3 de septiembre de 2009


Plegaria a la Virgen de la Caridad

Ernesto Montaner


Señora, dulce Madre del Hijo omnipotente,
Tú que todo lo puedes, ilumina mi frente
para que mi palabra te llegue sin desmayo
cabalgando en el potro luminoso del rayo,
no en la parte del ala que mata y extermina,
sino en otra, la blanca, el ala que ilumina.
Dame tu luz, oh Madre, que es la luz que redime,
para hablarte de un pueblo que solloza y que gime.
Madre, a un pueblo que sangra le hace falta tu luz
porque es la misma sangre del Señor en la cruz.
Escucha, dulce Madre, la verdad transparente
del tormentoso río que nos cubre la frente:
Las doce campanadas de un año que moría
eran doce advertencias del monstruo que vendría.
Eran doce rugidos de bronce que en el viento
eran doce llamadas por el advenimiento
del apóstol mentido, del falso redentor,
el corazón de Judas, las barbas del Señor.
Muy poco sabe el hombre de las cosas arcanas
al descifrar mensajes de bronce en las campanas.
Así sorprende el monstruo que ante todos asoma
y trae sobre los hombros una blanca paloma;
hombros merecedores del ruin escarabajo:
Jamás una paloma se ha posado tan bajo.
Ciegas las multitudes le siguen con afán
-las multitudes nunca saben adónde van-,
buscan del paraíso perdido las virtudes,
¡oh, trágico espejismo para las multitudes!
Virtudes que quisieran hallar en un encuentro
buscándolas por fuera sin buscarlas por dentro.
Sin saber que las plantas se cubren de matices
porque hay aguas muy ondas que bañan sus raíces
y que las multitudes que olvidan sus virtudes
engendran un tirano para las multitudes.
Ese tirano, ese, que llega de repente
con la paloma al hombro y un reptil en la frente,
el que de pueblo en pueblo va sembrando la ira,
el odio, el exterminio, la infamia y la mentira,
El que todo lo roba ambicioso y rapaz,
a los ricos sus bienes y a los pobres la paz.
El que le llama hermano soldado en ocasiones
Al que después enfrenta contra los paredones.
El que hablando un pueblo de sus grandes verdades
le cercena de un tajo todas sus libertades.
El que diciendo ¿armas para qué? al final
hace de cada casa un pequeño arsenal.
El que iza una bandera roja, totalitaria,
por sobre la que luce la estrella solitaria.
El que aparta a los niños de Martí y de Maceo
y una hoz y un martillo les brinda por trofeo.
El que no los prepara para ser ciudadanos
porque los quiere viles, los quiere milicianos,
delatores, que entreguen hasta su propia madre,
como él, que no respeta ni la tumba del padre.
Así sacia sus sedes en la sangre que estanca
el diabólico monstruo de la paloma blanca.
El que bajó a los llanos desde la abrupta sierra
para inculcar el odio, para sembrar la guerra;
el que de las infamias marchará siempre en pos,
enemigo de todos, y enemigo de Dios.
Señora, por la sangre del Hijo derramada,
pon tus manos divinas en la patria angustiada.
Perdónalos, oh Madre si te olvidan aquellos
que más te necesitan, tú no te olvides de ellos.
Virgencita del Cobre, nuestra santa patrona,
en el nombre del Padre y del Hijo, perdona,
y enséñanos a todos a perdonar, que un día
cuando florezca el huerto de la filantropía,
cuando bajen las aguas de la ruda tormenta,
cuando en la tierra nueva se proyecte irredenta la cruz,
la cruz aquella de la crucifixión,
regresaremos todos al amor y al perdón.
Haz el milagro, Virgen, irrumpe en las corolas,
como la vez aquella que surgiste en las olas.
Haz a los malos buenos y a los buenos mejores
como haces en las sombras brotar los resplandores
que cuando tus bondades los envuelven en luz
eres más madre, Madre del Señor en la cruz.
Salva a Cuba, Señora del amor verdadero,
que hoy es Cuba, la Patria, quien sangra en el madero.

Foto: Google





Jama y Libertad

Nuevo vídeo de los Fonomemecos.
A Raúl le pido:

http://www.youtube.com/watch?v=VbzC_XVU4oE



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(Continuación de la entrevista con el Padre José Conrado Rodríguez, 2ª parte)

¿Quiénes fueron tus paradigmas?

El primer y más importante paradigma para mí fue el padre Barbarin, mi párroco de San Luís. Otro sacerdote que a mí me sirvió de inspiración y que fue determinante en mi vida fue el padre Pedro Pablo Casterín Agüero, que nació en Santiago de Cuba y que era un hombre verdaderamente extraordinario, gran misionero, gran catequista y ha sido para mí un modelo de vida muy inspirador. Debo mencionar a dos obispos, que han estado presentes en toda mi vida: Enrique Pérez Serrantes, que siempre me tuvo un gran cariño y yo a él; una persona de una ternura, de una bondad y de una fuerza tremenda, era un fenómeno de la naturaleza. Y el otro fue mi obispo, el que me ordenó sacerdote, que hasta hace un año fue el arzobispo de Santiago de Cuba monseñor Pedro Maurice, que además era de mi pueblo, su padre fue muy amigo de mi abuelo. Mi relación con él era más que la que puede haber de un subordinado a un superior, era más que eso, una inspiración, una persona que me ha ayudado a ser mejor y que me ha exigido ser mejor y no porque me lo impusiera directamente, sino porque su vida era un ejemplo.

¿Crees que los seminarios ahora forman y tienen el ambiente de entonces? ¿Qué mantendrías y qué cambiarías?

Son circunstancias distintas. La formación de la gente que entró conmigo al seminario podía ser intelectualmente mayor o menor, pero yo diría que había un background humano, una formación cristiana mucho más sólida de la que normalmente hoy tienen los jóvenes que ingresan al seminario. El peso del ambiente parroquial y familiar entonces era muy fuerte, también era más masiva la entrada, había muchos más jóvenes interesados. Los seminarios se consideraban más como un tiempo de formación, incluso de apartar un poco al joven de la realidad que lo rodeaba, yo diría que más centrado en la formación sacerdotal. Después, a partir del Concilio Vaticano segundo, la iglesia tenía otras perspectivas, aspiraba a un seminarista formándose en los ambientes sociales.

