerto de pena", llegó a decir su hijastro.

Es algo que pasa a quienes tratan de adentrarse en el círculo. "La aristocracia es como una pecera. Respiran por los bronquios desde que nacen y quien no sabe se ahoga", comenta Manuel Vicent, autor de la brillante biografía del duque que ha puesto de los nervios a Cayetana: Aguirre, el magnífico (Alfaguara).

Entretanto, Alfonso Díez también ha cambiado de actitud. Ahora lleva otro porte. Besa menos. Y toma café con funcionarios deslumbrados por su notoriedad, algunos de los cuales coleccionan todos los ejemplares de ¡Hola! en los que aparece. Son quienes han entrado en el club de los elegidos. Por lo pronto, se ha ganado un sueldo vitalicio de 2.000 euros al mes, alguna exclusiva que puede aparecer antes de la boda, ya que Nati Abascal -colaboradora de la revista del glamour ibérico por excelencia- le tiene frito a regalos. Poco más. Si por algo se ha hecho el reparto de la herencia ?valorada entre 600 y 3.000 millones de euros por la cantidad de bienes inmuebles que poseen? ha sido por mantenerle al margen.

Una vez que la duquesa se ha salido con la suya, amenaza con hacer rodar cabezas a quien no se pliegue a su decisión. Todos firmes en la boda. Mientras, Díez, que presumiblemente pedirá una excedencia, tiene planeado, según sus amigos, escribir algún día un libro sobre su nueva etapa.

También le hace ilusión pasar a la historia como el marido que llamaba "porcelanita" a su novia octogenaria. Y saluda a la salida del trabajo a los medios de comunicación con una sonrisa enigmática mientras deja que el responsable del INSS, en vez de hablar de pensiones contributivas o no contributivas, con la que está cayendo, aproveche los canutazos para comentar las virtudes laborales del novio como en un plano secuencia que jamás se les habría ocurrido a Azcona y Berlanga por poco creíble.

La pregunta que corre de boca en boca estos días en su trabajo es la siguiente: ¿quién montará el Belén? Alfonso Díez, tan amante de los detalles, el ambiente hogareño y tan religioso, se encargaba cada año de poner el nacimiento. Lo que está claro es que el turrón se lo tomará rodeado de oropeles.

Reproducido de El País, Madrid

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FRASE DE SABIDURIA


Los tímidos tienen miedo antes del peligro; los cobardes, durante el mismo; los valientes, después. 
- Johann Paul 1763-1825. Seudónimo de Johann Paul Friedrich Richter. Escritor y humorista alemán.

"GOYA" CUMPLE 75 AÑOS


“Goya” cumple 75 años


La compañía de alimentos más grande del país,[EEUU], creada y mantenida por hispanos es Goya. La bien ganada fama de sus productos se remonta a los primeros años de la fundación, allá por los 30 del siglo XX, cuando el señor Prudencio Unanue y su esposa Carolina buscando alternativas para sostener a la familia, decidieron incursionar en el comercio de alimentos.

Desde el principio, según cuentan los descendientes, en manos de quienes marcha la gigante y solvente empresa, la calidad ha sido premisa de este negocio, pero también, el interés en desarrollarse y expandir las fronteras hacia otros mercados.

Precisamente en función de este objetivo, por estos días, coincidiendo con las celebraciones por el aniversario 75 de Goya, un nuevo almacén y centro de distribución, ubicado en el Doral, con $338,000 pies cuadrados y a un costo de $44 millones de dólares, se alista para ser inaugurado por el personal de Goya Foods of Florida.

La instalación, ubicada en el 13300 de la calle 25 del noroeste, ocupa 26 acres de tierra, 14 de ellos utilizados en la edificación.

Es un inmueble con protección anti huracanes, según comentó el director de operaciones del centro, Luis Benítez. Tiene capacidad para resistir vientos de 150 millas por horas y cuenta con generadores que a falta de corriente eléctrica, pudieran mantener en funcionamiento las líneas de producción y la refrigeración de los almacenes por el tiempo que fuera necesario.

La gigantesca nave se construyó en 18 meses y fue diseñada por ingenieros locales.

En estos momentos, cuando aún no están operando a plena capacidad, están envasando unas 4000 cajas diarias con 24 paquetes de frijoles de 14 onzas en dos líneas de producción que serán ampliadas próximamente.

Con este nuevo centro distribuidor cuyo corte de cinta oficial está previsto para el 26 de octubre, Goya Foods of Florida, además de ampliar su capacidad de producir y almacenar, también crecerá en cuanto a la posibilidad de oferta de empleo.

El vistoso inmueble construido con un estilo arquitectónico monumental y moderno combina en su estructura el uso del concreto con el metal y los cristales de manera que el filtrado de la luz natural propicia una gran claridad en los ambiente.

