11 de septiembre de 2011

AQUELLA MAÑANA DE SEPTIEMBRE


Aquella mañana de septiembre

 
Luis de la Corte Ibáñez

Aquella mañana de septiembre, lo recordamos bien, el skyeline de Nueva York se recortaba nítido sobre un cielo limpio y claro. Pero algo estaba a punto de suceder, algo cuyo inicio real databa de unos cuantos años atrás. 

En 1996 Khalid Sheik Mohamed, un kuwaití con pasaporte de Pakistán, veterano de la guerra entre afganos y soviéticos, llegó a las montañas de Tora Bora, situadas al este de Afganistán. Mohamed acudía a entrevistarse con Osama Bin Laden, un carismático agitador extremista de origen saudí que también había contribuido en su día a la lucha de los muyahidines afganos contra la Unión Soviética. 

Por aquel entonces el nombre de Osama empezaba a sonar con fuerza en las agencias de seguridad e inteligencia occidentales por haberse convertido en emir de Al Qaida, una organización terrorista que él mismo y otros líderes del islamismo sunní más radical habían fundado en agosto de 1988 en Peshawar (Pakistán). Ideada con el propósito de lanzar un yihad (más o menos “guerra santa”) de alcance mundial contra todos los enemigos del islam, los pilares ideológicos, los recursos y la red de militantes y grupos colaboradores de Al Qaida se habían ido fraguando en años anteriores en diversos países hasta encontrar una base segura en territorio afgano, donde Bin Laden acabó instalándose, también en 1996. 

Conociendo su obsesión por atacar intereses estadounidenses, Khalid Sheik Mohamed había acudido a Tora Bora para proponerle a Bin Laden un proyecto de atentado terrorista múltiple, parecido al que había tratado de llevar previamente a término y sin éxito en Filipinas, justo un año antes. El plan expuesto entrañaba una ambición que parecía desmedida: se trataba de secuestrar diez aviones en vuelo a fin de estrellar nueve de ellos contra diversos edificios ubicados en suelo estadounidense, incluida una central nuclear. El décimo avión sería llevado a un lugar seguro para sus captores y una vez aterrizado el propio Mohamed ofrecería una rueda de prensa para justificar sus ataques como respuesta a las incontables injusticias perpetradas por Estados Unidos en todo el mundo y en particular contra el mundo musulmán. Sin duda, un proyecto brutal y muy complicado.

No obstante, en abril de 1999 Bin Laden convocó a Mohamed para comunicarle que su plan sería apoyado por la organización, aunque con alteraciones significativas en cuanto al número y la naturaleza de sus objetivos. A continuación, Mohamed y el jefe militar de Al Qaida activaron dos equipos. Entre principios del año 2000 y el verano de 2001 diecinueve individuos árabes, en su mayoría saudíes, fueron entrando en Estados Unidos. Todos habían pasado por Faruq, uno de los campos de entrenamiento para terroristas que Al Qaida regentaba en Afganistán, y todos habían pedido participar en una misión de martirio. 

Nada más llegar a suelo norteamericano cinco de ellos se apuntaron a academias de vuelo, cuatro para aprender a pilotar aviones, otro para refrescar lo aprendido con antelación. Uno de aquellos cuatro aprendices, el francés de origen marroquí Zacarías Moussaui fue detenido en julio de 2001 en Minneapolis, tras llamar la atención de sus instructores de vuelo que no comprendían porque su cliente se negaba cerrilmente a practicar aterrizajes. 

También en julio de 2001 el líder de uno los equipos, un ingeniero egipcio llamado Mohamed Atta, se desplazó fugazmente a España para reunirse en un hotel de Reus con otro miembro de Al Qaida, Ramzi Binalshibh, con quien intercambió informaciones sobre los preparativos y últimos detalles de la denominada “operación con aviones”. Y finalmente, el 11 de septiembre de 2001 los diecinueve terroristas subieron a cuatro aviones comerciales como pasajeros corrientes. Pocos minutos después del despegue y usando pequeños cuchillos y varios cuters tomaban el control de los vuelos y se desviaron de la ruta establecida. 

Como reflejaron las imágenes de televisión, con escenas propias de filmes de ficción, dos aviones ocupados por 92 y 65 personas se empotraron consecutivamente contra la torre norte y sur del World Trade Center de Nueva York, causando el derrumbe de ambos rascacielos y provocando la muerte a casi 2.700 personas. Minutos después otro avión comercial con 64 pasajeros a bordo era estrellado contra el Pentágono donde otras 125 víctimas perdieron su vida. 