La solidez del cuerpo profesoral, la total dedicación de aquellos jesuitas, que fueron mis profesores en el seminario, a la formación fue para mí muy importante. Quizás habría que lograr hoy en los seminarios por lo menos en parte de los formadores, esa dedicación, esa identificación por los jóvenes que están en el seminario, eso sería muy importante. Yo creo que sería un objetivo a tratar de lograr. Por otra parte el contacto mayor con las realidades de la vida pastoral, quizás ahora se logra más que antes, pero lo esencial es la formación del espíritu. Hay un slogan de un sacerdote que yo quería mucho que decía “Un hombre vale lo que vale su corazón” y yo creo que ahí está la clave. Hay que formar el corazón, formar el carácter, hay que formar hombres fuertes de corazón y de entrega, que estén cercanos al pueblo y al dolor de la gente, porque eso es lo que da la clave de un verdadero sacerdote, de un seguidor de Jesús.

¿Qué buscabas con ser sacerdote en Cuba? ¿Cuáles eran tus sueños más acariciados al acercarse el día de comenzar tu misión como sacerdote? ¿Cuántos y cuáles de esos sueños has podido realizar? ¿Cuáles aún siguen esperando el día?

Lo que yo he querido toda la vida es ser cura de pueblo y no tanto de una gran ciudad como Santiago de Cuba. Para mí lo ideal sería ser el cura de San Luís, el pueblo donde nací, que en mi niñez tenía 30 ó 40 mil habitantes pero que ahora supera los 50 mil. San Luís es, digamos muy pueblerino, con bastante campo y muchas pequeñas comunidades, pueblecitos como Palmarito, Dos caminos, Villalta, dos centrales azucareros, es decir una parroquia rodeada de comunidades más bien rurales donde la labor del sacerdote es predicar el evangelio, evangelizar y sacramentar y donde yo sentía que, como lo había sido para nosotros el padre Barbarin que el sacerdote era un promotor de humanidad , una persona que predicaba la palabra de Dios, pero al mismo tiempo formaba el corazón de las personas para amar que es en fin de cuentas la clave del evangelio, en un ambiente de mucha cercanía, con la gente y su realidad. Ese es mi sueño, ese siempre fue mi sueño.

Una vez el Obispo me mandó por tres meses a San Luís mientras llegaba el nuevo cura que era un Paules, que es la congregación que se encargan de mi pueblo hace casi cien años. Esa ha sido la etapa más feliz de mi vida sacerdotal. También me sentí muy realizado cuando estaba en Palma Soriano y Contramaestre, lo que no quiere decir que no me sienta realizado ahora cuando estoy en una parroquia de ciudad, que desgraciadamente ya no tiene tanto campo a su alrededor. Pero esta labor de visitar a la gente, de estar en contacto con los problemas y realidades de la gente; responder a esos problemas de enfermedades, de sufrimientos de alegría, de esperanzas; los nacimientos, las bodas, todo lo que son los momentos que hacen la vida de la gente, y estar allí, al lado de ellos durante ese proceso que es la vida, era para mí lo esencial.

En los primeros diez años que estuve aquí en Santiago, que fue mi primera etapa antes de ir a estudiar a España, fui párroco de la parroquia de Trinidad, de la parroquia de Sueño, estuve en la Catedral, pero siempre estuve trabajando en pequeñas comunidades de barrio San Pedrito, o el distrito José Martí, pero en todo ese tiempo además fui profesor del seminario y responsable de los jóvenes universitarios de lo que fue la antigua provincia de Oriente, que ahora son cinco, así que tenía la atención de los universitarios que era un trabajo muy exigente en muchos sentidos, profesor del seminario, de no sé cuántas asignaturas, desgraciadamente fueron demasiadas y me quitaron el gusto de ser profesor, y claro, el trabajo de la parroquia, al mismo tiempo yo era el cura más joven de la ciudad y me sentía con la responsabilidad de visitar los hospitales y como no tenía automóvil todo lo hacía a pie.

(Esta entrevista con el P. José Conrado Rodríguez concluirá mañana)

2 de septiembre de 2009


A La Habana

Lidia Señarís Cejas,
De su libro de poemas «Sin Isla»

La vida
La cotidiana
La que invade
Recintos de memoria
Espejos de palabras
Utopías
En fin, cristales rotos
O más bien espejismos
de una realidad
que no será
ya nunca
lo que era.
La oscura letanía de culpas y tareas
se instala en la garganta
ahoga los sonidos y las ganas
preguntas simples
se quedan sin respuesta
Anduve con las fuerzas al límite
buscándote en la bruma
de una niebla de Londres
del húmedo Caribe que me atrapa
llegado el fin de siglo
incluso a mi isla repleta de preguntas.
Mi cómplice ciudad,
saber que pasearé sin ti
por otras calles
que no tendré la ceiba, el malecón,
el mestizo ballet de tu presencia
tu terquedad sin par frente a los siglos.
Pero tú bien lo sabes
el amor es a veces
tan sólo un sueño frágil
hecho de circunstancias
y de ingenuos hechizos
el amor es a veces
sentir que duele tanto
el amor puede ser
la magia escurridiza
de tus calles
el hálito de luz
en que me envuelves
lo tibio de tu mar
en mis recuerdos.
Amar es también renunciar
anticiparse al odio y al fracaso
y echar a andar sabiendo
que a pesar de mí misma
de ellos
de nosotros
te amo inconfesable.
Y aunque lo proclamen a los cuatro vientos
y yo vuele entonces sin Alisios,
partir no es traicionarte.


Lidia Señaris Cejas nació en La Habana en 1966
y actualmente vive en Asturias, España.

Periodista y poeta, Premio de Poesía Julio Tovar
del Ayuntamiento de Tenerife, 2001,

y, además, mi prima.
Ilustración: Google.


Como lo ve Pontet
El Nuevo Herald,
Jueves 3 de septiembre de 2009



Entrevista al P. José Conrado Rodríguez

Realizada por Dagoberto Valdés y Reinaldo Escobar
www.desdecuba.com, martes, 31 de marzo de 2009
Primera parte.