El centro de control de despacho de camiones que traen o llevan la mercancía, está operado en su totalidad con moderna tecnología. Además del espacio de oficinas corporativas, los almacenes, el centro de refrigeración y las líneas de producción, instalaron una cocina habilitada con todo tipo de enseres con los cuales se preparan degustaciones de los nuevos productos, así como una tienda en la cual como parte de los beneficios dispuestos para los empleados, se venden los productos Goya a precios preferenciales.

El crecimiento económico de Goya en medio de la recesión, su presidente en Florida, Frank Unanue, lo atribuye a que en períodos de crisis las personas suelen permanecer más en sus casas y organizar eventos familiares.

“Para estos casos, la cada vez más amplia y variada oferta de nuestros productos es una opción de preferencia que por supuesto agradecemos”.

Reproducido del Diario Las Américas, Miami.

25 de septiembre de 2011

NADA SERIO: LA ONDA VERDE



La onda verde

En la fila del supermercado, el cajero le dijo a una señora mayor que debería traer su propia bolsa de compras ya que las bolsas plásticas no eran buenas para el medio ambiente. La señora pidió disculpas y explicó: «Es que no había esta onda verde en mis tiempos.»

El empleado, algo rudamente, le contestó: «Ese es nuestro problema ahora. Su generación no tuvo suficiente cuidado para preservar nuestro medio ambiente.»

Tiene razón, le replicó la señora,  «nuestra generación no tenía esa onda verde en esos tiempos...

... en aquel entonces, las botellas de leche, las botellas de gaseosas y las de cerveza se devolvían a la tienda. La tienda las enviaba de nuevo a la planta para ser lavadas y esterilizadas antes de llenarlas de nuevo, de manera que podían usar las mismas botellas una y otra vez. Así, realmente las reciclaban...

Pero no teníamos onda verde en nuestros tiempos...

...subíamos las gradas, porque no había escaleras mecánicas en cada comercio y oficina. Caminábamos al almacén en lugar de montar en nuestro vehículo de 300 caballos de fuerza cada vez que necesitábamos recorrer dos cuadras...

Pero tiene razón. No teníamos la onda verde en nuestros días...

...Por entonces, lavábamos los pañales de los bebés porque no había desechables. Secábamos la ropa en tendederos, no en esas máquinas consumidoras de energía sacudiéndose a 220 voltios -- la energía solar y eólica secaban verdaderamente nuestra ropa. Los chicos usaban la ropa de sus hermanos mayores, no siempre modelitos nuevos...

Pero este señor está en lo cierto: no teníamos una onda verde en nuestros días...

...en ese entonces teníamos una televisión o radio, en la casa -- no un televisor en cada habitación. Y la TV tenía una pantallita del tamaño de un pañuelo (¿se acuerdan?), no una pantallota del tamaño de un estadio. En la cocina, molíamos y batíamos a mano, porque no había máquinas eléctricas que lo hicieran todo por nosotros. Cuando empacábamos algo frágil para enviarlo por correo, usábamos periódicos arrugados para protegerlo, no plastoformos o bolitas plásticas. En esos tiempos no encendíamos un motor y quemábamos gasolina sólo para cortar el pasto. Usábamos una podadora que funcionaba a músculo. Hacíamos ejercicio trabajando, así que no necesitábamos ir a un gimnasio para correr sobre pistas mecánicas que funcionan con electricidad...

Pero él está en lo cierto: no había en esos tiempos una onda verde...

...bebíamos de una fuente cuando teníamos sed, en lugar de usar vasitos o botellas plásticos cada vez que teníamos que tomar agua. Recargábamos las pluma-fuentes con tinta, en lugar de comprar una nueva, y cambiábamos las hojillas de afeitar en vez de echar a la basura toda la afeitadora sólo porque la hoja perdió su filo...

Pero no teníamos una onda verde por entonces...

...en aquellos tiempos, la gente tomaba el tranvía o un ómnibus y los chicos iban en sus bicicletas a la escuela o caminaban, en lugar de usar a la mamá como un servicio de taxi de 24 horas.

...teníamos un enchufe en cada habitación, no un banco de enchufes para alimentar una docena de artefactos. Y no necesitábamos un aparato electrónico para recibir señales de satélites a kilómetros de distancia en el espacio para encontrar la pizzería más próxima...

Así que ¿no les parece insoportable que la actual generación esté lamentándose cuán botarates éramos los viejos por no tener esta onda verde en nuestros tiempos?

(Envíele esto a otra persona mayor a la que piense que le hace falta una lección sobre conservación de parte de algún engreído).

Autor desconocido. Circula  en correos electrónicos.
Recibido en sendos mensajes de Lydia Aguirre y Juan Arrabal
Ilustración: http://www.casasycosastandil.com.ar

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EL DOLOR DEL DESTIERRO




EL  DOLOR DEL DESTIERRO

 
Aunque la separacion ha sido larga hasta alli he llegado a cada amanecer.
...si yo no he salido tan lejos!