Y más o menos una hora después del primer choque los 43 ocupantes del cuarto avión secuestrado morían al caer en una zona rural de Pensilvania. En este caso la resistencia opuesta por algunos pasajeros frustró el objetivo de impactar contra el Capitolio. En total, cerca de 3.000 personas murieron con violencia en aquella mañana de septiembre. Y por primera vez el territorio de Estados Unidos había sido alcanzado por el ataque de un enemigo extranjero. En los días, semanas y meses siguientes nadie se atrevía a asegurar que a los ataques del día 11 no siguieran otros de igual o mayor magnitud. Aquel día el terrorismo cumplió su propósito esencial: intimidar, inquietar, aterrorizar y atizar conflictos. 

A día de hoy son muchos los que aducen que la amenaza revelada por el 11-S fue probablemente exagerada (de manera espontánea o deliberada) o que, en todo caso, hace tiempo que perdió buena parte de su gravedad. Lo segundo parece cierto. Y sobre lo primero se puede discutir. 

Pero nadie puede negar que lo ocurrido aquella mañana de septiembre condicionaría en gran medida la siguiente década. Guste o no guste la palabra, aquella mañana de septiembre el mundo alumbró una nueva “guerra”, y no sólo porque la declarase el presidente de la nación más poderosa del mundo, como efectivamente hizo George W. Bush, sino por voluntad de un grupo de fanáticos barbudos que decían hablar en nombre de la religión más extendida del planeta.

Lo que vino después es conocido. Estados Unidos ha conseguido evitar otro 11-S (al menos hasta la fecha), al igual que muchos atentados han sido frustrados y muchos terroristas (incluido Bin Laden) han sido neutralizados en todo el mundo. Por último, Al Qaida no es ni sombra de lo que fue. Pero no todo ha ido bien porque las guerras (incluso las que es legítimo o necesario librar) son, por su propia naturaleza, destructivas en múltiples sentidos. El terrorismo yihadista ha seguido y seguirá produciendo terror, inestabilidad y muerte. 

El equilibrio entre seguridad y libertad se vio alterado. Se cometieron actos infames y se tergiversó la realidad en nombre de causas y valores nobles. Se produjeron numerosos y graves daños colaterales (inevitables hasta en la guerra más justa). Y dos países fueron invadidos. Uno (Afganistán) con mucha mayor necesidad que el otro (Irak) aunque en ambos casos hoy no se sepa bien qué hacer con ellos. Son, entre otras, algunas de las secuelas desencadenadas tras aquella mañana de septiembre. 


Reproducido de elimparcial.es


 Para hacer un comentario pincha sobre COMENTARIOS

OBITUARIO: P. MIGUEL ÁNGEL LOREDO

.

P. Miguel Ángel Loredo +   

Por Carlos Cabezas

Ayer sábado 10 de septiembre  marchó a la Casa del Padre nuestro querido P. Miguel Ángel Loredo o.f.m. Posiblemente muchos ya lo saben porque la noticia se ha diseminado como pólvora, debido a la preocupación que hemos tenido por su larga enfermedad y solidaridad cristiana ante tanto dolor que ha padecido.

Pensando en Miguel Angel no puedo separar el sufrimiento de su vida. Una persona tan inteligente y sensible a todas las manifestaciones artísticas como él, sabía muy bien el matiz que Dios le pidió en la vivencia de su vocación sacerdotal. Jesús fue el cordero inmaculado sacrificado, ¿quién me niega que al P. Loredo no le pasó igual?

El “pobrecillo de Asís” no encontró mejor discípulo que Miguel Ángel, un fiel reflejo de tantos franciscanos buenos que he conocido y me han impactado. Nuestro querido fraile tenía una visión del Rey David que para mi era como un reflejo de sus vivencias humanas, llenas de triunfos y virtudes, como de fracasos y pecados.

Sé que en estos momentos todos tenemos presentes su vida, sacerdocio, prisión, regreso a la libertad, exilio y lucha frontal de Miguel Ángel por el mundo entero, denunciando constantemente con estoicismo las violaciones a los derechos humanos. Para unos fue un ejemplo acogido con pasividad, para otros un ideal a seguir que como acicate nos deja inquietos.

Pero en definitiva fue un sacerdote que se entregó en oblación y que amó tanto a Cuba y a su Iglesia, que ese amor lo llevó a señalarnos el camino por el cual creía que debíamos andar, empedrado y lleno de espinas, pero ante el cual sus sandalias franciscanas nunca retrocedieron.

“Sufrí por la Iglesia, en la Iglesia y de la Iglesia”, repetía a quien le escuchaba, pero hoy el Padre le dijo frente a frente: “Siervo bueno y fiel pasa al banquete de tu Señor”.

Descanse en paz, P. Miguel Angel Loredo.


Para escribir un comentario pulsa sobre COMENTARIOS

BOLA DE NIEVE




Bola de Nieve: Yo soy la canción 

Por Deny Extremera

Ignacio Jacinto Villa nació en la ultramarina villa habanera de Guanabacoa -de una tradición musical de altura-, cuna de Rita Montaner y del propio Lecuona. 