En los primeros años de la década del 60 dos niños tomaron sin permiso el caballo de un amigo, habían hecho juntos la primera comunión y sabían que pecaban, pero querían divertirse. La montura no estaba bien ajustada y cayeron de la bestia; uno de ellos sufrió un golpe contra una piedra y el otro, que había salido ileso, pensó que su primo no podría sobrevivir. Rezó frente a una imagen de la virgen de la Caridad, con tanta devoción, proyectó tanto toda su alma para pedirle a Dios que salvara a quien quería como a un hermano, que aquel ruego se convirtió en la experiencia espiritual más intensa de toda su vida. Ese día, con solo once años José Conrado decidió que sería sacerdote

San Luís es un municipio del oriente del país situado a unos 30 kilómetros al norte de Santiago de Cuba. En la última procesión que celebró allí la iglesia católica el seminarista José Conrado iba al frente con un cirio entre sus manos. A ambos lados de la calle vio rostros hostiles de gente que lo miraba como si fuera un enemigo, algunos llevaban de forma amenazante tubos y cabillas envueltos en periódicos. Sus tíos ya habían abandonado el país, llevándose a su primo que debía operarse fuera de Cuba. Su fe parecía un anacronismo pero la mantuvo. Con tan solo quince años fue detenido durante un día por la policía por andar visitando casas con su mensaje pastoral.

¿Fue tu juventud un tiempo feliz?

Sí, por supuesto que sí, fue una época muy feliz. La parroquia tenía una vida muy activa y éramos un grupo grande de amigos. Hacíamos actividades con los lobatos y los boy scouts y fue una época feliz, aunque marcada por la separación de la familia.

En San Luís teníamos un sacerdote que era un hombre muy sencillo pero muy extraordinario, muy cercano a la gente. Era el hombre más feliz del pueblo y al mismo tiempo el hombre más bueno que nosotros conocíamos. Un hombre que nos marcó profundamente a cada uno de nosotros y querer ser como el padre Barbarin fue algo que nos movió a todos a entrar al seminario. El seminario estaba en el Cobre y en esa época duraba doce años, los estudios eran muy buenos, a los 14 años me daba clases de literatura un profesor con título de doctor. El profesor de Ciencias Naturales había estudiado en la universidad de Forheim en New York, eran jesuitas muy bien formados. Teníamos cinco horas semanales de latín, literatura clásica, oratoria, perceptiva literaria y en todas teníamos profesores magníficos.

¿Qué fue el Seminario para tu vida personal como joven en un país de ideología comunista?

En estos doce años hubo un corte, primero fueron cuatro años en el Cobre, donde había un ambiente muy feliz, de mucho estudio. Todas las semanas preparábamos comedias, dramas, se estudiaba mucho y había mucha creatividad, oíamos música clásica, practicábamos deportes, teníamos una formación integral y al mismo tiempo había un ambiente de mucha camaradería, fue una experiencia muy hermosa.

En el año 1966 vaciaron el seminario, quedaron solo 12 seminaristas porque a los que no se fueron con su familia del país, se los llevaron al servicio militar obligatorio, a la UMAP. El seminario se trasladó para Santiago de Cuba, de manera que los seminaristas recibieran su instrucción escolar en las escuelas públicas normales para que pudieran tener los títulos oficiales. Yo tuve que empezar en el primer año de la secundaria esperando a que se diera una gestión con el señor Carneado (que atendía los asuntos religiosos en el Comité Central del Partido) para equiparar los estudios que habíamos hecho con lo que estábamos recibiendo.

Después de haber esperado dos años me presenté directamente a la Universidad a hacer un examen de ingreso para estudiar historia. En la planilla que había que llenar no preguntaban si yo era seminarista, recuerdo que en una entrevista previa que nos hacían antes del examen para medir nuestros conocimientos y en esa entrevista hice una comparación entre “La historia me absolverá” y el Pro Milone de Cicerón que dejó un poco sorprendido al decano de la facultad de historia que estaba presente. El resultado de esa entrevista fue positivo, es decir, me aceptaron para hacer el examen de ingreso.

Al otro día me llamaron porque se habían enterado que yo era seminarista y me dijeron que ellos no podían pagarle los estudios a un enemigo de la revolución, entonces no me dejaron hacer el examen de ingreso. Yo les dije que aunque no pudiera entrar a la universidad quería hacer el examen, al menos para demostrar que estaba preparado y no tener que seguir en el nivel de secundaria básica, pero ellos insistieron en lo mismo que yo era un enemigo y no podían pagarme los estudios. Le dije entonces al Obispo que por mi parte no necesitaba ningún título oficial y él decidió que siguiera mis estudios en el seminario de La Habana Filosofía y Teología. Sólo pude ingresar por primera vez en una universidad con 35 años, cuando en 1986 me enviaron a hacer la Licenciatura en Filosofía a la Universidad de Comillas, en España.

(Continuará)
Foto: Google

1 de septiembre de 2009


Efemérides:
Franz Hals

Ana Dolores García

Aunque no estén muy de acuerdo sus biógrafos, se atribuye la fecha del 1 septiembre como la del nacimiento de Franz Hals. Sobre el año también hay distintas opiniones, existiendo dudas si ocurrió en 1580, 1581 ó 1585. Al menos todos aseguran que nació en la ciudad de Amberes, corazón de Flandes y territorio belga. Se le considera como el gran pintor de la escuela barroca flamenca del siglo XVII con particular distinción como retratista, superado en ese aspecto sólo por Rembrandt van Rijn.

Los retratos de Franz Hals tienen una característica distintiva por la que se le ha llamado «el pintor de la risa». Cuadros llenos de luz y vitalidad, tal como lo son desde el retrato del «Caballero sonriente», de una colección privada en Londres, hasta «La gitanilla» que cuelga en una sala del Louvre. Pintó retratos por encargo y también plasmó en lienzo rostros de tipos populares.

Franz Hals murió octogenario en Haarlem, Bégica -donde prácticamente pasó toda su vida-, en el año 1666. De sus diez hijos, cuatro fueron también pintores. Dos siglos después de su muerte su influencia se hizo notar entre los cultivadores del impresionismo, Monet y Manet entre ellos, ya fuera por su técnica o por la naturaleza de sus temas.