Por: Maria Teresa Villaverde Trujillo
ashiningworld@cox.net

 Autor: Agustin Tamargo  


...Los destierros -así se llamaba bellamente antes a lo que ahora se llama exilio- son siempre dolorosos. Desterrarse es perder la tierra propia, flotar en suelo extraño, dejar de respirar el aire que se respiró  desde el nacer. Una experiencia trágica, que sólo conoce el que la padece,  un modo de orfandad. La siente la planta trasplantada aunque no lo puede  decir, la siente el tigre en su jaula del zoológico. Ambos, la planta y el  tigre, siguen viviendo, pero esa ya no es vida, porque en ese existir falta el hálito de la autenticidad. Cuando el desterrado no es una planta  ni una bestia sino un hombre la tortura es peor, agónica, indefinible.  Porque el suelo que no puede tocarse con las manos se lleva dentro del  pecho y entonces ya no es un suelo sino dolor.
El desterrado verdadero no  vive, sobrevive, aferrado a una esperanza que le da vueltas y más vueltas  dentro de la cabeza. A un republicano español exilado en Buenos Aires le preguntó al regreso un periodista de Madrid: ¿Y cuántos años hace que  usted se fue de aquí? Y el exilado respondió: ¿Irme, hijo? ¡Pero si yo  nunca me he ido!
Los hijos levantiscos de los españoles que somos los  cubanos [como yo que soy hija de asturiano, -dice María Teresa y ahora también comprendo yo], entendimos muy bien a aquel español. Lo entendimos entonces y lo  entendemos mejor hoy, cuando nosotros ingresamos en esa trágica familia de  los perseguidos por sus ideas, por sus lealtades y por su amor. La  patria que deja el emigrante es una, la patria de la que arrojan por la fuerza al desterrado es otra. Aquel puede volver, este  no. Y en ese no poder volver, en ese dar con la cabeza todos los días  contra el muro de la nostalgia, el desterrado busca un consuelo, y lo  halla. Ese consuelo es el mundo de recuerdos y añoranzas que  llena su hálito vital, es el embellecimiento mental de todo lo que vivió, o leyó, o presenció.
Cuando la memoria no le basta, el desterrado busca  libros, películas, discos, cartas, todo tipo de documento que pueda  ponerle delante la tierra natal a la que no le permiten volver. Es un modo  de resurrección, una reconstrucción mental de lo que en su día fue  natural. Una manera de no morir.
Los que llevamos en el  destierro muchos, muchos años, ahora es que entendemos lo que habrán sufrido los desterrados cubanos del siglo XIX en el que Cuba estaba convertida de tierra de todos en feudo de pocos, de ámbito histórico en  que se oían muchas voces en sombrío cautiverio en el que se oía la voz de  uno solo, tal como sucede hoy. El destierro actual es más largo  que todos los anteriores y es, desde luego, el peor porque ha sido  impuesto por el hermano contra el hermano. Tan largo ha sido que se juntan en el los hijos de por lo menos tres generaciones. La del treinta, la del  cincuenta y la del ochenta, para simplificarlas. Unos añoran unas cosas,  otros cosas distintas, a veces las contrarias.
El desterrado viejo conoció las persecuciones pero conoció también la pluralidad de la libertad verdadera, la civilizada madurez del que sabe que la razón no la  tiene nunca uno solo sino que la tienen entre todos. El desterrado nuevo no conoció nunca la libertad, sino la opresión, no vio nunca la  justicia sino una igualdad de nombre bajo la que se ocultaban las más  miserables desigualdades y privilegios. El desterrado viejo sabe  que la patria tiene que estar siempre por encima de los hombres y los  partidos, y guarda devoción a figuras, instituciones, leyes y costumbres  que estaban más allá de las diferencias políticas temporales. El  desterrado nuevo, a quien se le ha ocultado cuanto existía antes de nacer él, cree lo que le han enseñado, que todo es bueno o malo, y que bueno es  el que manda y malo el que no se deja mandar.
Esa atmósfera de  falsificación, ese turbio clima que consiste en rechazar lo que no se conoce,  en menos palabras: esa ignorancia de lo que Cuba fue antes del primero de enero de 1959 es el fantasma que más me asusta a mí de nuestro futuro. Es  la execrable manigua que yo creo que hay que chapear todos los días para que el campo quede limpio y fértil para ese mañana cercano en que  tendremos que recomenzar la siembra.
Sí. Los destierros, mundo temporal, hijos de otro mundo permanente, son siempre escuelas donde se  aprende pero también se sufre. El de los cubanos no ha de durar ya mucho, creo yo. Y los que nunca hemos perdido la fe en Cuba, no en sus riquezas materiales sino en sus hombres verdaderos, mantenemos en alto el  gallardete de la fe. 
Una nueva Cuba va a nacer otra vez de  las cenizas de la Cuba vieja cuyos detritus deja por todas partes el  castrismo. Más golpeada, más asustada, más miedosa. Pero más madura también. Porque solo el dolor y la pócima amarga de la verdad son los que  hacen adultos a los hombres. Y el destierro al final es eso: una  escuela.

Una escuela donde todos volvimos a nacer pero crecimos en forma distinta.
-Maria Teresa Villaverde Trujillo-
Septiembre 24, 2011


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