La madre, dicen las crónicas, era negra de budeque, es decir, mujer fértil y florida, que dio a luz trece hijos. Criada por congos y carabalíes, tenía en sí la gracia de la tradición oral, el ánimo de bailadora empedernida en jolgorios hasta el amanecer, lo mismo en fiestas de vecindad que en improvisados toques de rumba con palos y latas, talentosa lo mismo para la mejor rumba de cajón que para un toque de Yemayá, educada por el padre, ñáñigo y capataz de los muelles, entre congos, carabalíes, comparsas de diablitos bailarines y salidas de cabildos...En ese ambiente de danzas ancestrales, de babalaos y fiestas del bembé fue creciendo el futuro Bola de Nieve.

Su tía abuela lo matriculó en la academia municipal. Se llamaba Mamaquina y decía que tenía que ser artista, según su adivinación. Gracias a ella inició primeros estudios en una escuelita particular y, también alentado por ella, a los 12 años comenzó clases de solfeo y teoría musical. Primero pensaron en la flauta, que resultaba de fácil entrada en cualquier conjunto y resolvía necesidades, luego en la mandolina, pero el piano decidió su destino. 

  "...nunca tuve el plan de iniciarme para vivir del arte. En eso tuve la suerte de conocer a una de nuestras más relevantes figuras del teatro en aquella época. Se llamaba Rita Montaner"...Y, según contaba Ignacio, a Rita Montaner le hizo gracia verlo rapado y tan negro, y en público lo llamó Bola de Nieve. A la gente presente le gustó el apodo y fue suficiente para perpetuarlo.   

 Una noche que Rita faltaba, lo empujaron al escenario y le dijeron: "¿por qué no haces para el público eso que haces para jugar y divertirnos?. Aturdido, nervioso, sin saber qué hacer, cantó "Vito Manué, tú no sabe inglé", de Eliseo Grenet y Nicolás Guillén. El resultado fue la ovación cerrada de más de cuatro mil personas que llenaban el Politeama de México. El Bola afirmaba que México era su segunda patria, porque esa noche nació por segunda vez. Tenía entonces 22 años. Corría 1933 y aunque era popular en tierra azteca, nadie le conocía en Cuba.

 Vestido de impecable etiqueta, elegante, Bola de Nieve expresó el espíritu de la música popular cubana. En pianos de cola, en fastuosas salas de concierto, siempre salían de sus manos sobre el teclado, y de su voz, los aires del cajón sonado en las calles de su Guanabacoa natal. 

El Bola no creó, sino que fue él mismo, un estilo único, tal vez irrepetible. Llevaba en sí esencias ancestrales que fundió en una expresión singular. Su voz, su manera de tocar el piano, sus gestos teatrales y su forma de interpretar las creaciones propias o de autores nacionales y extranjeros le dieron un sello atractivo y original que llevó por todo el planeta. Por todas partes anduvo más de una vez, y siempre le pedían que regresara.

Y en cuántos lugares estuvo... Desde su debut en México de los años treinta, paseó sus simpatías y su arte por Buenos Aires, donde, de la mano de Lecuona (pertenecía a la compañía del gran músico), compartió en 1936 con Esther Borja; Santiago de Chile, Montreal,  Lima (cuna de Chabuca Granda, de quien interpretaba magistralmente Flor de Canela); Bogotá; Caracas (en Maracaibo se abraza con Libertad Lamarque); Río de Janeiro (donde gana el acento brasileño en las sambas de Ary Barroso o en los cantos marineros de Dourival Caymi)...Estados Unidos, donde deja su huella y una constelación de aplausos en el Hall de la Fama, el Carnegie Hall de New York (donde lo llamaron nueve veces a escenario y el New York Times lo comparó con luminarias como Nat King Cole y Maurice Chevalier), en la Academy of Music de Filadelfia...Allí, el tenor Paul Robenson lo oye en Café Society y le retribuye cantándole en el camerino...

En Europa, el Bola se hace conocido en París, Cannes, Niza, Florencia, Copenhague, Milán...«Un día tenía un hambre de tres varas y media y hacía cualquier cosa...canté en italiano, bromeando. Me contrataron para Eurovisión y me cansé de volar entre Milán y Roma»...  Moscú, Leningrado, Praga, Sofía, Bucarest... Y también Asia: Beijing, Pyongyang...

Edith Piaf se sorprendía porque nadie podía interpretar como él su canción La vie en Rose, y Andrés Segovia afirmaba que escucharlo era como asistir al nacimiento de la palabra y la música. Sobre sus composiciones también llovieron los elogios, pero son composiciones que sólo él podía y podría cantar, en una extraña y subyugante simbiosis.