Ana Dolores García
Ilustración: La Gitanilla,
Museo del Louvre, París
Google.



Efemérides:
Narciso López

Néstor Carbonel
De su libro «Próceres»

Empezó mal la vida de hombre, porque la empezó peleando bajo las banderas de la tiranía, en contra de sus hermanos, que luchaban por conquistar la libertad e independencia. La empezó mal, pero la terminó bien, pues murió en el cadalso, después de intentar, en dos ocasiones, rescatar a Cuba de las manos que la oprimían y vejaban. Malo es pecar, y continuar pecando, aunque se presenten a la vista, abiertos, los caminos de la virtud. Pero una gran acción en pro de una generosa idea hace olvidar que el que la realiza puso un día las manos en el crimen. No así se puede perdonar al que, habiendo sido de los fundadores de un pueblo, se complace luego, por ambición o por odio, en echarlo abajo, sin gloria y sin honor. Erró Narciso López un día esgrimiendo su lanza épica, y saliéndole al encuentro a los soldados de Páez. Pero se lavó de esa culpa -para los cubanos al menos- muriendo estoicamente en defensa de sus derechos de hombres.

En Venezuela, cuna de Bolívar, nació. Cuando contaba apenas catorce años, le mataron los españoles al padre, quedando solo en el mundo. ¡Y triste destino el del pobre huérfano! Un español, uno de los jefes más sanguinarios, de los muchos que combatían a los libertadores -Morales-, lo acoge compasivo, y lo hace contendiente en favor de los que le habían dado muerte a su padre y combatían por mantener su pueblo esclavo. Ahora bien, de él, cuanto la historia cuenta, lo honra como militar y lo honra como hombre. Combatiendo a los más famosos jefes de la redención sudamericana, gana fama de valiente y abnegado. Más de una victoria debe España al caballeroso y romántico venezolano, que había de ser, más tarde, el primero en sangrarla en nombre de Cuba.

Terminada la guerra libertadora en los llanos de Venezuela, Narciso López, junto con mil maracaiberos fieles a la madre patria, vino a la Habana, luciendo sus brillantes charreteras de coronel. En la Habana llamaba la atención cuando, jinete sobre brioso corcel, se paseaba arrogante. Sus habilidades como jinete eran admirables. Parecía haber nacido a caballo. En la Habana contrajo a poco matrimonio con una hermana del Conde de Pozos Dulces, matrimonio cuya felicidad duró lo que un sueño, lo que una nube. Su amor al juego, a la disipación, al bullicio, lo hacían incapaz de ser un buen marido.

Conocedor de que en España los carlistas habían forjado una revolución, allá fue, arrastrado por su espíritu batallador. Hecho cargo del mando de un regimiento de la guardia real, realiza a su frente notables hechos. En aquella contienda tuvo a sus órdenes, como teniente, a José de la Concha, el mismo que, años después y siendo Capitán General de la isla, había de mandarlo matar. Los servicios que Narciso López prestó entonces al Gobierno de Isabel II fueron recompensados con los entorchados de Mariscal de Campo y algunas cruces de mérito y diversas condecoraciones.

Contrariado, acaso celoso de mando, tal vez herido en su decoro, pide su traslado para Cuba, lo que logra junto con el nombramiento de Gobernador de la villa de Trinidad. Ya en ésta, su carácter franco, abierto, le ganan el afecto y las simpatías de los gobernados, razón por la cual lo relevaron del mando. Este agravio, este desdén, lo encolerizaron. Fue entonces, acaso, que juró arrancar a España su presa codiciada. En sociedad con los cubanos, comprende que era una misma su causa, y la de todos, y comienza a conspirar. Inicia un plan; celebra reuniones; ordena, prepara. El movimiento debía estallar simultáneamente en Trinidad, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Villaclara. Descubierto al cabo todo, por la insensatez de un timorato, recibe una carta firmada por el Capitán General Roncaly, en la cual le decía que, en el dilema de fidelidad al Gobierno o lealtad al amigo, había resuelto su salvación. Que era en sus manos la denuncia de la conspiración, y que creyéndolo capaz -en igual caso- de proceder como él, le avisaba. ¡Noble y generoso comportamiento el del general Roncaly!

López, recibido este aviso, emprende la fuga y va a refugiarse a Nueva York, y más tarde a Nueva Orleans. Y como quiera que en Cuba existía un numeroso grupo de cubanos que ansiaban la libertad y buscaban un hombre, el caudillo que se pusiera al frente del movimiento insurreccional, se pensó en Narciso López, y a él le ofrecieron la jefatura, cosa que aceptó. Varias intentonas hizo para invadir la isla, hasta que al fin, el 15 o el 16 de mayo de 1850, a bordo del Creole, emprende, al frente de más de seiscientos hombres, el camino de Cuba, y en la madrugada del 19 -fecha dos veces memorable en la historia de Cuba- efectúa el desembarco. En Cárdenas, después de tomarla y combatir en ella, y vencer, permanece cuarenta y ocho horas. Al cabo, decepcionado, pues no se le unieron más que dos hombres, se reembarca con su gente y llega a Cayo Hueso, perseguido muy de cerca por un barco de guerra español.

De Cayo Hueso pasa Narciso López a Nueva Orleans y luego a Pau-Christian, lugar donde se empieza a instruir la causa motivada por las reclamaciones de España, y la que fue sobreseída poco después. Apenas terminado el proceso, vuelven los cubanos conspiradores a pensar en un nuevo intento. López, decidido, más activo que nunca, logra reclutar cerca de mil hombres para invadir la isla. A la hora de la partida, en Nueva Orleans, sólo seiscientos hombres lo acompañan, y más tarde, debido a que el barco expedicionario necesitaba aligerarse de peso, deja en el puerto de Belice ciento cincuenta más. Así, al frente de cuatrocientos ochenta, que a tal número había quedado reducido su ejército invasor, pone proa a Cuba, y en breves días realiza el alijo en Playitas, lugar perteneciente a la tenencia de Bahía Honda, en Vuelta Abajo.