Cantó vestido de frac, a risa suelta. Cantaba a su antojo, moldeaba la canción entre las ventanas de su diálogo, sus inflexiones y su voz ronca (de «vendedor de duraznos y ciruelas», como solía decir), y siempre dejaba una nota irónica y humana. Cantó sin voz, arrancando aplausos, en idiomas de cuatro continentes. Con su desmesurada sonrisa, rompió el empaque de la gala teatral. Impuso una expresión que envolvía hiriente sátira, inocente bonhomía...La amabilidad del gesto y la sonrisa, la elegancia impecable, la media voz y las melódicas armonizaciones sobre la tosca figura, el timbre áspero y la vitalidad agreste de los ritmos criollos fascinaron a todos aquellos quienes apreciaron su arte.

El asma y la diabetes lo acechaban.  Al propio tiempo estaba entusiasmado con un homenaje que le preparaban en Perú Chabuca Granda y otros amigos y admiradores  Partió entonces a México, escala hacia Lima, y allí murió a las 5 de la madrugada del 2 de octubre de 1971. Fallecía, curiosamente, en la misma ciudad en que había nacido para el mundo del arte como Bola de Nieve. 

Habia nacido un día como hoy, hace cien años, el 11 de septiembre de 1911. 

Editado de un artículo de Deny Extremera

"Chivo que rompe tambó" interpretado por Bola de Nieve en Youtube:

  
Para hacer un comentario pincha sobre COMENTARIOS

REFLEXIÓN; EL DOMINGO DEL PERDÓN




El Domingo del Perdón
Cuánto cuesta, Señor,
ofrecer el perdón, cuando en recompensa,
se recibe el silencio o la mofa.

Sentirse cristiano y, mirarse a uno mismo,
comprobando que la misericordia
la derramo con cuenta gotas;
a quien quiero, a quien más quiero
y cuando yo quiero.

Qué difícil es perdonar y cuánto cuesta, Señor,
sabiendo que mi corazón,
no es tan grande como el tuyo:
siempre dispuesto a comenzar de nuevo.

 Cuánto cuesta, Señor,
vivir sin sentirse perdonado
y, vivir, con la conciencia de no haber disculpado.
Romper con las historias pasadas
para caminar de nuevo
e iniciar un rumbo distinto.

 Cuánto cuesta, Señor,
ser generoso ofreciendo semillas de reconciliación
Decir “lo siento”  o “te perdono”.

Dime, Señor, cómo hacerlo.

 Javier Leoz,
www.betania.es

Para escribir un comentario pulsa sobre COMENTARIOS,  

FRASE DE SABIDURÍA

La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.
  - François Mauriac

10 de septiembre de 2011

CURIOSIDADES: EL PAPAMOSCAS



El Papamoscas


El Papamoscas es esa curiosa figura de reloj que se encuentra en la catedral de Burgos, España, y que todas las horas en punto abre la boca al mismo tiempo que mueve su brazo derecho para accionar el badajo de una campana.

Este singular personaje se encuentra  situado en lo alto de la nave mayor, en el ventanal sobre el triforio, (la galería que rodea el interior de una iglesia sobre los arcos de las naves), en el primer tramo de los pies de la basílica. Se trata de una figura de medio cuerpo que se asoma sobre la esfera de un reloj. Viste de encarnado, los rasgos de su rostro son mefistofélicos y muestra una partitura en su mano derecha.

Con esta misma mano empuña la cadena del badajo de una campana. Cada hora en punto se acciona un mecanismo que mueve el brazo que provoca los campanazos. La mejor hora para ver en marcha al autómata es, lógicamente, las doce del mediodía, cuando da doce golpes y abre y cierra doce veces la boca.

Está documentada la presencia de estos relojes en la catedral desde la época medieval. La imagen actual data del siglo XVIII, cuando se sustituyó la figura primitiva del siglo XVI.  

A la izquierda del Papamoscas, a menor altura y de menor tamaño, se sitúa en un balconcillo otra figura llamada "Martinillo", que se encarga de señalar los cuartos de hora. En este caso mueve ambos brazos y acciona sendas campanas que le flanquean. Cada cuarto de hora está señalado por dos campanadas, más agudas que las del Papamoscas.
El Papamoscas es muy celebre y aparece en numerosas obras, especialmente en los diarios de viajes o las memorias de viajeros que visitaban Burgos. Entre otros autores, hablan del Papamoscas Edmundo de Amicis, Víctor Hugo y Benito Pérez Galdós, quien lo cita en sus novelas "Napoleón en Chamartín", y la conocida "Fortunata y Jacinta".

Para escribir un comentario pulsa sobre COMENTARIOS, arriba de la entrada