Era su intento desembarcar en la parte central de Cuba, de donde tenía noticias que se le esperaba. Mas le habían dicho que encontraría a los habitantes del territorio de Pinar del Río sublevados, y por eso se dirigió a él. En tierra ya, sostiene ligeros tiroteos con algunos vecinos del Morrillo. Emprende la marcha hacia las Pozas con trescientos sesenta hombres, y deja el resto de la fuerza custodiando parte del armamento y provisiones de guerra y víveres. Entre tanto, el Gobierno español, con noticias de que por las costas occidentales de la isla se había visto un vapor sospechoso, dispone la salida del Pizarro, llevando una fuerte columna de cazadores, al mando del Comandante General del Apostadero de Marina, Manuel de Enna. Desembarca éste en Bahía Honda el mismo día que López en Playitas, y -¡coincidencias del destino! -se pone en camino para las Pozas. Llega a este pueblo antes que López, y se atrinchera, disponiendo luego que un capitán, con su compañía, salga a efectuar un recorrido. Apenas sale el capitán a cumplir lo ordenado comienza un nutrido fuego entre la gente de López y la del referido capitán. En este primer encuentro las tropas insurrectas fueron las vencedoras.

También los expedicionarios que habían quedado cerca de Playitas tuvieron fuego con el enemigo, y salieron victoriosos. Pero la conducta del coronel Crittenden, segundo de López, siembra el desorden en las filas rebeldes. Durante la noche del día 13, este coronel, temeroso, se reembarca con cincuenta expedicionarios más, los que, capturados por los vapores Cárdenas y Habanero, fueron conducidos a la capital y fusilados -todos en un solo día- a la falda del Castillo de Atarés.

Después de esto, salen más tropas en persecución de las de López. Son numerosas las columnas que lo persiguen: a seis mil hombres asciende el total de los que España tiene en armas, y en persecución del caudillo sin ventura. Sabedor de toda la tropa que está en su busca, abandona a las Pozas, y se interna en el monte. Allí lo persiguen también. Le cogen cinco de sus soldados prisioneros, y se los fusilan en el acto. Pelea en el asiento del Cuzco. Luego acampa en Peñablanca, y más tarde en el cafetal de Arrastri, situado a tres leguas de Candelaria, donde repele fiero ataque. Del cafetal de Arrastri pasa al cafetal de Frías. Aquí sostiene rudo combate con fuerzas del general Enna y el brigadier Rosales. Hostigado por la superioridad de los contrarios, abandona el campo, y con él a sus muertos y heridos. Los españoles, por su parte, tuvieron, entre otras bajas, la del general Enna, quien herido mortalmente en el vientre, murió a los pocos días.

Después de vagar a la ventura, constantemente perseguido, acampa López con la poca gente que le queda en un lugar llamado Martitorena o Candelaria, donde es atacado de improviso y bajo un temporal de agua y viento, por el coronel Angel Elizalde, al frente de nutrida columna compuesta de todas las armas. Abandona sus posiciones después de dar la cara un momento y ver caer uno tras otro a más de treinta de sus compañeros. En Bahía Honda, en San Cristóbal, en mitad del campo, fusilan los españoles a los expedicionarios prisioneros. Vuelve López a ser batido en el demolido ingenio del Aguacate y en la Sierra de Arroyo Grande. Y por último, José Antonio Castañeda, su amigo que había sido, lo captura, traicionándolo, en los Pinos del Rangel, y lo entrega, despiadado, a sus contrarios. Prisionero López, es conducido a la Habana a bordo del Pizarro. Llegó a las ocho de la noche. A las once entró en capilla. A las cuatro de la madrugada hacía sus disposiciones testamentarias, y a las siete de la mañana, sin que el sol se negara a dar su luz, subía las gradas del patíbulo y ponía el cuello en el garrote, la máquina infernal, [1 de septiembre de 1851]. Era capitán general de Cuba, entonces, José Gutiérrez de la Concha, subalterno que había sido de Narciso López.

«Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba» -fueron las últimas palabras pronunciadas por el ilustre mártir de las libertades cubanas. Mártir, sí: el garrote fue su cruz. ¿Su calvario? El abandono en que lo dejaron, en las dos ocasiones en que intentó redimirlos, los cubanos, ciegos o inconscientes.

La Gaceta de Puerto Príncipe reproduce este hermoso trabajo de Néstor Carbonel sobre nuestro prócer Narciso López, tomado de la página www.guije.com
Foto: Google


31 de agosto de 2009

La noticia monda y lironda

La noticia sorprendente de hoy nos llega desde Costa Rica. Oh no, no es que desde allá se estén organizando excursiones a Cuba para disfrutar del espectáculo de Juanes en la Plaza de la Robolución (era Cívica antes). En ello no hay sorpresa, porque sabemos que todos los que desde hace años vienen lucrando con los viajes a Cuba no iban a desaprovechar esta tan provechosa oportunidad (y valga la redundancia), de preparar unos viajecitos con «paquete incluido» para, además de Juanes, visitar la plaza de la Catedral, presenciar un toque de bembé y quizá hasta tomarse un mojito en la Bodeguita del Medio. «Paquete» turístico que les permitirá embolsarse un buen «paquete» de dólares al déspota cubano y a la emprendedora empresa. The show is on, como dirían los yanquis.

Pero la noticia trae un último párrafo que es el que me ha sorprendido. ¿Así que la mayoría de los centroamericanos no necesitan visa para ir a Cuba y lo pueden hacer con una simple tarjeta de turista que les cuesta solamente alrededor de $15? Nada, que tendré que cantar con Albita: ¡Qué culpa tengo yo de haber nacido en Cuba!

Las Marquesas de La Habana

Ana Dolores García

Siempre que oímos hablar de «la marquesa», así, simplemente, sin completar la denominación de un honroso título nobiliario, pensamos inmediatamente en aquel personaje folclórico que amenizó las calles habaneras a mediados del siglo XX. Y si alguien no logra ubicar a la tal marquesa e inquiere: ¿marquesa? ¿de dónde?, la respuesta no falla: ¡De La Habana!

Marquesas en La Habana hubo muchas que disfrutaron de boato y opulencia, y bailaron rigodones y contradanzas en sus palacios coloniales allá por el siglo XIX y aún antes. En la Plaza de la Catedral, remozada por exitosos esfuerzos de estética y dineros de la UNESCO, se conservan cual entonces los palacios de los marqueses de Aguas Claras y de los marqueses de Arcos. Y por los alrededores no faltan testigos de muda piedra que alojaron a otros marqueses de igual o parecida raigambre, como los marqueses de Prado Ameno, los de Valbuena, los de Casacalvo, la marquesa de Almendares, convertidos hoy en hoteles y oficinas oficiales.

Hasta se ha hablado de una marquesa celestina que hubo en La Habana en los tiempos de Julián del Casal. El poeta se refirió a ella en forma vedada en un escrito publicado en La Habana Elegante del 8 de abril de 1888, en el que puso en boca de otro su propio juicio: «Cuando las mujeres –afirma un cronista parisino- han pasado sus años de galantería, presiden círculos famosos, distribuyen las reputaciones, ponen a la moda ciertos adornos y ciertos libros; protegen relaciones amorosas, hacen matrimonios, tienen escuelas de flirteo y son tan buscavidas como las jóvenes de 16 años».

Marquesas de La Habana también las hubo, con su genealogía bien reconocida y certificada en los libros reales. La primera de ellas se llamó Vicenta Fernández de Luco y de Santa Cruz, que fuera esposa del primer Marqués de La Habana, José Gutiérrez de la Concha, título otorgado en 1864 por Isabel II en razón a los altos méritos prestados a la Corona Española, incluso como Capitán General de la Isla de Cuba. Luego el marquesado se fue trasmitiendo por sucesión hereditaria, comenzando por su propia hija María del Carmen, y continuando hasta María Luisa Chamorro y Aguilar, esposa de Roberto Sánchez-Ocaña y Arteaga, a quien se reconoció el derecho al título en 1956. Tal vez hoy en día título y blasón pertenezcan ya a sus herederos. Esas marquesas de La Habana, a excepción de la primera, ni siquiera vivieron en ella.

Por lo tanto no es a esas marquesas a quienes recuerdan los cubanos cuando se empeñan en evocar con nostalgia las calles de La Habana de los años dorados, sino a Isabel Veitía, que no recibió el título por herencia sino que se lo dio ella misma, ni tampoco sus antepasados habían llegado de España, sino de África.

Isabel Veitía, «la marquesa» como a ella le gustaba que la llamaran, deambulaba -se paseaba-, al igual que el Caballero de París -que era gallego-, por calles y parques. Más a menudo el Parque Central, lleno de billeteros y de turistas. Allí se dejaba retratar por estos últimos, previo depósito de un billete en su bolso de charol negro, porque para eso era «marquesa». Y si no se habían enterado ella lo repetía: «¡Billetes, sólo billetes, yo soy una marquesa! Mi condición no me permite aceptar monedas». Y los místeres, aunque no entendieran lo que dijera, se reían con ella o de ella y soltaban el billete: así la cruel risa se prolongaría aún después del regreso.

Su atuendo no era precisamente el de una marquesa, pero intentaba serlo. Sobre su cabeza un pequeño sombrero dotado de un breve velo de tul que cubría su frente, y lucía sobre sus hombros una raída mantilla de encaje. El iris de su ropa lo completaban los zapatos, su bolso y un infaltable abanico para darse aires de gran señora. Su figura no era tampoco precisamente la de una mujer esbelta. Pero atuendo y figura no fueron capaces de impedir que viviera una fantasía de ensueño. Y que la disfrutara.

Ana Dolores García
Copyright 2009
Foto: juanperez.com

30 de agosto de 2009


Quien fue Francisco Vicente Aguilera

Lic. José L. Martel

Este patriota e ilustre cubano, Francisco Vicente Aguilera, nació en la ciudad de Bayamo el 23 de junio de 1821. Su procedencia es de familia riquísima de la provincia de Oriente (hoy provincia Granma). Sus padres le brindaron una excelente educación ya que fue enviado a estudiar a distintos países incluyendo Estados Unidos. Supo como vivir bien y siempre añorando que Cuba fuese igual. A su regreso a Cuba se encargó de supervisar la administración de grandes extensiones de tierras en casi toda la provincia oriental. Y enseguida comenzó a conspirar contra la colonia española con su único sueño de la libertad de Cuba.

Su amor por la patria colonizada y, de lleno dentro de la causa de la independencia, hizo a este patriota renunciar a todo, incluyendo familia, comodidad y riquezas. Aguilera es considerado como el jefe natural de la revolución y junto a Carlos Manuel de Céspedes comienza los preparativos para el levantamiento del 14 de octubre de 1868. Algo surgió cuando Céspedes decide adelantarse a esa fecha y oficialmente se escoge el 10 de octubre de 1868, cuando Céspedes, asumiendo la jefatura junto a 200, comienza la lucha.

Aguilera aceptó y apoyó a Céspedes sin apariencia de molestia alguna. Ese mismo día del comienzo, Aguilera se encontraba en la región de Cabaiguán gestionado dinero y realizando algunas ventas de sus propiedades por la suma de $2 millones de pesos que aportó íntegramente para la compra de armas y otros suministros de guerra. Este gran hombre con ese gesto austero y valiente dio un gran ejemplo de fidelidad a la causa que más tarde Céspedes apreció y hubo de manifestar. Para mi criterio, después de estudiar la vida y trayectoria de este prócer libertador, llegó a tener los mismos derechos de ser considerado otro Hijo de la Patria junto a Carlos Manuel de Céspedes.

Cuentan los historiadores de aquella época que Aguilera no era propiamente un hombre de armas y sí demostró ser un estadista en campaña. Su capacidad y principio abnegado lo llevó a ser Secretario primero y más tarde vicepresidente del Gobierno de la República en Armas, cuando fue nombrado Mayor General del Ejército Libertador y más tarde ocuparía el cargo de Agente Especial en la Emigración.

Viajó a nombre de Cuba por casi todos los países de América y Europa haciendo propaganda y recaudando dinero para la guerra. Su labor fue incesante ya que se cuenta que en Nueva York era conocido como el hombre de la barbas donde solicitada ayuda de casa en casa.

Cuando se le comunicó sustituir a Céspedes como presidente de la República en Armas se encontraba en el exterior preparando una expedición de armas. Dentro de sus gestiones diplomáticas se destacan las efectuadas con el general Manuel Prado, presidente de la República del Perú, de un empréstito para comprar suministros de armas.

Este glorioso libertador falleció el 22 de febrero de 1877 en Nueva York. Moría pobre, enfermo, triste y abatido; lejos de su familia y olvidado por algunos que no supieron valorar la trayectoria abnegada y fecunda de un buen cubano. Ya en Cuba su féretro fue cubierto con la bandera cubana de Narciso López, la misma esfinge que ondeara en Cárdenas el 19 de mayo de 1850.

Un breve relato cuyos datos fueron tomados de distintos libros, revistas y por recuentos de sus descendientes que aún viven y residen en Miami.

Lic. José L. Martel
Miami, FL
joselmartel@hotmail.com


Reflexión

A todas las religiones les preocupa la pureza o impureza de sus miembros. Lo cual da origen a diversos ritos de purificación, desde los más sencillos hasta otros más, contaminados de superstición y de magia. El Talmud señalaba a los judíos escrupulosas normas de limpieza, luego de haber tocado un cadáver, o haberse contaminado de otras formas: Nunca se debería usar agua de pozo, considerada impura, sino de alguna fuente. Se vertería del codo hacia la mano, procurando que escurriera fuera de la vasija. Algo semejante se haría con las copas, jarros y platos para los alimentos, que debían ser de metal o de vidrio, pero nunca de barro. Los rabinos promovían además la rigurosa observancia del sábado, el pago minucioso de los diezmos y la lista de plegarias para cada ocasión. Absorbidos por ese maremágnum de preceptos, algunos fariseos querían obligar a todos a cumplirlos. Con razón se extrañaron porque los discípulos del Señor comían sin lavarse las manos y le reclamaron a Jesús.

El Maestro, incómodo por tan resabiados extremismos, respondió con una frase de Isaías: «El culto que ellos me dan es vacío, pues la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Para nosotros los cristianos de hoy vale también esta palabra: quizás le hemos añadido a nuestra fe muchas tradiciones meramente humanas. Jesús les (nos) indica que nada exterior puede mancharnos. Nos contamina lo de adentro: «Todas las maldades nacen del corazón y hacen al hombre impuro».

A finales del siglo XIX, Louis Pasteur descubrió que muchos cuerpos físicos podían purificarse de bacterias sometiéndolos a una temperatura cercana a los 60º. Dicho proceso se llamó pasteurización en honor al sabio francés. Nosotros podemos destruir los gérmenes de nuestro interior si elevamos el nivel de nuestro amor a Dios y los prójimos. Nos lo enseña san Pedro en su primera carta: «El amor cubre la multitud de los pecados».

De Betania.es


29 de agosto de 2009


Desde Cuba:

De Nipe al Cobre
Peregrinación siguiendo la ruta de la imagen de la Virgen de la Caridad

Lorenzo Ferrer

Tres arriesgados obispos tomaron la valiente decisión de caminar la misma ruta que recorrieran hace 4 siglos los 3 jóvenes que encontraron la imagen de la Virgen de la Caridad: Juan y Rodrigo de Hoyos y Juan moreno (117 km).

Los osados peregrinantes fueron Juan García, arzobispo de Camagüey, Wilfredo Pino, obispo de Guantánamo-Baracoa y Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos.

Los últimos dos eran ya experimentados caminantes: al menos dos peregrinaciones a pie desde Camagüey hasta El Cobre.

En ésta los acompañaron 62 jóvenes y la superiora de las Siervas de María en Camagüey (cubana de 40 años que según Mons. Willy siempre andaba “en primera fila”).

El peregrinaje comenzó en la Bahía de Nipe, el 18 de Agosto y terminó en El Cobre el 22 de Agosto. Suena un poco descabellado, arriesgado, hasta quijotesco… excepto para los que conocemos a estos tres grandes hombres de Dios que un día determinaron que valía la pena correr cualquier riesgo por seguir los caminos de Jesús de Nazaret.

El primer día recorrieron 23.7 km, saliendo del Cayo de la Virgen (playa Morales) hasta el pueblo de Cueto. Segundo día: 22.3 km. desde Cueto hasta Alto Cedro. En el tercer día recorrieron 20.4 km desde Alto Cedro hasta Mella.

Saliendo de Mella caminaron el cuarto día 24.6 km para llegar hasta Palma Soriano, desde donde recorrieron el último día los últimos 26.3 km llegando exhaustos a El Cobre.

Mons. Willy: -“Te cuento también esta anécdota del viaje: Al llegar al entronque del antiguo Central Miranda (hoy Mella) y pasar por delante de un "amarillo" (se visten de ese color y son los que organizan la subida de los viajeros a los camiones, guaguas, máquinas, etc.) éste, al darse cuenta de quiénes éramos y de las estampas y estandartes de la Virgen que llevábamos, dijo en alta voz: "Sólo Cristo tiene poder".

Estábamos, pues, en presencia de un pentecostal. Pero en ese momento, luego de 25 kilómetros caminados, llevábamos la vista puesta en un kiosco de frituras y refrescos que había en el entronque. Y, por aquello del "primum vivere"... hacia allí nos fuimos a merendar.

Pero Dios facilitó las cosas. El amarillo cruza la carretera y se sienta solito debajo de un árbol. Hasta allí fui, me quité la mochila y me senté a su lado. Mi pregunta fue: "¿Cuál es la tarea que hacen ustedes, los amarillos?". Y su respuesta no pudo ser mejor para lo que yo quería aclararle a él. Me respondió: "Ayudar a que la gente llegue a su destino".

Entonces le dije: "Pues mire, los felicito porque ustedes hacen lo mismo que la Virgen María. Ella no es Dios pero ayuda a que la gente llegue a su destino"... Ustedes no son los dueños del transporte ni el Ministro de transporte, como la Virgen no es Dios, pero ustedes y Ella saben cómo "resolver"...

La conversación siguió muy agradable con abrazo de despedida incluido. Al otro día, cuando salíamos de Mella lo pudimos saludar nuevamente y ahora había una sonrisa en su cara”.

Nunca le falta la jocosidad a Mons. Willy: -“ no sólo hubo zapatos rotos... Lo más duro, aunque llevaderas, son las ampollas en los pies, que demoran varios días en curarse…”

¿Qué habrá en el corazón de estos cubanos de Dios que a pesar de todas las dificultades, obstáculos e incomprensiones, dedican cuatro días de su vida a caminar el pedregoso camino de la vida que los acerca a la Caridad del Cobre, a nuestra querida “Cachita”.

Oremos por todos los cubanos en este 8 de Septiembre, Día de la Caridad del Cobre, Día de nuestra “Cachita”.

Lorenzo Ferrer,
28 de agosto de 2009
Colaboración: Acelo D'Alessandro
Foto: Google

28 de agosto de 2009


El Caballero de París
José M.Alonso

Negra capa raída cae de su cuello con regio aplomo
hasta el cordel trenzado de San Francisco que le acordona;
en sus brazos acuna viejos papeles que hacen un tomo
de ilusos pergaminos de cuya pátina su honor blasona.

La abúlica caída sobre los hombros de sus cabellos,
conjuga su abandono con la tristeza de su mirada
en la que, a veces, brillan intermitentes breves destellos
de viva inteligencia que por los hados fue obnubilada.

Refugiado en sus sueños tras el gracejo de su apostura,
mientras el mundo afuera -vulgar y necio- vive de prisa,
por las calles pasea la gracia ingenua de su locura,
regalando al que pasa la dulce calma de su sonrisa.

Y los que comprendemos el signo trágico que hay en su vida,
resumido en su herencia de sueños, hambre, miseria y trapos,
su saludo tornamos con leve gesto de bienvenida,
y su alcurnia apreciamos en la elegancia de sus harapos.

* El Caballero de París era oriundo de la aldea de Villaseca, provincia de Orense, Galicia, donde aún viven familiares que han contado que, de joven, se dedicó a los estudios tan intesamente, a la par que se alimentaba de tan pobre manera, que perdió la razón, como Alonso Quijano el Bueno. Ni le quito ni le aumento. Como me lo cuenta un hijo de la aldea, os lo cuento…



Caricatura de Pong
Zag Zig,
nuevoaccion.com/zag_zig.htmlnuevoaccion.com_zig.html

Adiós a Manolo Torrente

Arturo Arias-Polo

El polifacético artista cubano Manolo Torrente falleció en Miami el pasado jueves 20 víctima de varios problemas de salud. Tenía 83 años.

Considerado como una de las estrellas más versátiles de su generación, Torrente paseó su arte por numerosos países durante más de medio siglo desde 1948, año en que ganó el primer premio en el programa Voces nuevas del circuito CMQ de La Habana y se dedicó por entero al canto. Pero antes Manolo se había graduado en Ciencias Agrícolas y se había destacado en el deporte. En esa faceta alcanzó el título de campeón nacional de los 5000 en carreras de fondo y compitió en numerosos eventos en Centroamérica a lo largo de la década de los años 40.

Sin embargo, el verdadero despegue artístico de Torrente se produjo una década después, cuando cantó en varios clubes capitalinos, participó en los programas de la televisión estadounidense Arthur Godfrey Talent Scouts y Toast of the Town de Ed Sullivan, y recorrió varios países latinoamericanos. Al regresar a Cuba a mediados de los años 50, Manolo figuró en el elenco del popular programa de televisión El casino de la alegría y los shows del Casino Parisién del Hotel Nacional. En 1957 actuó en Panamá.

Pero al año del triunfo de la revolución cubana, en 1960, el cantante viajó a México con la decisión de no regresar a su país. Allí trabajó en centros nocturnos y poco después se trasladó a Las Vegas para convertirse en productor de Latin Fire, un espectáculo que recorrió el mundo hasta 1982, cuando hizo temporada en el Hotel Eden Roc de Miami Beach.

Manolo será recordado por sus presentaciones en Puerto Rico acompañado por la orquesta de Julio Gutiérrez, sus apariciones en los programas de televisión Cocktails for Two,

Broadway Goes Latin, entre otros espacios realizados en la ciudad de los casinos, y Latin Extravagance, la producción que lo trajo al Hotel Fountainebleau de La Playa. A mediados de los 80 el artista produjo Noche cubana en el Southeast Plaza de Miami, donde participó en actos patrióticos en apoyo a la causa de la libertad de Cuba.

Desde que se mudó a Miami a principios de los 90, Manolo se mantuvo tan activo como en sus años mozos. Entre el 2001 y el 2007 produjo y actuó en El amor todo lo puede (2004) y Nada tengo mientras no tenga patria (2006), entre otros espectáculos, que solía cerrar con el tema Gracias, Señor.

“Llevaba muy bien su apellido'', expresó la soprano Tania Martí, quien compartió el escenario con él en varias ocasiones y participó en los servicios fúnebres que se le ofrecieron en la iglesia Iglesia Bautista Buenas Nuevas el domingo pasado. `”Era un soñador que siempre estaba creando. Todo el mundo lo quería''. Entre sus recuerdos, la intérprete se refirió a aquellos programas de la CMQ habanera en que Manolo aparecía montado a caballo.

“Fue un hombre muy apuesto en su juventud y en su madurez'', destacó. Otro que también rindió tributo póstumo al cantante ese día fue el cantautor Lázaro Horta, quien lo acompañó al piano en numerosas ocasiones. ``Manolo se deprimió desde que comenzó a perder sus seres más queridos. Pero yo prefiero recordarlo como el artista apasionado que siempre estaba hablando de Cuba. ¡De verdad que era un torrente!''.

Manolo Torrente deleitó a su público por última vez a principios del 2007 en el Teatro Bellas Artes. Su voz quedó registrada en varios discos con composiciones de autores cubanos y de otras partes de Latinoamerica.

Arturo Arias-Polo
Reproducido de El Nuevo Herald
por LavozdeCubalibre.com
Recibido gracias a Lidia Orosa y Joe Noda.
Foto: Ana Margarita Martínez Casado y
Manolo Torrente, Mariaargeliavizcaino.com